
¿Qué sería de los cubanos sin el humor inteligente? Para que no nos falte la sonrisa de fin de semana, acogemos Cuentos de nuestro Era, una columna medio en broma, medio en serio, de la autoría del escritor Jorge Fernández Era e ilustrada por Wimar Verdecia.
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Nosotros somos sus propiedades, nos necesitan en condición de rehenes, para recibir remesas y gastarlas en sus comercios pagando precios abusivos; para comprar en Mipymes que deben aceptar el monopolio estatal del comercio exterior; para laborar, en condiciones casi de esclavitud, en el extranjero, e incluso, para poder tener comunicación con el resto del mundo.
Esta carta es un llamado a que la miseria y las violaciones a los derechos humanos que sufren los cubanos no sea retórica vacía. La soberanía no es solo de los Estados, los nacidos en esta Isla también necesitamos soberanía popular, y en ese accidentado camino es importante el acompañamiento de diversos actores internacionales; la Unión Europea es uno de ellos.
El incremento de la violencia directa en Cuba es la señal visible de una regresión civilizatoria. Cuando las bases materiales de convivencia se hunden (violencia estructural) y la narrativa legitima la lógica del enemigo (violencia cultural), la calle se vuelve el escenario de una disputa de supervivencia. Lo que observamos no es una suma de hechos aislados, sino la culminación de un sistema que daña, justifica el daño y además lo ejecuta.
En Cuba se han perdido todas las oportunidades para las reformas económicas. El sistema es el problema, y si queremos que el país salga de su terrible colapso, no queda otra alternativa que transformar totalmente el sistema político, desde su actual carácter totalitario y represivo, a uno democrático, en el que prosperen las libertades, apegados a la ley y al Estado de derecho.
Hasta ahora, como dijera Natalia Ginzburg, «conocemos bien nuestra cobardía y bastante mal nuestro valor». Para un movimiento de los excluidos en Cuba, el diálogo para conquistar la igualdad es inevitablemente político, pero nuestro horizonte es la democracia. Solo así obtendremos el respeto que merecemos como ciudadanos y dejaremos de recibir el escaso y duro pan de los súbditos, el desprecio. Nosotros podemos lograrlo.
Ante el panorama de una sociedad que insiste en mantener un partido único y tiene, además, «congelado» ―que en lenguaje tropical equivale a decir «cerrado, inmóvil»― el proceso de creación de nuevas asociaciones ciudadanas ¿qué se podría esperar más que el acelerado desarrollo de la disidencia? En ese punto estamos.
Los derechos a ser libre de este pueblo, nunca estuvieron más en crisis que en el período que comenzó a principios de los años sesenta. Machado y Batista fueron unos «infelices» que huyeron en sus últimas etapas sin saber que podían haberse eternizado en el poder solo con auto calificarse de «socialistas». Para eso tenían que haber sido genios con barba.
Pensar en justicia transicional para Cuba es aceptar que se requiere lucidez, firmeza y, sobre todo, una profunda vocación de reconciliación. No de olvido, sino de reconocimiento. Porque si algo se ha perdido en Cuba —además de derechos— es la dignidad compartida. Y únicamente recuperándola será posible empezar de nuevo.
Si la promesa de la libertad de Cuba depende de ignorar la masacre sostenida de inocentes en Palestina, entonces necesitamos otra idea de libertad. O al menos sepan los que persisten en perseguir esa vía, que no nos representan.