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La hecatombe de Gaza

Una gran tragedia está ocurriendo en Gaza, donde más de dos millones de palestinos están siendo bombardeados a diario por las fuerzas armadas israelíes a lo que se suma una aguda escasez de agua, electricidad, alimentos y medicinas a raíz del cerco impuesto para impedir la entrada de todo tipo de bienes y servicios. Se enfrentan, además, a la dura realidad de una invasión por tierra del ejército israelí que comenzó a finales de octubre y parece ser un intento posiblemente genocida para aplastar a los palestinos.

Los medios masivos estadounidenses —periódicos, radio y televisión— se han convertido casi en una versión norteña del Granma cubano, con una línea política virtualmente unánime, aunque en este caso con una defensa acrítica a Israel y culpando del conflicto presente a los palestinos de Hamas. Esta es la agrupación islámica que desde 2007 gobierna el sumamente denso pero pequeño territorio (363 kilómetros cuadrados comparado con los 110 mil kilómetros cuadrados de Cuba) situado sobre la costa del Mediterráneo. Dicha zona está rodeada por Israel al norte y este, y al sur por a Egipto, por mucho tiempo aliado de Israel en el maltrato sistemático a los habitantes de la zona.

El origen inmediato de esta masacre se produjo en horas tempranas del sábado 7 de octubre, cuando fuerzas armadas de Hamas penetraron el territorio israelí y cometieron muchos graves crímenes de guerra. Aparte de atacar postas militares —blancos legítimos en operaciones bélicas—, el ejército de Hamas masacró a cientos de civiles desarmados, entre ellos muchísimos jóvenes que asistían a un concierto de rock en la zona fronteriza del sur. Como resultado, más de 200 jóvenes resultaron muertos, una parte importante de los 1,300 muertos y más de 3,600 israelíes civiles heridos ese día.

El gobierno de Hamas es una dictadura islámica fundamentalista en un territorio donde no ha habido elecciones desde 2006. El mismo ha reprimido en varias ocasiones a individuos y grupos disidentes palestinos. Mientras el señor Ghazi Hamad, vice ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Hamas, negó que las tropas que invadieron el sur de Israel el 7 de octubre tuvieran la intención de matar Israelíes y planteó que las muertes se debieron a «choques y confrontaciones» (Savantani Biswas, Livemint, 27 de octubre de 2023), el también partidario de Hamas, Zubayr Allikhan (Mondoweiss, 9 de octubre de 2023), fue más honesto cuando reconoció que el ejército islámico puso en la mira de sus armas a un sinnúmero de israelíes, estuvieran vestidos de militar o de civil, ya que los responsabilizan a todos como actores de la colonización y genocidio de los palestinos.

En otras palabras, de acuerdo con Zubayr Allikhan para el gobierno de Hamas todos los israelíes, sin excepción, son blancos legítimos de la violencia palestina. Que conste que aquí no estamos analizando los «excesos» que históricamente han ocurrido cuando pueblos que con razón odian su opresión se rebelan espontáneamente, sino de un gobierno muy bien organizado, con una política e ideología claramente definidas, lo que los hace responsables de las atrocidades cometidas por sus tropas.

Si aplicamos el razonamiento de ideólogos como Zubayr Allikhan a la historia de Cuba durante los treinta años de lucha mambisa contra el colonialismo español (1868-1898), todos los españoles —fueran civiles o militares, armados o desarmados— que residían en la isla, hubieran sido blancos legítimos para los mambises. Pero sabemos que esto no fue así, y que solamente atacaron a las tropas españolas cuando luchaban contra ellos, o contra los miembros del «Cuerpo de Voluntarios» que activamente colaboraron con las autoridades coloniales.

Un trabajador médico lleva a un niño a una ambulancia para recibir tratamiento después de que ataques aéreos israelíes destruyeran edificios en la ciudad de Gaza, Gaza, Palestina, 9 de octubre de 2023. (Foto: Daily Sabah / AA)

No hubo casos significativos de mambises atacando a civiles españoles desarmados en las calles o en sus casas, aunque estos fueran soldados. Y esa honrosa actitud se mantuvo a pesar de la extrema crueldad de las tropas españolas, especialmente cuando el general Valeriano Weyler estableció la política de reconcentrar (1896-1898) a todos los campesinos en las zonas pobladas para que no pudieran ayudar a los mambises, una anticipación por más de sesenta años de las strategic hamlets (aldeas estratégicas) que los Estados Unidos establecerían durante la guerra en Vietnam.

