Elogio al liberal(ismo) necesario. Por la liberación de José Gabriel Barrenechea

Hace poco más de dos años, escribí un prólogo para el ―entonces― nuevo libro del intelectual cubano José Gabriel Barrenechea, un colega y amigo injustamente encarcelado en Cuba como venganza de una dictadura que pisotea sus propias leyes y, aún más, a las personas que sobreviven bajo su despotismo. En la actual circunstancia, sobreponiéndome a toda ira, angustia y ansiedad que el caso suscita, intento visibilizar a la persona, la obra y la injusticia cometida, y no encuentro mejor modo de ayudar en ese empeño que publicar, en acceso libre, dicho texto.

Sirva para un mejor interés y conocimiento públicos de su persona y opiniones; para que rompamos los muros de escarmiento, olvido y abuso que el régimen pretende erigir en torno suyo, y para que la solidaridad democrática entre personas de la ciudad letrada deje de ser una praxis en peligro de extinción, administrada de modo sectario y solo para aquellos que, creemos, merecen nuestra atención por ser exactamente como preferimos. ¡Libertad inmediata para José Gabriel Barrenechea!

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Prologar una obra de José Gabriel Barrenechea es harto difícil, por razones personales y profesionales. Las primeras aluden a mi relación con el autor, sostenida en una conversación permanente durante los últimos cinco años. Como cualquiera que nos conozca podrá corroborar, se trata de un diálogo donde no han faltado las discrepancias políticas, los debates intelectuales y las disensiones sobre asuntos ―eventos, personajes, decisiones― del mundo que, más allá de la virtualidad, nos rodea. Barrenechea suele defender con pasión sus criterios, igual que yo. Quizá eso haya cimentado nuestra relación, al punto de poder decir ―al menos en mi caso― que la conversación con José Gabriel es hoy una de mis fuentes de imaginación, información y, en el sentido más amplio, gozo intelectual y civil, en cuanto a temas cubanos se refiere.

Y es que Barrenechea aparece, ante mis ojos, como una suerte de Tocqueville criollo. Una mente creativa y herética, capaz de viajar por la teoría y la historia sin perder el sentido del presente, sus urgencias y trampas. Liberal clásico con horizontes progresistas, capaz de discutir sin ignorar y ripostar sin conceder, José Gabriel encarna las virtudes y valores de la condición intelectual. Y bien es sabido que, bajo una dictadura, los intelectuales pueden cumplir diversos roles, dependiendo de su posición política y ética. Algunos pueden ser colaboradores y agentes del régimen ―trabajando en la justificación ideológica de la dictadura y en la propaganda―, mientras que otros eligen ser sus oponentes y críticos, pagando el precio de la persecución y la marginación.

Para un liberal como José Gabriel, ciudadano por cuenta propia ―que no un súbdito forzado― bajo una mediocre kakistocracia, propagar la verdad y el saber resultan sus armas para la defensa de la libertad. Porque la libertad solo puede existir cuando las personas tienen acceso a información precisa y veraz, cuando están en capacidad de evaluar y elegir sus acciones y opiniones basándose en ella. Una sociedad en la que la verdad es negociable o sujeta a manipulación, no puede ser libre. Eso lo saben Barrenechea y el(os) compañero(s) que lo atiende(n). Y obran, cada uno desde su esquina, en consecuencia.

No debía tener que explicarlo, pero el concepto de marras se ha banalizado tanto que acaso sea prudente una mínima precisión. José Gabriel es un intelectual, pese al Estado que ha hecho lo imposible por marginarlo, porque reúne el conjunto de atributos que le definen como tal. Posee un amplio conocimiento en diversas áreas, incluyendo ciencias sociales, las humanidades y el arte. Rezuma (y alimenta, en él mismo y en los demás) una constante sed de aprendizaje y exploración de nuevos temas e ideas.

