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Cuba: un modelo político a contrapelo de la realidad

¿Sabe usted a ciencia cierta lo que ocurre al interior de Corea del  Norte? ¿Tiene idea de por qué no se queja el gobierno de ese país de las sanciones de sus enemigos, a pesar de que tiene muchos? ¿Conoce con precisión cómo transcurre la vida cotidiana y cuáles son las opiniones sobre su gobierno de las personas que allí viven?

La explicación es sencilla: la clase política que dirige Corea del Norte entendió muy bien ciertos principios que debe mantener un modelo ideo-político estático como el que los sustenta: 1) no ser una economía abierta y dependiente, 2) tener relativa autarquía por razones de seguridad nacional y 3) controlar férreamente la información, las comunicaciones y la opinión pública. 

Su estrategia de desarrollo autosuficiente —autarquía— le confirió prioridad al desarrollo de la industria pesada, con avance paralelo de la agricultura y en mucho menor grado de la industria ligera. Esta política se logró por la asignación preferencial de fondos de inversión estatales en la industria pesada, en especial la producción de armamentos. Para poder trasladar armamentos y recursos minerales, también invirtieron en infraestructura: carreteras, puentes, etc.

Claro, allá cuentan con una serie de recursos estratégicos muy demandados: tugsteno, molibdeno, petróleo refinado, electricidad, y eso le garantiza fieles socios comerciales, no muchos pero con capacidad importadora: China, Senegal, Nigeria, Polonia y Países Bajos.

La población norcoreana, casi 26 millones, tiene un bajísimo nivel de vida, y de acuerdo al PIB percápita ocupa el lugar 183 en el ranking de 196 países. A su vez, se encuentra entre las naciones con mayor corrupción en el sector público. No obstante, poco sabemos sobre el disenso político allí. Y es que en ese país los ciudadanos solo pueden viajar al extranjero con un permiso del Estado que rara vez se otorga, y únicamente disponen de una intranet nacional, pues el acceso a Internet es exclusivamente para cuestiones gubernamentales y para la investigación científica. Intentar acceder sin autorización puede implicar la pena de muerte.

A pesar de ser uno de los países más pobres del mundo, Corea del Norte mantiene un enorme ejército y dedica recursos a producir armas nucleares y misiles balísticos. Su autarquía, posesión de armas nucleares y control absoluto de la ciudadanía, provocan que sea difícil pensar en cambios a corto, mediano e incluso largo plazo en esa nación. Así lo proclama la ideología Juche, sobre la cual se erige la noción de irreversibilidad de la clase política coreana.

El caso cubano tiene una gran similitud en cuanto a que declaró la irreversibilidad de su modelo político. Pero, como analizo a continuación, lo hizo a contrapelo de la realidad y desconociendo principios que podrían hacerlo viable.

¿Sabe usted a ciencia cierta lo que ocurre al interior de Corea del  Norte? ¿Tiene idea de por qué no se queja el gobierno de ese país de las sanciones de sus enemigos, a pesar de que tiene muchos?

¿Irreversibilidad política o prepotencia injustificada?

Cuando ocurrió el derrumbe del campo socialista, del cual dependía la Isla en grado sumo, en lugar de encauzar un proceso de reformas que de manera proactiva le permitiera mantener su control político a cambio de garantizar niveles crecientes de prosperidad —como ocurriera en China y Vietnam—, la clase política cubana se dedicó a pedir resistencia y sacrificios al pueblo en la misma medida que diseñaba una economía que —si bien férreamente centralizada siempre—, priorizó la exportación de servicios y el turismo (o mejor dicho, la construcción de hoteles, porque el turismo es una industria que requiere encadenamientos productivos que jamás se establecieron).

Tales medidas nos fueron convirtiendo en una nación cada vez menos exportadora; en una economía que prefirió los capitales extranjeros en lugar de intentar fomentar una sólida industria nativa —en combinación de los sectores público y privado— y una agricultura que cada vez aporta menos a la alimentación; en una economía endeudada y muchísimo más sensible a altibajos geopolíticos, pandemias, oscilaciones en los precios del combustible, etc.

