Actualidad del legado martiano
Los estudiosos del pensamiento martiano hallamos en las ideas del Apóstol una fuente de inspiración y una guía válida en la búsqueda de respuestas para múltiples interrogantes. Conocerlo nos facilita un acercamiento enriquecedor a los retos actuales, lo que sería más difícil si los enfrentáramos desprovistos del que consideramos un valioso legado.
Esta herencia intelectual puede contribuir al incremento de nuestra capacidad para la interpretación del pasado y al conocimiento del presente, mediante el estudio de las concepciones que elaboró para su época y que la han transcendido; los principios que constituyen la base de su ideario, su visión de la responsabilidad del hombre ante la sociedad, así como el dominio del método cognoscitivo que le permitió penetrar las realidades que lo rodeaban. A la vez, ha de estudiarse su vida, caracterizada por la correspondencia entre la prédica y la actuación, pues no solo compartió los anhelos y logros de su pueblo, sino también sus angustias y carencias.
El propósito esencial del proyecto político martiano es la libertad plena del hombre, alcanzable cuando se logra su capacidad para el pensamiento propio, se establecen estructuras para la participación en la dirección política y económica, sin exclusión de los criterios minoritarios, y se controla el aparato ejecutivo para impedir que el Estado regulador genere una burocracia improductiva con intereses particulares, que invierta las funciones de servidora en servida, y se transforme en planta parásita capaz de entorpecer la justicia social, o en una nueva especie de propietaria que haga imposible el desarrollo del sentimiento de pertenencia colectiva de aquello que debe ser del dominio de todos. (1)
Cada ciudadano debe conocer sus posibilidades personales y las de su país. En este sentido Martí expresó, ante ausencias que podrían alejar el logro de los objetivos patrióticos: «Falta el conocimiento de sí, del que vienen alegrías supremas, dulces consagraciones y decoro. Falta confianza en la existencia futura. Falta ciencia y cultura espiritual». (2) Tales deficiencias formativas podían superarse mediante una adecuada educación, de modo que los seres humanos se conozcan a sí mismos, disciernan por sí y opten por una u otra vía. Educar —no solo instruir—, es formar en los ciudadanos la capacidad para la asimilación de los valores positivos y el rechazo de todo lo degradante.
Las ideas guían la actividad, y pueden convertirse en una fuerza material cuando son interiorizadas por grandes sectores de la población, que las hacen suyas y conducen el quehacer práctico. Se impone fundar, según Martí, «un pueblo real y de métodos nuevos» [OC, t. 1, p. 319]. Únicamente la plena participación de aquel, mediante la aplicación de estos, garantizará la capacidad para conjurar la potencia centrífuga generada por la frustración y el desaliento, manejables en todas las épocas por los elementos capaces de convertirlos en parálisis o accionar desacertado.
El Maestro advirtió que «las primeras repúblicas americanas» habían caído en las disensiones y el autoritarismo «por la falta de intervención popular y de los hábitos democráticos en su organización». [OC, t. 1, p. 458] En una nación democrática, el pueblo no debe ser un simple ejecutor de órdenes emanadas desde una dirección supuestamente infalible e inamovible, sino el verdadero jefe de la revolución, que vele por la acertada conducción del país y por la aplicación de métodos que garanticen «cortar las tiranías por la brevedad y revisión continua del poder ejecutivo y para impedir por la satisfacción de la justicia el desorden social». [OC, t. 1, p. 458] La democracia es una apremiante necesidad para alcanzar el equilibrio y la estabilidad que fortalecen y cohesionan la nación.
La nueva sociedad ha de ser forjada «con todos, y para el bien de todos», [O.C., t. 4, p. 279] o se desmigaja, sumida en pugnas intestinas que solamente servirían para el beneficio de quienes pretenden sustituir una forma de privilegio por otra semejante, aunque con rostro y nombre cambiados. Han de consolidarse todos los elementos constitutivos de la nación en torno a una estructura económica en la que no sea coartado el derecho a la iniciativa productiva ni a la retribución equitativa. Las garantías de las condiciones básicas de subsistencia facilitan el despliegue de las potencialidades de las grandes mayorías.
