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¿Populismo o elitismo?

El proyecto político cubano ha erigido su legitimidad sobre un supuesto carácter popular como pilar fundamental. Se supone que sea del pueblo y para el pueblo, pero ¿en la práctica cotidiana cómo funciona? He reflexionado a menudo sobre esto, en particular luego de presenciar en el CENESEX en una ocasión cómo la directora expulsó a una de mis compañeras de trabajo de una reunión en su oficina, solo porque le molestaba su perfume. Esto me pareció una indicación muy precisa de cómo nos conciben desde la cúpula del poder, actitud que es secundada por sus acólitos, los cuales terminan defendiendo una posición de la cual, en realidad, no gozan.

Luego del 17 de marzo hemos visto desafortunados comentarios en la prensa sobre las personas que se manifestaban. Por ejemplo, en «Nadie puede arrebatarnos la paz», de Mayté García Tintoré, publicado en el periódico Sierra Maestra, podemos constatar el desprecio de los dirigentes y sus voceros por el pueblo al que dicen representar. En el referido texto, los manifestantes son presentados como «desagradecidos» y «vagos», e incluso se juega la carta de desacreditar la maternidad de las mujeres que asistieron con sus hijos: se les llega a tildar de «criminales».

Esto es un buen ejemplo de cómo se manipulan los estereotipos y prejuicios imperantes en la sociedad cubana en contra de las personas que de alguna manera se oponen al estatus quo: el mismo gobierno que finge ante el mundo ser partidario de la defensa de los derechos de las mujeres, no duda en violentarlas simbólica (aunque también físicamente) al presentarlas como «malas madres».

Otro tanto hacen con las personas pobres, que la periodista en cuestión no duda en llamar «hambrientos». El régimen cubano utiliza la aporofobia como forma de descrédito, evidenciando que su carácter populista en realidad disfraza un profundo elitismo y desprecio por los cubanos, en particular por los menos favorecidos.

Algo similar ocurrió luego del 11 de julio de 2021. Por entonces, en una entrevista a la profesora de marxismo-leninismo Marxlenin Pérez, esta criticaba el «alarde de vulgaridad, grosería, ausencia de las más elementales reglas de ortografía y educación, y una enorme agresividad contra la Revolución». Resulta curioso que hasta la ortografía se convierta en un recurso clasista de descrédito, sobre todo cuando la educación es uno de los más nombrados pilares revolucionarios: ¿dónde y por qué no aprendieron estas personas a escribir bien? ¿O acaso es que siempre han existido brechas educacionales relacionadas con las clases sociales? ¿Será que estas personas con mala ortografía han sido las más desfavorecidas y por eso son más «agresivas»?

En cualquier otro lugar quizás estos casos fuesen apenas la desafortunada opinión de periodistas e intelectuales prejuiciados, pero en Cuba sabemos cómo funciona el ejercicio del «periodismo». Además, los propios dirigentes se han encargado de mostrar en múltiples ocasiones el desprecio que sienten por su pueblo. Pienso, por ejemplo, en el discurso de Fidel Castro pronunciado el 4 de abril de 1997, en el que se burla de habaneros y orientales por igual. Les dejo un fragmento:

«Ya los habaneros no quieren ni construir; ya el habanero de ingeniero para abajo no se conforma; de administrador, de no se sabe qué. ¿Construir, para un habanero? No. Entonces, orientales que vinieron a construir y de una forma o de otra se quedaron por aquí (RISAS). Ya el habanero no quiere ser ni policía (RISAS Y APLAUSOS), y hacen falta policías, ustedes lo saben bien, y buscan policías de oriente. Y así, hay muchos oficios ya que el habanero no quiere ni oír hablar de ellos, y espera que los países del tercer mundo de Cuba (RISAS) —que son Guantánamo, Granma y otros— le suministren la fuerza de trabajo, sin renunciar jamás al oficio de quejarse».

Esta ha sido la posición del gobierno cubano por décadas: les proveemos todo (que en realidad es lo mínimo imprescindible para la subsistencia), y al pueblo solo le queda acatar y responder con un agradecimiento incondicional. Si no lo hacen se les deshumaniza y se les aplican los peores epítetos posibles. Pero siempre prima el desprecio, incluso cuando se oculta tras esa burlona condescendencia desde la cual un líder se atreve a hablar de «los países del tercer mundo de Cuba». Pareciera que el desarrollo de cada región de la Isla no fuera una de las responsabilidades de la administración gubernamental y que ese «tercermundismo» fuese culpa exclusiva de los habitantes de esas provincias. No solo se burlan del pueblo, sino que presentan un discurso cínico que los exime de culpas.

