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Partido martiano y partido único

A propósito del 129 aniversario de la muerte de Martí.

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La intención de legitimar la existencia de un partido único al atribuirle como precedente al Partido Revolucionario Cubano, corresponde al ámbito de la propaganda política pero carece de sustentación histórica y presenta notables deficiencias conceptuales. Las diferencias entre la organización creada por Martí en 1892 y el partido de origen leninista, son de tal magnitud que sugerimos revisar los conceptos.

La organización fundada por Martí

Si el propósito es gestar una sociedad democrática, justa y equitativa, las instituciones que se lo propongan deben estructurarse y funcionar sobre tales principios. El Partido Revolucionario Cubano se diferenciaba de cualquier otra organización de su época por ser absolutamente original, gestada dentro del movimiento patriótico cubano, heredero de experiencias antillanas, latinoamericanas y universales, cuya concepción y estructura se deben al pensamiento de José Martí, quien lo propuso a dirigentes y personalidades de la emigración e incorporó sus sugerencias, emanadas de intercambios ocurridos a fines de 1891 e inicio del 92 en Tampa y Cayo Hueso.

El programa de la nueva agrupación se encuentra, en lo esencial, en las Bases del Partido Revolucionario Cubano —precisadas y ampliadas en comunicaciones del Delegado a los clubes y Cuerpos de Consejo. Sus bases ideológicas y políticas son el patriotismo y el independentismo absoluto, que implicaba rechazar toda forma de dependencia económica y política, no solo de España, sino de Estados Unidos y de cualquier otro país.

Organización inclusiva, hallamos en sus filas a seguidores del liberalismo, el marxismo y el anarquismo, diferenciados únicamente por los matices en la manifestación de su fidelidad a la libertad de Cuba y Puerto Rico. Solamente se excluirían quienes antepusieran sus intereses personales o de clase a la causa independentista.

Su base social era multiclasista, mayoritariamente de origen popular, provenientes de sectores de trabajadores manuales e intelectuales de diversos oficios y profesiones, obreros tabaqueros de las emigraciones, así como de la pequeña burguesía y de la que puede considerarse la burguesía patriótica, formada por propietarios de tabaquerías. La genialidad de Martí le permitió comprender que en aquella coyuntura histórica era posible la confluencia de intereses de diversas clases sociales. Tendrían cabida en el Partido Revolucionario Cubano todas las personas que acataran su programa e ingresaran a un club desde el cual laboraran por la independencia. Esto permite su clasificación como un partido de masas.

Eran objetivos esenciales de la nueva agrupación preparar la guerra independentista de Cuba y auxiliar la de Puerto Rico. Al unísono, crearía las condiciones político-ideológicas que garantizaran el espíritu y la práctica republicanos, democráticos y populares de la república que surgiría de la contienda bélica. Estos dos objetivos se hallan íntimamente imbricados, no eran procesos sucesivos, sino se realizarían paralelamente hasta alcanzar la ansiada libertad, y con ella las condiciones propicias para la emancipación humana. 

Martí lo expresó en múltiples ocasiones: «lo que estamos preparando, porque no hay otro modo de salvar nuestro país, es la guerra», [Epistolario, t. III, p. 120] promovida por la nueva agrupación, fundada «para poner la república sincera en la guerra, de modo que ya en la guerra vaya, e impere naturalmente, por poder incontrastable, después de la guerra». [OC., t. 1, p. 388]

El Partido dedicaría sus esfuerzos a organizar las condiciones para el inicio de la lucha armada, pero sin pretensiones de dirigirla una vez comenzada. El Delegado expresó que su «misión previa y transitoria» cesaría «el día en que ponga en Cuba su parte de la guerra». [OC, t. 2, p. 275] El proceso bélico generaría sus propios jefes, y sería el gobierno elegido en territorio insurrecto el encargado de guiar a los patriotas una vez constituido; entonces la institución partidista asumiría las tareas de auxiliar, subordinada a la autoridad suprema de la Isla en armas, que se caracterizaría por su «respetable representación republicana», garantía de la «plena libertad en el ejército». [OC, t. 4, p. 169]

