Cómo se derroca a un tirano: lecciones de la Revolución del Treinta
El 30 de septiembre de 1930, noventa y cuatro años atrás, los estudiantes declararon la guerra a Gerardo Machado. Mientras bajaban la larga escalinata de la universidad al toque de «A Degüello», no podían imaginar que iniciaban un camino que cambiaría irreversiblemente el modelo de República en Cuba.
Muchos de los que en tropel desarmado marcharon al encuentro de los policías, nunca antes se habían puesto de acuerdo políticamente, y nunca más lo harían luego de la caída de la dictadura. Figuras que, vistas a casi cien años, lucen inconexas por su posición ideológica, estrato social y evolución política futura en la historia nacional; coincidieron en aquel momento de debilidad democrática en pos de un bien común.
A los futuros políticos Auténticos Carlos Prío y Rubén de León, hasta Raúl Roa y Pablo de la Torriente, pasando por el obrero Isidro Figueroa, no les quedaría otra solución que la protesta. Habían comprendido la necesidad de revertir, por encima de posicionamientos políticos particulares, el statu quo establecido por los «patricios» de la independencia que operaban los círculos de poder criollo.
Así lo deja claro el Manifiesto «Al pueblo de Cuba» del 30 de septiembre de 1930: «Somos —conviene aclararlo desde ahora y para siempre— una fuerza pura. No nos determinamos por influencias extrañas. No nos tiñe ningún matiz partidarista. Nos pronunciamos por imperativos urgentes de la propia conciencia».
La Revolución del Treinta, pese a cargar el inmerecido sambenito «roísta» de que se fue a bolina —que el propio Roa matizaría más adelante, pero que persistió como etiqueta historiográfica—, es uno de los capítulos más interesantes, soslayados y complejos de nuestra historia. Marca la Segunda República en todos sus aspectos, incluso en aquellos concernientes al fin de la misma. Sus lecciones pueden ser muy útiles hoy.
(Re) Entender la Revolución
¿Es posible establecer una tesis de unidad en la gesta del treinta? Si se valora dicho proceso —como es común en la historiografía— desde una óptica de homogeneidad política, donde deba existir necesariamente un poder opositor central, fuerte, aglutinador, que conduzca los acontecimientos; esto nos lleva a responder negativamente la pregunta. Sin embargo, tal conclusión genera más dudas que certezas y no permite apreciar las enseñanzas reales que ese proceso legó, las cuales confluyen en una noción fundamental: bajo una dictadura, lo primero tiene que ser derrotarla.
Es necesario entonces analizar el funcionamiento heterogéneo de las fuerzas políticas de oposición en aquella época, con el fin de comprender la diferencia entre la línea de dirección de las organizaciones respecto a la actitud de sus miembros de base. Esta dinámica, aparentemente contradictoria, será más acentuada durante las luchas contra las dictaduras.
La Revolución del Treinta fue, ante todo, un proceso heterogéneo en sí mismo, en el cual existió una dicotomía entre lo que podríamos llamar «soporte opositor» y la «superestructura opositora». O sea, entre la actuación de los miembros de fila respecto a las dirigencias de las organizaciones. Esta característica dictaminó el rumbo de ese y de futuros procesos anti-dictatoriales.
Durante los tres años siguientes a la manifestación del 30 de septiembre, los líderes del Directorio Estudiantil del 30 (DEU del 30), el Ala Izquierda Estudiantil (AI) y el ABC, mantuvieron una especie de «guerra de manifiestos». Mientras ello ocurría entre las directivas, Ángel «Pío» Álvarez capitaneaba en la base los llamados «grupos de acción». Estos constituían células móviles integradas por miembros de distintas fuerzas, que con independencia de sus estructuras jerárquicas se juntaban para la realización de acciones antigubernamentales.
El estado de ingobernabilidad creado por los «grupos de acción» fue uno de los factores decisivos para que el ejército —presionado por Estados Unidos— pidiera a Machado su renuncia, lo cual, unido con la presión popular provocada por la huelga general provocó la caída de la dictadura en 1933.
La autonomía con que actuaba el «soporte opositor», y su relativa independencia de la «superestructura opositora», explica la desobediencia al llamado del Partido Comunista y del ABC tradicional —existía asimismo el ABC Radical— a abandonar la huelga general de agosto de 1933. Explica a su vez que el pronunciamiento militar del 4 de septiembre haya evolucionado, de un movimiento «doméstico» cuyo objetivo inicial fue mejorar la vida de las clases y soldados, a un asalto al poder. Fue la llegada al campamento de Columbia de miembros de distintas organizaciones, con la propuesta de deponer el gobierno, lo que provocó el cambio.
Todo régimen dictatorial ataca, persigue, encarcela… a los líderes de las organizaciones políticas opositoras. La Revolución del Treinta nos enseñó que ello no significa nada si se mantiene un estado de oposición permanente. Su período de máxima actividad revolucionaria, entre febrero del 31 y el primer trimestre del 33, ocurrió mientras los líderes del DEU, el AI y el Partido Comunista estaban presos o exiliados.
¿El objetivo común?
La Revolución del Treinta generó, por primera vez en la historia republicana, una oposición diferente a la tradicional. El cambio de paradigma se trasladó, de la antigua superestructura mambisa a la nueva oposición, creada por el propio poder al hacerla centro de sus acometidas. Al atacarla la convirtió en su igual, pero fue el respaldo social el que la volvió realmente interlocutora válida y la dotó de la fuerza y autoridad para ser elemento de cambio.