No será mediante la repetición de consignas abstractas, la imposición de prohibiciones o el cumplimiento de objetivos ajenos, que se logre la integración del individuo a la lucha por la identidad cultural y la reafirmación nacional; sino mediante su participación, con plenos derechos individuales, en la construcción de un mundo nuevo.
La participación ha de entenderse como «la capacidad del ciudadano para discutir la toma de decisiones públicas, fiscalizarlas y ser actor en sus aplicaciones». (3) Es mucho más que la movilización para el cumplimiento de proyectos o planes que le son ajenos, es la identificación con la obra común, proceso en el cual se forman, consolidan o transmiten normas de conducta y procedimientos reguladores, valores nuevos que forman a ciudadanos capaces de pensar por sí y generar iniciativas.
Debe gobernarse con y desde el pueblo, desechar la idea errónea de considerar la politización como un acto paternalista, y facilitar a los diversos sectores sociales mecanismos indispensables para ejercer la dirección de sí, pues las manos del pueblo son las verdaderas y únicas creadoras de riquezas materiales y espirituales. De ellas depende el éxito o el fracaso.
Esta relación de interdependencia entre individuo y sociedad, y entre ciudadanos y gobierno, fue analizada por Martí de este modo: «Un pueblo no es una masa de criaturas miserables y regidas: no tiene el derecho de ser respetado hasta que no tenga la conciencia de ser regente: edúquense en los hombres los conceptos de independencia y propia dignidad: es el organismo humano compendio del organismo nacional». [OC, t. 6, p. 209] Las repúblicas se forman de seres humanos capaces de valorar las circunstancias en que desarrollan sus actividades, y decidir por sí. La emancipación no concluye con el logro de la independencia nacional, sino cuando las mentes de los ciudadanos han sido liberadas del lastre neocolonial, cuando hombres y mujeres desplieguen sin ataduras su gestión como miembros de la patria de todos. El logro de la libertad política constituye la «premisa indispensable para alcanzar formas más amplias y superiores de emancipación humana». (4)
Resulta insuficiente que los gobernantes elaboren planes supuestamente beneficiosos para el bien colectivo; es imprescindible que los gobernados ejerzan sus derechos como seres pensantes, no como masa guiada. Debe consolidarse una colectividad de productores, capaces de demostrar la superioridad del nuevo proyecto no solo en el plano ideal, sino también en el material, que le sirve de sustentación. Se ha de educar en el amor al trabajo, como necesidad social e individual.
El paradigma debe ser una sociedad donde el fruto de la labor honesta resulte suficiente para satisfacer las necesidades materiales y espirituales. Un conglomerado humano debe convocarse al esfuerzo y al sacrificio con la seguridad de una compensación de ambas necesidades, que posibilite el disfrute de los resultados del trabajo. A nadie seduce la miseria. La pobreza repartida no es fundamento movilizativo de un programa revolucionario. Martí, conocedor de la naturaleza humana, advirtió: «Sin razonable prosperidad, la vida, para el común de las gentes, es amarga; pero es un cáncer sin los goces del espíritu». [OC, t. 10, p. 63] La armonía entre los elementos materiales y espirituales es la clave para el verdadero desarrollo social
Cuando se invoca la afirmación del Maestro: «Ser culto es el único modo de ser libre», generalmente se soslayan las palabras inmediatamente anteriores y posteriores a esta frase. Previamente dijo: «Ser bueno es el único modo de ser dichoso», y luego afirmó: «Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno. // Y el único camino abierto a la prosperidad constante y fácil es el de conocer, cultivar y aprovechar los elementos inagotables de la naturaleza». [OC, t. 8, p. 289] Esta es la fuente primigenia de las riquezas, si el ser humano vuelca sobre ella su sudor y su inteligencia. Y si se beneficia personal y colectivamente con los resultados.