Nadie podría acusar a la dirigencia partidista de ir contra los principios democráticos que enunciaba, pues desde la etapa de preparación de la guerra el Apóstol había hecho público el desinterés con que la agrupación se entregaba a las labores por la independencia: «El Partido Revolucionario [...] ni tiene cabeceras que levantar, ni jefes viejos o nuevos que poner sobre los del país, ni pretensiones que serían de un aliento arrolladas por el derecho anterior de la primera república, y el derecho nuevo y supremo del país». [OC, t. 2, p. 275]

La política unitaria y democrática se manifestaba con sumo tacto en este delicado aspecto, pues debían borrarse las prevenciones y desmentir a quienes en Cuba le atribuían ambiciones de poder. Una de las primeras tareas que asumió Martí, de consuno con el general Máximo Gómez, tras incorporarse a la contienda, fue organizar la Asamblea de Delgados ante la cual depondría «la autoridad que ante ella cesa. Y ayudaré a que el gobierno sea simple y eficaz, útil, amado, uno, respetable, viable». Ambos firmaron las convocatorias, que expresaban: «Los poderes creados por el Partido Revolucionario Cubano, al entrar éste en las condiciones más vastas y distintas en que le pone la guerra en el país, deben acudir al país y demandarle, como lo hace, que dé al gobierno que la ha de regir formas adecuadas a las nuevas condiciones». [OC, t. 4, p. 135]

Ninguna de estas resoluciones constituía, en aquel momento, un elemento perturbador, como hubiera sido pretender otra solución que no tuviera antecedentes ni justificación histórica en el último decenio del siglo XIX en Cuba. La preocupación fundamental del Maestro en aquellos días mambises se centraba en la forma que debía darse al organismo a constituir, pues de la estructura de este dependería el futuro de la guerra y de la república democrática, justa y equitativa a que aspiraba la mayoría de los cubanos. 

Fundadores del Partido Revolucionario cubano en Key West (Foto: Tomada de Habana Radio).

Partido único

El concepto de partido único no fue generado por pensadores cubanos ni latinoamericanos; su origen fue resultado de las luchas sociales y políticas europeas del siglo XIX y principios del XX, cuando Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, se empeñaba en combatir el régimen zarista, para lo que concibió la formación de una organización, el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso —del cual se desgajaría más adelante una facción bolchevique que adoptó el nombre de Partido Comunista en 1918—, que desde la clandestinidad organizara al proletariado para luchar contra la opresión, conquistar el poder y establecer la que denominaban «dictadura democrática» de obreros y campesinos.

 Una vez derrocado el zarismo, en febrero de 1917, el partido leninista participó, en igualdad de condiciones, en la convocatoria realizada por diversas agrupaciones políticas para llevar a cabo una Asamblea Constituyente, que institucionalizaría el gobierno democrático.

Las decisiones de los efímeros gobiernos constituidos en los meses subsiguientes impusieron una salida insurreccional. La Revolución de Octubre, dirigida por los bolcheviques encabezados por Lenin, logró la radicalización del proceso. El poder conquistado se transfirió a los soviets de obreros, soldados, campesinos y estudiantes, integrados por diversos sectores sociales y políticos que, en su II Congreso, se fortalecen.

En el III Congreso de los soviets, en enero de 1918, se consolidó la acción de los bolcheviques, con el apoyo de otras agrupaciones políticas. El momento era riesgoso para la nación, empobrecida en medio de la Primera Guerra Mundial —de la que Rusia se retiró mediante acuerdo de paz—, agredida desde el exterior y enfrentada a la contrarrevolución interna. Estas condiciones extremas fueron cediendo ante la fuerza del Ejército Rojo.

