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La renuncia imposible

0. Aquí no se trata del libro de poemas de Agostinho Neto, sino de algo más cercano, nuestro, de nuestra realidad nacional.

 

1. Basta una mirada superficial a la historia de las sociedades modernas, o la realidad internacional actual, para advertir que, en países de muy diversa orientación ideológica, pero enmarcados de manera general en lo que podríamos denominar sociedades democráticas, ocasionalmente se producen conmociones, a veces simples sacudidas de la modorra habitual, que, de no atajarse a tiempo, podrían conducir a convulsiones sociales, crisis de ingobernabilidad o revueltas populares que pongan en riesgo la existencia del sistema establecido.

Ante una situación de grave crisis, los modernos Estados democráticos, republicanos o monárquicos, aplican medidas que (resuelvan de inmediato el problema de base o no) disminuyen las tensiones sociales y permiten a las autoridades concentrarse en la búsqueda de soluciones definitivas.

Entre esas medidas se cuentan el voto de censura contra ministros o el gabinete, la disolución de los parlamentos y la convocatoria a elecciones extraordinarias. La más frecuente, y de efecto casi inmediato, es la dimisión del jefe de gobierno o su destitución por el jefe de Estado.

Con tales procedimientos, si son bien ejecutados, se renuevan funcionarios, ideas y métodos de trabajo no funcionales, disminuye la intranquilidad popular y la ciudadanía recupera la confianza en las instituciones. Se robustece el sistema político y se garantiza su estabilidad. Como en la naturaleza, eliminar la parte enferma preserva la vitalidad del todo.  

 

2. En noviembre de 2023 ocurrió en Portugal un caso ejemplar: El primer ministro presentó su renuncia, aceptada de inmediato por el presidente.  

El motivo: Su nombre, según la fiscalía general, había sido mencionado en una causa abierta por corrupción, que presuntamente involucraba a su jefe de despacho, a un amigo y algún ministro. Después se comprobarían errores importantes en el expediente iniciado y, más tarde, el caso de la fiscalía sería desmontado por los tribunales, por inconsistente y por no poder probar las imputaciones contra los acusados. Él nunca fue llamado a declarar, a pesar de solicitarlo, ni se abrió expediente alguno en su contra. Era inocente.

Se podría pensar que, si no había cometido delito, no debía renunciar. Pero ante todo estaba el respeto debido por él a sí mismo y al cargo que desempeñaba. Su renuncia no era una admisión de culpabilidad, como alguno pudiera pensar, sino la afirmación de que, como persona decente, no temía ser investigado, pero como ciudadano común, no como alto funcionario gubernamental. Con ello mostraba, además, respeto al pueblo al cual se debe todo servidor público. Como declaró por televisión luego de entregar la renuncia al presidente: «La dignidad de las tareas de un primer ministro no son compatibles con ninguna sospecha sobre la integridad, el buen comportamiento, y menos aún con cualquier acto delictivo... Yo no estoy por encima de la ley».

Lo que hubiera significado una grave crisis política fue atajado con esa renuncia. Con su actuación, el primer ministro protegía el prestigio del Estado y sus instituciones, y en especial al presidente de la república, que fue quien lo nombró en el cargo.

Tampoco se produjo vacío de poder alguno porque el primer ministro renunciara, ni se alteró el orden democrático; antes bien, se fortaleció. Al aceptar la renuncia, el presidente enviaba a amigos y enemigos un mensaje de solidez y confianza en sí mismo y en el sistema que encabezaba: Despedía a un funcionario experimentado, pero había otros capaces de sustituirlo.

A fin de cuentas, la crisis se contuvo. La justicia siguió su curso (ya se vio que en realidad no había caso). El presidente y el partido gobernante no vieron disminuir su prestigio ante los votantes, sino todo lo contrario. El sistema democrático no fue alterado. Ese es el resultado del sentido del honor, la inteligencia, el respeto a la ciudadanía y la valentía política del primer ministro renunciante.

António Costa, en su intervención para anunciar su dimisión como primer ministro de Portugal, este martes en Lisboa. (Foto: Ana Brigida / AP)

 3. La afirmación «los cubanos no nos parecemos a nadie» es recurrente para alimentar nuestra autoestima nacional (o, sin eufemismos: nuestro chovinismo). Como «no nos parecemos a nadie», tampoco nos parecemos a nadie en la aplicación de conceptos, prácticas y modos de ejercer el gobierno en las democracias del resto del mundo.

(Nota para quien no asocia Cuba con democracia: Cito lo proclamado en la Constitución de la República, artículo 1, no afirmo ni niego nada. Cierto que, cinco años después de refrendada la ley de leyes, no se aplica el artículo que establece el derecho ciudadano a la manifestación pacífica..., pero ese no es el tema ahora).

