Lenin en el poder

Vladimir Ilich Uliánov, Lenin para la historia, falleció el 21 de enero de 1924, a pocos meses de cumplir 54 años. Había sido el principal gestor de la toma del poder por parte de los bolcheviques en Rusia y de la más profunda transformación política y económica acaecida en el inmenso país, con indiscutible repercusión mundial.

Los dos últimos años de su vida sufrió una grave enfermedad que lo inhabilitó paulatinamente hasta impedir el ejercicio de sus funciones como presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo (gobierno), y máximo líder político e incluso, marginarlo de las decisiones cotidianas en un momento crucial para el desarrollo del régimen soviético.

Su figura ha sido deificada por la propaganda comunista y aborrecida por sus enemigos. Junto a Marx y Engels, conformó la tríada de padres fundadores de lo que luego se llamó «marxismo-leninismo», una mezcla teórica que si se analiza en profundidad resulta claramente contradictoria.

Resulta imposible analizar las disímiles aristas de su pensamiento y legado, por eso me ceñiré a su gestión frente al gobierno soviético y las batallas finales que dio en vida, sobre todo en lo relativo a la implantación del modelo conocido después como «socialismo real».

Existen excelentes biografías, desde la primera que leí, escrita por Gerald Walter, la de Lev Trotski, hasta otras más recientes, que contaron con la apertura de los archivos secretos del Kremlin después de la disolución de la URSS, entre las que destacan las de Dimitri Volkogónov, Robert Service, Viktor Sebestyen y Héléne Carrère D’Encausse.

La toma del poder y el contexto

Como es sabido, para Marx y Engels la transición del capitalismo al socialismo debería producirse —de manera conjunta— en los países capitalistas más desarrollados, porque sería donde el nivel de socialización de la producción alcanzaría alto grado de desarrollo, lo que a su juicio conduciría a una contradicción con el carácter privado de la propiedad, cuya solución solo podría lograrse mediante el reemplazo de la propiedad privada por la propiedad social.

Ambos pensadores consideraban que el camino para lograrlo sería un proceso revolucionario conducido por la clase obrera, en el que la expresión de esa propiedad social sería la «cooperación y ayuda mutua entre los productores» o, como lo veía Engels, una «asociación libre de productores». Nada de eso ocurrió en realidad. Lejos de identificar al socialismo con la consolidación del estado, ellos creían que el nuevo sistema social conduciría a su abolición, algo que ciertamente resultó utópico.

En los países capitalistas más desarrollados de Europa, como resultado de las luchas sociales, acaecieron reformas paulatinas orientadas hacia la democratización de esas sociedades y a la introducción de una serie de beneficios sociales. Esto motivó la aparición del «revisionismo reformista» alemán, muy influyente dentro del movimiento socialista europeo y expresado en Rusia en el llamado «economicismo». Ambas corrientes enfatizaban en la necesidad de enfocar las luchas obreras en demandas económicas, pasando por alto las políticas.

Para Marx y Engels, como para muchos socialistas de la época, era impensable que en Rusia o China se impusiera el nuevo sistema, porque eran países que combinaban un capitalismo subdesarrollado con estructuras feudales en la agricultura, y carecían por ello de una clase obrera suficientemente desarrollada para conducir la «revolución proletaria».

Ni Lenin en Rusia, ni Mao Zedong en China vieron en esta realidad un obstáculo para conducir sendas revoluciones que llevaran a la instauración del socialismo. Sin embargo, en gran medida, los aspectos negativos de este sistema se debieron precisamente a que fue el resultado de la toma del poder y de políticas impuestas «desde arriba», y no la consecuencia de una agudización real de las contradicciones del capitalismo.

Lenin fue un estratega político genial y advirtió la oportunidad que se le brindaba a los bolcheviques, el mejor organizado y combativo de los partidos socialistas existentes—y el que de forma más decidida se había opuesto a la Primera Guerra Mundial por su carácter imperialista—, al producirse el derrumbe del zarismo.

Tras la Revolución de Febrero de 1917, mientras otros socialistas —incluso varios líderes bolcheviques— eran proclives a cooperar en la instauración de un régimen democrático republicano, Lenin fue partidario no solo de aprovechar, sino de fomentar el desorden militar, económico y social.

Desde entonces su objetivo fue tomar el poder, sobre todo cuando se hizo evidente que el Gobierno Provisional no firmaría una paz por separado, ni adoptaría una reforma agraria, demandadas por la inmensa mayoría del pueblo ruso. La acción decidida de Lenin, junto a la debilidad del Gobierno Provisional, llevaron a la insurrección de octubre y a la formación de un gobierno bolchevique, ratificado por el II Congreso de los Soviets de toda Rusia.

