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Cuba, 1962 / Ucrania, 2022 

El pasado octubre, en entrevista para un documental de la televisión estatal rusa sobre la crisis de los misiles de 1962, el ministro de Relaciones Exteriores Serguey Lavrov, afirmó que existían similitudes entre la crisis de octubre de 1962 en Cuba y la situación que confrontaba su país en 2022, debido al hecho de que Rusia estaba siendo amenazada por las armas occidentales en Ucrania. (Aljazeera, octubre 30 de 2022)

Con estas palabras, Lavrov trató de justificar la invasión a Ucrania describiendo a Rusia como víctima e ignorando que han negado el derecho de la nación ucraniana a su autodeterminación, como fue el caso de la nación cubana respecto a Estados Unidos desde 1959. La comparación de ambas situaciones aclarará aspectos de las dos crisis que considero no han sido examinados.

Antecedentes

El caso de Cuba. Cuando en 1902 su independencia es oficialmente declarada, fue menoscabada por la Enmienda Platt, impuesta por los Estados Unidos y que le daba derechos a intervenir en los asuntos internos de la Isla. Tal enmienda fue abolida en 1934, pero la subordinación de Cuba al Norte, especialmente en términos económicos, se mantuvo.

La dictadura que Fulgencio Batista impuso el 10 de marzo de 1952, fue derribada el primero de enero de 1959 por una revolución inicialmente liberadora y democrática. Motivados en parte por la ideología pro-soviética de varios de sus líderes, especialmente Raúl Castro y Ernesto Che Guevara (este último se convirtió en crítico de la URSS dos  años más tarde), y en parte por la oposición de Estados Unidos, que para fines de 1959 había decidido intentar el derrocamiento del gobierno cubano, el régimen de Fidel Castro abandonó sus promesas democráticas.

Aprovechando su inmensa popularidad inicial debido a medidas revolucionarias como las reformas agrarias y urbanas, entre otras, el gobierno asumió actitudes claramente represivas y antidemocráticas. Entre ellas debemos mencionar la purga, y en muchos casos encarcelamiento, de la mayoría de los líderes sindicales democráticamente electos tras la victoria de la Revolución, para darle el control del movimiento obrero a los comunistas y sus simpatizantes, lo que comenzó en el décimo congreso obrero de noviembre de 1959.

Fidel Castro en el X Congreso de la CTC, en noviembre de 1959. (Foto: Archivo del periódico Trabajadores)

Asimismo, fueron eliminados los órganos de prensa independientes a mediados de 1960, y casi todas las organizaciones independientes de la sociedad civil, como el caso sumamente importante de las organizaciones negras a finales de 1959, y las de mujeres en 1960.  

En el campo político, el gobierno cubano se enrumbó decididamente hacia un sistema unipartidista basado en el modelo soviético de supuesto «centralismo democrático». Primero con la fundación de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI) en 1961, y poco después con la creación del Partido Unido de la Revolución Socialista (PURS), que ya existía cuando la crisis de octubre de 1962. El PURS fue finalmente substituido por el Partido Comunista Cubano (PCC) en 1965. Por supuesto, el PCC prohibió la existencia de otros partidos.

El gobierno revolucionario contaba con la mayoría del pueblo, cuyo apoyo hasta entonces no había disminuido en mayor escala. Para octubre de 1962 el régimen imperante en Cuba, aunque popular, no tenía absolutamente nada de democrático. Pero eso no quería decir, como veremos más tarde, que el país no tuviera derecho a la autodeterminación nacional respecto al imperio estadounidense que intentaba controlarlo.

El caso de Ucrania. Tras un breve período de independencia, a raíz de las revoluciones rusas en 1917, fue forzosamente convertida en colonia interna de la URSS y sujeta a crímenes inimaginables, como el ocurrido en 1932 con la desastrosa hambruna provocada por Stalin como parte de su campaña para colectivizar la agricultura soviética.

Con el colapso de la URSS, en 1991, se celebraron elecciones para determinar el futuro político del país. A ellas acudió el 84 por ciento de la población ucraniana elegible para ejercer el voto. La independencia fue apoyada por el 90.32% de los votantes, únicamente el 7.6% de ellos se opuso. Vale notar que el voto a favor de la independencia ucraniana incluyó más del 80 por ciento del sufragio en los distritos del este del país, más tarde ocupados por la federación de Rusia desde antes de la invasión de febrero de 2022.