Una de esas «diferencias» es que en nuestro país, llueva, truene o relampaguee, los funcionarios no renuncian. En ocasiones, «pasa a ejercer otras funciones», y solo mucho tiempo después uno se entera, gracias a la vox populi (esto es, a la voz de dios, pues vox populi vox dei), de que guarda prisión por delitos graves.

En menos de nueve meses han ocurrido en Cuba dos hechos de extremada gravedad, por cualquiera de los cuales en otro país se hubiera reestructurado el gabinete, el primer ministro habría sido cesado en sus funciones y, al menos en el primer hecho, hubiera sido desaforado de su condición de diputado por la Asamblea Nacional, y acaso habría enfrentado una indagación judicial. Es lo usual en otros países. Como no nos parecemos a nadie, no sucedería aquí.

 

4. A principios de febrero de este año 2024, el ministro de Economía y Planificación, viceprimer ministro y miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, Alejando Gil, fue separado de su cargo en el gobierno (con posterioridad se anunciaría su renuncia al puesto partidario). Curiosamente, pocos días después de la destitución recibió las felicitaciones del presidente de la República por su cumpleaños, a lo que respondió agradeciendo el mensaje. Ambos textos aparecieron en las redes sociales, no repito habladurías.

Sin embargo, pocas semanas después de esa felicitación, a principios de marzo, para sorpresa de la población, una nota de prensa anunciaba que se investigaba por corrupción al exministro recién felicitado. Los medios, sin aludir a él, transmitieron reportajes con el mensaje explícito de una gran ofensiva contra la corrupción. En declaraciones públicas, el primer ministro proclamó «tolerancia cero» y reclamó «control» para cortar toda manifestación de corrupción.

Sin embargo, no obstante la magnitud del hecho que involucraba a su principal subordinado, y pese a su reclamo de mayor control y tolerancia cero, el primer ministro no presentó su renuncia, el presidente no se la exigió, ni la Asamblea Nacional le pidió explicaciones durante las sesiones parlamentarias del mes de abril.

Un dato interesante es que la Contralora General de la República, en entrevista del 14 de mayo para la agencia española efe, declaró que la investigación sobre el exministro no partió de la Contraloría General. Para el ciudadano quedaba la impresión de que las funciones de ese organismo se ejercen sobre los niveles inferiores de la administración del Estado, los ministros estarían exentos de control. Ella no explicó si es así en el mundo entero, y uno se queda con la idea de que se debe a que «Cuba no se parece a nadie». 

Exministro de Economía cubano Alejandro Gil. (Foto: Cubadebate)

5. Aunque me aparte del tema central, deseo extenderme en esa entrevista. La entonces contralora general aseguró que «más pronto que tarde y en la medida de ser objetivo», se aportaría toda la información sobre el caso del exministro de Economía (obsérvese que la afirmación corresponde a mayo, y estamos en octubre; o sea, el «pronto» cumple algo más de cinco meses). También afirmó que el 76% de las ilegalidades cometidas son «a nivel de base» (o sea: por el pueblo y los cuadros inferiores). Por último, expresó que el conglomerado empresarial de las fuerzas armadas (esto es: casi todo el turismo más rentable, los superhoteles, las telecomunicaciones, las principales inmobiliarias, los grandes negocios...) no entra en la jurisdicción de la Contraloría. Según sus palabras, los militares tienen «disciplina y organización superior» y buenos resultados en su gestión, no hay que controlarlos.

Hasta donde recuerdo, es la primera vez que un funcionario del gobierno afirma que en Cuba las empresas dirigidas por militares no son controladas por el Estado. En eso tampoco nos parecemos a nadie.

(Hay quienes opinan que esas declaraciones son la explicación de su «liberación del cargo» poco tiempo después; pues había permanecido en él luego de la ligera remodelación del gabinete efectuada un mes antes).

 

6. Volviendo a la idea central: El funcionario de mayor responsabilidad en el equipo económico del primer ministro, su sustituto inmediato, su mano derecha, está preso por delito de corrupción. Eso es un hecho.

Un corrupto, sea ministro, director de empresa o funcionario de inferior categoría, no actúa solo, necesita cómplices, si no es, en realidad, apenas una pieza dentro de un esquema más amplio de corrupción. Nada de esto se conoce todavía, a pesar de los meses transcurridos.

Tampoco se conoce el importe aproximado de los robos y desvíos de recursos financieros del erario (esto es, del dinero de la gente, del pueblo), o de otro tipo de delitos que se le imputan, como no se sabe nada de cuánto tiempo funcionó ese esquema de corrupción, ni se han declarado los nombres de los demás implicados. Una pregunta lógica en este caso es cómo puede ser tan ineficiente la policía económica del país que, luego de ocho meses, no ha concluido las averiguaciones para que comience el juicio e informarlo a la ciudadanía.