Quienes se oponen a la participación popular y el desarrollo de todas las potencialidades internas del país son contrarios a la total y absoluta independencia de la patria, de su desarrollo armónico. Martí alertó sobre esta tendencia, encabezada por sectores dispuestos a «ejercitar derechos especiales, y señorío vejatorio, sobre algún número de cubanos», [OC, t. 1, p. 480] pues comprendió que «el enconado apetito del privilegio, y el hábito y consejo de la arrogancia» impedirían «el equilibrio justiciero de los elementos diversos de la isla, y el reconocimiento, ni demagógico ni medroso, de todas sus capacidades y potencias políticas». [OC, t. 3, p. 264] Señaló además la posibilidad de que «las vanidades y ambiciones, servidas por la venganza y el interés, se junten y triunfen, pasajeramente al menos, sobre los corazones equitativos y francos». [OC, t. 3, p. 305]
Vigencia del legado martiano
Ningún proceso político-social de carácter popular está exento de contradicciones internas que pueden conducirlo a transformaciones negativas, a su debilitamiento por falta de cohesión, o al retroceso en caso de perder el apoyo de las amplias masas del país, sus bases de sustentación. Sería irracional y suicida pensar que lo alcanzado es eterno, gracias a alguna ley inexorable cuyo cumplimiento no depende de la voluntad humana, sino de supuestas «fuerzas indetenibles de la Historia», y que por tanto no hay motivo de preocupación.
La aceptación de la imposibilidad de transformar la realidad es una vía para la desaparición de nuestra identidad. No es tiempo de ingenuidades, de autocomplacencia ni de pérdida de tiempo ante fuerza tan poderosa como la tendencia imperial de los sectores más reaccionarios dentro de los gobernantes estadounidenses. Es poco realista esperar que de estos provenga la solución de los enormes problemas actuales, pues transcurridos más de cuatro lustros del siglo XXI se ha hecho evidente que no puede esperarse la eliminación del entramado de leyes y disposiciones que en su conjunto constituyen lo que se denomina «bloqueo» o «embargo», o cualquier otra denominación cuya resultante es impedir el desarrollo económico cubano, con las consecuencias previsibles para el pueblo de la Isla.
Desde los inicios del siglo XIX, los representantes del gran capital estadounidense concibieron como uno de sus propósitos del dominio continental apropiarse de Cuba. Consecuentes, como siempre han sido, despliegan todos los recursos necesarios en una labor que nunca se ha detenido, ni se detendrá. Carece de fundamentos esperar que esta situación cambie, por lo que constituye un alto riesgo hacer depender cualquier estrategia de tal posibilidad. La única vía para fortalecer las condiciones internas de nuestro país es por medio del desarrollo económico-social, con la participación activa de todos los sectores que integran nuestro pueblo, lo que solamente puede alcanzarse con la aplicación de la más radical y profunda democratización de todos los ámbitos de la vida nacional. En este sentido, las lecciones de Martí son insoslayables.
Un programa claro y preciso de objetivos, elaborado y discutido por las grandes mayorías, en un proceso de diálogo libre, sin limitaciones y condicionantes inaceptables por parte alguna, contribuiría a viabilizar exitosamente los esfuerzos. «Sin fin fijo no hay plan fijo, sin plan fijo es muy dudoso el éxito de una revolución», [OC, t. 1, p. 459] expresó José Martí, cuyo pensamiento ha de estar presente en toda meditación sobre los destinos y medios para construir una sociedad democrática y justa en Cuba.
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(1) Ver Ibrahim Hidalgo: “Democracia y participación popular en la República martiana”, en Temas, no. 32, La Habana, enero-marzo 2003; José Ramón Favelo Corzo: “Mercado y valores humanos”, Temas, no. 15, La Habana, julio-septiembre de 1998, p. 36-37; y Joel
su Humanismo en el pensamiento latinoamericano, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2001, p. 169. Ver Miguel Limia David: Individuo y sociedad en José Martí. Análisis del pensamiento político martiano, La Habana, Editorial Academia, 1992, p. 14-43.
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Imagen principal: Obra de Raúl Martínez.