La excepcionalidad que se agota

LASA es no solo la asociación de estudiosos de Latinoamérica más longeva por su historia. También ha sido la más numerosa en membresía y un foro particularmente vocal cuando de acompañar diversas causas del ámbito académico y social se trata. Su voz ha estado presente en la denuncia contra las dictaduras de Seguridad Nacional, apoyadas por gobiernos de EE.UU. durante la Guerra Fría. En el apoyo a movimientos y protestas sociales diversas —ambientalistas, indígenas, estudiantiles, femeninas, laborales— durante las últimas décadas de mayoritaria vigencia de un régimen democrático, si bien con falencias y deudas acumuladas, en Latinoamérica.

No obstante, esa postura militante de denuncia ha tenido en Cuba, por seis décadas, una rara excepción. Dada la influencia dentro de LASA del Estado cubano —beneficiado por exoneraciones de pago a los académicos de la Isla, que le garantizaban una membresía numerosa y políticamente controlada—, y la orientación ideológica y sentimental favorable al «modelo revolucionario» por parte de la membresía estadounidense y latinoamericana de la entidad, LASA  se ha abstenido de pronunciarse sobre la situación de la Mayor de las Antillas.

Dicha supuesta «excepcionalidad» diferenciaba a Cuba de sus países vecinos, en los cuales cualquier atentado contra los movimientos sociales y las causas de la libertad académica y el pensamiento crítico generaba dentro de LASA, como debía ser, proporcional y justo rechazo. Ni siquiera las protestas del 11 y 12 de julio de 2021, las mayores en la historia de la Isla posterior a 1959, movieron a una anterior directiva de LASA a pronunciarse por la suerte de la ciudadanía cubana, lo que generó airadas protestas y la salida de la organización de académicos notables como Carmelo Mesa Lago y Mabel Cuesta. 

El porqué de semejante actitud obedece a diversos motivos. Primero, los factores ideológicos. El sesgo normativo —presente en toda la academia occidental de ciencias sociales, como han demostrado desde Raymond Aron hasta Pippa Norris— que le inclina a tratar de modo diferenciado los procesos y gobiernos que identifican con «las izquierdas». Segundo, la tradición política de control doméstico y cooptación —principalmente hacia afuera, aunque hay excepciones en la Isla— de universidades e intelectuales; ejercida por los mecanismos del Estado cubano. Por último, pero no menos importante, porque el mundo académico está atravesado por las mismas dinámicas de insolidaridad, oportunismo, deslealtad y acomodamiento que forman parte de la naturaleza humana.  

Cuba se volvió, para esa academia latinoamericanista, un espacio de silencio. He usado antes la metáfora de las tres actitudes respecto al «proceso revolucionario» como objeto del conocimiento: el no poder ver, el no saber ver el no querer ver. Las cuales remiten a actitudes personales que podemos sintetizar en: miedo, dogma y cálculo. 

El no poder ver remite a una imposibilidad fáctica. Se limita a las personas que no tienen información sobre Cuba, bien sea por su extracción humilde y correspondiente carencia de escolaridad, por su desconocimiento de cómo encontrar información o sencillamente porque su difícil vida cotidiana, problemas y canales de información están lejanos de ese tema. Pero la Academia, de cualquier parte del mundo, no pertenece a esa categoría; no tiene la imposibilidad fáctica de desconocer lo que pasa en Cuba.

El no saber ver sería una imposibilidad epistémica. No tener las claves analíticas para entender lo que pasa en Cuba; bien sea porque el académico o el estudiante se socializó políticamente en entornos que le inducen ciertas ideas muy rígidas sobre lo que es Cuba, muy normativas, muy utópicas a lo que es favorable al modelo cubano. Por lo que aun teniendo acceso a Internet, a información, a bibliografía, la posibilidad de viajar incluso, pudiendo acceder al conocimiento, tiene velos. No tiene las claves epistémicas, conceptuales, para ver. Uno puede estar frente a un fenómeno y no verlo, y yo creo que eso es importante en parte de la gente fuera de Cuba. 

En la tercera dimensión ya no hay el no poder ver como imposibilidad fáctica ni el no saber ver como imposibilidad epistémica, sino un no querer ver como barrera volitiva. Son aquellas personas que por una militancia política no quieren pronunciarse sobre la realidad tal cual del régimen, el orden y la sociedad cubanos.

El miedo emana de la pertenencia a una tribu política —de las cuales está llena la Academia y militancia de izquierda internacionales— en la cual alzar la voz para señalar los elementos criticables del gobierno cubano: autoritarismo, creciente desigualdad, pobreza —que serían los mismos criticables en América Latina y en cualquier país del mundo— no forma parte de la utopía a defender. El miedo opera como una forma de sanción previsible para no ser excomulgado por la tribu, para seguir siendo invitado a Cuba y tener ciertas prebendas.