Sabiendo que la hostilidad del gobierno norteamericano era una variable fija en la ecuación política, la ignoraron deliberadamente, e incluso la fomentaron cuando les convino. Quedamos sujetos a las veleidades de un grupo militar empresarial que descuidó de manera irresponsable la infraestructura y la industria básica —cruciales para el desarrollo e independencia económica de cualquier nación, e incluso para atraer capitales—, y lo apostó todo a erigir hoteles y exportar servicios médicos, para quejarse plañideramente del bloqueo en la misma medida en que sus decisiones nos debilitaban más ante él.

Siendo un grupo cerrado, conservador y poco transparente, tiene una mentalidad usurera y rentista. Abandonó con negligencia las bases autónomas de sustentación nacional hasta llegar a tener que importarlo casi todo. Recuerdo la época en que se caracterizaba a la economía cubana como subdesarrollada pues sus exportaciones —incluso durante un período de la etapa socialista— eran: azúcar, cítricos, ron, tabacos, níquel... Aquello era el paraíso comparado con la actualidad. Actualmente hay que escuchar al presidente pedir a los municipios que «guapeen» su comida, sin que el centralizador y castrante estado garantice las condiciones para viabilizar tamaña exigencia. Nos cortaron las piernas y ahora, cual Jesús a Lázaro, nos dicen: «levántate y anda».

Para colmo de incoherencia, aunque demoraron muchísimo —y lo hicieron con reticencia—, debieron autorizar el acceso masivo a Internet. Es que para el tipo de economía que diseñaron, ello era obligatorio. Una economía de servicios no podía continuar desconectada de la red global. El turismo exige visibilidad e inmediatez, tanto para ser gestionado como para atraer nuevos clientes; además, a la burocracia le encanta vivir parásita de las remesas. Ambas cosas requerían conexión a la red de redes para mostrar el paraíso lleno de playas, sol, palmeras y hoteles de lujo; para mover negocios digitales de transferencia de divisas y venta de productos, y para enmascarar la corrupción y no dar cuenta de sus negocios. O eso creían (gran error).

Imagino los comentarios de la dirigencia coreana: ¡enloquecieron los cubanos¡ Efectivamente, el estado actual de cosas muestra una inflexión abismal respecto al deseado por el grupo de poder que nos dirige. El paraíso quedó opacado por las imágenes de pobreza —e incluso miseria en algunas zonas— abandono, insalubridad y deterioro. Por su parte, la gente de la isla aprendió muy pronto que la nueva época le daba voz, una voz invisibilizada por décadas de exclusión y obediencia. Había concluido el monopolio de «la verdad única».

Como publicó alguien en Facebook: «¿Pensaron que el Internet solo era para recaudar divisas con ETECSA? Se embarcaron porque ya muchos cubanos abrieron los ojos y no les creen ni las “reales” ni ninguna noticia».

Llegados a este punto, todo lo que ocurre actualmente es perfectamente lógico. Incluyendo la visita veraniega de barcos y un submarino nuclear rusos; sí, los mismos rusos que abandonaron hace años la base cubana de Lourdes por órdenes de Putin; los mismitos descendientes de los «hermanos» soviéticos que retiraron en su momento los cohetes sin pedir opinión a la parte cubana. Pero ahora Putin necesita «marcar territorio» en el Caribe, y eso le va como anillo al dedo a la dirigencia de la Isla, que tras el 11j le teme al verano como en Juego de Tronos se le temía al invierno.

Durante décadas usaron sobre la sociedad dispositivos de control más sutiles: la educación, los medios, el arte, el discurso político. Todos estos se han debilitado hoy.  Aun así, la clase política que detenta el poder no ha sido capaz de valorar un escenario digno, que incluya un diálogo nacional, o siquiera una amnistía a los cientos de presos políticos; de modo que solo le quedó el camino de la violencia contra la ciudadanía; y lo ha enrumbado sin miramientos.

Para ellos no existimos. Nos excluyeron siempre. Su interlocutor soñado es los Estados Unidos, pero allá no les van a hacer caso ahora, pues la capacidad negociadora de la clase política insular ha disminuido en la misma medida en que lo ha hecho el consenso interno de que disfrutó tiempo atrás. Al descuidar los programas sociales que le permitieron gobernar con apoyo durante las primeras décadas, perdieron la fidelidad de una base popular abandonada a su suerte hoy, y crearon un disenso que no han logrado aplastar pues tiene razones justas, raíces autóctonas… y visibilidad. Y eso es demasiado obvio para los políticos norteamericanos. Además, con los barcos rusos recorriendo el Caribe, dudo que se sientan motivados a negociar con el gobierno cubano en igualdad de condiciones… a no ser que se le entregue la parte del león.

