El muro de Caracas
Acabo de ver un documental sobre Vaclav Havel, líder disidente checoslovaco, y no pude evitar buscar información en Internet. Era lógico que desconociera esta parte de la historia universal. Reconozco que conocía más de Lech Walesa y el sindicato Solidaridad de Polonia. Al leer sobre el proceso checoslovaco, me percaté también que sabía más sobre la eliminación de los gobiernos socialistas de la RDA, Rumanía y Polonia, que de Hungría, Checoslovaquia o Yugoslavia. Casi todos tuvieron lugar en 1989, un efecto dominó que se llevó consigo el campo socialista europeo. El último bastión fue la propia URSS, que se desintegró a finales de 1991.
Buscando asideros para una comparación con nuestra situación actual, constaté que el socialismo realmente existente tenía características que lo hacían variopinto. Si bien todos tuvieron instituciones políticas comunistas, con disímiles nomenclaturas, sucedió también que unos detentaban un férreo totalitarismo, a lo soviético (o peor), y otros asumían una apariencia más plural.
En Alemania oriental, por ejemplo, coexistían con el marxista otros pequeños partidos; incluso, existía algún tipo de elección parlamentaria. No me consta su funcionalidad, pero existían. En el caso polaco, el Sindicato Solidaridad demuestra que no había una central totalitaria obrera. No sé mucho más, quizás que Rumanía era un infierno, con una sociedad tan opresiva que solo la superaban la URSS y Corea del Norte.
Primer rasgo evidente: las formas de gobierno local eran diversas. A los soviéticos lo que les interesaba era la estabilidad política en sus vecinos satélites, y que no se cuestionara su relación con la URSS. Cuando no sucedió así, intervinieron. Hungría 56 y Checoslovaquia 68 son prueba de qué pasaba si se exigían demasiadas libertades.
La historia de la disidencia europea es también heterogénea, y sus luchas por liberarse de su estatus, para hacer comparaciones con nosotros, no me convence. Nuestra maldita circunstancia del agua por todas partes impidió que durante el proceso 1985-1991, se conociera en profundidad lo que ocurría en Europa. El gobierno cubano eliminó en poco tiempo la circulación de las publicaciones soviéticas y del resto del campo socialista. La semilla de la libertad no halló suelo fértil en el Caribe.
Fidel, anti-perestroika y anti-glasnot
«Proceso de rectificación de errores y tendencias negativas», así se llamó eufemísticamente aquel período que coincidió con el desmantelamiento socialista en Europa oriental. Durante ese lapso de tiempo nos dedicamos a fortalecer la «construcción del Socialismo» en Cuba. Seríamos, supuestamente, los que recogeríamos las banderas del marxismo y el Socialismo mundial. La designación del fenómeno europeo por Fidel como «desmerengamiento» no fue más que otro término peyorativo, relativo al poco temple de la población de aquellos lares, que no se aferró al sistema.
En 1989 tuvo lugar la llamada Causa No. 1 y el país fue testigo de que el gobierno era capaz de ejecutar a uno de los generales más carismáticos de la Revolución con tal de demostrar un control total de la circunstancia. Esto, por supuesto, no lo pensé en aquel momento, pero estoy convencido de que también sirvió para blindar el rumbo totalitario en Cuba en momentos de cambio en Europa.
Todo estaba bien, no había nada que temer, el poder se mantenía bajo control. Tanto fue así que tuvimos los Juegos Panamericanos en 1991. El despliegue con vistas a ese evento solo fue comparable con la fiebre constructiva de 1988-1989: consultorios médicos, escuelas especiales, nuevos policlínicos y otras obras por el estilo. Era normal que el cubano fuera de su jornada laboral para un «trabajo voluntario» como quien va para un part time job. De ese modo se diluyó cualquier pensamiento «derrotista».
Ese período, en que el mundo socialista conocido buscaba otro rumbo, no tuvo suficiente eco en Cuba. La prensa era muy escueta y poco analítica sobre las verdaderas causas de aquellos hechos. Mientras, los intentos académicos de acercarse al fenómeno para entenderlo desde las ciencias sociales fueron muy controlados, y algunos coartados por mecanismos que hoy conocemos sobradamente. La doctora Alina Bárbara López Hernández ha contado sobre la suspensión de un evento científico acerca del tema de la Perestroika organizado en el Instituto Superior Pedagógico de Matanzas, donde ella laboraba. La suspensión ocurrió por voluntad expresa de Fidel Castro, transmitida directamente a los profesores de la Facultad de Marxismo e Historia por José Luis Rodríguez, entonces jefe del «Grupo de apoyo del Comandante en Jefe».
El gasto en que incurrió el gobierno con los Panamericanos fue gigantesco. Uno se pregunta ahora si no estaríamos dilapidando los últimos rublos que quedaban en las arcas. Ese fue el telón de fondo para dejar claro que en Cuba no habría transformación posible. En muy poco tiempo estaríamos, como dice el refrán: «con una mano detrás y otra delante».
Período especial y fin del apoyo monolítico
Con una economía post CAME haciendo aguas, resurgieron antiguos fantasmas como el del bloqueo, del que en casi toda la década del 80 no nos habíamos acordado. Un comercio internacional llegando a cero, desabastecimiento generalizado y una situación social caldeada: llegamos a 1994 y su maleconazo. Aquel 5 de agosto fue el ensayo del 11J y el estreno de la represión como nunca antes se había visto. La fuerza de contención estuvo en los constructores de un contingente, al menos eso dijeron que eran. A la luz de estos días, sabemos que perfectamente pudo ser personal militar vestido de civil.
Luego de la crisis de los balseros se logró una estabilidad económica que trajo una calma social aparente. Había nacido el CUC. Se hizo visible también la división de clases, siempre solapadas desde que se intentó eliminarlas en los sesenta. El proceso de erosión del apoyo popular al sistema apenas mostró su rostro en agosto del 94, pero continuaría acumulándose.