Lo que sí queda claro para todos es que el jefe inmediato superior del exministro nunca se percató de las actividades delictivas de su subordinado. Es otro hecho. 

Miguel Díaz-Canel, Raúl Castro y Manuel Marrero. (Foto: Bruno Rodríguez Parrilla en X)

7. Como Cuba no se parece a nadie, como vimos, el primer ministro, a pesar de la incompetencia para controlar a su subordinado inmediato (su hombre de confianza y sustituto), no renunció, el presidente de la República no lo destituyó, y en las sesiones de la Asamblea Nacional ni un solo diputado se dirigió a él para exigirle responsabilidades por su incumplimiento del deber de proteger los recursos del Estado. Han mirado a un lado: Otro hecho.

¿Cómo es posible que nuestros gobernantes y diputados no se den cuenta de algo tan evidente, como que la insistencia en mirar hacia otro lado y proceder como si nada hubiera ocurrido desacredita al Estado y a sus instituciones? ¿Están enajenados de la realidad a tal grado que ni siquiera advierten que actúan contra sus propios intereses?, ¿no les preocupa la opinión del pueblo sobre ellos?

Si les preocupa, no es difícil conocer la opinión de la ciudadanía sobre el caso del exministro de economía. Basta caminar atentos por las calles, detenerse unos minutos en una cola, pasar un rato esperando en la parada del ómnibus: Este afirma que el primer ministro es un intocable, es el verdadero hombre fuerte del país y será el relevo (algunos aseguran que lo será antes de tiempo) del actual presidente. Otro habla de corrupción generalizada en todos los niveles del Estado, de compadrazgos, de clientelismo, como razón para que no se hable más del asunto ni se haya destituido al primer ministro. Y el de más allá se refiere a agentes de la cia infiltrados en el gobierno. Desde luego, no falta quien afirme que «Fidel tendría los defectos que quieran, pero con él estas cosas no pasaban».

Son solo algunos ejemplos que no contienen groserías; la relación de lo que se oye en la calle es más extensa, y en nada es positivo para los gobernantes. Los adjetivos no siempre son repetibles. Los gobernantes cubanos no debieran desconocer esa realidad.

En mi criterio, las tinieblas que envuelven el caso del exministro de Economía, y el hecho de que el primer ministro no haya puesto su cargo a disposición del presidente ni lo haya exigido la Asamblea Nacional, como ocurriría en cualquier país democrático del mundo, son elementos mucho más nefastos para el país que todo el perjuicio económico que haya podido provocar el señor Alejandro Gil y sus desconocido cómplices, pues han infligido a la ciudadanía un daño moral difícilmente reparable.  

Al no dar muestras de querer revertir la situación, los principales organismos del Estado, presidente y Asamblea Nacional, semejan un equipo que marca un autogol y lo festeja.

 

8. Como si no bastara con el caso del exministro para restar credibilidad al Estado, el país atraviesa el capítulo más terrible de una saga iniciada hace años, en particular en el momento de la llamada «revolución energética», si bien venía gestándose desde antes. Acaso se pueda medir el efecto económico, pero el colapso del sistema energético ha representado para la ciudadanía un golpe espiritual que va más allá de los daños materiales sufridos, de los escasos y caros productos alimenticios echados a perder por falta de refrigeración, de las noches de insomnio por el calor asfixiante, de la desesperación ante el niño que no puede dormir por los mosquitos, de la paralización de la maltrecha economía nacional.

Es la oscuridad total, material y psicológica. Es Cuba apagada, en lo físico y en lo espiritual. Es ver el faro de América, como se hacía llamar, tragado por las tinieblas.

Es la muerte de toda esperanza. ¿Qué viene ahora?, se pregunta la gente en la calle. ¿Apagones interminables? ¿Falta de agua, de gas? ¿Menos alimentos todavía? ¿Volver a las cavernas? ¿Qué se hizo del futuro luminoso que nos esperaba después de un eterno «presente de lucha»? ¿Huir atravesando el mar, como han hecho tantos, es la única forma de alcanzarlo?

La situación actual es el punto culminante (¿o habrá otros peores?) de un proceso de décadas durante el cual se ha concebido la economía del país como la aplicación de ideas nacidas de la improvisación, o salidas de la mente de algún iluminado, con desconocimiento de la realidad y de los criterios de especialistas.

No se trata solo de la rama electroenergética desarticulada, sino de todo el entramado económico y político de un país que no se ha dirigido como una república, como reclamaba Martí, sino como un cuartel donde la palabra del superior es ley. No importa si se trata de secar la ciénaga de Zapata, de nacionalizar los zapateros remendones o de desmantelar la industria azucarera... Si el jefe lo dispone, se cumple y no se pregunta. Si alguien lo cuestiona, como en el cuartel, lo espera la disciplinaria. 

