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Revolución, ¿proceso único?

El proceso de (re)construcción de la historia de Cuba después de 1959, se ha erigido como centro de adecuación y manipulación de la sociedad hacia los intereses de la clase dominante. La presentación del triunfo de enero del 59 como culminación del proceso independentista iniciado en 1868 es pieza clave, pues transversaliza todo el discurso del régimen.

Tal tesis, que recorre los programas de enseñanza de Historia de Cuba desde secundaria básica hasta la universidad, se origina para muchos en el discurso de Fidel Castro del 10 de octubre de 1968: «¿Qué significa para nuestro pueblo el 10 de Octubre de 1868? ¿Qué significa para los revolucionarios de nuestra patria esta gloriosa fecha? Significa sencillamente el comienzo de cien años de lucha, el comienzo de la revolución en Cuba, porque en Cuba solo ha habido una revolución: la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de Octubre de 1868 (APLAUSOS). Y que nuestro pueblo lleva adelante en estos instantes».

El contenido que parecía poseer esa idea, la fuerza de la imagen empleada, tiene antecedentes. Los dirigentes políticos la fueron modificando a lo largo de los años, siempre en función del auditorio o momento en que fuera enunciada, para conferir legitimidad a imposiciones circunstanciales que casi siempre coartaban libertades y pluralidad.

Por otra parte, la posterior sustentación teórica de la misma por la academia, la dotó de la solidez lógica, metodológica y estructural que necesitaba para afianzarse en el subconsciente colectivo como verdad cuasi absoluta. Mas no existe la verdad absoluta en las ciencias sociales, es nuestra obligación enjuiciar, analizar y deconstruir el edificio histórico-teórico que el proceso ha erigido durante décadas para perpetuarse.  

Rastreando una idea

Estos autores han podido identificar siete momentos en los cuales se hace referencia directa a la tesis de la «revolución única», seis de ellos en discursos de líderes del proceso luego de enero de 1959.

La primera mención —sin tomar en cuenta la hecha en La Historia me Absolverá—, aparece en boca de Fidel Castro en entrevista a la revista Bohemia publicada el 10 de julio de 1955 —pero realizada el 6, un día antes de su partida hacia México— acerca del posible regreso del ex presidente Carlos Prío a Cuba tras la amnistía batistiana.

«Después de seis semanas en la calle y ver las intenciones de la camarilla gobernante, dispuesta a permanecer en el poder veinte años, como piden los adulones y aprovechados, en conciencia ya no creo ni en elecciones generales. Cerradas al pueblo todas las puertas para la lucha cívica, no queda más solución que la del 68 y la del 95. Hay que reparar el ultraje que significa este régimen a todos los que han caído por la dignidad de Cuba, desde Joaquín de Agüero hasta Jorge Agostini».

Resulta significativa su mención a Jorge Agostini. Fue un guiño populista a la sociedad opositora de entonces; una referencia a la supuesta intención plural del movimiento que encabezaba, pues Agostini, asesinado hacía menos de un mes, era ya —por su historial revolucionario— una leyenda al momento de morir: luchador antimachadista, comandante de un submarino del lado de la República en la Guerra Civil Española, opositor confeso al golpe del 10 de marzo de 1952…, elementos todos que le granjearon fuerte influencia dentro del sector de la Marina de Guerra.

Es válido destacar que ese día, luego de su declaración al periodista de Bohemia, Fidel se reunió en la cafetería de L, esquina a 21, en el Vedado, con José Antonio Echeverría y Fructuoso Rodríguez, para informarles de su partida hacia México. Es criterio aceptado que en ese momento debió acordarse el futuro viaje de miembros del Directorio (En los programas de Historia de Cuba se enseña que el Directorio Revolucionario surgió el 24 de febrero de 1956. Es necesario señalar que en realidad esa es la fecha en que se da a conocer su existencia de manera oficial) con el fin de firmar la histórica «Carta de México».

