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El 5 de agosto de 1994: apuntes para una historia del Maleconazo

De mi casa en Atarés hasta la secundaria Carlos J. Finlay, ubicada en Línea y G, Vedado, hay poco más de cuatro kilómetros. Hubo una época en que podía decir cuántas farolas, tapas de alcantarilla o postes tenía el doble recorrido diario que realizaba a pie. En el Período Especial, caminar era la opción «segura» para llegar a tiempo a los lugares.

Como muchacho de un barrio marginal del Cerro me sentía incómodo y fuera de sitio en una escuela del Vedado; por lo que me juntaba con los pocos alumnos que asistíamos, cual objetos anacrónicos, a un medio ajeno al nuestro. Con mis amigos de los barrios de Cayo Hueso, Belén y San Leopoldo mataperreaba La Habana diariamente. El Malecón era, por lo general, el punto donde se dividían nuestros caminos.

Solo el fin de las clases evitó que fuera testigo, y quizá objeto, de represión por el «Contingente Blas Roca» aquel viernes 5 de agosto de 1994. En mi memoria conservo, junto a imágenes de ametralladoras 50 montadas en jeeps negros y tropas antimotines patrullando la ciudad, la sacudida habanera conocida como «el Maleconazo» y que generó, entre otras cosas, la crisis migratoria de «los balseros del 94».

II. El discurso oral frente a la manipulación

Marc Bloch, en «Apología de la Historia», incita a los investigadores a «desconfiar»  e «interrogar» a los documentos, recuerdos y testimonios. Plantea que solo una exhaustiva verificación, que cuestione las fuentes de análisis, puede convertirlas en fiables. Tal máxima es fundamental en el caso de los hechos mencionados.

El también conocido como «Habanazo» —nombre dado sobre todo por la prensa extranjera—, es aún uno de los sucesos más nebulosos en la historia postsoviética y preinternet de Cuba. La complejidad del análisis se incrementa por haber ocurrido en una ciudad analógica, con escasas formas de comunicación —debido a las pocas líneas telefónicas, transporte casi inexistente, etc.— donde el control de los medios y la información hacía que el discurso oficial fuera todavía «la verdad».

El Maleconazo ha sido minimizado, adulterado, escamoteado, o tergiversado en función de intereses políticos, personales, etc. Para historiar un suceso con tales características, fue menester obtener testimonios inéditos que permitieron entrecruzar la información y compararla con lo difundido hasta el momento en la web. La necesidad colectiva de historiar un capítulo tan importante, permitió obtener seis relatos extensos y detallados, complementados con otros tantos más escuetos pero igualmente aportadores. La mayor parte de los testimonios es citada de manera anónima a solicitud de los entrevistados.

III. Los años del desgaste

La caída del campo socialista y el anuncio del Período Especial en tiempo de Paz, iniciaron los años del desgaste supremo. En 1993 el país había comprado en el mercado internacional apenas la mitad del petróleo que utilizó el año anterior. Sin el subsidio de la Unión Soviética, las bajas reservas del país llegaron a plantear la posibilidad de una «Opción Cero» en el acopio de crudo. Para evitarlo, el 28 de julio de ese año entraron en vigor varias medidas cuyo objetivo era limitar el gasto estatal en áreas no-prioritarias y minimizar el impacto de los desesperantes apagones en el sector residencial.

El desgaste del discurso revolucionario y el espíritu de resistencia del proceso se pueden medir a través de la penetración de la épica en la psiquis social. Lo que en 1994 funcionó como «resistencia creativa» y capacidad de adaptación ante un enemigo externo, veintisiete años después será un recurso torpe. El 11 de julio, a diferencia del Maleconazo, mostró al poder débil ante la fuerza del pueblo.

Manifestantes del 5 de agosto corriendo por la acera de Malecón. (Foto: Karel Poort)

Las decisiones del año, para muchos el más duro de la década, venían desde las contingencias de la Tormenta del Siglo en el mes de marzo, y la epidemia de Neuritis Óptica que conmocionó a la opinión nacional. Durante los meses siguientes se produjeron hechos vandálicos en algunas tiendas y asaltos a embajadas. La situación se agudizó con la toma de embarcaciones para ser desviadas hacia Estados Unidos.

Con dichos antecedentes, el verano del 94 se presagiaba caliente. Mas pocos analistas podían vaticinar que el hambre, la desesperación y el colapso del engranaje revolucionario crearían el caldo de cultivo para que, por primera vez en la historia post-59, la olla de presión social explotara en la Isla.