Asimismo ocurrió con el 54% de votantes en la península de Crimea, también ocupada por Rusia antes de 2022, pero donde gran parte de la población era rusa. Aquí me refiero al origen nacional de esas personas y no al uso de la lengua rusa que, en el contexto ucraniano, no significa necesariamente una identificación con la nacionalidad rusa, de la misma manera que en la América Latina, el uso del castellano no implicaba una identificación nacional con España en el siglo XIX.

(Mapa: RTVE)

Respecto al sistema político imperante en la Ucrania contemporánea, la organización Freedom House —a la que no se puede acusar de izquierdismo—, clasificó a Ucrania en 2022 solamente como «parcialmente libre», con una calificación de 60 puntos de un máximo posible de 100. Dicho reporte indica que, aunque se han registrado mejoras desde el derrocamiento del jefe de estado Viktor Yanukovych en 2014, la corrupción sigue siendo endémica y las iniciativas gubernamentales para combatirla han experimentado reveses. Añade asimismo que los ataques contra periodistas, activistas de la sociedad civil y miembros de grupos minoritarios, son frecuentes y las respuestas policiacas a ellos en su mayor parte inadecuadas.

Los oligarcas ucranianos siguen teniendo mucho poder y, de acuerdo al Índice de Percepciones de Corrupción de la organización Transparencia Internacional, es considerado un país europeo con pésimo récord, superado solamente por Rusia. Lamentablemente, el gobierno de Zelensky ha aprovechado la situación crítica del país para imponer una política neoliberal que afecta los derechos laborales de los obreros ucranianos.  

Como en el caso de Cuba en 1962, es indispensable señalar que ninguno de los indudables defectos del sistema político ucraniano justifica la invasión rusa que comenzó el 24 de febrero de 2022. Vladimir Putin dijo que había que eliminar el fascismo en Ucrania. Es cierto que un grupo de extremistas de derecha trataron de apropiarse del movimiento democrático de Maidan, de 2013 a 2014, y que algunos soldados ucranianos han añadido símbolos nazis a sus uniformes, pero esa misma extrema derecha ha obtenido un muy reducido número de votos en las elecciones que se han realizado en dicho país.

De hecho, es Vladimir Putin el que ha tenido una asociación muy notable con la política de derechas, tanto en la federación rusa como en el extranjero. El líder ruso ha sido influido por las ideas de ideólogos derechistas rusos, como Lev Gomilev y Alexander Dugin, mientras que se ha asociado en el extranjero con Marine Le Pen en Francia y otras figuras derechistas europeas. Es notable que los representantes de agrupaciones que Putin ha enviado últimamente a Cuba, incluyan al Instituto Stolypin, nombrado en honor al primer ministro y Ministro del Interior reaccionario de la Rusia Zarista de 1906 al 1911.

Putin ha sido también muy crítico de V. I. Lenin por el internacionalismo del líder bolchevique, a quien culpa por legitimar el derecho de los ucranianos a la autodeterminación nacional. Al mismo tiempo, ha elogiado a Stalin por su patriotismo y nacionalismo ruso. En realidad Putin ha sido un líder imperialista, como lo demuestran su injerencia política e intervención militar en Bielorrusia, Chechenia, Georgia, Kazajistán, Moldavia, y las más lejanas Libia y Siria. En el caso de Ucrania, Putin ni siquiera reconoce a ese país como nación. Un par de días antes de la invasión a Ucrania, afirmó que esta era una parte integral de Rusia con la que compartía «su propia historia, cultura y espacio cultural».

El dirigente ruso tiene razón sobre la provocativa expansión de la OTAN para aislar a Rusia, a pesar de las promesas que varios líderes occidentales hicieron al presidente soviético Gorbachov de que esos países no aprovecharían su victoria en la Guerra Fría para extender la OTAN más allá de sus límites a finales de los ochenta. Tiene mucho sentido que, si la OTAN fue creada con el propósito explícito de contener y eventualmente derrotar al comunismo soviético, ¿qué propósito tenía expandirla una vez que este había sido derrotado? Lo lógico hubiera sido disolverla. Pero una cosa es la lógica democrática e internacionalista y otra muy diferente es la lógica expansionista e imperialista seguida por la OTAN.