El 1ro. de enero de 1959, desde las ondas de Radio Rebelde, en su primera alocución al pueblo en momentos en que aún el triunfo no estaba asegurado, Fidel declaró: «Esta vez los mambises entrarán en Santiago de Cuba […] La historia del 95 no se repetirá».

Alocución de Fidel Castro por radio, en enero de 1959.

La tesis de la «Revolución única» vuelve a aparecer en un contexto muy interesante: el 13 de marzo de 1959, en boca de Raúl Castro en la escalinata de la Universidad de La Habana. Vale recordar que este día Fidel habló dos veces a los estudiantes pues, como expresamos en anterior artículo: «necesitaba —para asegurar el éxito de las conversaciones secretas que ya se estaban desarrollando entre el M-26-7 y el DR13—, el apoyo de los estudiantes, fuente mayoritaria en las filas del Directorio».

Con las palabras de Raúl —referenciadas por Noticias de Hoy y por Combate 13 de marzo era la primera vez que una figura política crucial del naciente proceso, mencionaba abiertamente a los jóvenes revolucionarios del año 33. Los cuales, dijo, fueron fuente de continuidad entre los mambises y el triunfo de enero, «porque los revolucionarios marchamos por el mismo camino, juntos, porque la Revolución es una sola».

Este «eslabón» desaparecerá rápidamente de los argumentos que sostendrían la tesis de la Revolución como proceso «único», y para 1968 será desterrado por las reescrituras históricas que impusieron, mayoritariamente, escritores y académicos vinculados al Partido Socialista Popular (PSP), de infausta actitud sectaria ante la Revolución del Treinta.  

El 7 de diciembre del propio año, en los actos en honor a Antonio Maceo, se retomará la tesis. Primero por el presidente de la República, Osvaldo Dórticos Torrado, en el acto celebrado en el Cacahual; y  en la noche por Raúl Castro, recién nombrado ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), en la velada solemne organizada en el Capitolio Nacional.

La fecha luctuosa, de profundo sentido patriótico, era propicia para desarrollar ideas unitarias que exaltaran el espíritu revolucionario. Las palabras de Dórticos estuvieron antecedidas por intervenciones de jóvenes y cuadros destacados del PSP, en las cuales, según la edición del 8 de diciembre de Noticias de Hoy, se exhortaba al pueblo a la unidad para defender los logros de la Revolución e irse encaminando, «bajo la guía del marxismo», hacia una sociedad justa. Mientras ello ocurría, se realizaban gestiones para una posible visita a Cuba, a inicios de 1960, del entonces primer vicepresidente del Consejo de Ministros de la Unión Soviética, Anastas Mikoyán, la cual finalmente ocurriría en el mes de febrero.

De izquierda a derecha: Fidel Castro ofreciendo declaraciones a un periodista, el presidente Osvaldo Dorticós, el traductor Nikolai S. Leonov —íntimo amigo de Raúl Castro desde 1953 y autor del libro Raúl Castro, un hombre en Revolución—, Anastas Mikoyán y el comandante Antonio Núñez Jiménez durante una de las recepciones oficiales al alto funcionario.

El 23 de junio de 1960, en los salones de Río Cristal, antiguos miembros del Directorio Estudiantil Universitario (DEU) de 1930 ofrecen un almuerzo de homenaje a la Revolución Cubana y su primer ministro Fidel Castro. Dicha reunión, efectuada en pleno proceso de tirantez con los EE.UU. por la eliminación de nuestra cuota azucarera al mercado del Norte, contó con destacados miembros del DEU, como Carlos Prío Socarrás, Ladislao González, el Dr. José «Pepelín» Leyva, Guillermo Barrientos, Sarah del Llano, entre otros.