No hace falta consultar los pronunciamientos oficiales de Hamas para hallar una lógica política implícita en sus acciones del 7 de octubre. Esta parece apuntar hacia la intención de una derrota aplastante de las fuerzas armadas y la destrucción de la sociedad israelí, lo que produciría un éxodo masivo de israelíes hacia otros países, como ocurrió en el caso de Argelia en los años sesenta con el éxodo de franceses residentes en dicho país. Pero hay diferencias importantes entre Argelia e Israel. Los judíos israelíes no tienen un equivalente de Francia adonde acudir, como los argelinos de origen francés, aparte del hecho de que la presencia judía en Israel y los territorios que este ha ocupado (aproximadamente el cincuenta por ciento de la población de esas áreas) es proporcionalmente muchísimo mayor que la de los colonos franceses en la Argelia de los cincuenta, que constituían solo el diez por ciento de la población argelina.

Aparentemente la estrategia de Hamas es combatir en el campo abiertamente militar, pero el régimen sionista tiene mejores posibilidades de derrotarlos en él. Tómese en cuenta que Israel es una potencia que pudiera desarrollar, o ya lo ha hecho, armas tácticas nucleares, en tanto es dudoso que Irán o Rusia provean a Hamas con ese tipo de armas, lo que provocaría una reacción fuerte e impredecible por parte de Estados Unidos. Por otra parte, no cabe duda de que antes que lleguen esos momentos supuestamente finales, el ejército israelí habría eliminado físicamente a gran parte de la población palestina en un bárbaro genocidio, lo que significaría un implícito pacto suicida y/o homicida entre Hamas e Israel.  

La situación en Gaza

Los eventos de octubre 7, tan trágicos como fueron, no proveen en sí una explicación e interpretación satisfactorias de la tragedia. Para eso hay que analizar el contexto histórico de relaciones entre palestinos e israelíes tomando como punto de partida la situación existente en Gaza.

La gran hipocresía de la mayoría de medios de comunicación estadounidenses, así como de muchos otros países, es que ignoran con desparpajo que han sido los palestinos, en especial los civiles residentes en Gaza, los que han sufrido muchísimas más bajas a manos de los israelíes que los israelíes a manos de los palestinos, especialmente después de que Egipto perdió el control de la zona en la guerra de 1967 con Israel.

Gaza ha sido descrita como una prisión al aire libre creada por Israel. Si bien las tropas israelíes se retiraron de la zona en 2005, después de una ocupación de treinta y ocho años, el gobierno sionista impuso un bloqueo total por tierra, aire y por mar. Israel controla las salidas y entradas a Gaza (auxiliado por las autoridades egipcias, que no han sido menos duras en el ejercicio del control fronterizo del sur).

La pesca en Gaza, actividad otrora importante para sus habitantes, se ha reducido por órdenes israelíes a un máximo de diez kilómetros de la costa. Tampoco se permite que Gaza tenga puerto ni aeropuerto. El control de las entradas a Israel desde Gaza constituye un obstáculo sumamente costoso para la economía de la zona, dado que los israelíes no permiten la importación de muchas maquinarias y materiales. Ello es también dañino para los miles de trabajadores autorizados a participar en el mercado laboral israelí, y también para los palestinos enfermos que necesitan viajar al exterior, sea Israel u otro país, con fines de recibir atención médica adecuada.

La importación de alimentos a Gaza está reducida al mínimo necesario para la sobrevivencia. Y como hemos visto recientemente, las autoridades israelíes pueden en cualquier momento privar a Gaza de agua, electricidad y acceso a telefonía celular, así como al Internet. Dadas estas condiciones, no es de sorprender que la tasa de desempleo sea enorme, y que la gente joven —que representa una proporción mucho mayor en Gaza que en otros países económicamente subdesarrollados—, sienta con razón que no puede anticipar un futuro mejor.

Según declaraciones, 6.000 bombas que contenían 4.000 toneladas de explosivos fueron lanzadas sobre Gaza el 12 de octubre de 2023. (Foto: Daily Sabah / AA)

Las horribles realidades confrontadas por los palestinos de Gaza diariamente, así como los que habitan Cisjordania, han sido documentadas en detalle por organizaciones de derechos humanos, como la palestina Al-Haq (reprimida por Israel) y por B’Tselem, organización israelí. Así lo han hecho también a nivel internacional prestigiosas organizaciones como Amnesty, Human Rights Watch, y el Comité Internacional de la Cruz Roja.