Cada día se salpimentaba la actualidad con alguna «bola» de salidas ilegales o secuestros de embarcaciones, al punto de que el propio Noticiero Nacional de TV confirmó el secuestro de un barco salinero en el Mariel el día 4 de junio. Una parte de la tripulación tomó como rehenes a sus compañeros y cargó con más de veinte personas para poner rumbo a Estados Unidos. Los guardacostas llegaron a dispararle para impedir, sin éxito, su salida de aguas cubanas.

Este suceso fue el presagio del hundimiento del remolcador 13 de Marzo, hecho que por su gravedad no pudo ser ocultado y recibió, incluso, el repudio de gobiernos amigos del régimen cubano. El remolcador, con alrededor de setenta personas —incluidos dieciséis niños—, fue interceptado a siete millas de La Habana por tres embarcaciones que lo colisionaron hasta hundirlo. «La orden de combate» oficial era clara: no se podía dejar salir a ninguna embarcación. El 18 de julio, Bill Clinton afirmó en Miami que este era: «otro ejemplo de la naturaleza brutal del régimen cubano». A la dirigencia de la Isla no le gustó el posicionamiento del gobierno estadounidense. El fantasma del Mariel comenzó a planear nuevamente, ¿funcionaría esta vez?

IV. «¡Arriba, que esto se cae hoy!»

Esos meses se vivieron puertas afuera. En la Calzada de Cristina cientos de personas invadían a diario la antigua Terminal de los ferrocarriles del oeste, que ahora iban hacia el este, para desembarcar en la playa de Guanabo una hora más tarde. Decenas de muchachos se aglomeraban en los viejos y extintos baños de mar del Malecón. Las dieciséis horas de apagones, los trabajadores no-esenciales liberados de su puesto de trabajo y la falta de comida, lanzaron a los habaneros a la calle.

El 26 de julio, tal vez «como saludo a la fecha», se desvió la lanchita de Regla hacia los Estados Unidos. Comenzaban los diez días que estremecieron La Habana. Alex B. salió sobre las once de la mañana de su casa en Calzada y K para recoger a un amigo que vivía en Centro Habana. El rumor de que un carguero mexicano iba a montar gente en la bahía había alcanzado fuerza de «bola oficial».

En mi barrio se comentaba que la información venía de Radio Martí o Radio Mambí, y que era una flotilla la que vendría. Luis y otros vecinos montaron en sus bicicletas y se perdieron por la Calzada de Monte en dirección a La Punta, para ver qué pasaría.

A la hora de emplear el relato oral en un análisis histórico surgen preguntas problemáticas: ¿dónde se generó la información del mercante y cómo se esparció instantáneamente?

En una entrevista de TV Martí, el periodista Rolando Nápoles refiere que al llegar a La Punta muchas personas dijeron estar en la zona porque: «dice Radio Martí que va a venir una lancha a recogernos aquí al Malecón». Lo cual coincide con las declaraciones del alto dirigente a Ignacio Ramonet en Cien horas con Fidel. Sin embargo, el cubano Fidel Requeijo, que en ese entonces atendía —entre otros asuntos— Radio y TV Martí en la Oficina de Intereses de los Estados Unidos en La Habana, aseveró a estos autores que tal información nunca fue transmitida por la emisora, lo cual coincide con lo que la cadena ha afirmado siempre.

La lanchita a su paso por La Punta el día 4 de agosto.

En este punto hay dos opciones posibles: la información pudo ser divulgada por cualquiera de las otras emisoras que entonces transmitían hacia Cuba; o pudo ser un rumor echado a rodar que encontró un público receptivo. Curiosos resultan dos aspectos: primero, que la nacionalidad del carguero mencionado fuera mexicana, pues en los meses anteriores, de todas las personas que habían irrumpido en embajadas, solo habían permitido abandonar Cuba, como asilados políticos, a los que penetraron en la del país azteca. En segundo lugar, llama la atención la rapidez de los acontecimientos, pues esa misma noche Fidel Castro, a través de la televisión nacional, anunciaba la apertura de fronteras, lo cual comenzó a bajar de inmediato la presión social.

Otras interrogantes necesarias son: ¿dónde comenzaron los sucesos? ¿hubo más de un sitio de reunión simultánea? Aunque no es posible afirmarlo categóricamente, lo más probable, según el mapa de tiempo que hemos elaborado, es que la congregación inicial haya ocurrido —como coinciden muchas fuentes— en el Muelle de Luz y la Alameda de Paula.

