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El rey está desnudo

«Mi diagnóstico es… ¿Quiere oírlo? Una mezcla de prisión y jardín de infancia; esto es el socialismo […] El hombre entregaba al Estado el alma, la conciencia, el corazón, y a cambio recibía una ración. […] La gente, en cambio, ya se había acostumbrado a esperar y a quejarse. […]

Hemos construido durante setenta años el comunismo y ahora construimos el capitalismo. Antes rezábamos a Marx y ahora al dólar».

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Las reflexiones anteriores, que tienen tanta similitud con Cuba, aparecen en el libro Voces de Chernobil. Crónica del futuro, de la escritora bielorrusa y Premio Nobel de Literatura Svetlana Alexiévich.

«Nadie va a quedar desamparado», «Vamos a vencer esta batalla», «Precios abusivos de los intermediarios oportunistas», son frases que se repitieron muchas veces por los máximos dirigentes cubanos y fueron divulgadas  en el Noticiero Nacional de Televisión a fines del año 2023, un espacio al que —por esas mismas declaraciones repetitivas y sin análisis crítico, y por otros motivos—  poca gente le pone atención.

Las visitas a determinados lugares por parte de la élite del poder —seguros que desde la prepotencia y autosuficiencia sus palabras cansonas serán un incentivo para aumentar la producción y mejorar el trabajo—, es parte de un espectáculo o ritual que cumplen de manera sistemática.  Los que reciben a los integrantes de esa cúpula gobernante, saben representar el mismo papel de sumisión y asentimiento a todo lo que afirman los representantes de «alto nivel». Ese escenario teatral, donde lo dicho es apoyado de manera incondicional, pero al final no se hace nada, recuerda el cuento de Hans Christian Andersen, publicado en 1837, El rey desnudo. La moraleja del mismo es que no tiene que ser verdad todo lo que la gente afirma.  

También escuché una convocatoria para formar especialistas de la Policía Nacional Revolucionaria en la atención a personas que llamen de urgencia a esta institución. Por esos mismos días una madre desesperada pidió por teléfono, ¡más de veinte veces!, que las supuestas fuerzas del orden se presentaran en casa de la hija, una madre adolescente, que estaba siendo golpeada por su pareja. Solo llegaron cuando ya había resultado asesinada. Me pregunto si en este caso no existió una total complicidad del Estado con el crimen cometido, eso se denomina femenicidio.

¿Qué opinarán sobre ese hecho las especialistas que ocupan cargos de responsabilidad sobre el tema de género en el país? ¿Cómo pueden justificar el comportamiento inhumano de un cuerpo policial que amanece en determinadas direcciones para no dejar salir de sus casas a supuestos disidentes y no atiende el grito desgarrador de auxilio de una mujer?  

La escala de violencia se eleva en la medida en que se profundiza la crisis económica. Como resultado de la compleja situación, asaltaron a un electricista que quedó sin una mano, fue confirmada la muerte de un cubanoamericano que visitaba con frecuencia la Isla pues tenía negocios  aquí. Casi a diario recibimos este tipo de noticias tristes.

Resulta sorprendente la divulgación de cambios y medidas que no se traducen en un mínimo de bienestar para los sectores más humildes de la población, mientras  se hace caso omiso a la cantidad enorme de cubanos que emigra diariamente. Cuba está despoblándose de manera paulatina. El país en su esencia no ha cambiado, lo que ha variado es nuestra vida. Los árboles que quedan no pertenecen al régimen. A ninguno de los que ordena regalar diplomas con «reconocimientos» especiales se le ocurre pensar que muchas de las personas que reciben semejantes obsequios por su labor extraordinaria, también requieren tener una vida digna.

De manera reiterada escuchamos acerca de la importancia de la «unidad», se enaltece la resistencia del pueblo que sostiene siempre a la Revolución. ¡Pobre pueblo mío!  Me pregunto cuántos de los que apoyaron por décadas, callados o con gritos, hoy se encuentran en otros países con otra perspectiva de vida. Conozco a una mujer que fue delegada del Poder Popular en tiempos de la pandemia. Terminó vendiendo su casa y hoy está en la frontera de México con EE.UU., con la esperanza de poder reunirse con sus hijas. El sistema impone un modelo de colaboración hipócrita, donde es imposible decir la verdad. El temor viste diferentes máscaras, no sabemos de dónde vendrán los golpes

En el lugar donde trabajé por casi cuarenta años, se utilizaba la categoría de «confiable» para poder viajar sin dificultades. Una de las acciones más convincentes para ganarte ese estatus era aceptar ser militante del Partido Comunista de Cuba. No obstante, todos los profesores que viajaban tenían que declarar por escrito, con su correspondiente firma, que se comprometían a regresar, algo totalmente absurdo. Si no se entregaba ese ridículo requisito no eran aprobados. Me imagino que ya eliminaron esa aparente formalidad. Y digo aparente porque en verdad se trata de un mensaje claro: un mandato sobre que tu vida no te pertenece, una exigencia de comportamiento. Debes hacer lo que el mando superior crea. No se trata solo de una línea política a seguir, sino de un programa de vida, porque se nos concibe como tuercas, puntillas, granos de arena que no deben desprenderse.  

Para los reyes desnudos, el empedernido «socialismo» es la única opción, pero hace mucho, particularmente desde el 2021, la respuesta de numerosos cubanos es estar-de-otra-manera. Concluyo con algunos versos de la poeta uruguaya Idea Vilariño «Todo es muy simple: (...) hay momentos/ en que es demasiado para mí/ en que no entiendo/ y no sé si reírme a carcajadas/ o si llorar de miedo/ o estarme aquí sin llanto/ sin risas/ en silencio/ asumiendo mi vida/ mi tránsito/ mi tiempo».