Varias de estas organizaciones han utilizado el término «apartheid» para describir y condenar la situación en Cisjordania, donde aparte de las enormes paredes y nuevas carreteras construidas por los israelíes para separar a judíos de palestinos, los colonos israelíes (generalmente fundamentalistas) han organizado «progroms» para desalojar a los campesinos palestinos de sus tierras, contando con el apoyo, o al menos la indiferencia, del ejército israelí.

La historia sionista y sus relaciones con los palestinos

Para comprender cabalmente lo que sucede hoy en las relaciones entre el sionismo y los palestinos, se requiere un análisis que refute los mitos propagados por el sionismo con el fin de justificar sus políticas.

Hasta la Segunda Guerra Mundial el sionismo, en sus varias tendencias, desde la derecha hasta la izquierda, era una de las fuerzas políticas judías en el imperio ruso y los países del este de Europa. Tales fuerzas, en su mayoría, rechazaban al sionismo, al igual que la izquierda socialista y comunista. Algunas organizaciones de izquierda, como el partido obrero socialista judío Bund, llegaron a tener alto grado de influencia política en los años treinta, especialmente en Polonia, que era en aquella época el país con más alta proporción de judíos en el mundo (alrededor del diez por ciento de la población).

Cuando los nazis liquidaron a la casi totalidad de la población judía de Polonia y otros países del centro, este y sur de Europa, el sionismo apareció entonces, en términos políticos e ideológicos, como la única alternativa aparentemente práctica. En contraste con las alternativas socialistas y comunistas, el sionismo siempre mantuvo que el antisemitismo era inevitable y que la única defensa para los judíos era crear su propio estado para que los protegiera.

Aunque otros lugares fueron considerados para la creación del estado judío, Palestina emergió como candidata preferida por su conexión histórica con la Biblia y la historia antigua de los judíos. Pero en Palestina residía, y por muchísimo tiempo, una población con su propia cultura y religión, realidad que fue negada por la cultura política creada por el sionismo con el mito, muy difundido entre la judería europea, de que Palestina era una tierra «vacía». De ahí surgió la expresión de Israel Zangwill, influyente autor cercano a Theodore Herzl —fundador del sionismo moderno—, de que «Palestina es un país sin un pueblo, y los judíos son un pueblo sin un país».

Es importante destacar que los emigrantes judíos, especialmente de Polonia y otras regiones del imperio zarista, históricamente mostraron poco interés en emigrar a Palestina. Como señala el historiador Zachary Lockman en su libro Comrades and Enemies: Arab and Jewish Workers in Palestine 1906-1948, de los aproximadamente 2.4 millones de judíos emigrados de la Rusia Zarista y el este de Europa entre 1881 y 1914, el 85 % emigró a los Estados Unidos, el 12 % a otros países del hemisferio occidental, especialmente Canadá y Argentina, así como a naciones de Europa occidental y Sur África. Menos del tres % emigró a Palestina, y para muchos, aquella región constituyó una estancia temporal en su ruta al oeste.

Esta situación cambió con dos eventos sumamente importantes que afectaron la emigración judía y la de otros pueblos. Uno fue el cierre virtual de la entrada a los Estados Unidos a raíz del sistema de cuotas de inmigración establecido en la primera mitad de los años veinte. Dicha legislación, abiertamente racista y en vigor hasta 1965, limitó severamente la otrora masiva afluencia desde países como Rusia, Polonia, Italia y los Balcanes, para favorecer la emigración desde territorios más «puramente» blancos, protestantes y cercanos a los anglosajones, como Gran Bretaña, Alemania y los países escandinavos. Ello estimuló el crecimiento de la emigración judía hacia Palestina.

Un palestino sostiene el cadáver de una niña que sacó de entre los escombros tras los ataques aéreos israelíes a Gaza, 9 de octubre de 2023. (Foto: Daily Sabah / AA)

Más importante aún fue la llegada al poder de Hitler y su régimen nazista en Alemania. Como resultado de estos dos factores, 35 mil refugiados judíos arribaron a Palestina en 1933; más de 45 mil llegaron en 1934, y más de 65 mil en 1935. La inmigración de estos tres años superó las tres olas de inmigración de índole ideológica sionista que tuvieron lugar a finales del siglo diecinueve y en los primeros veinticinco años del siglo veinte. Es de interés notar que 60,000 judíos alemanes emigraron a Palestina en la década de los treinta. Aunque estos refugiados no eran colonos, ni desde el punto de vista político ni social, eventualmente siguieron las pautas políticas e ideológicas de los viejos líderes sionistas llegados a Palestina por lo menos una década antes que ellos.

