El progresismo académico ante los autoritarismos «revolucionarios»
«Al tratar de explicar la actitud de los intelectuales, despiadados con las debilidades de las democracias, indulgentes con los mayores crímenes, siempre y cuando estos se cometan en nombre de las doctrinas correctas, me encontré en primer lugar con las palabras sagradas: izquierda, Revolución, proletariado»
Raymond Aron: El opio de los intelectuales
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Vivimos hoy, en Latinoamérica y el orbe, bajo las sombras ominosas de una era de aguda polarización, con auge de los extremismos iliberales de derecha e izquierda y de un peligroso avance autoritario. En este tiempo oscuro, el rol de cualquier academia que se considere «progresista» debería sustentarse en la producción de un conocimiento riguroso, comprometido con el desarrollo y la equidad social y acompañado por una visión transideológica de la democracia y los DDHH.
Superar cualquier tentación o sospecha de sesgo político, sea cual sea fuere el color de los ropajes ideológicos, debe ser para esa academia una tarea principal y permanente. Sin embargo, ella resulta una deuda pendiente del gremio con sus públicos y, sobre todo, con las víctimas de los despotismos ubicados a la izquierda del espectro político.
El Centro Maria Sibylla Merian de Estudios Latinoamericanos Avanzados en Humanidades y Ciencias Sociales (CALAS por sus siglas en inglés) es un centro de investigación de ciencias sociales latinoamericanistas creado en 2017. Con factura mixta (latinoamericano-germana) y financiación alemana, sus sedes se extienden por México, Centroamérica, los Andes y el Cono Sur. Se trata de un interesante experimento que reúne los recursos y miradas del Norte Global europeo y el Sur Global latinoamericano. Una perspectiva que opera —por anclaje y adscripciones—, desde las coordenadas materiales, legales y epistémicas que permiten las sociedades abiertas y los regímenes democráticos, capaces de cobijar a la academia occidental y sus reclamos progresistas.
Frecuentemente las sedes y programas de CALAS organizan eventos para abordar temas de actualidad, como democracia, desarrollo, medioambiente y equidad. Algunas de sus publicaciones aportan interesantes lecturas —sistemáticas, informadas, rigurosas— de la realidad regional y global, como muestran los notables trabajos de Klaus Meschkat, Edgardo Lander, Maristella Svampa y Celia del Palacio. Se trata pues de un esfuerzo académico de calidad variada pero atendible, como lo es casi todo en esta vida... que de ser perfecta, sería aburrida. Sin embargo, CALAS parece cobijar, como parte del gremio, cierta tendencia sutilmente restrictiva de la pluralidad temática y ideológica.
Hace un tiempo, en ocasión de la organización por CALAS de sendos foros sobre autoritarismos, comenté a mis amigos Alberto J Olvera y Celia del Palacio —por entonces investigadores invitados en estancias temporales del Centro— sobre la llamativa ausencia de las experiencias límites de Cuba y Nicaragua —autocracias cerradas—, y de Venezuela —por entonces un autoritarismo hegemónico— en los debates y análisis «calasianos».
En la perspectiva de CALAS se abordaban adecuadamente los gobiernos populistas y regímenes híbridos de derecha, como Bolsonaro o Bukele. Pero la misma convocatoria para estudiar el «Autoritarismo en Democracia. Perspectivas transregionales e históricas sobre espacios en disputa» ignoraba los casos más estructurales de autocratización en la región, pertenecientes a la izquierda iliberal. La respuesta que recibí entonces por parte de un investigador y coordinador académico del centro a mi observación sobre ese punto, que aludía a la limitación de espacio para acomodar el análisis de los autoritarismos «progresistas», solo alimentó mi sospecha de sesgo.
La evidencia de tal sesgo en el mainstream cosmovisivo de CALAS parece retornar con nuevos elementos. El colega Guenther Maihold anuncia la salida de una nueva obra del Centro, titulada Pasados perennes futuros inciertos. Estados y democracias fallidas en América Latina, en donde se repiten los abordajes y ausencias problemáticos mencionados. En la introducción del libro, por ejemplo, el recuento de los ciclos latinoamericanos de movilizaciones (2019/2022) ignora las grandes protestas en Cuba, al tiempo que apenas se mencionan las extendidas semanas de manifestaciones —y represión estatal— en Venezuela. En el cuerpo del libro se caracterizan, con descuido teórico y ahistórico, como «oposiciones desleales», a las identidades, reclamos y acciones colectivas que dieron origen a las amplias movilizaciones opositoras venezolanas y bolivianas durante el convulso 2019. También se repiten, de modo demasiado simplista, los mantras del «lawfare» y el «golpe blando» para simplificar las crisis de ambos países.
Una discusión más profunda del tema remite al epílogo escrito por Aaron Schneider, donde son cuestionados los parámetros simétricos con que, a partir del enfoque de Varieties of Democracy (V-Dem),(1) gran parte de la academia de ciencia política acomoda —en la categoría común de «autocracias cerradas»— a regímenes posrevolucionarios enfrentados a EE.UU. como Cuba e Irán, y sus pares reaccionarios apoyados alguna vez por Occidente: la Sudáfrica del Apartheid y las Filipinas de Marcos. Discrepando de esa mirada, Schneider las diferencia en tanto:
«la base geopolítica y social de los distintos regímenes constituye un punto de partida que separa los distintos regímenes democráticos y las amenazas a la democracia. Algunos regímenes surgen de una tradición en la que los sectores populares se movilizan en organizaciones de clase, se integran en proyectos ideológicos de izquierda y gobiernan con una visión crítica de la política de las grandes potencias y de la historia del colonialismo y la dominación en el Sur Global. Otros regímenes surgen de una tradición elitista de acomodación entre grupos de clase alta, alineados con proyectos ideológicos conservadores y de derecha, subordinados a los designios de las grandes potencias en la política y la historia internacionales».