Las primeras medidas de su gobierno fueron el Decreto sobre la Paz, el Decreto sobre la Tierra y el Decreto sobre la Autodeterminación de los Pueblos, que en teoría —luego no ocurrió así— debería permitir a los pueblos sometidos al Imperio decidir su destino. También se denunciaron todas las deudas con las potencias capitalistas. Poco después se decretó el derecho de los ciudadanos a una educación pública gratuita. Estas medidas contaron inmenso apoyo popular y, al mismo tiempo, con el rechazo de los remanentes de la clase terrateniente, grupos políticos monárquicos e incluso la burguesía liberal que se había opuesto al autoritarismo zarista.

Dictadura de una camarilla, no del proletariado

A diferencia de otros partidos socialistas —como el Socialista Revolucionario (fraccionado en izquierda y derecha en 1917) y los mencheviques (fracción moderada del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, POSDR)—, que abogaban por el desarrollo de la revolución democrático-burguesa iniciada en febrero, Lenin consideró que el socialismo podría lograrse desde arriba, aun sin las condiciones sociales ni económicas que facilitaran ese proceso. Según él, habría que utilizar la fuerza y tomar el poder.

El Imperio zarista había reprimido a través de su policía política: la Ojrana. El nuevo régimen creó la Comisión Extraordinaria Panrusa para la Lucha contra la Contrarrevolución y el Sabotaje (VChk), con inmenso poder para reprimir cualquier manifestación contra el poder soviético, incluso con facultades para fusilar en el acto a campesinos que escondieran granos de las requisas impuestas en los años de la guerra civil y el «Comunismo de Guerra».

Como el Partido Bolchevique no ganó las elecciones a la Asamblea Constituyente efectuadas en noviembre de 1917, la cerró el mismo primer día de sus sesiones, en enero de 1918, poniendo fin a la posibilidad de que de ella emergiera un Estado democrático. Posteriormente, los mencheviques y socialistas revolucionarios fueron expulsados de todos los soviets. Mientras tanto, la firma del Tratado de Brest-Litovsk en marzo de 1918 condujo a la ruptura definitiva con los socialistas revolucionarios de izquierda, que consideraban humillante dicha paz.

En pocos años el nuevo régimen ilegalizó a todos los partidos no bolcheviques, fueran socialistas o no, y persiguió a sus líderes, muchos de los cuales debieron emigrar, incluso los que junto a Lenin habían sido fundadores del POSDR. Todos los periódicos y publicaciones no bolcheviques fueron cerrados y se estableció un férreo control sobre el país y la vida de las personas.

El Congreso de los Soviets, para los que en las Tesis de Abril Lenin reclamara todo el poder, comenzó a convocarse con menor frecuencia y en lugar de ser el órgano legislativo del poder soviético se convirtió en una asamblea que ratificaba las decisiones del Comité Ejecutivo Central de toda Rusia, su órgano permanente y del Consejo de Comisarios del Pueblo, que ejercía como gobierno.

Se aprovechó la guerra civil de 1918-1921 para prohibir dentro del partido toda oposición a las decisiones del liderazgo, y se suprimió la independencia de los sindicatos obreros al convertirlos en «correas transmisoras» de la política partidista y gubernamental. La insigne marxista y revolucionaria alemana Rosa Luxemburgo, con visión de futuro, afirmó sobre este proceso:

«Pero con la represión de la vida política en el conjunto del país, la vida de los soviets también se deteriorará cada vez más. Sin elecciones generales, sin una irrestricta libertad de prensa y de reunión, sin un debate libre, la vida muere en toda institución pública, se convierte en una merca apariencia de vida, y solo la burocracia permanece como elemento activo (…) En el fondo, pues, se trata de un asunto de camarillas. Es una dictadura, pero no la dictadura del proletariado, sino la de un puñado de políticos, es decir, una dictadura en el sentido burgués, en el sentido de los jacobinos» (1).

El socialismo por decreto

Lenin forzó primero a su partido y luego a toda la sociedad a instaurar un socialismo por decreto, el cual supuestamente debería llevar a la felicidad general, aunque en el proceso para lograrlo se requirieran ingentes sacrificios.

Después de las primeras medidas del poder soviético, que contaron con inmenso apoyo popular, se adoptaron algunas que generaron oposición en importantes sectores del campesinado y la clase obrera y para cuya implementación se requirió del uso del «Terror Rojo». Para ello se utilizaron métodos parecidos a los de la época zarista: deportación, campos de concentración y pena de muerte, entre otros. Especialmente significativa fue la represión, en marzo de 1921, a la sublevación de los marineros de Kronstadt, los mismos que habían jugado un rol esencial en la insurrección de octubre de 1917.

La mayor parte de la tierra expropiada a terratenientes y la Iglesia, no fue entregada en propiedad a los campesinos, sino nacionalizada y distribuida a estos para el trabajo. Las empresas industriales fueron sometidas primero a control obrero y luego confiscadas y estatizadas.