El hecho es, sin embargo, que la propuesta de que Ucrania se uniera a la OTAN no estaba en la agenda política y solo se consideraba una posibilidad lejana en 2022. Aun así, supongamos que era cierto que iba a solicitar ingreso en la OTAN en 2022. ¿Justificaría ese hecho una invasión rusa? Cuba se unió en 1972 al Consejo de Ayuda Mutua Económica dominado por la URSS, pero si se hubiera unido también al Pacto de Varsovia del este de Europa comunista en los sesenta, ¿hubiera ese acto justificado una invasión estadounidense? Como sabemos, la invasión rusa a Ucrania tuvo el efecto opuesto al propósito de Putin de debilitar a la OTAN, pues provocó que países con una larga historia de neutralidad, como Suecia y Finlandia, solicitaran ser miembros de la OTAN por temor al daño que Rusia pudiera infligirles.  

En realidad, los reclamos de Putin respecto a la supuesta identidad entre Rusia y Ucrania, así como sus intervenciones en Chechenia, Georgia, y otros países están relacionados con la noción de «esferas de influencia» que reclaman tanto el imperialismo ruso como el estadounidense para controlar a otros países, estén situados en la Europa del Este en el caso de Rusia, o en la América Latina y el resto del hemisferio occidental en el caso de Estados Unidos.

Esa es la razón principal del descontento de Putin con la expansión de la OTAN, ya que, países situados cerca de Rusia, como Finlandia —con la cual comparte cientos de kilómetros de frontera— y Suecia apoyan a la OTAN aún más como resultado de la invasión rusa a Ucrania. Es necesario señalar que la mera noción de «esfera de influencia», apoyada también por muchos políticos y académicos que distan de ser partidarios de Putin, es un concepto netamente imperialista, ya que establece la proximidad geográfica como fuente legitima de expansión política.

Es por eso por lo que el principio de autodeterminación nacional es imprescindible por su naturaleza antiimperialista, pero también porque reafirma el concepto democrático de que son los habitantes de una nación los que deben resolver sus problemas y tomar control de su destino. Eso no quiere decir que personas que viven en varios países no puedan y deban ayudar a los que residen en otras naciones, especialmente cuando se tratan de pueblos oprimidos por dictaduras y oligarquías. Pero deben hacerlo a través de organizaciones independientes de la sociedad civil (por ejemplo, sindicatos, iglesias y organizaciones de derechos humanos independientes), y no a través de organizaciones gubernamentales de los países imperialistas, que en realidad tienen intereses contrarios a la autodeterminación de los que pretenden ayudar.

La autodeterminación nacional no debe depender de la buena conducta de los gobiernos de los países que legítimamente la reclaman. En 1935 el mundo democrático y progresista apoyó la lucha por la autodeterminación de Etiopia contra la invasión italiana, a pesar de que Etiopia estaba dirigida por un gobierno antidemocrático y reaccionario que incluía hasta la esclavitud entre sus instituciones. En esos momentos, defender la independencia de Etiopia respecto al imperialismo italiano no estaba en contradicción con auxiliar a aquellos que luchaban por la democratización de ese país, incluyendo la defensa de los derechos de las naciones suprimidas por el emperador etíope Haile Selassie.   

Cuba en 1962 y Ucrania en 2022: similitudes y diferencias

El 17 de abril de 1961, 1400 cubanos exilados, organizados y armados por agencias estadounidenses como la CIA, desembarcaron por Playa Girón en la costa sur de Cuba. Los invasores fueron derrotados en pocos días y cientos de ellos encarcelados por el gobierno cubano para ser eventualmente intercambiados por equipos agrícolas y otros bienes suministrados por Washington. Es importante notar que el 16 de abril, anticipando la invasión, Fidel Castro proclamó el carácter socialista de la revolución.

