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¡Abandonen la zona de confort! Un caso de violencia visual en el Festival Jazz Plaza 2024

Una caricatura, cuando alcanza valores excepcionales de representación veraz, puede ser considerada una obra artística, pero, al menos yo, no conozco el recorrido inverso: que una obra de arte en la plástica, una obra de un pintor renombrado, sea asimilada como una caricatura sin que ello implique el menoscabo de la esencia del sujeto representado.

Exhibida actualmente en la muestra que las instituciones organizadoras del Festival Internacional Jazz Plaza 2024  inauguraron en el lobby de la sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba, la pieza en la que el pintor cubano Nelson Domínguez refleja su percepción de la talentosísima Dayme Arocena y su desempeño de altos quilates, demuestra la inviabilidad de ese camino inverso en las artes plásticas sin que el resultado no sea otra cosa que algo carente de belleza visual, pero sobre todo, una burda, oprobiosa, racista y ultrajante representación de quien es hoy la mayor y mejor voz femenina en ese jazz que algunos llaman cubano y otros afrocubano.

La pieza ha provocado el rechazo de muchas personas que han conocido del hecho a través del crítico de arte Hamlet Fernández Díaz, quien en su perfil de Facebook ha sido incisivo en cuestionar la validez artística y el respeto a la cantante en esta lamentable obra.

Otras lecturas, sin embargo, son inevitables en este caso, cuando se trata de uno de los más conocidos nombres de las artes plásticas cubanas en las últimas décadas y con mayor vínculo con el jazz.  Al menos desde el 2015, Nelson Domínguez accedió a estar presente en la fiesta del jazz en Cuba, con algunas de sus obras, teniendo al género surgido en Estados Unidos como elemento inspirador de algunas de sus obras. En esa edición del Festival Jazz Plaza, Domínguez fue el director de la exposición Banda ancha, donde exhibió obras suyas, junto a las de otros colegas que, en sus propias palabras, «eran una clara alegoría a la música. 

Chucho Valdés según Nelson Domínguez (Foto: Prensa Latina)

Banda ancha discurre también sobre la diversidad de universos, experiencias y técnicas con las que cada artista plasma su huella sobre el lienzo, la cartulina o a través del bronce.»  Es decir, Domínguez constata el vínculo indisoluble de la obra con el universo de percepciones y asimilaciones personales de cada artista, él incluido.

Años después, en la 35 edición del Jazz Plaza en 2020 su obra El otro Munch, inspirada en la mundialmente famosa obra El grito, del pintor noruego Edvard Munch, fue la imagen visual que se utilizó para el cartel oficial del evento. Muy interesante resulta la explicación que Domínguez da a la selección de esta obra para aquel cartel:

«Esta es una obra por encargo, pues Jorge Gómez [actual ejecutivo del Instituto Cubano de la Música, presidente de Cubadisco, otro evento dedicado a la música cubana] eligió ésta entre mis creaciones, y reúne, desde el concepto, lo que interiormente expresa el jazz. No sé si se verá, pero no puedo pintar sin la música».

Ahora, para la edición del Festival Jazz Plaza que transcurre por estos días en La Habana, Nelson Domínguez, en Visiones musicales, exposición unipersonal, muestra cómo vé y decodifica la obra de 30 músicos y jazzistas interviniendo fotografías tomadas por el norteamericano Rick Swig, según explicó el propio Domínguez en video para Prensa Latina, en el que también   declara sobre el jazz:

«… es algo en lo que yo me he involucrado en la vida, gracias a mi amigo pintor Eduardo Roca Salazar, Choco. Hicimos un viaje a los Estados Unidos en 1985 y estuvimos en varios festivales de jazz… conocimos a los más grandes jazzistas norteamericanos: a Dexter Gordon, Ron Carter, a muchos muchos jazzistas norteamericanos y aprendí a escuchar el jazz y a conocer la cultura cercana al jazz. Después, azares de la vida, me han llevado a participar en cosas de muchos amigos jazzistas: César [López], [Roberto] Fonseca.. La vida me ha involucrado con esta pléyade de grandes artistas cubanos… y ahí estoy metido yo también, no como jazzista, sino como improvisador, porque el jazz no es más que la improvisación sabia, porque no se puede improvisar sobre lo que no se sabe.»

Todo esto permite suponer que el pintor está en posesión de un conocimiento actualizado sobre la escena jazzística cubana y sobre la  permanencia y relevo incesante de sus nombres más notorios.  Pero parece que no.

Solo he podido apreciar las piezas difundidas en noticias y reportes oficiales en las redes, y que recogen la mirada de Nelson Domínguez sobre los pianistas Chucho Valdés, Harold López Nussa y Aldo López Gavilán, el baterista Ruy Lopez-Nussa, el percusionista Don Pancho Terry (EPD), el multinstrumentista Alain Pérez  y la cantante Dayme Arocena.