Hacia 1921 las circunstancias habían mejorado, hasta lograr una estabilidad suficiente. Ese año fue realizado el X Congreso del Partido Comunista, en el que prevalecieron criterios y fuerzas conducentes a la aprobación de disposiciones que comprometerían el futuro de la dirección política. Fueron prohibidos todo grupo, facción o tendencia dentro del partido. Ello se hizo con el argumento de lograr la unidad interna, pero en la práctica impedía la expresión de divergencias entre los comunistas, los revolucionarios, e inclusive los sectores que los apoyaban, so pena de ser expulsados de la agrupación. De este modo fue liquidada la democracia participativa: toda tarea de gobierno quedó concentrada en una élite de políticos dedicados exclusivamente a esa actividad.

 Lenin declaró que el Partido Comunista era el único capaz de dirigir al país hacia el socialismo mediante la dictadura del proletariado, de la cual el partido era condición indispensable. Quedaron excluidas la oposición política y la oposición obrera, y se establecieron el partido único y la dictadura del proletariado. Este último concepto fue enunciado por Carlos Marx, pero como etapa transitoria que duraría el tiempo requerido para afianzar el poder y permitir la conquista de la democracia para todos los miembros de la sociedad.

En el partido leninista, la tendencia era diferente. Al no permitirse el disenso ni la discusión de las orientaciones emanadas por el Buró Político —constituido por políticos profesionales—, se impidió la democracia interna de la agrupación, que se convirtió en un aparato verticalista con enorme estructura burocrática, hasta llegar a la degeneración impuesta por Josep Stalin tras la muerte de Lenin, en 1924.

Las masas de la población, y también las bases partidarias, fueron apartadas de todo tipo de decisiones estratégicas, asumidas por dirigencias supuestamente infalibles (1, 2 y 3).

Poster soviético de propaganda en el que se muestra a un amado Stalin con la leyenda: «El capitán de la URSS nos lleva de una victoria a otra». (Imagen: Russia Beyond)

El partido de Martí en su época

En el último decenio del siglo XIX no estaba planteada en Cuba, en modo alguno, la posibilidad de una revolución encabezada por la clase obrera, y menos aún la construcción del socialismo. Por ello resulta inadecuado atribuirle a Martí una concepción del partido que no concuerda con sus circunstancias históricas, sino con las de principios del siglo XX y en otro contexto. En este sentido, Juan Marinello enfrentó a quienes argumentaban similitudes entre el partido martiano y el leninista: «Toda equiparación y equivalencia son, desde luego, inválidas, ya que el pensamiento orientador y la naturaleza de los propósitos fueron muy distintos» (p.358). 

Entre esas supuestas similitudes, se encuentra la de atribuirle a Martí aspiraciones de establecer la dirección política del Partido Revolucionario Cubano en la república que debía fundarse alcanzada la independencia, con lo que se pretende convertirlo en un partido único. En ningún texto o documento suyo aparece tal cosa, lo que no implicaba el alejamiento de sus deberes en las nuevas condiciones que advendrían, pues en sus análisis manifiesta la convicción de continuar enfrentando, en la etapa post-bélica, a las tendencias antidemocráticas encabezadas por aspirantes a privilegios.

En medio de la preparación de la guerra, advirtió: «Se morirá por la república después, si es preciso, como se morirá por la independencia primero». Previó obstáculos políticos y sociales que deberían afrontarse desde el final de la contienda, y que no provendrían solo de enemigos externos, sino de sectores que mostrarían sus zarpas elitistas cuando tuvieran ocasión: «Moriremos por la libertad verdadera; no por la libertad que sirve de pretexto para mantener a unos hombres en el goce excesivo, y a otros en el dolor innecesario».  [OC, t. 2, p. 255]

Valoró que habría grupos, sectores o clases opuestos a la justicia social, dispuestos a defender sus posiciones e intereses a costa de la entrega de la patria a nuevos amos:

A la significación y curso estamos aquí de las fuerzas sociales, que, por el enconado apetito del privilegio, y el hábito y consejo de la arrogancia, y la docilidad de las preocupaciones naturales en Cuba, pudieran impedir, aun después de la independencia, el equilibrio justiciero de los elementos diversos de la isla, y el reconocimiento, ni demagógico ni medroso, de todas sus capacidades y potencias políticas, sin el cual vendría la patria, desmigajada en la continua guerra, a parar en el yanqui aniquilador y rapaz. [OC., t, 3, p. 264] 