Se creó un Consejo Superior de Economía Nacional (VSNJ) encargado de la asignación centralizada de recursos y la distribución también centralizada de la producción. Se pretendió sustituir las relaciones monetarias y mercantiles, por relaciones de trueque que desorganizaron la economía nacional. La inflación y la escasez se generalizaron, agravadas por el estallido de la guerra civil.

La implantación del «Comunismo de Guerra», con su represión contra el campesinado, no solo se justificaba por el enfrentamiento a los ejércitos blancos y la intervención extranjera, sino era parte de la concepción de los líderes bolcheviques, en particular de Lenin, sobre cómo se organizaba una economía socialista en la que la distribución centralizada de recursos reemplazara al mercado como mecanismo de asignación.

Cuando los bolcheviques vencieron en la guerra, el país no solo estaba desangrado por los efectos destructivos de esta, sino por el caos económico generado por las políticas del régimen soviético.

Lenin se percató del error y tuvo la capacidad de rectificar. Fue consciente de que el régimen soviético no podría sobrevivir si no mejoraban las condiciones de vida de las personas. La represión no sería capaz de frenar un movimiento de protestas que involucrara a una parte significativa de la población, incluyendo al ejército.

La Nueva Política Económica (NEP), a partir de 1921, constituyó una muestra fehaciente de la capacidad del líder comunista de rectificar el camino cuando el adoptado resultaba erróneo, y de superar los dogmas ideológicos, algo que resultó difícil para sus sucesores, no solo en la desaparecida URSS, sino en todos los países que siguieron tal vía.

La NEP condujo a una reanimación de la vida económica, al florecimiento de pequeños y medianos negocios privados, a la ampliación de brechas sociales en favor de la nueva clase de «nepmen» y el resurgimiento de los «kulaks». Y también al mejoramiento de la gobernabilidad bolchevique tras la guerra civil. Al igual que en los casos de la insurrección y la firma del tratado de Brest-Litovsk, Lenin requirió enfrentar a una poderosa corriente dentro del liderazgo que se oponía a la NEP.

Sin embargo, en política no hubo concesiones de ningún tipo. Tras la derrota del «Movimiento Blanco», el líder soviético concentró sus ataques contra los mencheviques y socialistas revolucionarios, así como contra la llamada Oposición Obrera dentro del partido bolchevique. Quien se opusiera a la línea del Partido debía ser expulsado, pero dicha línea era la del Comité Central, y la de este era la del Politburó y, al final, era la línea del propio Lenin. 

Enfermedad, «testamento» y muerte

Desde su exilio en Suiza, Lenin sufrió de migrañas fuertes que posteriormente desembocaron en varios accidentes cerebrovasculares entre 1922 y 1923 que le condujeron a una parálisis y luego a la muerte.

Sin embargo, a pesar de su enfermedad estuvo enfrascado hasta el final en polémicas con sus colegas de la dirección soviética. Se enfrentó a Stalin por el proyecto de la Unión, debido a que este propugnaba la creación de repúblicas autónomas dentro de la República Socialista Federativa de Rusia, en tanto Lenin era partidario de una Unión de Repúblicas Socialistas en las que cada una fuera soberana. Había apoyado a los líderes comunistas georgianos contra la posición de Stalin y Orzhonikidze, a quienes acusó de «chovinismo gran ruso» a pesar de que eran georgianos, pero en su opinión servían a la tradición de dominación imperial. Finalmente el proyecto de Lenin se impuso, a pesar de que el Comité Central había apoyado el de Stalin.

También discrepó con Stalin por la cuestión de la Inspección Obrero Campesina, cuyo comisariado dirigía, debido a que esa institución, lejos de combatir la burocracia, la había multiplicado. Lo mismo había ocurrido con la secretaría del Comité Central, que entonces lideraba el georgiano y duplicaba las funciones del gobierno, estableciendo un control sobre este.

Stalin había acumulado un inmenso poder en la secretaría general del Comité Central y Lenin no estaba seguro de que lo utilizara con la debida prudencia (2). Por ello recomendó sustituirlo por alguien que se le diferenciara «en todos los demás aspectos sólo por una ventaja, a saber: ser más tolerante, más leal, más correcto y más atento con los camaradas, menos caprichoso, etc.» (3).

Otra de sus batallas contra parte del liderazgo fue en torno al monopolio del comercio exterior, que reclamaba mantener a pesar de la NEP, como forma de asegurar el control estatal de las relaciones económicas internacionales y de las divisas del país. En esto pidió el apoyo de Trotski a través de su esposa, lo que motivó la reacción airada y el insulto de Stalin a Nadiezhda Krúpskaya, debido a que se había saltado la orden del Politburó de limitar a Lenin la información de los problemas del país. Este incidente provocó la ruptura de relaciones personales de Lenin con Stalin.