Tal es el caso de las palabras de Esteban Lazo en una visita a poblados de la provincia de Sancti Spíritus. Allí, el presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular utilizó el conocido recurso de concebir a Cuba como un desastre si no hubiera sido por la Revolución. En sus frases refiere que la cantidad de médicos, e incluso el acceso a la electricidad, es gracias a la política revolucionaria. Hay que agradecer entonces, sin rechistar y cualquier fallo es por el «bloqueo». Hay que resignarse a un presente de apagones porque sin la Revolución no hubiese electricidad en la Isla. Este tipo de afirmaciones es una falacia ad ignorantiam: se toma algo indemostrable como prueba del postulado principal. 

Lo cierto es que, según datos del Banco Interamericano de Desarrollo, si bien en 1970 solo un 52% de la población de América Latina tenía acceso a la electricidad, en 2019 había ascendido al 97,2 %. Para esto no hizo falta una Revolución en cada país latinoamericano y caribeño, así que nada nos garantiza que Cuba no tuviese actualmente los mismos valores si en 1959 las circunstancias hubiesen sido otras. Si entramos en un plano hipotético no hay sustento real ni para una u otra afirmación, así que ambas tienen la misma dudosa validez. Cada discurso de los dirigentes cubanos es un paraíso de falacias lógicas que intentan distorsionar la realidad y con las cuales se burlan de nuestra inteligencia.

Peor aún es su afirmación de «¿Por qué no hay leche? Porque nos están robando el ganado en la cara, porque nos hemos descuidado y no hacemos bien los contratos. Y porque nos falta solidaridad». Aquí hay tres maneras diferentes de responsabilizar a las verdaderas víctimas de la situación, llamándolas ladronas, ineptas y carentes de solidaridad. Al final nada es culpa directa de la cúpula gubernamental. Es la gente la culpable de sus carencias.

Este es el tipo de postulado con los que tal elitismo funciona como una flagrante negación de la realidad, manipulando los hechos y los datos. Por ejemplo, en el discurso del presidente Díaz-Canel del 8 de marzo de 2024 se niega cínicamente la existencia de feminicidios en Cuba, a pesar de que asociaciones independientes —llamadas por él «plataformas subversivas anticubanas»— han denunciado casi noventa casos de feminicidios solo en 2023, lo cual sin dudas es un sub-registro.

El desprecio de las autoridades se manifiesta en el irrespeto que expresan por la vida de los ciudadanos. Recordemos también, solo por citar dos casos, los disparos por la espalda que mataron a Raidel Vidal Caignet y a Hansel Ernesto Hernández Galiano, jóvenes negros cuyos actos ilícitos o antecedentes penales fueron esgrimidos como forma de justificar sus asesinatos, revictimizándolos de esa forma.

Díaz-Canel también ha negado el uso de la violencia policial en las manifestaciones del 17 de marzo, alegando que se resolvieron «hablando» con la población, aunque en realidad hay alrededor de diecisiete detenidos. Estas supuestas conversaciones con la población en realidad son muy indicativas de cómo se resquebraja la autoridad de los funcionarios, pero asimismo de la forma en que estos se dirigen a quienes se atreven a cuestionarlos, como fue el caso de la visita del presidente a Songo La Maya, donde respondió con un irreverente «¿qué es lo que tú quieres?», dicho en muy mal tono, a una persona que luego le preguntó si conocía que habían pintado el pueblo próximo a su visita.

Las propias imágenes de la visita, en las cuales se observa una doble protección —de vallas de metal y guardaespaldas— entre el dirigente y los presentes, es un símbolo de que en realidad no son parte del pueblo, ni quieren serlo. Al contrario, lo ven como un peligro ante el cual intentan mostrar más confianza y poder de los que tienen.

El gobierno ha creado un abismo respecto al pueblo, no solo por la manera en que viven, sino por la distribución del poder y las responsabilidades. El sacrificio y la culpa siempre quedan de un lado, en tanto el mérito queda de otro, el de ellos. El pueblo cubano debe renunciar a un presente vivible solo porque los que dirigen el proceso construyeron un pasado y prometen un futuro.

Creo que su cinismo será un boomerang más pronto de lo que esperan. La complacencia que sienten en su supuesta superioridad es tanta, que no están siendo conscientes de lo endeble de su posición.