Al respecto el corresponsal mexicano Homero Campa, en su libro Cuba: los años duros afirma: «Al siguiente día —5 de agosto de 1994—cientos de personas se concentraron desde temprana hora en la avenida Alameda de Paula, contigua al Puerto. En apariencia estaban ahí por simple distracción. Casi todas llevaban bolsas con agua, comida y ropa para una travesía por mar. Atentas estaban para abordar la primera embarcación que se acercara».

Lo anterior es refrendado por el hecho de que por ese muelle habían partido las lanchas desviadas los días 26 de julio, 3 y 4 de agosto. Además, muy cerca se había intentado sustraer el transbordador Dos Ríos. Por lo que si nos ubicamos en contexto, era comprensible que tales hechos se mezclaran con el rumor circulante de barcos que vendrían a recoger gente a la bahía o al Malecón.

Mientras esto sucedía en el paradero de la lanchita de Regla, otro grupo importante se aglomeraba en la zona de La Punta. Es preciso recordar que esta explanada es el lugar de entrada al canal de la bahía, estrecho y fácilmente accesible a nado hacia cualquier embarcación. La zona había sido, en días anteriores, un punto habitual de aglomeración. Una multitud acudía a esperar el desvío de la lanchita de Regla, como había ocurrido el miércoles 3 y el jueves 4.

El 5 de agosto, al comienzo de su jornada laboral, Fidel Requeijo salió junto a otros miembros de la Sección Consular de la Oficina de Intereses debido a la alerta de movimientos inusuales de personas en el litoral habanero. A medida que avanzaban en dirección a La Habana Vieja, notó la desesperación entre quienes pululaban, recelosos, por el Malecón. «Yo sentí miedo, se percibía la tensión en las miradas de los civiles y policías. Por suerte iba con dos americanas que portaban el pasaporte diplomático en el cuello».

Llegaron a La Punta sobre las once y media de la mañana, coincidiendo con una pequeña embarcación de Guardafronteras que salía por el canal. La embarcación blanca, de construcción moderna y con un policía en la proa sosteniendo su arma, intentó alejarse de tres personas que se lanzaron a nado para abordarla.

La lanchita al momento de ser interceptada.

Hasta entonces la situación era de espera e insatisfacción, pero la presencia en ese momento de al menos un par de miles de personas —según cálculos posteriores llegaron a ser más de diez mil en la zona de Prado y Avenida del Puerto— hacía complicado avanzar hacia los muelles.

La policía dispersaba la zona aún de forma no violenta, pero sin mucho éxito. Ninguna de las fuentes consultadas que estuvieron en La Punta sobre esa hora, refiere haber escuchado los gritos de «¡Libertad!» y «¡Abajo Fidel!» que poco después marcarían la historia del país.

Alex B. y su amigo Rigo llegaron alrededor del mediodía. Estaban en el lugar cuando todo cambió. La policía trató de desalojar por la fuerza a la multitud que comenzaba a exasperarse. La acción violenta provocó la reacción de la muchedumbre: «Un policía fue lanzado al agua, flaquito, joven. En ese entonces no lo pensaba, pero ahora creo que probablemente fuera un poco mayor que yo. Tal vez estaba en el servicio. Entonces la gente comenzó a gritar ¡Libertad!, luego alguien tímidamente gritó: ¡Abajo Fidel! y la peña lo siguió».

En este punto encontramos una divergencia importante. La mayoría de las fuentes señala que la masa manifestante, una vez que sale de La Punta, se dirigió a la Oficina de Intereses, a exigir visas —plantean algunos— o a esperar los barcos allí, dicen otros. Sin embargo, al menos dos de los testimoniantes refieren que una parte reclamaba ir a la Plaza de la Revolución, mientras gritaba: «¡Arriba, que esto se cae hoy!». En cualquier variante el trayecto era el mismo: recto por todo Malecón, al menos hasta el Parque Maceo.

Es casi unánime el criterio de que cientos de personas desfilaban por las cuatro sendas de la Avenida del Golfo, lanzando piedras a las patrullas y a los policías. Alex B. declara: «A la altura del Deauville me subí en el muro y miré para atrás. Era una muchedumbre compacta, pidiendo libertad, apedreando patrullas… Nunca creí ver algo así en Cuba».

