Libertad, un horizonte siempre abierto de posibilidades

¿Dónde están los hombres libres, (…) los que no encierran el pensamiento en el estrecho círculo de un dogma y avanzan francamente hacia la luz, sin miedo (…) y sin cuidarse más que de lo justo y lo verdadero?

Émile Zola 

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En estos días el pueblo de Venezuela continúa el protagonismo en la búsqueda de su propia libertad. La cuestión que se dirime en Venezuela no es solo entre pueblo y Estado, sino más bien entre sociedad civil en su conjunto, que ha logrado organizarse, movilizarse y reclama un cambio estructural y funcional, contra un grupo que, desde un discurso cada vez más inconexo, pretende seguir identificando sus propios intereses con los del pueblo. Sin embargo, como reza el refrán: «la mentira tiene patas cortas y la verdad siempre la alcanza», por ello y, a pesar de que en lo individual los miembros de la sociedad civil venezolana se han sentido amenazados y con miedo real a enfrentar situaciones límites represivas, no les ha quedado más opción que increpar al poder, haciendo valer su derecho de elección. Y esa es la opción de libertad: la posibilidad de elección ante un horizonte de posibilidades.

En el caso Venezuela, por una serie de factores de orden histórico, no llegó a implantarse nunca un sistema eleccionario como el de Cuba —si pudiera llamarse de esa forma lo que se entiende en la mayor de las Antillas como sufragio. Chávez, al igual que su homólogo cubano, hizo identificar proyecto político con la nación total y erigió proyectos sociales específicos como único camino de salvación para los más pobres. Si bien ganó en popularidad algunos años, fue perdiendo cada vez más la base social de sustento y nunca pudo imponer, como en Cuba, el dominio político de un partido único.

Una de las cuestiones que más atenta contra las democracias —del tipo que sean— es la característica del ser humano de delegar su propia responsabilidad cívica electiva en un gobierno o en representantes que elijan por él. La auto anulación del deber ciudadano en el ejercicio de su libertad individual socialmente y el amparo del líder, eclipsa nuestra propia libertad de elección, casi siempre en contra nuestro. Prácticamente como un síndrome colectivo de Estocolmo, otorgamos nuestro derecho y deber a los captores de las democracias. Estos, amparados en las instituciones, terminan devorando las más elementales capacidades de ejercicio ciudadano. Para colmo, son reverenciados por las víctimas quienes, en detrimento de sus libertades, les hacen sacrificios y loas.

En Venezuela sobrevivió el pluripartidismo y esto ha permitido una mejor supervivencia de la llamada sociedad civil en comparación con Cuba. Sin embargo, ambos sistemas se convirtieron en «democracias capturadas», con rupturas abisales entre el grupo que gobierna y el resto de la sociedad. No obstante las semejanzas, en Cuba es más cerrada la permisibilidad de libertades, y los ejercicios ciudadanos casi quedan circunscriptos en su totalidad a los espacios on-line. La existencia de un partido único como rector de los destinos de todo el país, y la condena per saecula saeculorum al socialismo debido a una cláusula de intangibilidad impuesta en la Constitución desde el año 2002, hacen del sistema una estructura inamovible.

(Foto: Diario de Cuba)

Luego del ’59 fue imposible mantener el pluripartidismo. La misma libertad fue coartada desde los primeros años de la Revolución Cubana por el arrollador populismo que llevó a un frenesí en pos de los cambios que necesitaba el país. No obstante, la radicalización del proceso cerró paso a cualquier idea que pretendiera existir fuera de este. Así, desde las primeras medidas tomadas hasta los grandes discursos a través de los cuales el pueblo se vio sublimado como «protagonista», todos sucumbieron estrepitosamente seducidos por los nuevos aires.

