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Volver a decir «cubano»

«Se dice cubano, y una dulzura como de suave hermandad se esparce por nuestras entrañas, y se abre sola la caja de nuestros ahorros, y nos apretamos para hacer un puesto más en la mesa, y echa las alas el corazón enamorado para amparar al que nació en la misma tierra que nosotros». Tal nos definía José Martí en su más conocido discurso, el que pronunció en el Liceo Cubano de Tampa casi al cierre de noviembre de 1891 y que ha pasado a la posteridad con el título de su fervorosa frase; concepto definitivo de sociedad cubana y república del futuro que buena parte hemos hecho propio: «Con todos y para el bien de todos».

Lo único que me reconcilia y hace llevadero en estos días el hecho —casi cotidiano— de dejar el hogar y exponerme a la calle, entre una violencia de toda índole en medio de la cual fuerzas mayores nos condenan a llevar la existencia, es esta terca amabilidad, esa conspiración de compasión y soporte solidario sin alardes, digamos que «en pequeñas dosis», que percibo entre mis compatriotas.

No me refiero a destacables hechos puntuales —que los tenemos y no resultan menos significativos— como el suscitado recientemente a partir de un llamado de atención desde las redes sociales sobre una maestra de primaria y su anciana madre —que sufre un tumor orbital— y que ha logrado cambiar su ruinosa casa de tablas, afectada desde el huracán Irma, por una digna vivienda, mediante su compra legal al costo de un millón cuatrocientos cuarenta mil pesos. El dinero se llegó a reunir, sin que inicialmente ese hubiera sido el plan, gracias a la participación altruista de numerosas personas; la mayoría cubanas, residentes en cualquier parte del mundo. De ese mundo que incluye a Cuba y a la demarcación de Ciego de Ávila, lugar del suceso.

Hablo aquí de algo a la larga más consistente, por diario y desenvuelto, que se está expresando con decenas de señales en una particular calidez y amabilidad en nuestras relaciones sociales a nivel popular. Y con esto quiero especificar que se produce fuera de toda institucionalidad, de manera absolutamente espontánea y sin espurios intereses.

Probablemente, y con fortuna, quienes lean sepan de qué hablo. De no ser así, quedan avisados para detectarlo. Es probable que mi formación como socióloga, donde la observación es una técnica feraz e inefable; sumada a los años inmersa en el medio teatral —que aguza sobremanera los sentidos—; más aquel tiempo previo de desempeño como dirigente estudiantil a nivel de planteles durante la infancia y la adolescencia, estén en activo y sean los sensores de estas apreciaciones, pero lo que queda fuera de duda es su carácter objetivo.

Las conductas resaltan dentro de un contexto de una crudeza inimaginable para los cubanos hace apenas cuatro años atrás. Tributan a la dureza de ese paisaje social, no solo las sanciones impuestas y mantenidas por las recientes administraciones estadounidenses, sino también —y el análisis histórico integral futuro nos dirá muy bien en cuál grado— el comportamiento seguido por los gobiernos cubanos; en particular, puesto que conforma nuestro presente, el del gobierno que se desempeña desde 2019.

A las medidas fallidas tomadas en diversas oportunidades durante este período, a pesar de los análisis y sugerencias facilitados por especialistas en las ciencias económicas o por profesionales y gremios en sus cónclaves nacionales, se suman:

- El desempeño de diversas legislaturas de la Asamblea Nacional que transcurren con agendas que dan la espalda a las preocupaciones ciudadanas.

- La estructura asimétrica del presupuesto del Estado, que en cifras de inversiones no muestra coherencia con las principales actividades económicas y sociales de la nación.

- La desatención al empobrecimiento galopante de la población —que añade cada vez nuevos sectores viviendo en condiciones de pobreza extrema (los términos «vulnerabilidad» y «vulnerable» no son más que nuevos eufemismos en un extenso repertorio que al no llamar «al pan, pan y al vino, vino», como reza la frase popular; es decir, al no nombrar los problemas, impide las soluciones.

- La migración más elevada e intensa que el país ha padecido, protagonizada por sus recursos humanos de mayor valor —por preparación y edades productivas—, lo cual repercute negativamente en su capital humano y en las posibilidades de reemplazo poblacional.

