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«La Habana de Fito no se creó para que fuera bandera»

Juan Pin Vilar suspira un momento y es la antesala de un maratón oral donde se muestra transparente y polémico. Con la naturalidad que le caracteriza, y por esas cosas de la censura y la intolerancia, es en la sala abarrotada de Casa de América de Madrid donde La Habana de Fito y de Juan Pin se presenta al público cubano.

¡El arte de la isla para solo setenta personas! Me hace pensar en la «suerte» de ver la verdadera pieza. A las puertas de la pequeña sala de cine, una lista de cubanos espera algún fallo en las localidades agotadas. Cuatro afortunados logran entrar, se me antoja ver en sus rostros la misma expresión de alegría y alivio que sentíamos en las terminales cuando oíamos nuestro número en la lista de espera.

La pieza es diferente a la pirateada en Cuba y a la vez es la misma. Este cronista no es un experto en cine, por lo que no sabría explicarlo. La sensación al terminar la proyección fue haber estado de regreso en los años difíciles y mágicos de los noventa, cuando podías escuchar a Sabina en el Rodeo del Parque Lenin, a Fito en el Karl Marx, a Aute, a Pablo… El minuto de silencio que transcurrió entre la última escena y el aplauso del público, creo que fue porque cuesta atravesar de regreso el océano.

El tono cercano del material se mantuvo en el conversatorio posterior, donde el creador respondió a varias preguntas sobre la violentada obra y la cultura cubana. Sin rehuir de las polémicas que rodearon al documental se abordó, desde una posición intimista, la relación con los dirigentes de la Cultura y la amistad inquebrantable que lo unió a Pablo Milanés, figura recurrente para Juan Pin y Fito Páez. Transcurren de esa manera fugaz las más de dos horas de encuentro de setenta «afortunados» con su patria.

¿Pese a lo sucedido con el documental en Cuba, qué significa para usted que se pudiera exhibir como pieza acabada y haya tenido éxito en varios países?

Su significado no es a título personal, sino que realmente es un acto reivindicativo con un espacio y un sector de la cultura cubana, del cine, de los medios en general. Por eso, aquí me supedito al sector que me representa, que es la Asamblea de Cineastas Cubanos. Esto es un homenaje a ellos, no a mí como creador. Yo no soy importante, lo importante es que esas personas, los jóvenes que están ahí, tengan la posibilidad de comprender que tienen el derecho de realizar el cine que escojan hacer en su país y no el que les impongan.

Lo que más me alegra es que el documental ha tenido una magnífica recepción desde el punto de vista creativo, que es la manera en que lo concebí. No se creó para que fuera bandera de nada, sino para la única obsesión que tengo con relación a la cultura cubana: que no se pierda. Es un homenaje a las personas que han aportado verdaderos valores. Qué se olvide para siempre el nombre de los que dirigen la cultura, que son, no quepa la menor duda, unos delincuentes.

¿Cómo podrán ver los cubanos de la Isla el documental ya terminado?

Cuando los delincuentes que se lo robaron lo pongan en un cine, como harían con cualquier pieza de una persona para ellos «normal». ¿Por qué no lo pueden poner en el Yara? Se verá el día que lo programen en un cine normalmente. Yo no tengo problemas con eso. Que lo pongan en el Yara, por ejemplo, pero para todos, no entre delincuentes.

Esas personas, tristemente, están amparadas por compañeros del gremio, colegas del gremio que han cometido el error —porque eso es un error grande— de hacer tratos con ellos, con la delincuencia. Cuando empiezan a meter presos a jóvenes, ¿cómo van a explicar su complicidad?

¿Cuál considera que ha sido el impacto de la obra de Fito en la cultura y el imaginario cubano?

No creo que el mayor impacto esté en la cultura, pero sí en nuestro imaginario, al menos en el de mi generación. Como él mismo diría, «es una cuestión de actitud». 

¿Hay alguna obra suya en preparación que podamos esperar en un futuro cercano?

Sí, «La lista no da con el billete», un documental que expone cómo determinadas características personales, en determinado contexto, funcionaron contra la vanguardia revolucionaria. Es un retrato personal del poder desde la muerte del Che hasta que termina el Quinquenio Gris.

En el intercambio usted mencionó el Festival de Varadero o las muestras de Cine Joven y el valor que tuvieron estos eventos para su generación. ¿Qué papel cree que puede jugar el arte en el momento actual de Cuba?

El arte juega tiene un valor incalculable iluminando a la sociedad: en primer lugar, arroja luz sobre los problemas que la rodean; en segundo, sensibiliza a las personas a través de la obra; y en tercero, sirve para que otros en el resto del mundo y en el propio entorno empiecen a comprender lo que sucede, inclusive con su propia vida. Esa es una función fundamental del arte.

A través del arte se expresan las personas que tienen herramientas para escribir, para sensibilizar, para publicar, para hacer documentales, para hacer en sentido general y transmitir así a la sociedad un sentimiento y un punto de vista sobre lo que está sucediendo. Mostrar la realidad de las maneras más sensibles que se puedan, eso es a través de lo cual los pueblos se van movilizando.

Estas cuestiones de las que hablamos realzan el valor de la obra como hecho artístico, pero el rol definitivo tanto del arte como del civismo, es que uno salga para la calle. Ya yo dije en la asamblea: «¡Avísenme para salir para la calle!». Nos van a dar, pero hay que salir. Como cineasta yo me debo a esa asamblea. Ahora, como ciudadano... un ciudadano tiene que salir para la calle, tiene que salir para la calle, porque si no, eso no parará nunca. Ese es el gran punto ahí.

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Foto: Infobae.