La burocracia política ha creado un Frankenstein en Cuba: un estado opresivo al que declararon eterno en una etapa de crisis estructural y sistémica irreversible, y en condiciones de la era digital en que ya no es posible ocultarlo o evitar que sea denunciado. Es un estado que debe gastar cada vez más en el aparato de vigilancia y represión interna, pero que tiene cada vez menos recursos para ello. Por eso se auto aniquila paulatinamente. Por eso no consigue frenar el auge de la delincuencia. Es combatirla a ella o a la disidencia, y ya sabemos cuál ha sido la elección.

Para pretender inmutable un modelo político de partido único, excluyente y sin democracia, habría que tener una economía con recursos suficientes, una base industrial significativa, insertada en el comercio mundial y que genere relativas cuotas de bienestar social, como ocurrió en China y Vietnam; o una economía con relativa autarquía y férreo control militar, que mantenga muy empobrecida a la sociedad pero controle con mano de hierro las opiniones y la información al no admitir el acceso a ella.  

La burocracia cubana intenta eternizar su modelo dando la espalda a tales experiencias. Su existencia sin conflictos dependió de tener un país-pilar al cual asirse: primero la URSS, luego Venezuela. En ausencia de ellos, solo cuenta con una economía de escasos recursos, dependiente por completo de las relaciones exteriores, sin autonomía alimentaria mínima, con un retroceso de sus programas sociales y con el acceso de las personas a información y prensa alternativa y capacidad de interpelar al Estado. Las bases de esa utópica aspiración son la soberbia y la prepotencia.

Un modelo así constituye un verdadero anacronismo. No se reformaron cuando debían —y podían—, y ahora no tienen tiempo para hacerlo con la celeridad que impone un disenso creciente. Se encuentran en un callejón sin salida. Hasta su antimperialismo de discurso caducó: ya empezaron a poner precio al suelo nacional y han deseado éxitos en guerras de conquista a un país agresor.

Están a la defensiva, y eso hará que apelen en cualquier momento a la declaración de un estado excepcional de «emergencia nacional», como estipula el Capítulo X de la Constitución de 2019, que pasó desapercibido para tantos en la consulta popular. De hecho, han pasado cinco años de entrada en vigor de la Constitución sin que sean aprobadas las leyes complementarias que normarían los derechos ciudadanos, de modo que declarar un estado de excepción sería admitir sin hipocresía lo que hacen normalmente.

El camino de la violencia desembozada comenzó el 11 de julio de 2021, pero escalará mucho más. Será duro vivirlo, sin embargo, como proceso histórico dará para análisis y libros en el futuro próximo, cuando se escriba la historia de estos años terribles. Además, servirá para recordarnos una lección sobre lo que no debemos aceptar nunca más y sobre la importancia de crear estructuras cívicas en defensa de nuestros derechos vulnerados.

¿Excepcionalidad cubana? Para nada. La estructura de ese modelo generó consecuencias similares dondequiera que fue aplicado. Así lo expresa Milovan Djilas en su libro La nueva clase: «A causa de su monopolio y de su totalitarismo, la nueva clase se encuentra inevitablemente en guerra con cuanto no administra o controla y ha de aspirar deliberadamente a vencerlo o a destruirlo».

No obstante, sugeriría a la dirigencia cubana que lo piense varias veces antes de actuar así. El día que salgan los tanques a la calle, el día que disparen abiertamente contra una hipotética protesta popular, esa violencia, ya denunciada en foros internacionales, atraerá no solo sanciones sobre nuestro país, sino que será el aldabonazo cívico para que muchos compatriotas entiendan que solo queda comprometerse como sujetos políticos. Y lo harán. No tengo dudas al respecto. Siempre en los procesos históricos de ruptura en Cuba, el repudio popular se tornó masivo cuando comenzó el derramamiento de sangre. Ojalá no lleguemos a ese momento.