Los narradores de la historia y el derecho de autor
No todos los estados autoritarios ostentan rasgos de totalitarismo. Esto último no solo depende de cierta estructura estatal y determinadas características de los sistemas electorales; requiere además —como ha acaecido en Cuba— haber favorecido una actitud de inhibición en la ciudadanía que la exonere del ejercicio de derechos, aun cuando los mismos estén reconocidos formalmente por ley.
Conseguir tal postura de retraimiento cívico, requiere sistemáticas prácticas culturales que involucran a la familia, la escuela, los medios de comunicación y el discurso político. La piedra angular para obtener una sociedad civil anulada y una ciudadanía desmovilizada, es la obediencia. Tan es así, que la mayor parte de las actitudes de disenso y los conflictos de naturaleza política en Cuba son catalogados bajo la acusación de desobediencia.
Para que las personas sean obedientes deben temer al cambio. Debe parecerles inseguro imaginar un futuro fuera de los límites trazados por el Estado mediante sus dispositivos de control, sean simbólicos o abiertamente represivos. El agradecimiento, el culto al líder, la confianza injustificada en el mañana, incluso si la realidad contradice al discurso, han caracterizado la conducta de cubanas y cubanos.
A nivel simbólico influye mucho la tesis de que en la Isla ha existido una sola revolución, desde 1868 hasta ahora; ella ofrece la perspectiva de una trasmisión generacional sin conflictos a lo largo de más de un siglo. Esta filosofía de la historia, falsamente marxista y profundamente teleológica, ayudó a establecer una concepción idealista del desarrollo, libre de contradicciones, super optimista, donde la sociedad, una vez llegada al socialismo, simplemente está impedida de retroceder.
El tipo de educación que ofrece la escuela cubana desde 1959 ha tenido enorme influencia en esa anulación cívica. Los currículos son cerrados y la relación alumno-profesor replica el verticalismo y autoritarismo propios del sistema político. En ella prevalece una formación ideológica que se erige sobre dogmas, a la vieja usanza del pensamiento escolástico y su arraigado respeto al «principio de autoridad». En el medioevo eran los padres de la Iglesia; entre nosotros son Fidel y Raúl, a los que se otorga la categoría, al parecer hereditaria, de «líder de la Revolución».
A su vez, la enseñanza de la Historia se imparte desde posiciones deterministas y despojadas de dialéctica, lo que ignora las contradicciones que están en la base de los procesos sociales, que no se explican en las continuidades sino también —y sobre todo—, en las rupturas. En tanto las Ciencias Sociales, en general, impiden la interacción con diferentes corrientes de pensamiento y obstaculizan la polémica y el debate de ideas. La enseñanza del Español, por su parte, no favorece el desarrollo de la oratoria, el ensayo y otras formas de comunicación que estimulen el pensamiento libre entre los educandos.
Con el fin de imponer demarcaciones a la libertad, se muestra el discurrir de la existencia como algo decidido, inevitable. De tal modo se consigue un fin esencial: las personas dejan de asumirse como sujetos de la historia para asumirse como objetos, apenas como piezas de un juego movidas por otros. Y los sujetos pueden dudar; los objetos nunca. Estos últimos se mueven ante convocatorias y llamados.
Dicha actitud es distintiva asimismo de períodos de frustración que suceden a grandes transformaciones revolucionarias. Los años veinte del pasado siglo fue una etapa con esas características, en la que se unieron, por un lado, la crisis económica y sociopolítica; por otro, el desengaño colectivo ante una independencia nacional incompleta y el obstáculo que representaba una clase política de antiguos revolucionarios, que dirigían los destinos de la Isla sin representar ya las inquietudes de las nuevas generaciones.
En 1927, Francisco Ichazo —uno de los editores de Revista de Avance—, hacía estas valoraciones en el artículo «El Prejuicio en el ritmo intelectual de las épocas»:
«A una época de agitación revolucionaria, no ya en el orden de las ideas, sino en el de los hechos, sigue un período de estancamiento general, en que el hombre, fatigado o tal vez desalentado, se siente falto de entusiasmos y fuerzas para arriesgarse en nuevas aventuras y prefiere el goce pacífico de andarse por caminos trillados, ensayando fórmulas viejas, empleando procedimientos antiguos, sordo a las voces dramáticas de esa minoría inconforme que en todas las épocas clama por nuevos derroteros, por nuevos módulos, por nuevas maneras. Es entonces cuando cobra fuerza de ley moral uno de los refranes más necios que ha inventado el hombre: el que aconseja preferir lo malo conocido a lo bueno por conocer». (Revista de Avance, no. 4, abril 30 del 27).