No se puede perder de vista que el gobierno cubano tiene cierta influencia en instituciones, universidades y redes del mundo cultural fuera de la Isla, porque se ha dedicado a cultivar esas relaciones durante décadas y sí puede ejercer mecanismos de censura más o menos abiertos o directos en esos espacios. 

Además del miedo está el dogma. Hay personas que, desde una visión teológica de la política, se acercan al «modelo cubano» como una especie de fe o de religión. Un colega sociólogo me dijo una vez en México, tras escuchar el análisis crítico de otros colegas sobre la realidad cubana, que todo lo que se había dicho en el foro podía ser real, pero que teníamos que entender que para él Cuba era «algo muy caro». Le respondí que debería resolver ese problema con su psicoanalista, porque es insostenible pretender que una realidad y la población que la habita no puedan ser objeto de análisis y transformación solo porque alguien lejano quiere preservar una visión falseada de esa realidad.

Junto al miedo y al dogma está el efecto del cálculo, en aquel sector de la Academia, vinculado o no a la política, que conjetura que aliarse a lo que significa el modelo cubano, sus redes de influencia y sus aliados internacionales, le permite tener posiciones lucrativas, progresar en determinados espacios académicos internacionales y volverse hegemónico en ciertas universidades públicas, sobre todo en América Latina, pero también en Europa y Estados Unidos.

El temor a la sanción, al bullying, al dogma ideológico de una visión empobrecida sobre lo que es la izquierda y la realidad política cubana y latinoamericana, unido al cálculo de prebendas y beneficios personales por esa defensa del autoritarismo del régimen de Cuba, conforman una trilogía de motivaciones, junto con las tres imposibilidades ya mencionadas, que ayudan a explicar lo que ha pasado con el caso de Cuba en la academia internacional.

Sin embargo, como dijo Marshall Berman en su hermosa prosa: todo lo sólido se desvanece en el aire. Lo que ha sucedido ahora ante el asedio y criminalizacion político a la intelectual y académica Alina Bárbara López Hernández, refleja el agotamiento creciente de una narrativa excepcionalista; cuestionada cada día por la galopante y cada vez más conocida crisis del orden socioeconómico y político que padece la población cubana. También revela el declive relativo de las influencias del Estado cubano dentro de una academia regional más coherentemente progresista y sensible a los problemas de Derechos Humanos, con independencia de las ideologías de quienes los deslegitiman o erosionan. 

Y lo que es tal vez más importante aún: LASA procede en este caso honrando estrictamente sus estándares institucionales, intelectuales y éticos. No incurre en excepcionalidad alguna; no toma el «caso Alina» como algo de naturaleza nuevamente excepcional. Al expresar que se «denuncia y condena la persecución política contra la historiadora Alina López Hernández y contra todas aquellas personas que disienten de las políticas del gobierno de Cuba» y que «Nuestra asociación también reitera su compromiso con las libertades de expresión y de cátedra, imprescindibles para el trabajo intelectual y académico», LASA se pronuncia sin ambages a partir de un evento particular que es reflejo de una situación estructural. Lo hace como suele hacer en los otros países de la región, sin adjetivaciones ideológicas ni dispensas del mismo tipo, poniendo la denuncia a problemas sistémicos y la solidaridad con quienes los padecen en el centro mismo del posicionamiento. 

La supuesta excepcionalidad cubana no es ya completamente aceptada. El «proceso cubano» es únicamente excepcional en la medida en que el régimen político es el más autocrático de América Latina, no reconoce los espacios cívicos y los derechos a la manifestación, la protesta y la información y expresión autónomas. Mantiene por ello en las cárceles a centenares de ciudadanos —en su mayoría procedentes de sectores populares empobrecidos— sometiéndoles a largas condenas por ejercer su derecho a la protesta.

Pero la sociedad cubana es crecientemente pobre y desigual, de la misma manera que lo es cualquier sociedad periférica de nuestra región u otras partes del mundo. Y padece los mismos conflictos —la racialización, la feminización y la ruralización de la pobreza, la marginalidad urbana, etc.— que sus vecinas latinoamericanas. Hay un acumulado de investigaciones de sociólogos, demógrafos, antropólogos e historiadores cubanos —de la Isla y su diáspora— que, pese a las censuras, complicidades y dogmas, dan cuenta de esa situación, agravada con el paso del tiempo. Tomar conciencia de ello, actuando en consecuencia sin tratos diferenciados de cualquier índole, parece haber sucedido ahora en LASA. Esperemos que continúe siendo así.

Armando Chaguaceda Noriega

Politólogo e Historiador. Estudia los procesos de democratización en Latinoamérica y Rusia.

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