Según Noticias de Hoy y Liberación —órgano del M-26-7 en Las Villas—, al inicio del acto Carlos Prío reiteró su pleno respaldo a la obra de la Revolución, señalando que esta encarnaba el anhelo de los que lucharon en la Revolución del 33. En consonancia con lo anterior, al cierre del almuerzo Fidel Castro expresó:

«Cuando hablamos de la victoria revolucionaria de nuestro pueblo, queremos decir que hemos llegado a una etapa, pero que es necesario seguir luchando; queremos decir que hemos arribado a la etapa por la cual se luchó durante un siglo, la etapa de la soberanía plena, la etapa en que el pueblo de Cuba es realmente dueño de sus destinos, de una manera definitiva.  Porque lo fue en breves períodos, y siempre en situación precaria.  Lo fue en el año 1933, durante aquella brillante etapa revolucionaria que fue tan efímera porque no pudo vencer los enormes obstáculos que tenía delante».

Esta rememoración puntual a las conquistas del gobierno progresista de los Cien Días, del Dr. Grau San Martín y Antonio Guiteras, fueron la antesala de las nacionalizaciones que comenzarían trece días después.

Obreros de la Western Union en huelga con carteles reivindicativos del capital nacional frente a la operación de bancos extranjeros en Cuba.

La estrategia de vincular sucesos históricos anteriores con las nuevas transformaciones era sin dudas una manera de conferir legitimidad histórica al gobierno revolucionario. 

«Una revolución que toma medidas radicales, es lógico que tenga que promover las más diversas opiniones en todas las capas sociales del país; una revolución que tenga por delante dificultades grandes, es lógico que tenga que promover los más variados criterios acerca de la táctica o estrategia a seguir o acerca de las posibilidades de vencer esos obstáculos…si se piensa además cuántos intereses poderosos extranjeros hay todavía en nuestro país, si se tiene en cuenta que todavía tenemos una compañía de electricidad norteamericana, (...) una compañía de teléfonos norteamericana, (...) un número de bancos norteamericanos que hacen negocios aquí, con dinero de los cubanos depositado en esos bancos, si se tiene en cuenta el número de controles de esos colosos azucareros, propiedad de compañías norteamericanas, (...) las minas norteamericanas, las compañías que están extrayendo el níquel de nuestro país (…), y si a pesar de eso, todavía esos intereses están ahí, todavía no los hemos nacionalizado o no los hemos confiscado».

En años posteriores, la tesis de la «revolución única» vuelve a aparecer en momentos puntuales, como en 1964. El 19 de abril fue fusilado Marcos Rodríguez, los sucesos alrededor de su caso desataron una serie de conflictos internos entre las filas revolucionarias. Justo entonces, el día 3 de julio, Jesús Montané hace una alocución a los trabajadores de CMQ Radio-Televisión que fue ampliamente divulgada bajo el título: «Al recuerdo de los mártires construimos la Patria nueva». Ella se resume en este fragmento: «La Revolución cubana es un proceso único, dinámico, en desarrollo, que comienza en el 1868 con la Guerra de los Diez Años, continúa con la Guerra del 95, pasa por la república frustrada del año uno, avanza con las leyes revolucionarias de 1933, tiene un nuevo amanecer el glorioso 26 de Julio de 1953 cuyo colofón es el día 1ro. de Enero de 1959».

Una tesis al servicio del poder

Las revoluciones pueden contener variopintas expresiones ideológicas en su seno. El rejuego del poder, tras el triunfo del proceso, va imponiendo una línea de pensamiento oficial que, en el caso cubano, tras seis décadas de control totalitario de los medios, degeneró en dogma ideológico del poder. El discurso de Estado indica, y los poderes legales, académicos, militares y civiles obedecen.

La revolución liderada por Fidel Castro comienza a definir un marco ideológico marxista-leninista a partir de febrero de 1959, cuando la pluralidad de fuerzas políticas que condujeron a la victoria sobre la dictadura batistiana empezó a desaparecer de los círculos de poder real dentro del gobierno revolucionario.