Para reiniciar la política agresiva que llevó a Washington al desastre de abril de 1961, el presidente John F. Kennedy y su hermano Robert Kennedy, entonces fiscal general de la nación, a finales de noviembre de 1961 comenzaron un programa de ataques terroristas y operaciones clandestinas contra Cuba titulado Mangosta. Su ambición era restaurar la hegemonía y credibilidad del poder imperial estadounidense en el hemisferio occidental.

Fue en ese contexto que Fidel Castro tuvo una entrevista secreta con Nikita Jrushchov, a principios de 1962, donde acordaron un programa secreto para instalar misiles nucleares en Cuba con la capacidad de alcanzar a los Estados Unidos. Durante las últimas décadas, en varias reuniones internacionales con representantes del gobierno cubano y de los Estados Unidos, así como en artículos de la prensa extranjera y medios oficiales cubanos, se han revelado detalles importantes de la intervención soviética en Cuba.  

Fidel Castro y Nikita Jrushchov en 1962 (Foto: Sputnik)

Un ejemplo es la obra del teniente coronel Rubén G. Jiménez Gómez, jefe de las tropas cubanas relacionadas con el manejo de los misiles.  De acuerdo con él, la Agrupación de Tropas Soviéticas (ATS) fue enviada a la Isla desde mediados de julio hasta principios de noviembre de 1962 para implementar la decisión de trasladar armas nucleares a Cuba, tomada el 24 de mayo de 1962 por el Consejo de Defensa de la URSS y refrendada por el Presídium del Comité Central del PCUS el 10 de junio.

Esta iniciativa involucró a 53, 000 hombres de varios sectores de las fuerzas armadas soviéticas, que fueron transportados a Cuba en 85 embarcaciones del Ministerio de la Marina Mercante soviética en 185 travesías. Como explicó el teniente coronel Jiménez Gómez, el envío de cohetes de alcance medio e intermedio tenía el propósito de impedir una invasión estadounidense contra Cuba, mientras las armas nucleares tácticas serían usadas en el caso de una invasión estadounidense contra las cabezas de playa donde los norteamericanos estuvieran desembarcando y contra las concentraciones de los buques de los invasores.

En otras palabras, las armas nucleares tácticas no eran armas disuasivas sino de combate. De hecho, el teniente coronel Jiménez Gómez señaló que, si las tropas soviéticas hubieran tenido que defender los cohetes estratégicos, así como a sí mismos contra una invasión, sería difícil creer que se hubieran abstenido de emplear cualquiera de sus armas.(1)   

Aunque esta intervención masiva de la URSS no hubiera ocurrido sin el consentimiento de Fidel Castro y el gobierno cubano, vale la pena notar que el gobierno soviético no estaba seguro de que los cubanos darían el permiso para que ellos procedieran con sus planes. Aunque en última instancia fue un acuerdo mutuo, Fidel Castro insistiría más tarde en que accedió a las propuestas soviéticas mucho más allá de lo que convenía a Cuba para fortalecer al «campo socialista».

De hecho, según el mariscal Biriuzov —uno de los integrantes de la comisión que llegó a Cuba el 29 de mayo de 1962 para obtener la autorización cubana para la llamada Operación Anadir—, había regresado del viaje con la impresión de que los dirigentes cubanos se consideraban mucho más como benefactores de la URSS y de su causa que como sus protegidos.(2)   

No obstante, es de suma importancia subrayar que, aunque el gobierno cubano cooperó activamente con la implementación del acuerdo con la URSS en los aspectos militares y logísticos, no tuvo participación alguna en las decisiones militares y políticas de la llamada operación Anadir. Por ejemplo, la decisión sumamente importante de derribar uno de los muchos aviones estadounidenses U2 que volaban sobre Cuba para fotografiar las instalaciones soviéticas, que resultó en la muerte del piloto estadounidense Rudolf Anderson el 27 de octubre, fue tomada por las autoridades militares soviéticas sin siquiera consultar a los jefes militares cubanos antes de adoptar una medida de consecuencias posiblemente muy serias.

A diferencia de Cuba en octubre de 1962, no hay tropas extranjeras en territorio ucraniano, con la posible excepción de algunos individuos y pequeños grupos, generalmente de derecha, que apoyan a los ucranianos como voluntarios, y de las fuerzas mercenarias del Grupo Wagner, al que pertenecen muchos ex presos comunes rusos que han combatido en el este de Ucrania a favor de Rusia.