¿Cuáles son hoy en Cuba los sectores centro del «soporte opositor»? ¿La impronta de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones ha creado realmente nuevos escenarios de lucha y un nuevo cambio de paradigmas de liderazgo? ¿Cuenta, de ser positiva la respuesta, ese liderazgo con fuerza y autoridad como interlocutor válido? ¿Provoca el ciberespacio el estado de ingobernabilidad real para que se produzca un cambio o actúa como elemento de descompresión para el gobierno? ¿Si provoca un estado de ingobernabilidad, cuál será el elemento de ruptura físico?
A juicio de este historiador, el carácter dicotómico y heterogéneo del espectro opositor cubano actual se asemeja al de la Revolución del Treinta. Más allá de metafísicas y siempre estériles comparaciones, y haciendo apenas un análisis del contexto histórico, es necesario recordar que la oposición a Machado no se tornó elemento de interlocución por la fuerza de una organización única. Fue el convencimiento general de la necesidad de revertir el statu quo, el que otorgó homogeneidad a grupos tan dispares que nunca más estuvieron de acuerdo.
Una tiranía sustentada por una élite, cuyos nexos y lealtades reales sean el nivel de acceso al poder, llega a un punto en que ya no necesita vínculos ideológicos que los mantengan unidos. Estos son sustituidos por el propio poder, y el nivel de comprometimiento —más que de compromiso— que tengan con el aparato. La maquinaria generada para conservarlo deviene ente autónomo que termina por superar y controlar a la propia élite gobernante.
La generación opositora del treinta comprendió, en gran medida, que para desarrollar proyectos políticos futuros primero había que derrotar al tirano —para luego ocuparse de sus diferencias ideológicas—, pues para una dictadura que ha evolucionado a tiranía, toda oposición es la misma. El poder no hace distinciones entre los que se le oponen.
Desde los días de marzo de 1930 en que José Miguel Irisarri —que nunca fue comunista— escondió en su casa a Rubén Martínez Villena, quien era, luego de la huelga general, el hombre más buscado de Cuba; hasta la captura de Pío Álvarez en casa del Dr. Cuervo Rubio; hay una pléyade de ejemplos que ilustran que frente a una tiranía las ideologías no pueden entorpecer el objetivo común.
¿Dónde se ubicaron los intelectuales?
Un porcentaje grande de los actores del Treinta eran ya, o serían luego, intelectuales brillantes. Poetas excepcionales como Villena, narradores y cronistas como Pablo de la Torriente Brau, ensayistas agudos como Francisco Ichaso, Juan Marinello o Raúl Roa; o casos como el de Calixta Guiteras, cuya obra futura reescribiría incluso la historia mesoamericana. Muchos de ellos nutrieron, años más tarde, las ideologías políticas de todas las tendencias. Algunos, como Antonio Guiteras, sentaron las bases revolucionarias que luego seguirían otros en la década del cincuenta.
¿Qué podía unir a hombres considerados ya eruditos, como José Zacarías Tallet o Jorge Mañach, con jóvenes «alborotadores» cómo Ivo Fernández Sánchez (1) o Pío Álvarez?
Consideramos que fue, en esencia, el compromiso fruto de una educación cívica, de que nada era más importante en ese minuto que salir de la tiranía. El pensar cómo gente tan diversa logró ponerse de acuerdo ante una situación que afectaba a toda la sociedad, es crucial para entender el momento actual opositor. El enfrentamiento a una dictadura no puede concebirse como conflicto de naturaleza exclusivamente ideológica, menos aún en el contexto cubano de Partido Único e intolerancia por parte de las élites gobernantes ante una masa, cada día más amplia, de «enemigos».
Las tiranías crean opositores cada día, y la cubana no es la excepción. Entender las enseñanzas de la Revolución del Treinta significa aceptar que, debido a lo dilatado de un proceso político que tiene ya más de seis décadas, confluyen hoy —como entonces— varias generaciones con concepciones diferentes del mundo y del problema nacional. Los mismos abismos que hoy pueden separar a las generaciones opositoras cubanas, existían en aquel momento. Sin embargo, citando a Ana Cairo en su libro La Revolución del 30 en la narrativa y el testimonio cubano: «Pudiera afirmarse que la disputa generacional no divide a la intelectualidad cubana. Las discrepancias obedecen a razones políticas, a criterios culturales, pero no a un sectario concepto de generación».
Probablemente no hubiese existido la Revolución del Treinta sin la colaboración entre personas muy diferentes. Haber asumido que solo el compromiso de estudiantes, intelectuales, trabajadores, ciudadanos todos, haría posible la caída de la dictadura, hizo que ascetas como Lezama Lima corrieran al encuentro de la policía por la calle San Lázaro aquel 30 de septiembre de 1930.
La Revolución del Treinta sería luego difuminada por la reescritura de la historia posterior a 1959. Cabría indagar si ello pretendió invisibilizar las lecciones de cómo disímiles y opuestas líneas de pensamiento lograron articularse democráticamente alrededor de la lucha antidictatorial. Nunca se fue a bolina, mucho de lo sucedido posteriormente en Cuba es, de una u otra manera, consecuencia directa de aquel proceso revolucionario.
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1) Ivo Fernández Sánchez (1912-1934) hermano de Leonardo, el amigo y compañero de Julio Antonio Mella en las labores revolucionarias. Ivo fue un destacado miembro de los grupos de acción y del DEU del 30. Llegó a ocupar el puesto de vicepresidente de Joven Cuba. Murió asesinado al asaltar un camión militar que llevaba preso a su amigo Rodolfo de Armas.
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* Este texto ha sido escrito por Aries M. Cañellas Cabrera y Ernesto M. Cañellas Hernández.