A propósito del 13 de marzo: el poder de una oposición articulada

La ignorancia del pasado no se limita a dañar

el conocimiento del presente sino que compromete,

en el presente, la acción misma.

Marc Bloch. Apología de la historia

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El 13 de marzo de 1957, el Directorio Revolucionario atacó al Palacio Presidencial y tomó la emisora Radio Reloj. Cumplían así la palabra empeñada en la Carta de México de realizar una gran acción en La Habana. Este punto máximo de la épica del DR —DR13 en lo adelante—, debe entenderse como el sacrificio de una generación, no solo de una organización, en aras de un objetivo común: el derrocamiento de la dictadura de Fulgencio Batista.

Los momentos de unidad de las fuerzas políticas en Cuba han marcado los logros más importantes a lo largo de nuestra historia. Cuando en casos como el que nos ocupa, en que distintas organizaciones fueron capaces de encontrar un punto común de interés pese a tener distintas visiones de una misma situación, es que se materializaron los resultados.

En el transcurso de los años siguientes, sin que llegara a existir una política común, se producirían alianzas y colaboraciones entre sectores de la oposición alrededor del objetivo final: la caída de la dictadura. Al respecto, la sección «En Cuba» de la revista Bohemia correspondiente al 9 de diciembre de 1956, reflejaba el parecer de Luis Casero Guillén de que «el autenticismo era partidario de las vías de paz y había desechado la línea insurreccional, aunque él respetaba la actitud de Fidel Castro porque desdichada Cuba cuando dejara de tener juventudes rebeldes, como la que hizo la Guerra de Independencia».

Hoy sabemos que parte del dinero para comprar el yate Granma procedió de Carlos Prío —Fidel Castro, declaraciones a Ignacio Ramonet—, o que la mayoría de las armas empleadas para atacar Palacio provinieron de las facciones auténticas (que aportaron asimismo dos de los principales dirigentes del asalto: Menelao Mora y Carlos Gutiérrez Menoyo). Luego se pueden destacar momentos como los acuerdos de Altos de Mompié, El Pedrero, la colaboración entre la Marina de Guerra y el M-26-7 en el levantamiento de Cienfuegos, el Manifiesto de la Sierra, etc.

Acerca de este último, existe un análisis muy interesante aparecido en Bohemia el 28 de julio de 1957 bajo el título «Al Pueblo de Cuba», que alertaba a todos los sectores que se oponían al régimen:

«Nuestra mayor debilidad ha sido la división, y la tiranía, consciente de ello, la ha promovido por todos los medios en todos los aspectos. Ofreciendo soluciones a medias, tentando ambiciones unas veces, otra la buena fe o ingenuidad de sus adversarios, dividió los partidos en fracciones antagónicas, dividió la oposición política en líneas disímiles y, cuando más fuerte y amenazadora era la corriente revolucionaria, intentó enfrentar los políticos a los revolucionarios, con el único propósito de batir primero a la revolución y burlar a los partidos después. (Felipe Pazos, Raúl Chibás, Fidel Castro)».

Ninguna fuerza política hubiera sido capaz, por sí misma, de derrotar a Batista en tan corto tiempo. La idea de que el M-26-7 ganó solo la guerra fue el inicio de una propaganda política y educativa que a lo largo de sesenta años contribuyó a reforzar una parte del complejo entramado de tergiversación y reacomodo de la historia patria que pretendía —y logró con bastante éxito, hay que reconocerlo—, proporcionar una filosofía del poder que exaltara el papel del líder —cual figura cuasi religiosa— por encima del pueblo; favoreció el desconocer la importancia de un fundamento cívico que actuó como elemento aglutinador entre tendencias políticas diferentes y tendió a la anulación de cualquier pensamiento divergente, al tacharlo de «nocivo, pro-imperialista, etc».

Curiosamente este análisis, aún pertinente, fue denunciado en fecha tan temprana como el 18 de diciembre de 1955 desde Bohemia, por el periodista y partidario grausista Miguel Hernández Bauza. En dicho artículo se alertaba sobre las proyecciones que podría tener un futuro gobierno de Fidel Castro:

«Por los síntomas, casi puede vaticinarse que si Fidel llegara a mandar en Cuba su régimen sería tan antagonizado como el de Batista, aun cuando no aspirara a apuntalarlo con el poder material.