Para vincular los procesos revolucionarios del presente con las reivindicaciones de los próceres de antaño, se colocó una imagen de Lenin y otra de Fidel en el edificio del actual Ministerio del Interior (MININT), a la izquierda en la imagen, y sendas imágenes de Maceo y Martí en la Biblioteca Nacional.

Cada intervención donde se presentó la tesis, buscaba enlazar directamente con cuestiones intrínsecas del pensamiento y la realidad cubana de entonces. El nacionalismo del campesinado cubano, en oposición a los grandes monopolios norteamericanos, fue quizás el foco principal de captación ideológica en aquellos momentos. Presentar medidas de carácter socialista y popular en tanto reivindicaciones naturales de las gestas independentistas, permitió a Fidel Castro y su círculo cercano ostentar en poco tiempo el poder absoluto, asegurarse el respaldo de amplias capas sociales y el de la URSS cual aliada fundamental.

Las revoluciones, entre otros aspectos, son expresión también de conflictos generacionales. Crecen moldeadas por las nostalgias, resentimientos, inquietudes y reivindicaciones heredadas de etapas precedentes. Los análisis alrededor de la Revolución de 1959 no han brindado atención suficiente a una cuestión esencial: la población de entonces y la psiquis existente.

El proceso revolucionario se hizo por y para jóvenes que provenían de diversos orígenes económicos y sociales. Muchos de ellos eran hijos o descendientes de emigrantes de guerras y purgas europeas, que encontraron en Cuba el marco para la asunción de libertades políticas, sociales y morales imposibles de hallar en Europa y Asia. Esas generaciones heredaron el miedo y desgaste de las guerras coloniales, los grandes conflictos mundiales, la Guerra Civil Española y por supuesto, el inicio de la Guerra Fría, el macartismo, las persecuciones a las organizaciones comunistas y la permanente sensación de un nuevo conflicto mundial.

Basta con ojear revistas como Gente, Bohemia, Carteles… y leer  Prensa Libre o el Diario de la Marina, para comprender el alto nivel informativo que existía en Cuba respecto a los conflictos ideológicos internacionales de aquellos años. Estas generaciones, marcadas por tales conflictos, por el pensamiento progresista francés o la dictadura de Franco, apreciaron en el golpe de Estado de Batista a una constitución que él mismo había impulsado, el gran enemigo del momento. La caída de su régimen explica la alta estima, en grupos demográficos diversos, hacia la Revolución de enero. El pensamiento de triunfo y absolución, arropado en reivindicaciones mambisas tan presentes gracias a la escuela pública cubana de entonces, hizo posible que fueran respaldados cada transformación y decreto; aun cuando en muchos casos ellos significaban, a corto y mediano plazos, la pérdida de posesiones familiares o derechos civiles.

Los alrededores del Palacio Presidencial fueron insuficientes para albergar a la multitud enardecida que apoyaba los primeros decretos revolucionarios, como se observa en esta foto de octubre de 1959.

La masa tiende a ceder su responsabilidad y crear una psiquis colectiva. Al igual que una risa en un teatro puede contagiar a la sala, un mensaje reivindicativo de principios patrios puede asumirse como idea propia en determinado contexto. La noción de pueblo elegido, que ha marcado grandes procesos, políticos y religiosos, a lo largo de la historia, también aplica para la generación revolucionaria de 1959. Ser continuadores de los grandes héroes de antaño parecía el final predestinado para un pueblo que también quería hacer su Revolución. En esa dinámica social, el poder encontró el terreno propicio y devino omnímodo.

Mambises del siglo XXI

El 13 de marzo de 1965, nuevamente en la escalinata de la Universidad de La Habana, Fidel Castro expresó: «Por el camino se han juntado todos los hombres dignos de esta tierra, en la larga lucha han muerto muchos hombres dignos de esta tierra. Los primeros no eran marxista-leninistas. Carlos Manuel de Céspedes no lo era, Martí no lo era, porque en la época en que vivió y en las condiciones históricas en que se desenvolvió su magnífica lucha no podía serlo. ¡Nosotros entonces habríamos sido como ellos, ellos hoy habrían sido como nosotros!».