- La deficiente comunicación gubernamental con la ciudadanía, que incluye la ausencia de información sobre temas de importancia nacional e interés ciudadano, y la falta de veracidad y transparencia en las informaciones.  

Y a todo esto se añade una política de línea dura que incluye la represión del disenso —a pesar de lo establecido por los artículos correspondientes a las libertades ciudadanas contenidos en la Carta Magna— y mantiene en prisión, con altas condenas, a más de mil ciudadanos, una zona significativa de los mismos en edades inferiores a los cuarenta años.

Las solicitudes de amnistía provenientes de diversas instituciones, personas y altas figuras internacionales —incluido el Sumo Pontífice— para aquellos que no cometieron acciones violentas ni dañaron bienes del Estado, se han reiterado desde el año 2022 hasta la fecha. Solo hace muy poco se anunció una excarcelación limitada únicamente a 553 personas, sin especificar a quiénes favorece y cuándo se concretará.

Todavía quedan necesidades vitales de la población pinareña afectada por el ciclón Ian sin solucionar. Me refiero a algo sensible como el fondo habitacional. Un reportaje del día 26 de diciembre en la emisión del mediodía del Noticiero Nacional de la Televisión Cubana, reconocía que permanecían sin resolver un número de daños causados en las viviendas de Artemisa por el reciente huracán Rafael debido a la inexistencia de los recursos necesarios. De la situación de Guantánamo no hemos tenido más noticias. De hecho, no conocemos las cifras definitivas de cubanos fallecidos a consecuencia del evento meteorológico.

Las situaciones alimentarias, de salud y vivienda, colocan a muchos compatriotas en condiciones de franca desesperación a sesenta y seis años del triunfo de una revolución que se declaró «con los humildes por los humildes y para los humildes». Mientras, la capital de la nación se ruraliza, hace común en su paisaje los desechos sólidos y las aguas albañales con la afectación severa a la higiene que ello implica y la proliferación de vectores que transmiten enfermedades.

La distancia entre ciudadanos e instituciones aumenta; también la falta de credibilidad de las segundas y la ausencia de ejemplaridad de sus activos. Se mina, hasta desaparecer, el humano sentimiento de la empatía y su lugar lo ocupan la prepotencia, el cinismo y la impunidad.

Al igual que sucede con la corrupción, la dureza también «baja». Es esa la dirección natural de su flujo. Viene desde los altos escaños, cuando la exhiben como norma de comportamiento, y puede llegar —incluso— a los sujetos más modestos —y esenciales en términos de relaciones públicas o comunicación institucional— como por ejemplo, quienes laboran a la entrada o recepción de una entidad cualquiera, sea nacional o municipal, o aquellos que, paradójicamente, tienen por misión social la atención a la ciudadanía.

La burocracia y la tecnocracia parecen ganar la partida hasta en una humilde oficina de barrio, y se hacen frecuentes, desde el silencio hasta la respuesta lacónica, seca, cuando no explícitamente grosera, que proviene de alguien que evita el contacto visual y siempre mira «más allá», ya sea por nuestro costado o por encima de nuestras cabezas como si, exactamente detrás de nosotros, pero un tanto alejada, se estuviese produciendo una escena que demanda toda la atención.

Tal vez ese sentirse «dejados de la mano de Dios» en una población que desde la época colonial, cuando la iglesia católica era un poder real, fue caracterizada por los extranjeros que vivieron entre nosotros como heterodoxa y flexible en materia de respeto y cumplimiento de dogmas y principios religiosos (a Dios rogando y con el mazo dando); sea el humus que alimente ese principio solidario (solidario de verdad), este comportamiento dúctil de real empatía que desborda hoy, cada vez más, en una afabilidad cotidiana y espontánea, un auxilio solícito, una complicidad positiva con «el igual» que, a la par,  no deja pasar ocasión para disfrutar la broma y hacer aflorar la alegría que evite un enseriamiento del asunto; algo que nada tiene que ver con nosotros, criaturas de islas, entendidos en los caprichos de vientos y aguas, repentinas mudanzas del carácter o lo impredecible de ciertos acontecimientos; hablantes de una lengua que relaciona palabras como «espera» y «esperanza»; individuos mecidos por este Mare Nostrum americano de brisas y huracanes.

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Imagen principal: Sasha Durán / CXC.