Céspedes, Agramonte y el actual absolutismo

Carlos Manuel de Céspedes e Ignacio Agramonte y Loynaz cometieron errores como todos los seres humanos sobre la tierra. El iniciador de la Guerra de los Diez Años, pudo equivocarse o no al adelantar el alzamiento de La Demajagua; pero más allá de cualquier conjetura, nos queda sobradamente probado su espíritu libertario por encima de cualquier aspiración personal. Aquel que renunció a sus bienes materiales por la independencia de Cuba, se habría opuesto rotundamente (con las armas incluso) a la cómoda vida de los que hoy hablan a nombre de la Revolución.

Entre aquellos dos patriotas, héroes indiscutibles, existieron serías fricciones, al punto de retarse a duelo. ¿Sabe usted en qué momento se efectuaría? Acordaron realizarlo después de que terminara la contienda independentista. Primero estaba el llamado sagrado de la Patria y después, las diferencias políticas. En el centro de ambos hombres se paseaba, como concepto redentor, la idea de Cuba libre por encima de criterios discordantes. Miremos hoy a nuestra clase dirigente fingirse unida junto al pueblo, cuando en verdad nos separa desde la forma de pensar hasta la manera de vivir.

El presidente de la República en Armas, electo en Guáimaro, a pesar de su concepción en torno a un mando único, quedó sujeto a la Constitución que lo subordinaba a la Asamblea de Representantes. Céspedes pudo haber impuesto su voluntad, erigiéndose caudillo insustituible. Sin embargo, la visión democrática que lo acompañaba prefirió someterse antes que someter, acatar el consenso antes que provocar una ruptura en las filas revolucionarias.

Finalmente, sería la propia Asamblea quien lo depondría del cargo. Y su hidalguía se hizo mayor cuando, sintiendo la persecución de españoles y cubanos, se puso a enseñar a los niños en un apartado lugar de la manigua, como el más humilde de los insurrectos.

¿Dónde ha quedado ese ejemplo para el poder totalitario, que domina el país con un único Partido, con elecciones organizadas desde el autoritarismo, con un mandatario electo sin el voto popular? Ni siquiera respetan los preceptos constitucionales redactados por sus propios mecanismos, y niegan la posibilidad de un diálogo respetuoso con los posicionamientos diferentes.

Agramonte fue uno de los principales redactores de la Constitución que otorgaba amplias facultades a la Asamblea, a la que se subordinaban el Presidente y el General en Jefe del Ejército Libertador. Él mismo acataba órdenes y hasta llegó a renunciar en determinado momento como máximo jefe del Camagüey. El abogado brillante, el esposo de Amalia, el líder de la caballería mambisa; no solo basaba sus convicciones sobre fundamentos teóricos, sino que los fraguaba en la práctica con el rigor del combate. Podía errar en cuanto estrategias políticas, pero su valor sobre las armas y su incondicionalidad a la causa, le permitieron salir airoso de algún desacierto. Era querido por su tropa que, a manera de grado sumo, lo reconoció como El Mayor.

Por el contrario, en Cuba actualmente es cada vez más inapreciable el liderazgo  de las autoridades, que a partir de un burocratismo vertical han logrado que la ineficiencia se apodere de la nación. Cada falla o inconsistencia supera a la anterior, pero culpan del fracaso a causales externas, aun cuando la incapacidad sale a la calle, desde oficinas gubernamentales, vestida de pobreza.

Carlos Manuel de Céspedes e Ignacio Agramonte representaron dos formas distintas de concebir la lucha insurreccional. ¿Llegaron a admirarse mutuamente? ¿Compartirían determinadas opiniones para concebir la República? ¿Habría permitido el camagüeyano la destitución del bayamés? Lo cierto es que para Carlos Manuel fue un duro golpe la muerte de Ignacio. Los acontecimientos que gravitaron sobre ambos patriotas, terminaron por apagar sus existencias en Jimaguayú y después en San Lorenzo. Querían la abolición de la esclavitud, así como la independencia de Cuba. Esas coincidencias bastaron para que unieran voluntades, incluso desde posturas discrepantes.

En ellos estuvo presente un carácter cívico que definía cabalmente sus personalidades de hombres íntegros. Creían en el honor como arma emancipadora. A pesar de los conflictos humanos, nuestra tierra ha sido regada con sangre muy valiosa que no se puede olvidar de ningún modo. Mucho menos un día como hoy en que se cumplen 155 años del inicio de las guerras por la independencia nacional. Frente a las ruinas del ingenio Demajagua, está hoy un país que necesita reivindicar los bríos de Céspedes y Agramonte.  

Dariel Enrique Martín Hernández

Teólogo, profesor de Teología práctica y de creación literaria, escritor y editor residente en Matanzas.

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