Por los acentos de su candente verbo, Fidel parece dispuesto a afianzar su Revolución en la fuerza de una moral tri-destilada que lo tendría a él y solo a él, claro está, como único santón dispensador de mercedes cívicas, morales y espirituales. Dios y César en una sola pieza de carne y hueso. Y el temor, como símbolo de su vigencia. Y como quiera que donde hay temor no puede haber amor, y sí odio, en la proliferación popular de este sentimiento negativo, tendríamos el punto de coincidencia entre el régimen actual y el de Fidel. Hoy se tilda de comunista al opositor sincero, aunque éste, en su fobia moscovita, sea alérgico hasta al color rojo. Mañana todo el que no fuera parcial de Fidel sería ejecutado por inmoral (...)

Fidel no comparte su paraíso «con todos y para todos», como predicaba el Apóstol que él, no obstante, está tratando de emular. En el paraíso de Fidel sólo caben él, los mártires del 26 de julio, y sus actuales amigos...».

En la propia revista, en el número correspondiente al 26 de mayo de 1957, se reflejaba con grandes titulares un extracto de la entrevista concedida por Fidel al periodista de la CBS Wendell L. Hoffman:

En la misma entrevista Fidel afirmó: «También soy opuesto al terrorismo. Condeno esos procedimientos. Creo que no se resuelve nada con eso. Aquí, en esta trinchera de la Sierra Maestra, es donde hay que venir a pelear.»

El enfoque maniqueo de la historia nacional —con un «gran líder» encabezando a «una organización»— es ampliamente visible en las actitudes de los diferentes actores políticos contemporáneos. No obstante, este tipo de actitud no fue estimulada únicamente «por la Revolución», toda vez que el 19 de febrero de 1956, desde su columna «Cabalgata política», de Bohemia, el periodista Francisco Ichaso, al analizar el panorama político de entonces, valoraba:

«La acumulación de rencor ha conducido a un planteamiento simplista de la crisis política. Este planteamiento, más sentimental que racional, más emotivo que lógico, se parece mucho al de los melodramas. En esta especie teatral, como se sabe, hay siempre dos bandos en pugna: el bando de los buenos y el bando de los malos. Al principio éstos llevan la mejor parte.

La primera, la gran división, es entre gobierno y oposición, consideradas ambas partes como si cada una de ellas fuese una unidad indivisible. Las otras divisiones, menores, tienen lugar entre los distintos grupos que integran cada bando. En el gobierno esa pugna es menos violenta que la de la oposición. En la oposición los cismas son más excluyentes».

El gobierno cubano actualmente no conserva el control monolítico que una vez tuvo, y en estos días son visibles ciertas tensiones por el poder que se desarrollan en las altas esferas. Pese a ello, cuenta aún con la ventaja de exigir «unanimidad» entre sus huestes. Los llamados a «cerrar filas» por parte de la dirigencia en el reciente acto del 1ro de enero, pretenden renovar ese nexo histórico, más poderoso que la llamada generacional al cambio y la renovación.

En el enorme espectro contrario, sin embargo, el panorama es diferente. Las décadas de educación doctrinal por parte de un sistema de voz única, han engendrado opositores espejo, que replican en cierta medida las injurias y desmanes del gobierno al que combaten. Incluso, algunos sectores del activismo evidencian posturas extremistas y excluyentes que, lejos de conseguir acercamientos, generan hastío e insultos y favorecen la perdurabilidad del régimen.

Es necesario prestar atención a nuestra historia y a lo que ha sucedido cuando las fuerzas opositoras no lograron un área de entendimiento que les permitiera alcanzar objetivos comunes: un programa mínimo. El caso típico fue la Revolución del Treinta. Después de tres años de lucha frontal en las calles consiguió —en última instancia— echar a Machado del poder. El mérito no solo se debió a que estuviera agotado, sino a que la situación revolucionaria creada empujó al ejército a brindar un ultimátum al dictador y pedir su renuncia. Luego —pese al apoyo que el Directorio Estudiantil del 30 diera al Gobierno de los Cien Días—, la falta de cooperación entre organizaciones desembocó en un control castrense del país con Fulgencio Batista como poder real.

En las condiciones actuales de Cuba tal peligro está cada vez más cerca de materializarse abiertamente, y no de manera solapada como ha ocurrido hasta ahora. Sirva la historia pasada para iluminar el camino de transformaciones que tanto necesita la Patria.

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Imagen principal: Piotr Moszczenski / Con edición del autor del texto.

Aries M. Cañellas Cabrera

Licenciado en Filosofía e Historia. Profesor e investigador.

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