Mientras tanto, Fidel Requeijo y las funcionarias norteamericanas llegaban al Muelle de Luz:

«No sentí los gritos de libertad, solo el mismo panorama de gente desesperada, intranquila, caminando de un lado a otro como un rebaño sin pastor. (...) Lo único que me llamó la atención fue un boina negra chorreando agua, con cara de asustado, sentado en un muro junto a su perro. (...) Hablamos con la gente, pues uno de nuestros objetivos era hacer contacto con los opositores, ya que podíamos ser su única tabla de salvación. Pero no vimos a ninguno, aunque me llamó la atención que habían personas de Bejucal, San Miguel del Padrón, etc… ¿Esa gente cómo se enteró?».

Al resumir los momentos previos a los enfrentamientos —de acuerdo a nuestra reconstrucción— podemos concluir: primero, si bien en un inicio existieron distintos puntos de aglomeración, los dos fundamentales fueron el Muelle de Luz y La Punta. Alrededor del mediodía se produjo un desplazamiento, motivado probablemente por la no aparición de ningún barco. Segundo, todo indica que la conversión de los hechos en protesta política tuvo su máximo exponente en la zona comprendida entre el inicio del túnel de la bahía y la explanada de La Punta, con ramificaciones, debido a la aglomeración, hacia la esquina de Prado y San Lázaro, calle donde también ocurrieron manifesta

V. La Psicología de las masas en el contexto cubano

En las protestas espontáneas suele imperar lo que se ha definido como conciencia colectiva, que genera actuaciones similares entre los miembros del grupo. Tales actitudes varían en función del tiempo, el lugar o los acontecimientos que viven sus integrantes.

Debido a ello resulta difícil realizar una valoración generalizadora. Sin embargo, al analizar los testimonios es posible determinar que coinciden en tiempo distintos focos de atención: un grupo mayoritario que tiene su línea principal por Malecón, y otro que avanza por San Lázaro, de manera paralela al anterior, y es engrosado desde las calles adyacentes por los habitantes de las barriadas de Centro Habana.

Ambos van a confluir en Galiano, donde el Hotel Deauville ocupa la acera que separa ambas avenidas. Su apariencia de opulencia y renovación simbolizaba cuánto había cambiado el país en apenas cinco años. Por tanto, fue blanco de descarga de la rabia de gran parte de los habaneros que empezaban a sentirse excluidos.

Alex B. lo vivió desde uno de los salientes que tiene el muro del malecón en esa zona: «Era un verdadero vendaval, le lanzaban piedras desde todas partes».

Hombres con uniforme militar y ropa civil armados frente al hotel Deauville. (Foto: Karel Poort)

Hombres vestidos con ropa civil armados en los bajos del hotel Deauville. (Foto: Karel Poort)

Es necesario volver a un elemento importante: este no fue un acto preparado de antemano, no hay líderes, ni ruta única. También por muchas otras calles de Centro Habana multitudes avanzaban sin rumbo definido. En las pocas imágenes de video difundidas de ese día, se observa cómo las personas arrastran, por esas calles interiores, los latones de basura para usarlos como barricadas.

El que podríamos considerar como foco principal continuó su marcha rumbo al Parque Maceo, aunque una parte importante se desvió por Galiano y terminó embocando por Neptuno. En esa calle se produce el primero de los dos días de saqueo que vivieron las tiendas en divisas de la arteria: «Había que aprovechar chama, lo mío era sobrevivir en la luchita diaria, así que me dije: “Luisito, tira con el bulto que va por Galiano que por ahí hay una pila de tiendas. Se veía venir”».

En el lapso que se ubica entre el mediodía y las dos de la tarde, según nuestras fuentes, no parece que haya hecho aparición aún el polémico Contingente Blas Roca. Sería a partir de la salida de la multitud desde La Punta, que se les moviliza hacia la zona del Parque Maceo y la calle Galiano, marchando hacia Malecón.

Luego de los hechos del Hotel Deauville, el grueso de los manifestantes continúa hacia el Parque Maceo, donde serán dispersados. Probablemente la mayoría de los disparos escuchados, de los cuales casi todos nuestros testimoniantes dan fe, haya comenzado a partir del apedreamiento al hotel y el desplazamiento al que nos referimos.