En 1999 Hugo Chávez asumió el poder en Venezuela. Comenzaba una nueva etapa de bonanza para la clase política insular, solo ensombrecida por su histórica ineptitud y la costumbre de esperar por las órdenes desde arriba. Con la llegada de un nuevo y pujante socio, parecía que se salvaba el socialismo cubano sin hacer transformaciones políticas. Ese año había iniciado en la Isla la «Batalla de Ideas», última de las grandes campañas sociales convocadas por Fidel Castro.
Una nueva crisis energética, comparada con los alumbrones del Período Especial, puso al país en tensión. Otro respiro, los salvó la campana que tocó la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) y su petróleo. La exportación de fuerza laboral calificada y semi-esclavizada a casi cualquier punto de América del Sur y el Caribe produjo divisas que pronto se dilapidaron en otra «fiebre», llamada entonces «manos a la obra» y esta vez controlada desde una «cuenta única».
Las masas populares estaban involucradas, conscientemente o por ganarse un televisor Panda, en otra maratónica temporada de «trabajos voluntarios». Siempre hubo, hasta ese momento, alguna estabilidad en el cumplimiento del pacto social. El anciano dirigente había sabido dosificar la bonanza y el castigo, pero eso estaba a punto de cambiar.
2005, Villa Clara o agua al dominó
Segunda graduación nacional de las Escuelas de Instructores de Arte en Villa Clara. Último discurso público de Fidel, o eso creo recordar. Al concluir el acto sufre un accidente que desencadenaría otras dolencias que terminaron por alejarlo del poder. Fuera de la vista pública y habiendo cedido, aparentemente, sus funciones, no pudo limitarse a disfrutar la jubilación. Se dedicó a impedir que lo olvidaran mediante la publicación de «Reflexiones» diarias.
En 2006, Raúl Castro, aún en función interina, pronunció un discurso del 26 de julio que se convirtió en objeto de debate nacional y preámbulo de las anunciadas reformas que llegarían con los Lineamientos. Como sabemos, las reformas quedaron truncas y varadas en la inercia propia del modelo, pero el debate de los Lineamientos perfectamente sería la versión raulista de los trabajos voluntarios de su hermano, donde se involucró a toda la sociedad en torno a un ideal, meta futura siempre lejana, donde cada ciudadano aportaba en el presente a algo que, en el futuro, debería redundar en su propio beneficio.
La visible interrupción del proceso de reformas no limitó, sin embargo, el apogeo del expansionismo del Grupo de Administración Empresarial (GAESA). Pero llegarían la pandemia de Covid-19, los hechos del 27N en 2020, y la Tarea Ordenamiento y el estallido social del 11 de julio en 2021. El colofón represivo a las acciones del 11 y 12 de julio, ligado a la profundización de las propias causas que las originaron, destruyó lo que quedaba del llamado apoyo monolítico a la Revolución.
La crisis sistémica esta vez no tuvo un manejo inteligente, dada la carencia de un liderazgo reconocible. Todo lo contrario, el mandatario que había llamado a una guerra fratricida, carente de carisma y de poder real, no atinaba a tomar las riendas del país, de su economía, de sus finanzas, de forma tal que se reconociera en él a un dirigente confiable, demagogias aparte.
Lo que se produjo en solo doce meses del 2021 no había sucedido antes en el proceso post 59. Un ajuste económico desastroso, mal manejo de la pandemia, protestas populares y su represión; todo en el mismo año del 8vo Congreso del partido único. Ese año fue un parteaguas en la historia reciente cubana.
Caracas
El apoyo masivo y entusiasta a una candidatura opositora, nunca antes visto en la etapa chavista de la historia de Venezuela, ha configurado el ambiente político de la región. Mientras, en Cuba se nota la preocupación oficialista y, en gran parte de la población, se aprecia el optimismo por una posible transformación del aliado sudamericano en base a un proceso interno de gran compromiso cívico. Aires de cambio soplan desde Caracas y, como a finales de los 80's, se fantasea sobre la influencia que pueda provocar en la Isla la derrota de Maduro.
Una vez más, como durante el viraje europeo de finales de los 80's, la imagen de los medios oficiales es de total normalidad... pero se mueve. Con todo y el pésimo servicio de Internet, este archipiélago se sabe parte del mundo exterior y aquel, a su vez, sabe que existimos. La ceguera inducida que impidió conocer y valorar apropiadamente los sucesos tectónicos que cambiaron el mapa geopolítico europeo, con su final épico en la caída de la URSS, ahora no existe.
Si el muro de Caracas se desplomara, transmitiría un mensaje a los habitantes de la Isla como no lo hizo —dada su lejanía geográfica y mediática—, la caída del Muro de Berlín en 1989. Sería un mensaje claro y optimista: el cambio puede y debe provenir del reclamo popular y ningún proceso político es irreversible si no logra crear una base social sólida. En el caso de que las elecciones fueran fraudulentas y la voluntad popular desconocida por el gobierno de Maduro, la fuerza y pasión de la ciudadanía venezolana habrían dejado asimismo lecciones atendibles.
Es una posibilidad que puede poner a prueba, a la par, al tejido social cubano y al entramado político. Unos se sabrían acompañados y los otros aislados. Todo cambia si cambiamos todos. Los anhelos pueden ser fuerzas magníficas. Alguien, una reina creo, mandó a los pobres que clamaban por pan a comer pastel, demostrando su total desconexión con aquellos a los que dominaba pero cuyas miserias desconocía. Cuando el pan escasea y el circo no entretiene, entonces son tiempos de cambio. Quizás el muro esté en la Habana y no en Caracas.