Hasta el momento no parece haber armas nucleares, ni de un lado ni del otro, en territorio ucraniano. Al mismo tiempo, Ucrania depende en alto grado de la ayuda militar y económica de los países de la OTAN y de Estados Unidos. Aunque la dirección militar y decisiones tácticas en el terreno de combate están en manos de oficiales ucranianos, no hay duda de que, al nivel de la provisión de armamentos, municiones, entrenamiento, inteligencia, estrategia militar y asistencia económica en general, la ayuda que los países de la OTAN proveen a Ucrania ha sido indispensable.

Por ejemplo, el 23 de junio el New York Times reportó que 36,000 tropas ucranianas habían sido entrenadas en el exterior. Aun así, Estados Unidos ha resistido y demorado todo lo posible el proporcionar aviones militares a Ucrania, aunque eventualmente, y junto a otros aliados, facilitaron los modernos tanques Abrams y Leopard 2. Claramente, tanto Estados Unidos como Alemania y otros miembros de la OTAN quieren evitar, por lo menos por el momento, un conflicto militar de mayor alcance con Rusia.

(Imagen: Al Jazeera)

Si comparamos la Ucrania de 2022 y 2023 con la Cuba de octubre de 1962, no cabe duda de que el argumento de muy conocidos intelectuales y académicos que menosprecian la iniciativa, participación y grado de control político y militar ucraniano en este conflicto, el cual presentan principalmente como un conflicto entre Rusia y el Oeste en el que los ucranianos juegan un papel mayormente de carne de cañón, se podría aplicar mucho más a la Cuba de 1962 que a la Ucrania de 2022 y 2023.

También hay que tener en cuenta que existe un gran conflicto de intereses entre Ucrania y los países de la OTAN que la apoyan, por lo menos en términos de la solución del conflicto. Ucrania lucha por el restablecimiento de su integridad territorial, que incluye recuperar territorios ocupados por Rusia en el este del país, así como la península de Crimea. Pero esa no es precisamente la meta de Estados Unidos y sus aliados europeos de la OTAN.

Estos últimos quieren derrotar a Putin, pero probablemente estarían satisfechos si este aceptara al statu quo de antes del 23 de febrero de 2022, lo cual no es ciertamente la única meta del gobierno ucraniano. De hecho, varias publicaciones norteamericanas importantes, como Foreign Affairs, han insistido que después de que concluya la muy esperada ofensiva ucraniana de verano, este país debe comenzar a negociar con Rusia para llegar a un acuerdo que casi seguramente no incluiría todas las reclamaciones territoriales ucranianas.

Para el sistema imperialista de Estados Unidos y sus aliados europeos, Ucrania es una ficha en un tablero mucho más grande, con prioridades claramente diferentes de los de la clase gobernante ucraniana. Es precisamente aquí que reside la importante similitud de la Ucrania de 2022 y 2023 con la Cuba de octubre de 1962, dado que a los dirigentes soviéticos les importaban mucho más las relaciones de poder con los Estados Unidos que la soberanía e integridad nacional de Cuba, como por ejemplo, cuando la URSS ignoró la demanda del gobierno cubano para que los estadounidenses se retiraran de la Base Naval de Guantánamo.

Aún más grave fue lo que sucedió con las negociaciones entre Washington y Moscú para resolver la crisis, que puso en peligro no solo la paz mundial sino hasta la sobrevivencia de una buena parte del planeta. Moscú aceptó retirar los misiles de Cuba a cambio de las promesas que hizo Washington de que no iba a invadirla, y especialmente con la promesa secreta de que Washington retiraría los llamados misiles Júpiter de alcance medio instalados en Turquía (este fue un acuerdo secreto a petición de los EE.UU., dado que Kennedy no quería mostrar públicamente debilidad alguna en sus tratos con la URSS a pocos días de las elecciones parciales de principios de noviembre).