Alex B. cuenta: «Yo me subí en la parte más elevada que tiene el muro del Malecón en esa zona y miré hacia La Punta. Desde allá venía un camión de las Tropas Especiales abriéndose paso a lo loco entre el gentío, que se quitaba como podía. Venían disparando al aire y al llegar a Belascoaín se atravesaron en el medio del Malecón. Se bajaron y yo juraría que portaban armas largas».

Camión de la policía. (Foto: Karel Poort)

La existencia y recorrido del camión, como refiere el testimoniante, ha sido posible constatarla, no así el hecho de que se hayan bajado con armas largas. Ninguna de las otras personas entrevistadas estaba en el lugar cuando llegó. Sin embargo, creemos que es consecuente con la actuación posterior de las fuerzas del orden. Es verificable el emplazamiento, un poco más tarde, de al menos dos jeep con ametralladoras calibre 50 montadas. Aunque parezca un detalle sin importancia, estos autores consideran necesario esclarecer el punto, por lo que son bienvenidos testimonios al respecto.

VI. La represión del pueblo revolucionario a los «indeseables»

Tony era en ese entonces capitán recién ascendido de la Policía Nacional Revolucionaria en Cienfuegos. En la tarde-noche del día 4 de agosto, refiere que fueron citados todos los oficiales con carácter urgente para la jefatura provincial. Les dijeron que en La Habana la contrarrevolución estaba preparando acciones para derribar al gobierno y que estaban todos movilizados para allá a partir de ese momento. Lo recuerda bien, dice, pues estaba de franco por su cumpleaños y dejó «cerveza, ron y dominó preparado en su casa», a la que no volvió hasta unos días después.

«Los primeros oficiales nos fuimos en helicóptero en las primeras horas del 5, una vez en La Habana nos trasladaron para algún sitio donde nos dieron un pullover del Blas Roca y un palo. Y de ahí pa’ la calle».

Es necesario consignar, en aras de la objetividad, que el testimonio anterior no ha sido posible de contrastar. Al respecto solo podemos afianzarnos en dos aspectos: en primer lugar, el rumor popular que siempre ha afirmado que mezclados con los constructores reales iba un número grande de fuerzas del orden. En segundo lugar, Lazaro Yuri Valle Roca, nieto de Blas Roca, en un artículo del 5 de agosto de 2016, declaró a Martí Noticias: «Es cierto que hubo constructores que se prestaron para reprimir, pero también supimos que el contingente estaba lleno de miembros de la Seguridad del Estado y de jóvenes reclutas a quienes les dijeron que se pusieran el pulóver blanco con la imagen de mi abuelo para salir a dar palos y cabillazos a los manifestantes».

(…) «el contingente estaba lleno de miembros de la Seguridad del Estado y de jóvenes reclutas». (Foto: Karel Poort)

El operativo buscaba controlar la zona activa en ese momento, comprendida entre Galiano, Belascoaín, San Lázaro y Malecón. Existía la presunción inicial de que los manifestantes, al llegar al parque Maceo, podían tomar San Lázaro en dirección a la Plaza de la Revolución, o continuar hasta la Oficina de Intereses de los Estados Unidos.

Las unidades de contención se desplegaron desde dos puntos: el parque Maceo en el oeste hacia el Deauville, a través de Malecón y San Lázaro; mientras que el segundo lugar fue desde Galiano y Zanja, en dirección norte hacia la esquina del hotel. Fidel Castro y sus colaboradores más cercanos, una vez se asegurara la zona, llegarían a esa intersección desde Prado.

Loren V. venía desde el Cerro con su novia huyendo de los apagones:

«Llegué a Infanta y San Lázaro en bicicleta sobre las tres, o tres y media. Las calles estaban desiertas y me llamó la atención que no hubiese ni siquiera gente en los balcones. En vez de seguir para el Vedado cogimos hacia Galiano y Malecón. Vimos mucha gente mientras llegábamos, se percibía barullo y desconcierto. Sin bajarme de la bicicleta me dijeron que venían de La Punta fajaos con la policía. Vi que estaban tirando piedras desde las azoteas a los segurosos que se metieron en el Deauville. Todavía había mucho nerviosismo en la zona y venía gente diciendo que llegaría Fidel… Ahí supe que había que irse, no te puedo decir qué pasó después, pero en el Vedado casi nadie sabía nada cuando nosotros llegamos».