Apagón en La Habana. (Foto: Zacatecas en Imagen)

9. La actual debacle energética es también la crónica de una muerte anunciada desde hace mucho: No pocos la pronosticaron, pero nadie hizo caso. Durante años se intentó impedirla, pero atendiendo a resolver las urgencias y poniendo de lado lo importante.

El secretismo, el mismo que impide a la población, al cabo de ocho meses, conocer los resultados de la investigación del caso del exministro de Economía (o, antes, de la explosión del hotel Saratoga, o del incendio en la base de supertanqueros de Matanzas, etcétera), es la razón por la cual  ni la población, ni los diputados de la Asamblea Nacional, disponen de información fidedigna sobre lo ocurrido con los créditos otorgados al Estado cubano en los últimos años para aplicarlos en la mejoría o la modernización del sistema energético nacional. ¿Cómo se utilizaron? ¿Tiene la actual catástrofe relación directa con esos créditos cuyo final se desconoce? ¿Hay culpables?

En cualquier país democrático, una situación como la actual llevaría a la dimisión voluntaria del primer ministro, cuando menos.

Desde luego, ello no se va a producir, mucho menos su destitución, como exige la gente en la calle (si se cumpliera el derecho a la manifestación pacífica establecido en la Constitución, artículo 56, se vería que mi afirmación no es infundada, pues abundarían las marchas con esa exigencia).

Esa renuncia/destitución no significaría la solución del problema energético, es innegable, pero enviaría una señal al pueblo en el sentido de que los gobernantes lo oyen y tienen interés en modificar lo que no funciona. Ello redundaría en beneficio para el propio gobierno.

Pero no será así. El pueblo no será oído. El primer ministro no renunciará, el presidente no lo destituirá, la Asamblea Nacional no le exigirá explicaciones ni reclamará al presidente su sustitución. No será así porque los gobernantes cubanos parten del criterio de que sería una muestra de debilidad o la admisión de que la culpa no es solo del bloqueo, sino también de la mala gestión. Olvidan que esa equivocación puede acarrear graves consecuencias para el país.

 

10. Por el bien de todos, sería bueno dejar de acusar de todos los males al bloqueo (en definitiva, son pocos los que niegan su existencia). El bloqueo es un lastre importante para el desarrollo del país, pero no es el único culpable del desastre actual.

Ningún bloqueo declaró que se construiría el socialismo y el comunismo a la vez e impuso la gratuidad de los espectáculos deportivos y los teléfonos públicos; tampoco eliminó la profesión de contador público ni desarticuló el sistema tributario. No eliminó al pequeño propietario y al trabajador por cuenta propia, ni creó una gigantesca maquinaria burocrática como consecuencia de la mal llamada Ofensiva Revolucionaria de 1968. No es el culpable del fracaso de la Zafra de los Diez Millones o del Cordón de La Habana. No deforestó el país ni creó, ya en este siglo, un ministerio de la Batalla de Ideas. No desperdició millones e infinidad de recursos en mítines semanales que recorrían todos los rincones del país.

El bloqueo ha hecho mucho daño, pero el peor ha sido convertirse en escudo tras el cual esconder ineficiencias y justificar los resultados de iniciativas económicas descabelladas.

Aplaudir el autogol cual si fuera el gol de la victoria, olvidando que es anotación en contra, perjudica tanto como cualquier bloqueo económico, pero es la moneda corriente en el país.

 

11. Un ejercicio de humildad y autocrítica de los gobernantes no estaría mal para comenzar el entrenamiento contra el síndrome del autogol. Es solo un paso y el camino es largo, pero vale la pena darlo si se desea echar a andar.

Comiencen con la autocrítica: Que dimita el primer ministro y se reestructure el gabinete sería un buen mensaje a la ciudadanía. Nuestro pueblo es pacífico, no gusta de las confrontaciones violentas; a pesar de cuanto sufre, todavía es capaz de entender y perdonar por lo sufrido. Pero tiene sus límites; envíenle ese mensaje, no el del enfrentamiento entre hermanos.

Oigan al pueblo, a quienes apoyan y a quienes disienten en igualdad de condiciones; no se guíen por quienes aplauden por conveniencia o miedo a comprometerse. Den pasos hacia un diálogo real, con la mira puesta en la salvación de la patria, no en ideas preconcebidas o en las ventajas del poder.

Sean los continuadores del sueño de enero de 1959, renuncien a ser continuidad de los disparates posteriores. No aplaudan el autogol.

Y no demoren, el tiempo apremia.

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NOTA 1: Mucho me temo que mis palabras son inútiles. Para nuestros gobernantes, lo que pido es una renuncia imposible.

 

NOTA 2: Este texto está redactado en conformidad con los derechos del ciudadano consagrados en los artículos 53 y 54 de la Constitución de la República de Cuba.

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Imagen principal: CNN.