La formación cívica: premisa y camino del cambio
El deterioro de Cuba es un hecho: creciente desigualdad social, ciudades, pueblos, calles y aceras destruidas, personas hurgando en los contenedores de basura, crisis energética, destrucción del fondo habitacional, estado deplorable de los centros educacionales y de salud, colapso del transporte público, precios de los alimentos y las medicinas impagables, apatía y éxodo masivo.
Entre las múltiples causas de tan nefasto resultado sobresalen tres: 1) la propiedad estatal como eslabón esencial de la economía, 2) la ausencia de libertades ciudadanas, y 3) la concentración de todos los poderes en el Estado-Partido-Gobierno.
En febrero de 1959 el primer ministro del gobierno revolucionario anunció un programa que aumentaría notablemente la producción agrícola, se duplicaría la capacidad de consumo de la población campesina y Cuba borraría su pavorosa cifra de desempleo crónico, logrando para el pueblo un nivel de vida superior al de cualquier otra nación. Con el argumento de poner las riquezas en manos del «pueblo» se confiscaron desde las grandes empresas extranjeras hasta las nacionales más pequeñas. Todo pasó a un solo propietario, el Estado; se ignoraba una advertencia contenida en la sentencia martiana: «Es rica una nación que cuenta muchos pequeños propietarios. No es rico el pueblo donde hay algunos hombres ricos, sino aquel donde cada uno tiene un poco de riqueza».
Con la pérdida de las subvenciones soviéticas (sesenta y cinco mil millones de dólares en treinta años), los «logros» se esfumaron. La economía, incluyendo los renglones tradicionales, retrocedió respecto a 1958 de forma abismal: el azúcar a un 6% y el café a un 10 %, por solo citar dos ejemplos. Ello explica que si en 1958 se producía en Cuba cerca del 80% de lo que consumíamos, hoy apenas se produce el 20%, a la vez que carecemos de las divisas para importar las cantidades mínimas necesarias.
Gracias a la ayuda soviética el retroceso no se hizo evidente en las primeras décadas. Cuba pudo exhibir resultados en esferas como la medicina, la enseñanza y el deporte, especialmente desde 1972 cuando fue admitida en el Consejo de Ayuda Económica de los países socialistas. Tales avances, reflejados en determinados niveles de justicia social, se mantuvieron artificialmente hasta la desaparición de la Unión Soviética.
El retroceso económico ha generado un daño antropológico de incalculables consecuencias. Baste mencionar la conversión de la corrupción político-administrativa —presente en la república—, en moral de sobrevivencia generalizada a todos los estratos sociales, y el éxodo masivo, que además de la pérdida de vidas humanas y las dolorosas separaciones familiares, ha causado un decrecimiento y envejecimiento poblacional que amenaza el futuro de la nación cubana.
La estatización de la propiedad, la corrupción generalizada y el éxodo masivo, constituyen factores suficientes para hacer colapsar cualquier sistema político, y el totalitarismo cubano no es una excepción. Insistir en las causas externas para eludir las internas y conservar el poder, es aumentar el peligro de una explosión social. Para todos los que se preocupan y ocupan por el destino de Cuba, esa situación constituye un reto y una responsabilidad.
Se impone un proyecto de formación cívica para rescatar al ciudadano, una condición desaparecida durante el proceso totalizador. La nueva Cuba necesita del ciudadano, con la correspondiente formación cívica, para que participe como sujeto en la política; es decir, en la toma de decisiones. Desde antes de nuestra era, Aristóteles condensó el origen de la política en una frase: todos somos por naturaleza entes políticos. El Estado, el gobierno y los partidos son aspectos de la política, pero no la agotan.
En la Isla, una parte considerable de los cubanos, agobiados por la sobrevivencia y por el desconocimiento de la política y su función, se desentienden de ella. Al hacerlo tributan al control monopólico del Partido-Estado-Gobierno. Transformar esa concepción arraigada en la mente de una parte considerable del pueblo, constituye un reto tan complejo como ineludible. Son imprescindibles pues, cambios en nuestra forma de ser y de pensar. Por ello, parafraseando el concepto de acción afirmativa, que en otras latitudes define las leyes y proyectos encaminados a la inserción social de sectores preteridos, en Cuba se impone una acción educativa dirigida al rescate del ciudadano.
Las libertades fundamentales de la persona humana, entendiendo por ellas las de conciencia, expresión, reunión, asociación, sufragio, constituyen la base de la comunicación, del intercambio de opiniones, de concertación de conductas y de toma de decisiones. De todas ellas, la libertad de expresión es el núcleo, pues además de tener como sustrato la libertad interior, constituye la garantía del resto de las libertades.
Figuras destacadas de la política, la enseñanza y la cultura comprendieron la importancia vital de la formación ciudadana: el padre Félix Varela asumió que la formación cívica constituía premisa para alcanzar la independencia, y en consecuencia eligió la educación como camino para la liberación, por eso insistía en que lo primero era empezar a pensar. José de la Luz y Caballero arribó a la conclusión de que, antes de la revolución y la independencia: la educación; comprendió que los procesos para fundar pueblos tenían como premisa la preparación de los sujetos históricos y de los cimientos morales básicos para su realización, y concibió el arte y la ciencia de la educación como premisas de los cambios sociales.
Enrique José Varona se quejaba de que la República había entrado en crisis porque gran número de ciudadanos creyeron que podían desentenderse de los asuntos públicos. Este egoísmo cuesta muy caro. Tan caro, que hemos podido perderlo todo. José Martí proyectó la fundación de una república en tanto estado de igualdad de derechos de todo el que hubiera nacido en Cuba, espacio de libertad para la expresión del pensamiento, de justicia social, forma y estación de destino, a diferencia de la guerra y el partido concebidos como eslabones mediadores para arribar a ella.
Para estos cuatro cubanos, y para muchos otros de antes y de ahora, la formación de conciencia y de virtudes cívicas constituye premisa y camino para salvar a Cuba y meta para la liberación y el progreso.