De ellas, la única pieza caricaturesca, la única donde el jazzista es “animalizado”, trasmutándolo en un ave fea y grotesca, es en el caso de Dayme Arocena. En la pieza dedicada a Harold López-Nussa, el pianista ni siquiera interactúa con el ave maligna, horrible, que tiene a su espalda: por el contrario, se muestra en gesto de distanciamiento, que podría sugerir la imposibilidad de que tal animalejo empatice con la bondad de la música que sale de su piano.

Dayme Arocena según Nelson Domínguez (Foto: Prensa Latina)

Pero en el caso de Dayme no, a Dayme se le ha mutilado su cuerpo para convertirla en una gallinácea horrible mientras se muestra su rostro en gesto que, en su desempeño escénico real, es una presenta suprema de entrega y virtuosismo vocal, pero que, ateniéndonos a la empatía de Domínguez con El grito de Munch, aquí podría representar solo eso: un grito cualquiera, simplificado por la relación con el cuerpo ajeno que se le ha insertado.

Si el vínculo de Nelson Domínguez con el jazz es tan fuerte y ostensible como para que la agencia Prensa Latina titule su reporte Nelson Domínguez, el jazzista de la pintura cubana, entonces, tenemos necesariamente que exigir no solo rigor, sino también explicaciones y desagravio, porque si Nelson sabe de jazz, si ama el jazz, tiene que saber quién es Dayme Arocena: tiene que saber que es una de las cantantes cubanas más reconocidas y valoradas a escala internacional, pero es, además, quien ha llevado el jazz a una dimensión donde, como nunca antes, se funden en voz e instrumentos, la tradición de las grandes cantantes norteamericanas, los elementos de la rica tradición cultural cubana y caribeña y la inacabable riqueza de la religiosidad afrocubana.

Como ella misma ha dicho, su camino al reconocimiento y al éxito ha sido dolorosamente ejemplar.  Lo conquistado por esta chica de apenas 31 años parece increíble: el premio Juno –equiparable en Canadá a los Premios Grammy- y una nominación de los propios Grammy al mejor disco de jazz, integrando la banda Maqueque, dirigida por la multinstrumentista canadiense Jane Bunnett y en la que Dayme recreó la banda de chicas que había creado en sus orígenes escolares ; con su primer álbum “Nueva era”, figuró entre los 50 discos favoritos de 2015 de NPR; finalista en los Premios de la Crítica de Reino Unido con su álbum Sonocardiogram, de 2019; presentaciones en más de 25 países y en los más reconocidos escenarios, programas y festivales internacionales de jazz, desde el Blue Note, Tiny Desk, la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos,  hasta los festivales de jazz de San Francisco, New Orleans, Womad de Australia, y en España, el Primavera Sound, entre otros.

Ruy López Nussa (Foto: Prensa Latina)

Compositora, arreglista, directora de su propia banda, cantante extraordinaria, ha subyugado a la crítica especializada por todo el mundo. Al decir de Félix Contreras, crítico y presentador de programas de la Radio Pública Nacional de Estados Unidos (NPR), la voz de Dayme es «un cruce entre Celia Cruz y Aretha Franklin»  y ha insistido en que su nombre «merece estar junto a esas dos voces legendarias». No ha sido el único: Dayme ha sido comparada con Ella Fitzgerald, Nina Simone y La Lupe, a quienes ella, en lo personal, reconoce como inspiraciones siempre presentes. Tan temprano como en 2016, su nombre apareció en The New York Times con una positiva reseña del columnista Jon Pareles, que afirmó:

«Cuando canta [Dayme] muestra  una sonrisa radiante e incontenible, la expresión de un virtuoso que sabe que está llevando cada canción hacia lugares alegremente insospechados.»[3]

Críticos y músicos encomian por igual, tanto sus extraordinarias dotes vocales como su desempeño performático, absolutamente original donde carisma, sicología perceptiva y espontaneidad irrefrenable se suman a las claves de su éxito.  Chucho Valdés, Terence Blanchard, Arturo O’Farrill, Airto Moreira, Ellis Marsalis y muchos nombres relevantes, la han invitado a compartir escenario en sus conciertos.  Dayme ha motivado a famosos productores musicales, desde Gilles Peterson a Eduardo Cabra, Visitante, quienes han trabajado en la formación de una discografía personal y de éxito.

Destaco algo en especial: Dayme Arocena es una figura muy apreciada en la comunidad académica artística del mundo. Ha ofrecido clases magistrales y talleres en Berklee College of Music en Boston, las universidades de Nueva York, Miami, Nevada, Carolina del Norte y Middlebury, Vermont.  En 2021 se convirtió en la música latinoamericana más joven invitada a participar en el programa «Signature Artist» del prestigioso Berklee College of Music, un exclusivo programa en el que los alumnos de estudian la música de un artista con gran impacto en su desarrollo musical.  Entre los músicos invitados hay verdaderas leyendas latinas como Juan Luis Guerra, Alejandro Sanz, Chucho Valdés, Paquito D’ Rivera y Gloria Estefan, por solo mencionar algunos.

