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Bustos, estatuas y nivel de prioridades en Cuba

El pasado 8 de febrero, la Sala Manuel Galich de Casa de las Américas acogió la conferencia «Cráneos de africanos en los arenales del Vedado: necropolítica, ciencia y esclavismo en La Habana decimonónica», impartida por la Dra. C. Marial Iglesias Utset. Al final del encuentro, y ante un concurrido salón donde se reflexionó entre otros temas sobre el tráfico de personas traídas brutalmente desde África, la académica y actual profesora de la Universidad de Harvard llamó la atención acerca de la existencia de determinados monumentos que recuerdan hoy a figuras con un bochornoso pasado racista.

Estos son los casos de don Francisco Frías y Jacott, «Conde de Pozos Dulces» —en la habanera calle Línea desde 13 y K hasta L—, o el del Mayor General José Miguel Gómez, protagonista de la masacre contra los Independientes de Color entre mayo y julio de 1912, y cuyo majestuoso conjunto escultórico —sito en la Avenida de los Presidentes o calle G— se yergue como uno de los más vistosos de la ciudad.

En Casa de las Américas se habló de resignificación y memoria; algunos propusieron colocar una placa conmemorativa que recordara a las víctimas, cuyos cuerpos fueron ultrajados o comidos por aves de rapiña en esa zona del Vedado que comprende actualmente las calles G y Malecón, donde estuvo ubicado un cementerio en siglos pasados. 

Una semana antes de dicho encuentro, y coincidiendo con la presencia de la escritora norteamericana Alice Walker, quedó inaugurado en el Patio de la Poesía del centro histórico habanero un busto del poeta, novelista y dramaturgo afroamericano Langston Hughes, encargado al artista santiaguero Alberto Lescay Merencio. Se ofrecía así «otra señal de la unidad entre nuestros pueblos, Cuba y Estados Unidos, y se reafirmaba las conexiones culturales profundas que siempre han existido entre ambas naciones».

A propósito de estas actividades y dado que en ambos casos se habló de bustos y monumentos, cabe pensar en el interés manifiesto desde hace años en Cuba por levantar estatuas y esculturas a personajes ilustres de otras nacionalidades, y en menor medida a cubanos que dejaron para la historia un legado digno de perpetuar. ¿Nivel de prioridades?

En Cuba existe una Comisión Nacional de Monumentos, que fue constituida el 12 de enero de 1978 y está adscrita al Consejo Nacional de Patrimonio Cultural. Esa es la última instancia encargada de «precisar y declarar los bienes que deben formar parte del patrimonio cultural de la nación», según se lee en su sitio oficial. Estas instituciones, bajo la tutela del Ministerio de Cultura y otros organismos, aprueban o rechazan los proyectos. Se trata de un delicado trabajo que va más allá de la voluntad de unos pocos.

En el proceso intervienen arquitectos, diseñadores, especialistas de distintas áreas que no solo valoran las propuestas, sino que examinan cuidadosamente el lugar, la armonía con el entorno, la ubicación final. Una vez confeccionada la pieza, cuyos costos pueden ser muy altos según el material usado y en la que se exige muchísimo rigor por parte del artista y su equipo; se tendrá en cuenta la conservación y/o restauración de la obra cada cierto tiempo.

Un busto, una escultura y en mayor medida un monumento escultórico, adquieren relevancia estética, cultural y política desde el mismo momento en que se emplazan. Tras ellos hay una poderosa carga simbólica y sentimental, una deuda saldada con la historia. De ahí que duele mucho cuando una escultura o busto está en mal estado o, por el contrario, cuando esas piezas se mantienen relucientes y perfectamente conservadas.

Hay pasajes en nuestra historia que recuerdan el impacto de estas obras, uno de los más sonados sucedió en 1949, cuando marines norteamericanos ultrajaron la estatua de José Martí ubicada en el Parque Central. No se insultaba al mármol blanco y frío, se vilipendiaba a la figura del Apóstol y, como sabemos, aquella afrenta no fue tolerada por el pueblo.

Ninguna de las estatuas, bustos, tarjas o monumentos existentes en Cuba, realizados antes o después de 1959, carecen de valor y significado histórico. Sería un error suponer que en la ciudad donde vivimos, en el pequeño pueblo o en el batey sobran determinadas esculturas. Como dije anteriormente, se trata de símbolos de la nación, por tanto, su cuidado y preservación deben ser prioridad, primero de los ciudadanos y por supuesto de las instituciones encargadas de su buen estado.

No obstante, desde hace muchos años en Cuba hemos sido testigos de un dudoso nivel de prioridades a la hora de seleccionar las figuras que serán honradas en piedra o bronce. No se trata de chovinismo, nada más alejado de nuestra intención. Sentimos orgullo por Cervantes, Dante Alighieri, Frédéric Chopin, Langston Hughes, entre otros; como de los monumentos y estatuas a nuestros héroes y artistas en diversas partes del mundo. Pero al mismo tiempo, sentimos la necesidad de que grandes personalidades de la historia cubana ocupen también ese venerable sitio de honor.

¿Realmente era necesario y pertinente realizar en Santiago de Cuba una escultura a Paul McCartney antes que a Evaristo Estenoz? ¿Primero John Lennon y muchos años después Bola de Nieve? Una estatua a la suiza Enriqueta Favez para reivindicar el legado de esa mujer transgresora ¿y la de María Teresa Vera, precursora en la lucha por la igualdad de oportunidades de expresión y participación para la mujer en la música popular cubana? ¿Por qué Ernest Hemingway y el español Antonio Gades y no Manuel Corona y Rita Montaner? Sabemos que en cada una de esas decisiones han primado beneficios comerciales, turísticos, complacencia política, oportunidades económicas que no tenemos hoy, intereses de otros países y por qué no, mucho racismo y dejadez.

Nos ahorramos fórmulas y posibles soluciones sobre este tema. En el cuidado de la memoria nacional, contamos todos.