La izquierda como superstición

Hace algunos días escuchaba una conversación en la que una persona muy inteligente, educada, profesora de varias universidades, se quejaba de la situación de su país. Minutos después dijo que, «por supuesto», iba a votar por el partido que está actualmente en el poder porque es de izquierda. Le preguntaron que cómo iba a hacerlo si ella misma estaba protestando por los nulos resultados de esa gestión gubernamental. La respuesta me dejó pensando: «no iba a votar por la derecha». Esa era la única razón.

Esto me hizo pensar en cuán a menudo el partidismo político es casi un foco delirante: personas totalmente capaces, con educación superior a la media y muy funcionales, entran en un delirio negador de la realidad apenas le haces una crítica a la izquierda y alguno de sus fetiches. Tal pasa con lo relacionado a los Estados Unidos: hay que estar en contra de ese gobierno y sus decisiones por descontado, en cualquier circunstancia y momento. Sus aliados también son parte de ese supuesto eje del mal.

He escuchado opiniones profundamente antisemitas —no solo antisionistas y ojo: son cuestiones diferentes por completo— porque Israel es aliado del gobierno estadounidense y, sin molestarse en buscar información o contrastar datos, ponen la bandera de Palestina de foto de perfil en redes. Otros crímenes de guerra no parecen importarles: ese en específico es el centro de su atención porque «es de izquierdas» ser pro-palestino. Este ejemplo no es una toma de partido de mi parte por alguno de los bandos —ni es objeto del texto—, sino una simple observación de cómo funciona a menudo el posicionamiento político de miles de personas.

Lo curioso es que basta rotularse como de izquierdas para que muchos tomen partido de manera automática, sin detenerse a considerar si realmente en la práctica política se muestran como tal. Hay una frase en Feuerbach. Oposición entre las concepciones materialistas e idealistas, donde Marx y Engels hacen una declaración de luminosidad meridiana:

 «Mientras que en la vida vulgar y corriente todo shopkeeper sabe distinguir perfectamente entre lo que alguien dice ser y lo que realmente es, nuestra historiografía no ha logrado todavía penetrar en un conocimiento tan trivial como este. Cree a cada época por su palabra, por lo que ella dice acerca de sí misma y lo que se figura ser». (Marx y Engels, 1980: 23).

Este principio, tan evidente a prima facie, curiosamente no ha sido comprendido por muchos militantes de las izquierdas. Podemos identificarnos con cierta tendencia política, pero ante partidos, personas y prácticas debemos cuestionarnos previo a aceptar ciegamente la posición que dicen sostener. Puedo ser de izquierdas, pero: ¿ese partido me representa? ¿Representa mis principios, mis aspiraciones, mis convicciones? Hay que trascender lo discursivo y analizar la praxis, así como las verdaderas ideas que se expresan en ella. Recordemos que lo ideológico a menudo sigue siendo una falsa conciencia que nos obnubila y mediante la cual podemos ser fácilmente manipulados.

Esto me lleva a un segundo punto: la intelectualidad que se refiere a sí misma como «de izquierdas». Creo que es un lugar común para cualquier analista social cubano con una postura crítica ante el estado actual de cosas en su isla natal, haber chocado alguna vez con un cubanólogo fundamentalista, que repite a pie juntillas el discurso del gobierno cual si se tratase de una verdad absoluta.

Suelen ser extranjeros, con algunas visitas regulares a Cuba —generalmente auspiciadas por instituciones gubernamentales—, autodeclarados izquierdistas y cuyo modus vivendi precisamente es reproducir discursos «antiimperialistas» y «anticapitalistas» que le garanticen su forma de vida capitalista. Esto los conduce a torcer la realidad de manera lamentable y perversa: recordemos el infame caso de Frei Betto, que ante el innegable desabasto de alimentos imprescindibles, e incapaz de reconocer la pésima gestión del gobierno, responsabilizó a los cubanos por tener «demasiado apetito».

Esta actitud no solo cuestiona las habilidades investigativas de cualquier intelectual: en Cuba basta utilizar la observación para tener ideas previas que contrasten con el discurso oficial; sino que pone en duda la posición ética de estos personajes. Culpabilizar a las víctimas nunca puede ser la postura de un intelectual responsable, mucho menos de uno de izquierda, que se dice a favor del pueblo y de los menos favorecidos. Justamente esto es lo que ha ocurrido, otra vez, en días pasados con un tweet de Arantxa Tirado —politóloga y doctora en Relaciones Internacionales por la Universidad Autónoma de Barcelona—, en el cual refiere a Cuba como «el país más seguro del hemisferio occidental». La avalancha de críticas no se hizo esperar. Sus respuestas, con un cinismo increíble, basan su afirmación en las varias visitas que ha hecho a la Isla y en decir que los cubanos no tienen «comprensión lectora».

Quisiera hacer un paréntesis: vivo en México hace más de seis años. Nunca he visto un tiroteo, nunca he sido asaltado, no conozco a nadie que haya desaparecido, etcétera. Esta es mi experiencia genuina, pero ¿es suficiente para negar la realidad que millones de mexicanos viven cada día? ¿Puedo éticamente decir que esta es la verdad porque yo la vivo y tengo cierto título académico que me hace más veraz que millones de angustias? ¿O más bien debería reflexionar sobre mis privilegios y tenerlos en cuenta para, dentro de lo posible, evitar sesgos? Creo que cualquier posición que implique la negación expresa o implícita del sufrimiento humano es profundamente cuestionable.

Demasiados «intelectuales de izquierda» nos hacen un gaslighting brutal y constante a los cubanos, negando nuestra realidad y nuestra percepción sobre ella porque echamos por tierra su ideal de país contestatario y antiimperialista. O peor aún, porque cuestionamos sus dudosos productos académicos, mediante los cuales sostienen un modo de vida wannabe y clasemediero.

Los cubanos no tenemos que ser víctimas de la historia para mantener los delirios de nadie. Es a la izquierda a la que le toca replantearse qué idealiza y cuáles son los cuestionables métodos que utiliza. Mientras tanto la invitación está hecha: no creamos a nadie que venga con una falsa superioridad moral por declararse de izquierda. Analicemos antes sus frutos.

Roberto Garcés Marrero

Profesor. Doctor en Antropología Social (UIA, 2022). Doctor en Ciencias Filosóficas (2014).

https://www.facebook.com/roberto.garcesmarrero
Anterior
Anterior

El rey está desnudo

Siguiente
Siguiente

Hija soltera