Tanto Jrushchov como Kennedy ignoraron a Fidel Castro y las que eran después de todo sus justas demandas políticas (las más importantes eran la abolición del bloqueo económico y el cierre de la base naval de Guantánamo). Enfurecido, y con amplio apoyo popular, Castro denunció el acuerdo entre las dos superpotencias y rehusó cualquier tipo de inspección extranjera para constatar el retiro de los misiles. Fue por ese motivo que las inspecciones fueron realizadas por la fuerza área norteamericana en altamar con la cooperación de las tripulaciones marítimas soviéticas. Pero las denuncias muy fuertes de Fidel Castro ocultaron el hecho de que él concedió y aceptó que la URSS tuviera el control militar y político en Cuba en 1962.

Con razón, un amplio sector de la izquierda internacional se ha hecho eco a través de los años de la fuerte crítica que Fidel Castro hizo a los líderes de la URSS porque estos resolvieron el conflicto de los misiles ignorando totalmente a Cuba. Sin embargo, al mismo tiempo la mayoría de la izquierda internacional ha ignorado el control total que la URSS ejerció sobre sus operaciones militares en la isla con el obvio consentimiento de Fidel Castro. Más grave aún es que, tanto la mayoría de la izquierda internacional como el gobierno cubano, se adhirieron a una versión de lo que el sociólogo radical estadounidense C. Wright Mills denominó «realismo demente», cuando aprobaron el envío de armas nucleares a Cuba por parte de la URSS.

Como hemos visto, estas eran tanto de mediano y largo alcance como tácticas para combates a corta distancia. Esos hechos aumentaban significativamente la posibilidad de encuentros armados nucleares con Estados Unidos (después de todo, el único país que hasta el día de hoy ha usado armas nucleares en Hiroshima y Nagasaki), donde los más perjudicados por sus efectos hubieran sido los mismos cubanos. Solo una minoría izquierdista criticó y condenó el carácter nuclear del encuentro entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, como fueron el importante grupo británico “Committee of 100” (Comité de los 100), contrario a las armas nucleares, y grupos radicales y socialistas opuestos tanto a Washington como a Moscú.

(Foto: Rethinking Security)

Por su parte Fidel Castro, aunque tuvo razón en sus quejas contra el comportamiento de la URSS, acompañó su «realismo demente» con lo que legítimamente se pudiera llamar el «culto a la muerte». Este ha sido un aspecto de la ideología de los líderes revolucionarios cubanos que ha recibido la crítica de sus oponentes hasta el día de hoy, como en el bien conocido video Patria y Vida y su oposición explícita al eslogan del gobierno cubano «Patria o Muerte».

En la carta que Fidel Castro dirigió a Nikita Jrushchov el 26 de octubre de 1962, este exhorta al líder soviético a emplear métodos extremos como represalia a una invasión norteamericana a Cuba en las siguientes palabras: «(…) porque creo que la agresividad de los imperialistas se hace sumamente peligrosa y si ellos llegan a realizar un hecho tan brutal y violador de la Ley y la moral universal, como invadir a Cuba, ése sería el momento de eliminar para siempre semejante peligro, en acto de la más legítima defensa, por dura y terrible que fuese la solución, porque no habría otra».(3) 

A la luz de estas palabras, está claro que cuando él se refería a una forma de combate que «eliminaría para siempre semejante peligro», aludía a un ataque nuclear soviético a los Estados Unidos. Por supuesto, dicho ataque hubiera exterminado no solo a los gobernantes, grandes capitalistas e imperialistas, sino también a trabajadores, niños, blancos y negros, así como a millones de personas que no tenían culpa o responsabilidad alguna por las barbaridades del imperialismo estadounidense.

Por supuesto, como dijimos anteriormente, tal ataque a los Estados Unidos también habría tenido efectos funestos sobre el pueblo de Cuba. Nuevos documentos de los archivos de la URSS revelados en Rusia citan a Jrushchov reaccionando a la carta de Fidel Castro con la exclamación, «¿Qué es esto? –una locura temporal o la ausencia de cerebro?».(4) 

De hecho, en una conferencia realizada en La Habana en octubre de 2002 para conmemorar el 40 aniversario de la crisis de los misiles, Fidel Castro manifestó que Cuba hubiera preferido una invasión estadounidense en vez de aceptar la humillación que resultó del retiro súbito de los misiles, y añadió en este contexto que «Cuba puede ser eliminada pero nunca derrotada –si todos hubiéramos muerto, no hubiera sido una derrota».(5)   .  

