Para no mendigar la patria que nuestros padres ganaron de pie
«Yo destrozo mis versos, los desprecio, los regalo, los olvido: me interesan tanto como a la mayor parte de nuestros escritores interesa la justicia social»; así afirmó sobre su prometedora carrera poética en carta dirigida a Jorge Mañach, Rubén Martínez Villena, influyente intelectual y político de la joven generación del 30 en la Cuba del pasado siglo, quien nació un 20 de diciembre de 1899.
Bajo su liderazgo tuvo lugar la Protesta de los Trece, el 18 de marzo de 1923, acción que evidenció el compromiso de la juventud intelectual de la época con los destinos del país y su oposición a la clase del mambisado, que monopolizara los entramados políticos en una república oligárquica de «generales y doctores».
Sus ideas políticas lo acercaron al marxismo y al Partido Comunista, con quien mantuvo una relación conflictiva dado el antintelectualismo de la organización por aquella época.
Enfermó de tuberculosis muy joven y falleció apenas con 34 años de edad. A su pluma se debe la contundente composición conocida como «Mensaje lírico-civil», carta en versos destinada al poeta peruano José Torres Vidaurre de la cual CubaXCuba comparte con sus lectores algunos fragmentos por las poderosas resonancias que mantiene tras cien años de publicación.
(...)
Mas, ¿adónde marchamos, olvidándolo todo:
Historia, Honor y Pueblo, por caminos de lodo,
si ya no reconoces la obcecación funesta
ni aún el sagrado y triste derecho a la protesta?
¿Adónde vamos todos en brutal extravío
sino a la Enmienda Platt y a la bota del Tío?
¡José: nos hace falta una carga de aquéllas,
cuando en el ala bélica de un ímpetu bizarro,
al repetido choque del hierro en el guijarro,
iba el tropel de cascos desempedrando estrellas!
Hace falta una carga para matar bribones,
para acabar la obra de las revoluciones;
para vengar los muertos, que padecen ultraje,
para limpiar la costra tenaz del coloniaje;
para poder un día, con prestigio y razón,
extirpar el Apéndice de la Constitución;
para no hacer inútil, en humillante suerte,
el esfuerzo y el hambre y la herida y la muerte;
para que la República se mantenga de sí,
para cumplir el sueño de mármol de Martí;
para guardar la tierra, gloriosa de despojos,
para salvar el templo del Amor y la Fe,
para que nuestros hijos no mendiguen de hinojos
la patria que los padres nos ganaron de pie.
Yo juro por la sangre que manó tanta herida,
ansiar la salvación de la tierra querida,
y a despecho de toda persecución injusta,
seguir administrando el caústico y la fusta.
Aumenta en el peligro la obligación sagrada.
(El oprobio merece la palabra colérica).
Yo tiro de mi alma, cual si fuera una espada,
y juro, de rodillas, ante la Madre América.