Censura a la cubana, ¿borrón y cuenta nueva?

(No poner). Así, entre paréntesis, aparecían varios archivos de audio en una emisora radial habanera donde trabajé unos años. Violar aquella «aclaración» garantizaba automáticamente: 1) un llamado de atención, 2) un análisis y, si el quebrantamiento de las normas se repetía, 3) la cancelación del programa. Todo el que labora en el conglomerado radial y/o televisivo cubano―o lo hizo en algún momento― conoce estas dinámicas y las consecuencias que trae consigo difundir un tema musical de artistas censurados — nos referimos a los artistas conscientes de que la censura también se ha extendido a profesores, políticos, abogados, deportistas, economistas…

En cada emisora o telecentro del país existen testimonios de y sobre excelentes profesionales que fueron marginados por el hecho de defender con sólidos argumentos la importancia que para la cultura nacional tienen determinados creadores, sin importar sus posturas ideológicas. En primera persona conocí de las «batallas» (lastimosamente ese es el término apropiado) que libró el desaparecido realizador audiovisual Felipe Morfa cuando intentaron tergiversar sus programas de radio o desacreditarlo. Siempre se impusieron el talento y la verdad, aunque nunca perdonaron del todo su libertad creativa.

«Un rato de tenmeallá»

Todos, al menos una vez, hemos sufrido la censura en cualquier rincón del mundo. Esta se ejerce desde hace siglos, y aunque mayormente está relacionada con la eliminación o modificación de un material artístico o de comunicación, en la mayoría de los casos se aplica por motivos ideológicos, políticos o morales.

Por ejemplo, las obras del británico Oscar Wilde fueron prohibidas a finales del siglo XIX pues se consideró que atentaban contra la decencia, aunque con el tiempo sus textos se convertirían en clásicos de la literatura internacional. En la España franquista, todos los libros que se publicaban eran estrictamente inspeccionados por los censores: se manipulaba la historia, se omitían figuras relevantes o se eliminaban pasajes enteros de una novela, sencillamente porque no cumplía con las normas establecidas. Un caso de censura por motivos religiosos sucedió en México con el extraordinario tema La gloria eres tú, del compositor cubano José Antonio Méndez, quien debió modificar la letra para evitar represalias de la iglesia y problemas con la fe. El fragmento original: «desmiento a Dios, porque al tenerte yo en vida» fue sustituido por «bendito Dios», y aún se canta de esa manera.

Casos de censura política han existido desde siempre. Ahí están las historias de Mercedes Sosa, Daniel Viglietti, Caetano Veloso y otros. En el Chile gris de Pinochet la música de los trovadores Pablo Milanés y Silvio Rodríguez se escuchaba de forma clandestina, y sin mucho éxito el pinochetismo levantó un muro de silencio sobre la gran Violeta Parra y el asesinado Víctor Jara.

En Cuba…

Bajo el mandato de Fulgencio Batista varios intelectuales fueron perseguidos y amenazados por el dictador, que intentaba a toda costa limpiar su imagen. Uno de los sucesos más sonados fue la cancelación de la ayuda económica del estado que se entregaba al Ballet de Fernando y Alicia Alonso, todo por no inscribirse en el Instituto Nacional de Cultura.

Ganado el poder, el gobierno revolucionario también cancelaría a aquellos músicos, escritores, cineastas… que no apoyaron, ni se sumaron, ni entendieron los nuevos cambios político-sociales que experimentaba la nación. Con pretextos puramente políticos fueron juzgadas y sepultadas figuras como Celia Cruz y Olga Guillot ―dos de las más importantes intérpretes de la música popular cubana que forjaron sus carreras antes de 1959―, también Ernesto Lecuona, Bebo Valdés, Ismael Cachao, La Lupe, Paquito D´Rivera, Marisela Verena, Titti Soto, Hansel y Raúl, Willy Chirino, Gloria Estefan, Meme Solís, Arturo Sandoval, Osvaldo Rodríguez (que pasó de cantar en actos políticos al silencio más cruel)… y muchos más.

No obstante, y a pesar del supuesto olvido oficial, los nombres de estas y otras personalidades están presentes en la memoria colectiva con el mismo respeto y cariño que supieron ganarse. Algunas fueron readmitidas por el poder de manera discreta; otras continúan siendo una especie de males necesarios en el juego político donde, al final, salen perdiendo la ciudadanía —despojada de sus estrellas— la cultura y la Patria.

A diferencia de la recién divulgada «Lista Nacional de comisores y promotores de actos terroristas», en la Isla nunca se ha publicado algo así como un «Inventario oficial de artistas non-gratos». Ese catálogo negro constituye una especie de «censura indirecta» y jamás opera de manera frontal. A efecto de las autoridades culturales, y de cara a la opinión pública (nacional e internacional), esto es una «patraña fabricada», pura «manipulación mediática». No existen censurados, ni prohibidos, porque como tal no hay un documento que así lo demuestre.

¿Borrón y cuenta nueva?

Hace unas semanas fue anunciado —en la cuenta en Facebook de Rodulfo Vaillant, expresidente la UNEAC en Santiago de Cuba—, que el próximo año el Festival de Boleros organizado en la referida ciudad estaría dedicado a la gran Olga Guillot, hija de esa tierra y conocida internacionalmente como reina del género. Aunque horas después fue borrada la publicación, algunos medios independientes se hicieron eco de la noticia.

Antes de fuera eliminada dicha publicación, algunos manifestaron su alegría por lo que significa la Guillot en la música cubana e hispanoamericana, mientras otras voces expusieron su descontento con la manera en que las autoridades intentan restituir la imagen ―durante décadas pisoteada― de la cantante fallecida en julio de 2010.

Hay quienes ven el «gesto» como una señal de reconciliación con los cubanos de todas las tendencias políticas en el proceso de rectificación de errores y su remake. Si bien nunca es tarde para reivindicar a todos aquellos artistas que dieron y dan prestigio a la nación, no basta con un festival o una obra teatral para curar las heridas abiertas de la cultura. Nunca serán suficientes los tributos cuando todavía en los medios de comunicación se siguen aplicando las mismas estrategias de decir sin decir y, cuando es preferible, elegir la autocensura como modo de protección.

La reposición de estas figuras en la vida cultural cubana tendrá que ser oficial, de la misma manera en que fueron borradas. A propósito del X Congreso de la UNEAC, sería crucial que los intelectuales cubanos ―entretenidos convenientemente en debates infértiles― examinaran estos asuntos, tanto o más dañinos que lo relacionado con la hipotética «colonización cultural» y los modos de «dominación».

Burundanga

Entre los temas «indebidos» en aquella emisora de radio, estaba uno firmado por Oscar Muñoz e interpretado por Lola Flores y nuestra Celia Cruz, cuyo centenario se celebrará el próximo año y pasará, como se sabe, sin penas ni glorias en su país natal. Ignoro cuáles fueron los peligros que notaron los censores, ni los problemas ideológicos que oculta la canción. A lo mejor el pecado capital, el quid de la cuestión está en eso de… «Songo le dio a Borondongo / Borondongo le dio a Bernabé / Bernabé le pegó a Muchilanga, le echó burundanga, le jincha los pié…».

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