Es cierto que la actitud hacia la muerte de Fidel y sus compañeros tiene raíces en la historia cubana, en el sentido de que los mambises que pelearon contra el colonialismo español por treinta años estaban dispuestos a sacrificar la vida por la independencia.  Pero cuando los mambises peleaban con sus machetes en contra de los soldados españoles armados con sus Mausers, estaban arriesgando sus vidas y la de sus compañeros de combate, así como obviamente la de los soldados españoles, pero no la de aquellos cubanos que por un motivo u otro no participaban en los combates independentistas, y mucho menos la de los españoles que no estaban en Cuba peleando contra los cubanos.

De hecho, fue el gobierno criminal del general Valeriano Weyler, y no los mambises, quien tomó medidas de carácter casi genocida en octubre de 1896 con la Reconcentración de los campesinos y sus familias en pueblos y ciudades para que no pudieran ayudar a los mambises. Como resultado de la política de Weyler, los «reconcentrados» no podían cultivar su comida y murieron de hambre y enfermedades provocadas por condiciones de vidas deplorables.

Valeriano Weyler (Foto: El Comercio)

En las décadas del treinta y el cincuenta, muchos cubanos generalmente jóvenes, incluyendo a Fidel Castro y sus seguidores, lucharon valientemente con armas en las manos contra las dictaduras de Machado y Batista; no con machetes, sino con pistolas, rifles, ametralladoras y hasta algún que otro tanque capturado al ejército batistiano.  Pero este tipo de armas y las batallas libradas no distaban tanto de las de los mambises como sí distaban de las armas nucleares y el tipo de batallas que estas inevitablemente implican.

En otras palabras, hay una diferencia cualitativa entre por un lado los muertos, heridos y torturados por los esbirros de Machado y Batista y aun los campesinos víctimas de Weyler, y por otro lado las víctimas de Hiroshima y Nagasaki y el gran peligro que el destino de estas ciudades presagia para todos los pueblos del mundo, especialmente cuando consideramos que el poder destructivo de las armas nucleares ha crecido enormemente desde 1945.

Finalmente, ninguna de estas consideraciones lleva a la conclusión de que es necesario y aún menos deseable ampliar el conflicto más allá de las fronteras ucranianas, lo cual involucraría la muy grave posibilidad de cambiar la naturaleza de lo que es ahora principalmente una lucha por la autodeterminación nacional a un conflicto inter-imperialista, donde Ucrania pudiera convertirse en una mera excusa bélica imperial como fue el caso de la liberación de Bélgica en la Primera Guerra Mundial.

Ucrania tiene todo el derecho a luchar por la libre determinación nacional, por su integridad territorial y a obtener el armamento necesario donde quiera que pueda lograrlo. Es nuestro deber, como demócratas y como demócratas revolucionarios socialistas, de apoyarla incondicionalmente en esos esfuerzos, pero sin nunca cerrar nuestros ojos a una realidad posiblemente cambiante, o abandonar nuestras facultades críticas para el ejercicio de las cuales no debe haber excepciones.

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(Imagen principal: Putin y Khrushchev / The Telegraph)

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(1) Rubén G. Jiménez Gómez: «Octubre de 1962: ¡la mayor crisis de la era nuclear (IV) – Manos a la obra!», Granma, La Habana, 28 de abril de 2012.

(2) Rubén G. Jiménez Gómez: «Octubre de 1962: la mayor crisis de la era nuclear (III), Nacimiento y aprobación de la Operación “Anadir”», Granma, La Habana, 14 de abril de 2012.

(3) Fidel. Soldado de las Ideas: Carta y Mensaje de Fidel Castro a Nikita Jrushchov, 10/26/62, Avanzada, 27 de febrero de 2023.

(4) Sergey Radchenko y Vladislav Zubok: «Blundering on the Brink. The Secret History and Unlearned Lessons of the Cuban Missile Crisis», Foreign Affairs, April 3, 2023.

(5) Don Bohning: «Castro tells of regret in 62 Crisis. Withdrawal of Missiles still irks Cuban Leader», The Miami Herald, octubre 20, 2002.