Tiene la capacidad de evaluar, contrastar y confrontar, con objetividad y rigor, ideas y argumentos, propios y ajenos. En paralelo, es capaz de expresar sus propias visiones de manera clara, persuasiva y creativa, manteniendo la actitud y capacidad de apreciar ―sin conceder a la ligera― perspectivas diferentes a la propia. Por si todo eso fuese poco, Barrenechea sostiene, desde una actitud de increíble transparencia, unos estándares éticos que se echan de menos hace ya bastante tiempo, dentro y fuera de su gremio.

Como intelectual liberal, José Gabriel ha hecho suya la defensa ―contra totalitarismos ideológicos, cancelaciones de moda y traficantes baratos―, de la libertad de expresión y el derecho a debatir otras ideas y opiniones de manera pacífica y abierta. Ello va de la mano con su deferencia ante el pluralismo, en tanto reconocimiento de la diversidad de identidades y perspectivas que constituyen la sociedad contemporánea, incluida la de la Cuba trasnacional en cuyos circuitos sus ideas se insertan y tributan.

Asimismo, como buen liberal, Barrenechea combina una conciencia de las consecuencias prácticas de sus opiniones y acciones, una responsabilidad por trabajar en pro de la justicia y un compromiso con la transparencia. De ahí que solo pueda leer, conversar y admirar a José Gabriel desde el mismo lugar que lo hago, en mi imaginación o en ciertos eventos de eso que llamamos «realidad», con humanos como Albert Camus, Isaiah Berlin, Enrique Krauze y Adam Michnik. A esa estirpe ―de ideas y afectos― pertenece, en mi mente, el Barre.  

La otra dificultad, la profesional, deriva de la obra misma que tengo ante mis ojos. Es abigarrada, provocadora, desestructurada para los estándares de la academia. Pero cumple con la misión del ensayo ―defender una tesis propia, utilizando argumentos y datos diversos― de larga historia en nuestra región. El libro de José Gabriel no es una monografía historiográfica, un tratado de ciencia política o un libro de filosofía y psicología social. Sin embargo, tiene un poco de todo. De ahí que sea, al menos para alguien como yo, sugerente.  

Barrenechea ―a quien, en sintonía con la costumbre letrada, llamaremos en lo sucesivo el autor― hace un uso flexible pero fundamentado de distintos datos históricos y estadísticos disponibles, con el propósito de abordar la magnitud del cambio producido en Cuba bajo el régimen actual, así como su comparación con naciones vecinas.

De hecho, si tuviese que hacer un señalamiento a la obra, sería la mejora posible de la misma, sin sacrificar su estilo ensayístico, con la añadidura de algunas referencias adicionales. Cuidando no dañar su prosa fluida y cómoda, pero reforzando ―para responder a la vez al lector ávido de más conocimiento, al crítico fundamentado y al atacante malsano― las bases argumentales y fácticas de su discurso.

El libro es un caleidoscopio de la memoria, el orgullo, el desastre y la esperanza nacionales. Un balance de sus principales tópicos, que dejaran claro lo señalado, dialogará inevitablemente con la obra escrita por José Gabriel durante estos años. Se trata de un recorrido donde pasa balance del estancamiento e involución de sectores como la agricultura y la cobertura eléctrica, desmonta indicadores claves de la propaganda oficial, como la salud y la educación. En estrecho nexo con lo anterior, ofrece un saldo del efecto y montos de la generosa ayuda soviética, dilapidada por las locuras del caudillo ―y sus mediocres sucesores― expresadas en la desastrosa política económica del castrismo.

En esa dirección, la comparación, mezcla de testimonio y análisis, del Período Especial y crisis actual ―en sus dimensiones económica, sociodemográfica, cultura cívica y de funcionamiento del régimen―, es de una extraordinaria y personalísima riqueza. Una sentencia resume el dilema al que se asoma, en uno de sus textos, José Gabriel: «¿Qué pasa en definitiva hoy en Cuba? Un momento de profunda crisis nacional, que ojalá nos sirva para sacar las experiencias de nuestro pasado, identificar qué queremos en verdad, y en consecuencia nos sentemos a consensuar los pasos a dar, como colectivo humano, en la edificación de nuestro futuro, y el de nuestros descendientes».