Se borraron entonces, en función de la Gran Libertad, los límites necesarios para la mediación y el necesario equilibrio frente a las libertades individuales. Quedó absolutizada la sujeción de las libertades a los límites estrechos que impuso «el colectivo». Se sometió la libertad como capacidad de voluntad humana al Estado, cuyo nombre fue sustituido por la palabra Revolución, borrando cualquier aspiración de asociación en la sociedad civil hasta eliminar el propio civismo como cualidad ciudadana. Atentar contra la Revolución, era hacerlo contra el pueblo. Así quedó claro desde 1961 en las Palabras a los intelectuales pronunciadas por Fidel Castro: « (…) dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada. (…) y el primer derecho de la Revolución es el derecho de existir».

Este documento fue punto de partida del cierre de todas las libertades. Constituyó el giro que condenó a todos a dos opciones: el silencio del inxilio o el exilio real, convertido en destierro. Fue la imposición de lo que se consideró la voluntad soberana del pueblo y que no era más que la estrategia de dominio de una clase que fue acaparando la totalidad de los poderes. Silenciar a los intelectuales y coartar su libertad de expresión y pensamiento, fue centro de las estrategias de censura. Después de todo, es este grupo social el encargado por excelencia de desmontar los discursos del poder, por lo que había que subordinarlos al nuevo aparato estatal. De ahí la relevancia de estas palabras:  

«El problema que aquí se ha estado discutiendo (…) es el problema de la libertad (…). El temor que aquí ha inquietado es si la Revolución va a ahogar esa libertad, (…). Todo el mundo estuvo de acuerdo con el problema de la libertad formal. (…). La cuestión se hace más sutil y se convierte en el punto esencial (…) cuando se trata de la libertad de contenido (…)».

La libertad quedaba constreñida dentro de los intereses estatales, que no eran más que las personas muy cercanas al poder real, sostenidos en una tupida red de relaciones establecida desde la sagrada meritocracia y el oportunismo más descarnado. El resto fue solo oropel proletario, útiles gangarrias que sirvieron de parafernalia al totalitarismo. Así lo analiza Erich Fromm en su libro El miedo a la libertad: «La esencia de los sistemas totalitarios es apropiarse de la vida social y personal del hombre y la sumisión de todos los individuos, excepto un puñado de ellos, a una autoridad sobre la cual no ejercían vigilancia alguna».

Las doctrinas que ven la libertad como coincidente con la necesidad total y donde son borradas las necesidades individuales de los seres humanos, convierten a la libertad misma en soporte del absolutismo y el totalitarismo del Estado. Al rechazar toda posibilidad de iniciativa personal en función de un todo, el Estado deviene en Libertad Real, en el Dios Real (Hegel en Filosofía del Derecho). Esta identificación de la libertad con la auto causalidad existencial, que la erige como esencia vitalmente necesaria, llega en el orden político a establecer al Estado, a la Iglesia, a un partido político, etc., como formas privilegiadas de poder absoluto por encima del resto de los sujetos en su sentido individualizado. Este es un camino de ejercicio total de coerción sobre las partes de la sociedad en primera y última instancia.

Sin embargo la libertad, como el aire, como el agua, termina siempre abriéndose camino en un irreversible e indetenible proceso. Porque si bien fueron silenciados los intelectuales y puestos en función orgánica de justificar y sustentar el aparato de poder hegemónico en detrimento de la libertad social; también, el estancamiento y la crisis estructural generada, posibilitaron el surgimiento de intelectuales y ciudadanos que cuestionan y ponen en jaque todo lo que se dio por sentado.

Para lograr la libertad habrá que derribar, como dice Mandela, los propios miedos y alzarnos para accionar orgánicamente según nuestra elección. Hay que establecer los basamentos de la libertad no sobre una concepción de rigidez, sino de movimiento, constantemente, como la posibilidad abierta al cambio. Solo ahí encontraremos la plenitud de sentirnos seres con arbitrio y la posibilidad real de edificar nuestro contexto.

El pueblo venezolano afirma que va «hasta el final», un final donde la libertad sea puerta abierta al futuro. También sé que, inexorablemente en mi país, un día llegaremos hasta el final, y habrá libertad.

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Una manifestante sostiene una bandera venezolana frente a la policía durante una protesta el 29 de julio de 2024. (Foto: Matías Delacroix / AP - LaPresse)

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