Siguiendo la lógica anterior, que es en realidad la verdadera esencia de la tesis de la «revolución única», ¿habría que aceptar que el régimen decadente que hoy día persiste es la evolución natural de la independencia cubana?

No debemos olvidar que los gestores de la tesis de la «revolución única» son los mismos que luego, al reescribir la historia, estigmatizaron como gangsters y terroristas a los estudiantes y revolucionarios de la Revolución del Treinta y desterraron, durante décadas, el legado de Antonio Guiteras hasta llegar a convertir el proceso de los años treinta en una caricatura: «la revolución que se fue a bolina». Esta simplificación histórica tuvo un objetivo: pasar por alto el espíritu democrático y pluralista de aquella etapa, que hubiera sido «un ruido en el sistema» en el contexto antidemocrático que imperaría después.

Para el 10 de octubre de 1968 era casi inminente la entrada oficial de Cuba al bloque socialista de Europa del Este. Por ello, la tesis de la «Revolución única» debía quedar establecida casi como doctrina de Estado. Las alabanzas y reconocimientos que en años anteriores se habían dirigido hacia la Revolución del Treinta como puente entre el liberalismo mambí y el triunfo de enero de 1959, concluirían ahora. La apertura democrática que aquella revolución había provocado, y las ideas avanzadas que en su momento promulgaron al mundo, incluyendo la Constitución del 40, constituían un peligro para un régimen que ya comenzaba a solidificar —sin haber realizado nunca elecciones presidenciales—, estructuras y pensamientos totalitarios.

Todos hicieron su parte: políticos, académicos, medios. Pocos años después, ya aquella gesta no era el eslabón fundamental del que habló Raúl Castro en 1959, sino algo que se fue a bolina. Luego, en 1977, con la publicación del libro La Revolución del 33, del historiador Lionel Soto —miembro del PSP—, se terminó de escamotear totalmente el proceso.

Historiadores como Rafael Rojas han cifrado en 1968 el fin de la Revolución Cubana. Ese año marcará el devenir de muchas transformaciones en las próximas décadas: poder centralizado, Ofensiva Revolucionaria, fracasos como la zafra de los Diez Millones, o el caso Padilla y el Congreso Nacional de Educación y Cultura. Ese año, Fidel Castro consiguió asimismo establecer definitivamente a la Revolución Cubana como un proceso único de larga duración. Solo que entonces ya eran ellos, los ex rebeldes, quienes quedaron como herederos directos de los mambises. Cincuenta y siete años de historia republicana fueron manipulados en función de este objetivo.

Raúl Castro en los primeros meses del año 1959 sonríe al lente de un fotógrafo extranjero.

La Revolución ha degenerado en el estertor decrépito de una era de objetivos colectivos sobre aspiraciones individuales, incumplidos unos y otros. Es ahora la Revolución de la continuidad y los sesenta y dos mil milenios,  La historia, mientras, recuerda y no absuelve. Son innumerables los ejemplos de figuras reivindicativas, de un momento puntual, que viven lo suficiente para convertirse en villanos de sus propios triunfos. La realidad cubana actual es un ejemplo válido para señalar a los revolucionarios que enfrentaron a un ente corrupto y dictatorial de ayer, como los represores de hoy, ensordecidos ante sus propias acusaciones y reivindicaciones pasadas.

La Revolución actual, si tal término aún lleva mayúsculas, dejó de ser heredera del 10 de octubre de 1868. Si en algún momento lo fue, abandonó pronto el camino, cuando sus dirigentes decidieron escoger entre la democracia y el poder. Escogieron al segundo e ignoraron, en la práctica política, la alerta implícita en la frase martiana a Máximo Gómez: «Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento».

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* Este texto ha sido escrito por Ernesto M. Cañellas Hernández y Aries M. Cañellas Cabrera.