La pasión por la historia, permanente en Barrenechea, le conduce en sus escritos al abordaje de la relación (y comparación) entre la dictadura anterior y la presente, así como entre ambas y los Estados Unidos. Metiéndose en el fango incivil de las disputas intra-élite, aborda la suerte del Che en medio de los conflictos y visiones en pugna dentro del liderazgo cubano, complejizando las lecturas chatas y apologéticas de la historia oficial. La historia que, debe recordarse, formó a millones de cubanos en las últimas décadas, incluidos los actuales vecinos y lectores de José Gabriel.

No escamotea el autor en su obra un análisis, desde la política comparada de los autoritarismos, del poder político castrista. Su estructura, dinámicas, actores y procesos, en una Cuba que transita la dirección caudillista de Fidel al control de los aparatos de seguridad del Estado. Léase, de inseguridad de la gente. En sintonía con la mirada política, el abordaje ideológico del nacionalismo radical, con sus fundamentos democrático republicano y su mirada a los países avanzados de Occidente, ofrece un balance que cubre desde su formulación temprana por José Martí hasta su instrumentalización en la Cuba republicana y su perversión en el castrismo y sus sucesores.

Es polémica ―y es ese uno de los temas de nuestros debates― la revisión y legitimación del anexionismo como alternativa para la crisis sistémica de la nación cubana, así como el contrapunteo que establece José Gabriel con las lecturas clásicas (modernas) y posmodernas de descolonización y decolonialidad.

De hecho, mi discrepancia con algunas de sus tesis parte del hecho de que la propia vida y trayectoria de Barrenechea le ubican dentro de la corriente de nacionalismo suave, cosmopolita y liberal ―pero nacionalismo al fin y al cabo― donde actos e ideas desmienten cualquier alternativa anexionista. Sin embargo, con independencia de nuestras discrepancias teóricas e ideológicas, reconozco el valor ―en su doble carácter de calidad y frontalidad― con que el autor aborda tanto nuestras limitaciones como sociedad insular como las falencias y oportunidades del exilio. Procurando siempre comprender y apoyar un cambio en la Isla, que debe considerar lo que impone el contexto, el tiempo y las corrientes ideológicas y políticas dominantes, dentro y fuera de nuestro país y continente.

Su esbozo de caracterización identitaria y política de la población cubana en la coyuntura actual, enfatizando su fragilidad socioeconómica (evidenciada en su dependencia del apoyo exterior) y su heterogeneidad cosmovisiva, son loables.

No quiero concluir estas páginas, sin recuperar dos frases que, cada vez con mayor frecuencia, resumen para mí, tanto el sentido de los tiempos que vivimos como el imperativo de cómo ubicarnos ante sus eventos y tendencias. Ambas remiten, desde mi comprensión y afecto, a la rara mezcla de sagacidad y voluntad encarnadas en la persona y obra de José Gabriel Barrenechea.

La primera, de la pluma inmortal de Scott Fitzgerald, nos señala que «La prueba de una inteligencia de primera clase reside en la capacidad de retener en la mente dos ideas opuestas al mismo tiempo sin que se pierda por ello capacidad de funcionamiento. Uno debiera, por ejemplo, ser capaz de ver que las cosas son irremediables y, sin embargo, estar decidido a cambiarlas».

La segunda es un recordatorio del también intelectual y disidente Václav Havel, quien lejano a cualquier lirismo nos insistió en que la Esperanza no es «la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulte». Encuentro esa inteligencia y esperanza, activas, en el libro que tiene ahora delante y en la persona detrás de su escritura.

México, 1ro de febrero de 2023

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Imagen principal: Cubanet.

Armando Chaguaceda Noriega

Politólogo e Historiador. Estudia los procesos de democratización en Latinoamérica y Rusia.

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