Los hechos no se conocieron en el resto de La Habana mientras ocurrían. Desde Alamar, el Camilo Cienfuegos, La Rampa e incluso el cercano O y Humboldt, tenemos testimonios que coinciden con las fuentes citadas. Algunos habaneros se enteraron por los vecinos que huyeron desde Malecón, o por la breve emisión de CHTV. Otros tuvieron que esperar a la intervención televisiva de Fidel Castro en la noche.

Para ese momento del atardecer, podemos afirmar que ya en varias zonas (Fontanar, Atarés, Vedado y Centro Habana) se habían desplegado los jeeps artillados que patrullaron la ciudad. Según varios testimoniantes, imperó un toque de queda de facto.

Alex B. y Loren V. recuerdan cómo los parques del Vedado fueron tomados por las unidades del Contingente Blas Roca. Estas arremetieron, ya entrada la noche, contra las personas que hacían cola para los turnos de la Oficina de Intereses del día siguiente. Dichas unidades de respuesta rápida usaban su camuflaje civil para hacer uso desproporcionado de la fuerza, con palos y objetos de metal.

Pese a la gravedad de las imágenes vistas ese día, pudo ser peor. El gobierno estuvo dispuesto a sacar los tanques, y no en sentido figurado. J, un militar en activo en aquellos momentos, nos refiere: «los tanques de infantería ya estaban listos cuando llegué a la unidad por la mañana. Nos explicaron que la contrarrevolución preparaba una acción contra el gobierno». Al llegar a su casa, la madre de Y le contó llorando que cuando la guagua de trabajadores atravesaba el túnel de la bahía había visto «al ejército esperando con las armas en la mano para ir contra el pueblo que estaba en la calle».

J.A., quien venía con su esposa desde Santa Fé, relata: «Cruzamos la Quinta Avenida, cruzamos el túnel, y llegamos a G, a la Avenida de los Presidentes. Y allí vimos que la calle estaba cerrada con un Jeep que tenía una ametralladora pesada encima, y había toda una concentración de tropas, incluso con tanquetas ligeras, que estaban estacionados en el Parque Martí». Fidel Requeijo confirma que reportes similares llegaron a la Oficina de Intereses, creando una situación de tensión entre el personal.

A esas horas —según Homero Campa en el libro mencionado—, en el edificio de las FAR el segundo hombre del país, Raúl Castro, vociferaba a través de un walkie talkie ante los dirigentes de la UPEC, citados para una reunión: «“Ya están escuchando. Se quieren tomar La Habana”. A continuación le manifestó a Abelardo Colomé Ibarra (ministro del Interior): “Ten calma, no te desesperes. Si esto se pone peor tendremos que sacar los tanques. ¡Por primera vez en la Revolución tendremos que sacar los tanques!”».

La historia de las protestas del 5 de agosto merece ser estudiada interdisciplinariamente. Resultan un ejemplo perfecto de conjunción de diversos factores como crisis económica, angustia acumulada, fracaso de los ideales, rabia, incertidumbre social y otros elementos que pertenecen a los campos donde se unen la psicología de las multitudes, los estudios filosóficos y la teoría política.

Algunas preguntas, sobre cuya base estaremos reflexionando en un próximo artículo, restan como saldo del análisis anterior y de los testimonios: ¿Cómo entender que una parte importante de los participantes en las manifestaciones eran jóvenes entre la adolescencia y la primera juventud? ¿Habían fracasado los mecanismos educativos, políticos e ideológicos que debieron hacer de esa generación, que se acercaba al año 2000, un paradigma del hombre nuevo? ¿Dónde situar políticamente lo que la psicología de las masas define como conciencia de la multitud? ¿Entre los que gritaban «Libertad» o entre los que luego corearon «esta calle es de Fidel»? ¿O en ambos? 

Las palabras de J. encierran la complejidad multifactorial de la que tal vez sea la primera —e ignorada— ruptura pública del consenso en el proceso revolucionario: «Ahora sé que me faltaba mucha información, me guiaba por la información oficial  y escuchaba los comentarios de los movilizados, tan confusos como yo. Me asusta pensar en que hubiera sido capaz de reprimir a los que protestaban. En aquel momento pensaba que eran unos antisociales, amantes de la violencia. Todo un "hombre nuevo" era yo».

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* Este texto ha sido escrito por Aries M. Cañellas Cabrera y Ernesto M. Cañellas Hernández.

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Las imágenes usadas en este texto son de la autoría del fotógrafo Karel Poort y han sido tomadas de la enciclopedia Cuba Militar y del blog Desarraigos Provocados.