Collage
Ay, mi amiga, esos reportajes que ponen en la Mesa Redonda sobre el acontecer internacional van a acabar conmigo. Este que te cuento Randy lo presentó como «un collage de lo que está ocurriendo en el mundo con la producción de alimentos, un elemento sin dudas necesario para entender el contexto en el que también se mueve hoy la agricultura cubana».
Yo eso de los contextos no lo entiendo bien, pero el de la agricultura cubana tiene que estar muy jodido para ver lo que yo vi hoy en el mismísimo mercado de Cuatro Caminos, que en los próximos días cumple cuatro años de reinaugurado con un «agro de nuevo tipo» que nos entregaría productos de primera cosechados en tierras de primera y vendido por dependientes de primera que muy pronto se volvieron de segunda para restregarnos en cara viandas de quinta.
Eso había hoy en los mostradores de aquella cosa fea que un día se nos trató de vender como la gran revolución del comercio a quinientos años de la fundación de la villa. Hay que ser muy burro para imaginarse que alguien iba a comprar esos plátanos ídem que estaban vendiendo hoy, arrancados del hogar materno cuando la mata acababa de parirlos y con un tamaño promedio que no daba ni para un tostón. No sé si a dichos platanitos se refirió el ministro de la Agricultura cuando dijo ante las cámaras de Cubadebate que «nos falta trabajo». Y se equivoca: estamos pasando mucho trabajo.
Pero me fui de lo que quería contarte. Uno se queja, y es verdad, de las cosas que sufrimos en el Mercado Único, en La Habana y en el resto de la geografía insular, pero el reportaje ese que te digo ni siquiera lo realizaban los periodistas sagaces que nos sobran en la televisión, sino uno de esos formados para desinformar en los países capitalistas y tener a la gente pensando en lo que comerá hoy y no como nosotros soñando en que el café de este mes lo pagarán el mes que viene.
La cámara se metía en un mercado de Santiago de Chile e iba a unos estantes donde había no menos de veinte tipos de arroz, todos envasados en sus nailons de uno, dos y cinco kilogramos, limpiecito como el que a veces viene de donación. Debe ser muy duro poder escoger, mi amiga, irse para la casa con un tipo de arroz al que quizás tu vecina no pueda acceder, pero sabe que está ahí, que existe, que es una realidad tangible. Y lo que es peor: debe ser terrible poder llevarte todo el arroz que tú quieras, tentarte así al consumismo cuando es más racional y humano saber que te tocan solo siete libras al mes y que es seguro que las recibas fraccionadas y sin previo aviso.
Aquella cámara viajaba lenta de una imagen a otra, hasta que dio con la cara de uno de los compradores, quien se quejó de inmediato del precio al que estaba ya el kilogramo del cereal: ¡mil cien pesos chilenos el kilogramo! Qué criminales, me dije. Mi impulso fue acordarme de cuando en los años setenta nos quitamos media cuota de azúcar para el pueblo de Antofagasta que nunca nos repusieron, pero enseguida me frené pensando qué sería de nosotros si me paro en la reunión del sindicato y propongo enviar tres libras y media de arroz por cabeza a los empobrecidos mineros de Chuquicamata. Pero me dio una lástima con aquellos entrevistados que para qué te cuento. Porque todos (óyelo bien: todos) estaban como que desesperados con la situación, quién sabe si tengan con qué acompañar ese kilogramo de arroz si logran adquirirlo, porque déjame decirte que allá el cartón de huevos ya está en siete mil.
Yo miraba esos rostros curtidos por el cobre y me daba pena por ellos. No cuentan, como nosotros, con un canciller que los defienda en la ONU. ¡Qué va a defenderlos cuando representa a un gobierno que los tiene comprando el arroz a más de mil pesos el kilogramo! Qué orgullo para nosotros que Bruno pueda decirle al mundo que «el gobierno hace grandes esfuerzos para garantizar la canasta alimenticia familiar normada, que no alcanza para satisfacer todas las necesidades, pero atiende las indispensables».
Veía ese reportaje y me preguntaba sobre todo qué estarán comiendo esos pobres atletas cubanos que asisten en Santiago de Chile a los Juegos Panamericanos si el arroz y los huevos están allá a semejante precio.
Si no viste esa Mesa Redonda, búscala en Internet, pero ve directo al sitio de Cubadebate y localiza las noticias sobre Chile, que si buscas en Google puede salirte como a mí una de esas mentiras que publica la prensa extranjera donde se habla de que en el país austral el salario mínimo mensual anda por los cuatrocientos sesenta mil pesos.
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Caricatura: Wimar Verdecia / CXC.