Dicho autor acepta que los países arriba mencionados coinciden en tener elecciones injustas o poco competitivas, restricciones a la sociedad civil y ataques a la prensa. Pero cuestiona que se les acomode en una categoría única pues «recorrieron caminos diferentes para obtener las características que muestran en la actualidad». Y si bien reconoce que los casos posrevolucionarios «han reducido sus prácticas democráticas gravemente, con un liderazgo centralizado que socava los controles y equilibrios y reprime la actividad de la oposición en la sociedad civil y política» lo han hecho «alegando que la apertura amenaza su proyecto revolucionario, obligaría al pueblo a hacer retroceder las pocas conquistas sociales que ha conseguido, permitiría a las élites anteriormente dominantes volver al poder y sometería la soberanía nacional al dominio internacional, especialmente a Estados Unidos». Por lo que recomienda separar «las dictaduras reaccionarias de las posrevolucionarias».
Ante lo dicho por Schneider asoman algunas preguntas nacidas en el aquí y ahora de la región latinoamericana. Si bien en el abordaje comparado de un fenómeno político es siempre recomendable atender la especificidad de causas y trayectorias diferentes, ¿por qué razón debería extenderse ello a una diferenciación conceptual de autoritarismos igualmente represivos, alegando el tipo de ideología de legitimación y el movimiento social o histórico que le dieron orígen?
La historia, teoría y ciencia política del siglo XX ¿no incurrieron ya en el error de sostener tratamientos diferenciados a los totalitarismos reaccionario (nazi) y revolucionario (estalinista)?, con las implicaciones analíticas, políticas y éticas que ello supone. Además, en una región como Latinoamérica, donde las etapas históricas han revelado la existencia, variable en el tiempo, de alianzas interestatales autoritarias —ayer la derecha militar articulada en torno al Plan Condor, hoy la extrema izquierda nucleada alrededor de la Alianza Bolivariana— ¿en qué nos ayudaría el insistir en semejantes tratamientos diferenciados a la comprensión y el combate efectivos al autoritarismo?
Todo ello salta a la luz, en especial cuando la academia y campo intelectuales latinoamericanistas continúan teniendo una mirada divergente sobre lo que implica ser de izquierda y de derechas. Visiones donde las primeras, etiquetadas normativamente como «progresistas», cometen, si acaso, «lamentables errores» —casi siempre atribuibles a factores exógenos a su voluntad—, mientras las segundas, clasificadas como «reaccionarias», incurren en horrores emanados de su propia naturaleza interna.(2)
Hagamos un rastreo en Google Scholar en torno a las categorías «extremismos» y «autoritarismos» para ver los resultados que arrojan —en eventos, publicaciones y programas curriculares—, los pasados cinco años de ciencia social latinoamericana.
Semejante sesgo y sobre-representación ideológicos, conlleva a una invisibilización sociopolítica, que el propio trabajo publicado por CALAS evidencia en varios momentos. En el libro, por ejemplo, casi no se abordan las expresiones autoritarias de izquierda y su impacto sobre las movilizaciones populares. ¿Acaso el estudio de las protestas no tiene relevancia allí donde, por tratarse de regímenes no democráticos (autocracias, dictaduras, tiranías), la propia «estructura de oportunidades políticas» es sistemáticamente restrictiva y donde, por tanto, la agencia ciudadana se despliega en condiciones especialmente asediadas y difíciles?
Por otra parte, una convocatoria reciente, caracteriza a un mundo que «atraviesa en la actualidad múltiples crisis, marcados por las crecientes amenazas de guerra, inflación, crisis económicas y desigualdad, desastres ambientales, el ascenso de la extrema derecha y el autoritarismo, o las dinámicas migratorias que han culminado de tal manera que puede decirse que constituyen puntos de inflexión en y para la humanidad en su conjunto». ¿La obra de las tres autocracias plenas de la región —Cuba, Nicaragua y Venezuela— no debe abordarse con una atención por lo menos similar a la dedicada a escudriñar el accionar y las posturas iliberales de Bukele, Milei o Boluarte?
Alguna vez escribí que el progresismo realmente existente no es patrimonio de ninguna coordenada ideológica particular, de izquierdas o derechas. Excluidos apenas los extremos radicales o reaccionarios, que negaron en el ultimo siglo la vida y dignidad humanas, lo progresista resulta «una noción transideológica, que debe evaluarse por la correspondencia entre promesas y realizaciones (..)», por cuanto, dada la evidencia histórica: «Los progresos en materia de derechos y capacidades no son monopolio de una ideología particular. Derivan de la acción y consensos logrados en un marco democrático».
De ahí que, afirmaba asimismo en dicho texto: «La política latinoamericana muestra que los avances progresistas de beneficio concreto para las sociedades se han producido en países donde las agendas de gobierno y oposición, aunque guiadas por ideologías distintas, convergían en un entorno democrático». Pero mientras la noción latinoamericana de «progresismo» siga presa de inercias ideológicas, modas intelectuales o encuadres políticos, servirá poco para iluminar el progreso real de quienes habitan esta región.
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(1) Nombre de un proyecto global de medición y estudio de la democracia y sus opuestos, del que formamos parte más de 3000 politólogos de todo el mundo. Su sede está en la universidad sueca de Gothenburg.
(2) He abordado este tema, junto a otros colegas, en Edurne Uriarte, Ángel Rivero (coord.) La extrema izquierda en Europa occidental: iliberalismo y amenazas para la democracia, Madrid : Tecnos, 2024.
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Imagen principal: The New York Times.