José Martí y el socialismo

Hace unos días, en el artículo «Les presento a la Patria», me preguntaba: ¿Se puede catalogar de socialista a José Martí cuando ideaba una República con todos y para el bien de todos?

Es sabido que el pensamiento del Apóstol se ha utilizado —con todo lo que la palabra implica— para legitimar el sistema político existente en Cuba. Durante los primeros cincuenta y ocho años del siglo XX, la figura del Héroe Nacional era reverenciada. Las evidencias demuestran que se realizaban actos conmemorativos en su honor, muchas veces con la presencia de su hijo José Francisco. Se develaban tarjas y monumentos. Se construyó el mausoleo en el cementerio de Santa Ifigenia en Santiago de Cuba y la plaza cívica en La Habana. Parques e instituciones recibieron su nombre. Se publicaron textos suyos y sobre él... En cambio, aunque fue proclamado como autor intelectual del asalto al Cuartel Moncada, la dirección del Partido Socialista Popular (PSP) planteaba que su obra había perdido vigencia para unir a las nuevas generaciones.

Después de 1959 ha tenido lugar una visión parcializada del legado martiano. Cuando una idea resulta incómoda o divergente con el régimen, se encargan de invisibilizarla. Pero lo cierto es que, contra cualquier manipulación oficialista, el verbo preclaro de José Martí se enciende e ilumina.

En el ensayo La futura esclavitud, fechado en 1884, el escritor, desde el mismísimo título, define su perspectiva acerca del asunto. Como parte de un párrafo se lee: «Todo aquel que trabaja para otro tiene dominio sobre él». ¿Qué han sido estas décadas de totalitarismo, si no expropiaciones de bienes y servicios a sus legítimos dueños? ¿Qué han sido estas durísimas décadas si no la idílica e hipócrita creencia sobre el igualitarismo proletario? ¿Qué han sido si no la incapacidad del estado para cubrir las necesidades de la ciudadanía? ¿Qué han sido si no la demostración de que la gestión gubernamental es insuficiente en cuanto se postula como benefactora y termina por desentenderse de las multitudes desposeídas? ¿Qué han sido estas décadas si no las promesas de protección y el cumplimiento del abandono? ¿Qué han sido si no imposiciones que  fracturan la identidad del país?

Y es que «en el sistema socialista dominaría la comunidad al hombre». Al poner los intereses colectivos por encima de los personales, no se posee ni lo uno ni lo otro. Cada propiedad que esté en manos de todos quedará inevitablemente expuesta al desvío de recursos y a la quiebra. Hemos visto como son inauguradas instalaciones con diversos fines y al poco tiempo se ven sumidas en el abandono, en la destrucción que las deja inutilizadas. Mientras abundan los problemas con la disponibilidad de viviendas, se levantan inmuebles para luego demolerlos en un ciclo interminable de ineficacia.

En el referido ensayo, las palabras de Martí son realmente precursoras: «Los funcionarios, abusadores, soberbios y ambiciosos en esa organización tendrían gran poder». La inmensa mayoría de los dirigentes estatales han abusado de su posición, obteniendo considerables privilegios, al punto de que cuando son destituidos pueden establecerse con las ganancias acumuladas. La dirigencia estatal es soberbia, y se considera intocable por quienes observan (de a pie) sus costumbres opulentas. Los dirigentes estatales, ciegos en su incontrolable ambición, reproducen en grado superlativo las actitudes capitalistas que denuncian desde sus discursos, llegando a ser una clase de comunistas en teoría y explotadores en la práctica. La organización, efectivamente, les garantiza el poderío. Se creen invulnerables; pero el mismo proceso, como rueda dentada, los desecha cuando les considera inútiles a sus intereses.

Dentro de algunos círculos teológicos ha existido siempre una retórica hueca que llama a ejercer un profetismo acomodado a los pedidos de la corte. Contra esa inescrupulosa herramienta de dominación, los verdaderos profetas han sentado pautas con sólidos argumentos para desmontar los patrones opresivos. El más universal de los cubanos, con visión profética, dijo sobre el socialismo que «este sistema llegaría a sufrir en poco tiempo de los quebrantos, violencias, hurtos y tergiversaciones que el espíritu de individualidad, la autoridad, la osadía del genio y las astucias del vicio originan».

El sistema establecido desde 1961 ha dado pruebas constantes de su intolerancia. Ordenó la creación de unidades militares de apoyo a la producción (UMAP) para eliminar el diversionismo ideológico. Ordenó la censura a escritores, artistas e intelectuales por pensar diferente. Ordenó la fundación de organizaciones, asociaciones e instituciones culturales para mantener controlados a los vanguardistas, condicionando la denominación de vanguardias. Ordenó la persecución, el presidio, el descrédito o el exilio contra quienes osaron manifestarse... Y lo peor es que, ante la mirada atónita de la democracia, el sistema ordena todavía.

Es el espíritu individualista, disfrazado de colectivismo, el que hurta y tergiversa la realidad. Crecen la delincuencia, el empobrecimiento y la inestabilidad, mientras el estado ofrece una imagen de resistencia y una seguridad en la victoria que solo aparecen en los medios oficiales, porque las vivencias diarias se encargan continuamente de desacreditar tal mensaje. Incluso, los difusores de esas noticias triunfales terminan por disentir, renuncian o son desplazados por otros portavoces de ocasión.

Vicio, osadía del genio y autoridad son palabras que pueden resumirse en un único vocablo: dictadura. Causa temor con solo mencionarlo, pero su impacto ha sido tan estremecedor, tan hondo, que se refleja inevitablemente en el alma de la Patria. El hombre que se reveló contra el colonialismo era un notable defensor de la paz. Él pudo hallar tres calificativos exactos para la guerra contra España: justa, corta y necesaria. ¿Habría combatido José Martí a los defensores del socialismo? Cualquier respuesta será especulativa pues el héroe de Dos Ríos no está entre nosotros físicamente para dar un criterio al respecto. Quién cayera de cara al sol no permitiría que empleáramos su influencia para justificar una acción que él mismo no acometió. Sin embargo, José Martí nos ha legado su pensamiento para que, haciendo una interpretación coherente, luchemos contra cualquier actitud esclavizante: «Yo sé de un pesar profundo / entre las penas sin nombres: / ¡La esclavitud de los hombres / es la gran pena del mundo!». 

Usted lo dijo, Maestro.

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Imagen principal: Raúl Martínez / Blog Monografías

Dariel Enrique Martín Hernández

Teólogo, profesor de Teología práctica y de creación literaria, escritor y editor residente en Matanzas.

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