Lo primero en política, es aclarar y prever

«Los peligros no se han de ver cuando se les tiene encima, sino cuando se los puede evitar. Lo primero en política, es aclarar y prever».

José Martí

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Aproximadamente una semana atrás, el huracán Oscar descargó sus torrenciales lluvias y fuertes vientos sobre poblaciones que, en su mayoría, no lo esperaban. Las imágenes de personas cubiertas por las aguas, hogares destruidos, cultivos arrasados y comunidades aisladas circulan en redes y medios como evidencia de la magnitud del desastre, cuyo saldo en vidas humanas y pérdidas materiales todavía no se conoce.

El fenómeno llegó en medio de un apagón que mantuvo sin electricidad a casi toda Cuba durante varios días. Tal circunstancia potenció su capacidad destructiva, dado que tomó por sorpresa a los habitantes de la región oriental del país, desinformados al no contar con acceso a televisión, radio o Internet. Lo sucedido como consecuencia de esta fatídica confluencia de factores deja interrogantes y reflexiones.

¿Por qué no sabían muchos pobladores del evento climatológico que los afectaría? ¿Cuál es la razón por la que no funcionaron las estrategias trazadas por la Defensa Civil para alertar y proteger a la población ante situaciones como esta, tan habituales en nuestra área geográfica?

Según han repetido dirigentes y periodistas de medios estatales, la desinformación y el inmovilismo se debieron al apagón. No obstante, en un país con un sistema electro-energético agotado por la falta de inversiones y la carencia permanente de combustibles, donde los cortes de electricidad son tan comunes como el calor en verano, ¿no deberían los planes para responder a desastres naturales incluir la posibilidad de que el país o un territorio determinado se encuentren sin energía?

El más básico sentido común indica la respuesta: debió tenerse en cuenta ese factor. No es admisible entonces la excusa ofrecida. Cuba tuvo una Defensa Civil que mantuvo suficientemente seguros a sus pobladores durante décadas en medio de huracanes más intensos; sin embargo, lo sucedido con Oscar demuestra que ese sistema ha sido descuidado, como mismo ocurre con los sistemas de salud, educación o lucha contra la delincuencia.

«Nos abandonaron» es una de las frases que más se repite en los testimonios de los afectados. «Nos abandonaron», dicen para referirse a las estructuras estatales que debieron protegerlos y no lo hicieron. «Nos abandonaron», afirman sin reparar en que el abandono del que son víctimas es antiguo. Las imágenes de las zonas afectadas muestran la profunda pobreza en que viven cientos de compatriotas, la misma que el discurso oficial se empeña en esconder tras categorías como «barrios vulnerables» o «comunidades en desarrollo».

La miseria no puede ocultarse tras eufemismos, como el desamparo no se encubre con excusas. El gobierno cubano no es responsable de que un huracán azote la Isla, pero sí lo es de que los ciudadanos estén desprevenidos y desprotegidos ante tal fenómeno. El desastre causado por la inacción de los sistemas de Defensa Civil es una dimensión más de la destrucción en Cuba, que avanza como una enfermedad ante la ausencia de mecanismos democráticos para penalizar a los responsables.

Nos sumamos al dolor de las familias que han perdido a un ser querido o posesiones materiales. Empero, si algo positivo ha demostrado la tragedia, es que a pesar de la precariedad material y la exclusión política, el espíritu de fraternidad permanece intacto entre los cubanos: jóvenes que salvaron a sus vecinos de morir ahogados a riesgo de sus propias vidas, redes de apoyo que se ramifican en lugares cercanos o distantes para donar a los damnificados, hombres y mujeres que se han movilizado para ayudar a sus compatriotas.

En esos actos de bondad y servicio —los cuales alentamos— se encuentra la esperanza de un futuro mejor para Cuba. En esas demostraciones está el germen del país mejor que un día construiremos.

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Imagen principal: Tomada de ADN Cuba.

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