Harold López-Nussa (Foto: Prensa Latina)

La discografía de Dayme es una declaración de fe y propósitos en cuanto al concepto ecuménico y transformador de su arte, desde una visión plural y de interconexión entre músicas diversas.  Su música emerge de lo más auténtico de la ancestralidad afrocubana, de sus vivencias y herencias, para entrelazarse con el legado del son y de la música popular cubana, y caribeña, desde la libertad del jazz como forma de creación y expresión.  Es la reafirmación de su madurez en un camino donde ella encarna el punto culminante de la presencia de la mujer cubana en el jazz y de su incuestionable impacto en el ámbito internacional.

Dayme posee una rigurosa formación académica, que ha transcurrido unida a la larga lucha por hacer valer un talento natural que se reveló cuando apenas contaba con 3 años, cuando cantaba antes de aprender a hablar, es también una lideresa de opinión de aguda inteligencia e incisivo pensamiento, influyente en comunidades y sectores que abarcan varias generaciones y varias zonas de un activismo creciente, comprometida con los destinos y las causas más urgentes de su país y del mundo.

En los últimos dos años Dayme Arocena ha dado un giro experimental, pero trascendente en su carrera: se ha propuesto –y va consiguiendo- conquistar espacios que dentro de la llamada industria musical latina han estado siempre vedados a las mujeres como ella – favoreciendo e imponiendo un estereotipo hasta ahora estático de cánones anglosajones de  cuestionable perfección; cuando ha decidido ser no solo su propio referente, sino también el de todas aquellas muchachas iguales a ella, que comparten idénticos sueños y propósitos,  y a las que les devuelve la autoestima y el disfrute de sus cuerpos, tales y como son. Su discurso revindicativo va a la par desde su canto y desde su imagen. No es solo una campaña más de body positive: es una asunción consciente de su rol en el cambio, de que su reconocimiento como lideresa desde la música puede mover montañas.

Justo cuando asistimos al asombro de quienes la admiran, de la prensa especializada, de la industria global del entretenimiento frente a su imparable creatividad, en su propio país un intelectual, un artista, parece desconocerla, no saber quién es, qué canta ni de qué habla, ni cuáles son las luchas y conquistas, ni a dónde ha llegado Dayme Arocena.

Y pienso, hablando conmigo misma, que este episodio viene a sumarse a otras ofensas que Dayme Arocena debió soportar en su propio país a lo largo de su vida: desde el funcionario que, con ella delante, dijo a sus padres que se olvidaran, que una niña negra y gorda no llegaría a ninguna parte por muy bien que cantara; pasando por el otro funcionario (¿o sería el mismo?) que le negó la posibilidad de legalizar  Alami, el grupo de chicas músicas que había creado en la escuela; el otro funcionario (o sería el mismo?) que le negó la posibilidad de adquirir un automóvil propio, con dinero ganado por ella misma en sus giras, “porque era demasiado joven”; hasta el también funcionario que ordenó el ciberacoso racista que debió sufrir en redes sociales, cuando, con todo el derecho que le asiste, decidió adoptar una posición política personal.

Tan cubana, tan auténtica, Dayme Arocena quizás necesitó la cercanía del mar, de otro mar, para diluír tanto maltrato y decepción, y lo más parecido que encontró fue esa tierra que la acogió, donde trabaja y vive con su familia,  tierra  a la que ella no cesa de agradecer y de elogiar.

Imágenes de la exposición Visiones musical.es Arriba, Alain Pérez y X Alfonso según Nelson Domínguez.  (Foto tomada de Radio Enciclopedia)

En este desagradable incidente en el Festival Jazz Plaza 2024, la ignorancia sobre quién es Dayme Arocena, si es que existe, es responsabilidad de Nelson Domínguez. La responsabilidad de las instituciones está en la superficialidad con que se abordó la curaduría de esa exposición, en no cuestionar una obra grosera, ofensiva y esencialmente violenta. Es paradójico ver como cualquier exposición de un artista emergente, joven, aún sin fama, es escrutada con lupa por las autoridades culturales cubanas, en busca de un vestigio contestatario o de la denuncia incómoda para el poder político.

En el caso de la exposición de Nelson Domínguez, las autoridades cubanas se sintieron en su zona de confort, con un artista Premio Nacional de Artes Plásticas y sin enfrentamientos ni posicionamientos contrarios conocidos.  Pero erraron, al no valorar el impacto y la trascendencia que tiene no solo el nombre de Dayme Arocena, sino también, en los tiempos actuales, subestimar cualquier manifestación de racismo y/o misoginia presentes en una obra que pretenda ser arte.  Todavía no me explico como músicos, productores, musicólogos, periodistas, artistas extranjeros invitados y un largo etcétera no se alarmaron ante la violencia manifiesta de esa obra infame y triste.

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Este texto fue publicado originalmente en el blog personal de la autora Desmemoriados y lo reproducimos con su permiso.

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Imagen principal: Pablo Derwin / Latina.