En torno a la democracia
La democracia es un concepto de larga evolución con las sociedades humanas y se ha ido adaptando a los contextos de relación de las distintas clases de un país. Se puede decir que es la forma de gestión socio-económica natural de los pueblos, pues estos, en sus orígenes, tenían que administrar sus asuntos entre todos.
Etimológicamente explicado como «gobierno del pueblo», se concibe su surgimiento a partir de la democracia ateniense, hacia el siglo V a.C., aunque solo los individuos libres podían ejercerla. Posteriormente, con el surgimiento parlamentos y partidos, la democracia se ejerció mediante la acción de individuos o grupos que se eligen para representar los intereses de grandes segmentos poblacionales. De modo que, sin dudas, podemos resumir que el gobierno de todo el pueblo todavía no se ha logrado concretar, pues se ha tenido que ejercer por mediadores elegidos.
No obstante, aun así, es más cercano a lo justo que aquellos sistemas regidos por una persona (monarca o dictador) o un partido. En los casos de democracia representativa, la misma no deriva de un solo grupo de poder, sino de la interacción y acuerdo entre los diferentes grupos, de forma que se tramita la mayor variedad de intereses. Sabemos que en cuestiones humanas no hay nada ideal, pues el hombre no lo es. «La democracia tiene sus defectos porque la gente tiene sus defectos (...)», decía el presidente checo Mazaryk. No obstante, un sistema democrático, aunque imperfecto, brinda mayores posibilidades de participación y concertación de opciones de realización.
Como es asunto de mayorías, la democracia no puede ser de izquierda o de derecha. No es burguesa ni socialista, a pesar de que los marxistas de manual la basaron en la división de clases, predicando que quienes tenían la propiedad sobre los medios de producción eran los que decidían cómo era la democracia. Sin embargo, el socialismo real demostró que «la propiedad de todo el pueblo» es un sofisma, pues en la práctica son los burócratas quienes deciden sobre estos medios y, por tanto, deciden también qué entender por democracia.
Bajo cualquier epíteto particularizante, tal gobierno descuenta a los que no comparten su visión y limita por tanto sus derechos humanos. La exclusión y el sometimiento de una parte de la población por otra, por razones de cualquier índole, es también dictatorial. Esto obliga a encontrar variantes de toma de decisiones donde todas las partes tengan cabida en igualdad de condiciones.
Evidentemente que tomar y emprender decisiones, por muy desarrollada cultura que alcance una sociedad, no podría hacerse por toda una multitud sugiriendo y dando órdenes a la vez sobre cómo actuar, pues la misma siempre estará formada por individuos y estos tienen sus propias variantes de deseos e intereses. Solo en una situación ideal, de sujetos totalmente homogéneos en todos sus puntos de vista y anhelos, podría acordarse el mismo proceder. Pero ¿sería esto deseable? ¿Querríamos vivir en una sociedad de autómatas, de seres que replican ad absurdum idénticas cualidades y ambiciones? Sería un mundo monótono, triste y feo.
Luego, para que la perspectiva democrática se pueda ejercer, es necesario que las grandes mayorías, que no pueden gobernar strictu sensu, cuenten con las facilidades para elegir, sin influencias o imposiciones ideológicas o propagandísticas, aquellos sujetos de entre los más éticos y aptos que puedan hacerse cargo de sus intereses, defenderlos y responder porque se cumplan. Estos seres elegidos tienen que estar conscientemente imbuidos de que son servidores de sus electores y responsables de viabilizar sus encargos, de modo que nunca su voluntad y su determinación personales pueden reemplazar o disminuir el encargo que les han conferido quienes confiaron en ellos para que los representen.
Para que efectivamente un gobierno sea del pueblo, ello implica que las grandes mayorías estén en activa y permanente comunicación con sus representantes, de modo que esto les permita actualizar sistemáticamente sus opiniones, establecer consensos que hagan factible la satisfacción de los propósitos y anhelos más significativos, así como monitorear la actuación de esos encargados de administrar para que las acciones de estos concuerden con lo pactado. Igualmente esas mayorías deben contar con procedimientos debidamente legislados que les posibiliten vetar las facultades de dirección a aquellos que no cumplan con las normas o expectativas concertadas.
Por lógica, en una comunidad humana incide un vasto número de necesidades, intereses y visiones de procedimientos. Tal condicionamiento nos sugiere que es impracticable que un sistema democrático acoja y concrete cada una de las propensiones vitales de sus integrantes. Por tanto, esto obliga al sistema democrático a discernir y priorizar las metas y maneras más abarcadoras y generales que puedan satisfacer a los implicados, considerando solo descartar los asuntos menos genéricos y primordiales.
Es de suponer que el ejercicio auténtico, generoso e inclusivo de la gestión democrática, propenderá a desarrollar gradualmente sujetos menos egoístas y más colaboradores, a tono con esa superestructura fundada por ellos, la cual los tiene siempre en cuenta y facilita sus realizaciones más esenciales, pues un contexto social que concuerde con los conceptos que lo rigen y las formas en que se realizan según lo acordado, cultiva sujetos más motivados y actuantes. Debemos convenir, teniendo en cuenta la dialéctica sujeto-objeto, que un ambiente democrático verdadero y sólido, consiguientemente desarrolla un individuo democrático.
Como hemos afirmado, una sociedad está formada por sectores que no tienen las mismas intenciones ni criterios. Entonces, ¿cómo lograr representar a una comunidad que no concibe unos mismos fines y unas mismas maneras de conseguirlos? Para forjar una auténtica sociedad democrática se hace necesario acudir sistemáticamente a aquellas disposiciones que mejor facilitan la actuación colectiva armoniosa.
Entre otras, debe emplearse el diálogo como método de intercambio de perspectivas. Las mejores ideas surgen del intercambio y síntesis de las muchas variantes que genera el colectivo humano. Además, la práctica sistemática del diálogo genera amplia inteligencia colectiva y ánimo cooperativo. Dicha práctica lleva obviamente a la concertación entre partes. Ello incluye una actitud que propende a la aceptación de la diversidad y, consecuentemente, al respeto del otro. Así mismo, la acción interactiva y concertante incentiva la creatividad, el espíritu participativo, así como la responsabilidad en la asunción de los asuntos; ya que no parten de órdenes ajenas sino de una elaboración y determinación en las que ha colaborado el sujeto.
Una sociedad democrática debe constituirse con el mayor número de sujetos plenamente conscientes. Pero ella no es una mera sumatoria de individuos, pues de este modo la singularidad de cada uno interferiría con los desempeños comunes. Se trata más de la interacción dinámica de individuos con espíritu sensato, colaborativo y constructivo, que actúan con la mayor libertad posible para la consecución de sus fines, solo limitada por la no interferencia con los derechos ajenos.
De aquí la necesidad de una constante negociación y pacto entre los sujetos. Ello implica una eficaz educación ciudadana y la soberanía, sobre todas las cosas, de la sociedad civil que es, en primera instancia, la que representa directamente los intereses de las personas.
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Imagen principal: Joan Wong / Foreign Policy.