Esa clase política de revolucionarios que viven de viejas glorias, entonces como ahora se convierte en narradora de la historia y reivindica su derecho de autor contra cualquiera que pretenda disputarlo. Una de las mayores preocupaciones que tienen es que el guión establecido para su puesta en escena política no sea alterado.
A inicios del 2021, Abel Prieto, actual presidente de Casa de las Américas —que fuera antes presidente de la Uneac, ministro de Cultura y asesor de Raúl Castro—, afirmó en el programa televisivo Palabra precisa: «Se dice que la Historia la escriben los vencedores, en este caso los vencedores somos nosotros, los revolucionarios cubanos, y hemos escrito mucho de historia y mucho material para analizar y consultar».
De ahí las acusaciones de revisionista o mercenario a cualquier enfoque o valoración que establezca nuevos o diferentes análisis sobre hechos, figuras y procesos. En el referido programa, el mismo intelectual argumentó: «Lo que están haciendo con la Historia, como lo que están haciendo en general para dañar la imagen de la Revolución ante las nuevas generaciones que conocen menos de aquel pasado, está trabajado en laboratorios de los yanquis».
El celo de la dirigencia política por el control de la historia, de la que se sienten guardianes, ayuda a comprender las verdaderas razones del acto de censura al documental La Habana de Fito, del director Juan Pin Vilar. La principal controversia sobre él, luego de que fuera exhibido en un programa televisivo que desconoció la voluntad de su director y su productor, ha sido la violación del derecho de autor. Eso es cierto. Pero en este tema hay más de un autor molesto.
Existe en el documental una escena donde Fito habla con unos jóvenes sobre la hipótesis de que Camilo Cienfuegos no hubiera muerto en un accidente en 1959. El cantautor argentino no afirma que esta sea su hipótesis, sino cuestiona la actitud de sus interlocutores de ni siquiera analizarla como conjetura, incluso para descartarla. Fito les reprocha que no duden, que no se hagan preguntas, y es precisamente ese su mayor pecado desde el punto de vista de la historia oficial y de los funcionarios. Recordemos que los sujetos pueden dudar; los objetos nunca.
La escena final del documental no solo cuestiona un hecho de inicios del proceso, sino que valora el posible epílogo de esa narración. Fue filmada en 2017 en la terraza del famoso paladar La Guarida —lugar donde residía Diego, el personaje del filme Fresa y chocolate. Seis años atrás la furia hotelera, lo que ella ha significado en el desastre económico de la Isla y el enriquecimiento de una casta de funcionarios, no era aún asunto público. Habría que esperar más de un año todavía para el acceso a datos móviles y la socialización masiva de la información. Pero el documental demoró, y sale a la luz en un escenario muy diferente al del momento de su filmación.
Es una escena muy breve:
Juan Pin (off) (Fito cámara en mano filmando) Ahora que estás filmando La Habana, ¿qué no quieres que se pierda? ¿Qué ha cambiado para ti y qué no?
Fito: Lo que ha cambiado es que no tengo fuerzas para sostener esta máquina ya.
(Ríen)
Fito: Hay un esplendor total. Esto es todo esplendor. Esto es auténtico glamour, de la ciudad, del de verdad. Espero que cuando cambie esto no se pueda anular. No creo que la Intelligentsia cubana permita que eso suceda. Digo la intelligentsia de los arquitectos, artistas que no estén metidos adentro de la mesa de negociación. No puede ser una entrega basada en el dinero nada más. (Se acerca al muro y lo toca con el pie). Todo esto tiene historia.
Claro que los autores de la historia, los narradores de la continuidad, no le iban a perdonar algo como eso a Fito Páez y a Juan Pin Vilar. Por ello dedicaron un programa de televisión a analizar lo dañino que resultaba el documental. Efectivamente, desde su punto de vista es un sacrilegio. Fito sugería que nos asumiéramos como sujetos de la historia, pero la clase política que dirige Cuba exige que continuemos siendo objetos, apenas piezas de un juego movidas por ellos. Fito, inconscientemente, estaba removiendo con sus palabras la piedra angular de nuestro sistema: la obediencia.
***
Imagen principal: Tomada de Verdad y Vida.