En las cartas dictadas en diciembre de 1922, ya inválido, Lenin hizo una valoración de los principales líderes soviéticos y advirtió sobre la posible escisión del Partido debido al permanente conflicto entre Stalin y Trotski. De este último afirmó: «no se distingue únicamente por su gran capacidad», y lo juzgó como «el hombre más capaz del actual Comité Central, pero (…) demasiado ensoberbecido y demasiado atraído por el aspecto puramente administrativo de los asuntos».

Sobre Zinóviev y Kámenev aseveró que «el episodio de octubre no es, naturalmente, una casualidad, y (…) de esto solo se les puede culpar personalmente tan poco como a Trotski de su no bolchevismo». (4)  

Respecto a los jóvenes, mencionó a Bujarin y Piatakov. Al primero lo calificó como «valiosísimo y notabilísimo teórico del Partido», pero entendía que «sus concepciones teóricas muy difícilmente pueden calificarse de enteramente marxistas, pues hay en él algo escolástico (jamás ha estudiado y creo que jamás ha comprendido por completo la dialéctica)». Del segundo destacaba su «gran voluntad y gran capacidad», aunque criticaba que le atraían «demasiado la administración y el aspecto administrativo de los asuntos para que se pueda confiar en él en un asunto políticamente serio».

Con Piatakov tuvo Lenin un duro intercambio epistolar, referido a si era conveniente favorecer la inversión estadounidense en las minas de carbón. Robert Service lo refleja en su biografía sobre Lenin, en la que cita la respuesta de Piatakov a una crítica suya:

«Tú, Vladimir Ilich, has llegado a acostumbrarte a mirar todas las cosas a una escala demasiado grande, a decidir todas las cuestiones de estrategia a una distancia de un centenar de kilómetros, mientras que lo que necesitamos es resolver los pequeños problemas tácticos que se plantean (…) Y esa es, en mi opinión, la causa de que en este asunto estés recayendo en un esquematismo y (si me permites que te pague con la misma moneda) en una auténtica jactancia» (5).

A partir de estas valoraciones, se puede concluir que Lenin prácticamente inhabilitó a sus posibles sucesores, lo que favoreció la tarea de Stalin para que esta carta no fuera tomada en cuenta en el XII Congreso del Partido, reunido en abril de 1923.

Considero en lo personal que las graves contradicciones y errores que afectaron al «socialismo real» no fueron resultado del abandono del leninismo —como a veces se afirma—, pues ellos se encontraban ya en la práctica política de Lenin en el poder y después fueron acrecentados por sus sucesores.

La destrucción de la democracia, la represión a cualquier tipo de disidencia, el establecimiento de un régimen totalitario de partido único, la burocratización del sistema, la pérdida de la iniciativa empresarial, la ineficiencia económica; fueron problemas surgidos bajo el gobierno de Lenin, que replicaron luego los demás países socialistas y aún se sufren en Cuba.

La emancipación de los trabajadores, la justicia social, la eliminación de la explotación del hombre por el hombre, son justas y progresistas y las suscribo plenamente. Pero la historia ha demostrado que difícilmente se logran bajo una dictadura, cualquiera que esta sea.

Ciertamente, a Lenin le tocó enfrentar la lucha por la sobrevivencia del régimen soviético y ello requirió firmeza y resolución, pero la pregunta clave que habría que responder es si ese régimen era lo que Rusia necesitaba entonces. En realidad ni siquiera emancipó a los campesinos y a los obreros. Del sometimiento a los terratenientes y capitalistas, pasaron, como escribiera Martí mucho antes de que este sistema existiera, al sometimiento al Estado.

***

(1) Luxemburgo, Rosa (1922) La revolución rusa. Edición Página Indómita, 2017, pp. 120-121.

(2) Lenin, V. I. (1922) «Carta al Congreso, 24 de diciembre de 1922». https://www.marxists.org/.../obras/1920s/testamento.htm

(3) Lenin, V. I. (1923) «Suplemento del 4 de enero de 1923 a la carta del 24 de diciembre de 1922». Ibídem.

(4) En octubre de 1917 Zinóviev y Kámenev se habían opuesto a Lenin en la cuestión de la insurrección y la toma del poder, y al adoptarse la resolución del Comité Central publicaron tal discrepancia en la prensa alertando con ello al Gobierno Provisional. Trotski originalmente fue menchevique.

(5) Service, Robert (2001) Lenin. Una biografía. Siglo XXI Editores, p. 535.

Mauricio De Miranda Parrondo

Doctor en Economía Internacional y Desarrollo. Profesor Titular e Investigador de la Pontificia Universidad Javeriana de Cali, Colombia.

Anterior
Anterior

Lamar Schweyer y el problema de la democracia en Cuba

Siguiente
Siguiente

La autoridad policial en Cuba, ¿de amigos a enemigos?