No aludía a la defensa de los derechos de una clase social u otra, sino a las amenazas a la integridad nacional, cuyos más decididos defensores no se encontraban entre los grandes propietarios y comerciantes vinculados al dominio colonial, sino en las amplias masas de trabajadores —concepto que incluye a todo el que libra el sustento con su esfuerzo—, a los que denominó «los pobres de la tierra», y advirtió que habrá quienes «querrán, astutos, sentarse sobre ellos»; e incluso concibió la posibilidad de que «las vanidades y ambiciones, servidas por la venganza y el interés, se junten y triunfen, pasajeramente al menos, sobre los corazones equitativos y francos».

Delimitó las posiciones que ocuparían los diversos grupos de intereses en la etapa por venir, y afirmó su puesto junto a los más necesitados: «Sépanlo al menos. No trabajan para traidores»; [OC, t. 3, p. 304] enfrentaría a los promotores de nuevas formas de injusticia social: «Aquí nos encararíamos, vigilantes, contra los que [...] no vieran en la campaña de independencia el modo de devolver a todos los cubanos sus derechos, sino de ejercitar derechos especiales, y señorío vejatorio, sobre algún número de cubanos». [OC, t. 1, p. 480]

Nada más ajeno al pensamiento martiano que una concepción de la república como régimen libre de contradicciones. En sus textos se hallan elementos suficientes para afirmar que no solo trataba de alcanzar una forma de gobierno para la república en la que existiera un pleno ejercicio de la democracia, sino, además, de establecer un orden social capaz de eliminar el colonialismo español de toda la vida nacional, a la vez que evitaba el establecimiento de nuevos vínculos de dependencia, para lo cual el Estado cubano no sería un supuesto poder neutral, sino  debería asumir un papel activo en el logro del desarrollo económico y en la garantía de la protección de los intereses nacionales, frente al expansionismo del vecino del norte.

Nada más ajeno al pensamiento martiano que una concepción de la república como régimen libre de contradicciones. (Foto: Ernesto Mastrascusa/EFE)

El legado martiano

Para la mayoría del pueblo cubano, conscientemente o no, son partes constitutivas de su modo de ser y vivir el patriotismo, la independencia absoluta, la unidad nacional, la defensa de los intereses populares, la lucha contra toda forma de discriminación, el internacionalismo, el antinjerencismo, el anticolonialismo, el antimperialismo. Tales principios, concepciones e ideas no provienen de la adscripción al marxismo: «Desde la primera generación de marxistas cubanos, la de los años veinte, estuvo claro que la tradición nacional, culminante en Martí, no podía ser subsidiaria de la nueva ideología, sino al revés», expresó Cintio Vitier (p.105).

El pensamiento cubano tiene profundas raíces históricas. Desde el presbítero Félix Varela se ha aspirado a un país independiente en el que la justicia social forme parte esencial de la democracia, pues la participación de sectores mayoritarios de la población en un proyecto común constituye garantía de estabilidad y fortaleza ante todas las formas de peligros y amenazas. Martí fue heredero de esta tradición, y dejó un legado que sustenta las luchas del presente.

En el momento actual de Cuba, en que algunos de los que se decían defensores de la justicia social reniegan de ella, y en que la opresión y la explotación tratan de encubrirse tras una terminología dulcificada, debemos recordar que Martí definió con claridad que la república no era «un nuevo modo de mantener sobre el pavés, a buena cama y mesa, a los perezosos y soberbios que, en la ruindad de su egoísmo, se creen carga natural y señores ineludibles de su pueblo inferior».  [O. C., t. 2, p. 255]

Esta época, en que los poderosos pretenden imponer sus opiniones y silenciar todo argumento inconveniente a sus propósitos, debemos tener presente el ideario y el ejemplo del Maestro: «El respeto a la libertad y al pensamiento ajenos, aun del ente más infeliz, es en mí fanatismo: si muero, o me matan, será por eso». [ OC., t. 3, p. 166]

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Imagen principal: Fernando Medina Fernández / Cubahora.