Con el propósito de restaurar la «normalidad» económica de los judíos en Palestina, y de esa manera evitar su concentración en ciertos oficios y profesiones —como había sido ocurrido en el imperio zarista, donde legamente no podían, por ejemplo, trabajar la tierra—, los líderes sionistas de la segunda y tercera ola migratoria a Palestina a principios del siglo veinte (1904-1914 y 1919-1923) tomaron ciertas medidas. Para asegurar la supervivencia y estabilidad a largo plazo de la colonización sionista, y que las tierras no fueran vendidas o alquiladas a granjeros que no fueran judíos, se establecieron cooperativas en tierras financiadas por fondos públicos que no se podían vender o alquilar. Esa fue la base del «socialismo» judío, que deliberadamente excluyó a los palestinos nativos. Tal política de exclusión agrícola fue acompañada por la política de «conquistar el trabajo para los judíos», que minimizó y degradó cuando no pudo eliminar completamente, la participación de los palestinos en la economía de su país.  

Aunque los judíos fueron por muchos años una clara minoría de la población en Palestina —desde 1918 bajo el control de Gran Bretaña—, no por eso abandonaron sus proyecciones para restablecer las fronteras del estado judío bíblico de dos milenios atrás. Como señaló Tom Segev, uno de los «nuevos historiadores» israelíes, en su biografía de David Ben Gurion (primer ministro israelí cuando se creó dicho estado en 1948) titulada A State at Any Cost. The Life of David Ben-Gurion, tanto la derecha como la mayoría de la izquierda sionista tenían ambiciones territoriales mucho antes de la fundación del estado de Israel.

Por ejemplo, en el congreso sionista de 1937 en Zurich, David Ben Gurion, líder de las fuerzas laboristas, declaró: «nuestro derecho a toda Palestina es eterno e indisputable», y se presentó como «un partidario entusiasta de un estado judío dentro del marco de las fronteras históricas de La Tierra de Israel». Segev también expuso una narrativa detallada de cómo en 1954, bajo el liderazgo de Ben Gurion y su partido, el Departamento de Planificación de la jefatura de las fuerzas armadas israelíes produjo un estudio titulado «Nevo», en el que sostuvieron la necesidad de expandir las fronteras del país por razones de índole económica, social y demográfica, y propusieron alternativas para lograrlo.

La propuesta más ambiciosa pretendía mover la frontera de Egipto hacia el punto más lejano del desierto de Sinaí, preferiblemente hasta las orillas del Canal de Suez; la ocupación de partes de la Arabia Saudita en el sur y, de ser posible, el control de los campos petroleros árabes; asimismo, la ocupación de tierras sirias y el establecimiento de una nueva frontera con Jordania, muy al este del río Jordán. Esta propuesta hubiera incluido un territorio mucho más grande que el que ocupa hoy Israel. El plan «Nevo» demostró que, aun cuando el gobierno israelí siempre trató de justificar su expansión territorial durante los graves momentos de crisis, tales planes fueron preparados mucho antes de que las crisis ocurrieran.

Esto fue lo que sucedió con la fundación del estado de Israel en 1948 y la gran tragedia, la catástrofe (Nakba), que ello significó para los palestinos. Para justificar la ocupación de tierras palestinas en la guerra desatada tras la fundación del estado de Israel, los líderes sionistas crearon el mito de que los palestinos habían abandonado sus casas y tierras voluntariamente, siguiendo las exhortaciones de sus líderes.

La labor de Segev y de otros «nuevos historiadores» israelíes destruyó ese mito, aunque por supuesto, los historiadores palestinos y los palestinos en general ya lo habían impugnado, al demostrar que la mayoría de los palestinos habían sido expulsados a la fuerza por el ejército israelí (la Haganah), o habían huido aterrorizados temiendo por sus vidas por las acciones y amenazas de las fuerzas armadas israelíes. En la larga y detallada lista de ejemplos provistos por Segev, estas acciones incluyen el bombardeo de barrios palestinos en Haifa, así como la expulsión forzosa de los palestinos de la ciudad de Lod y de la aldea cristiana de Iqrit.

Como quiera que sea, es un hecho que la comunidad judía palestina (llamada Yishuv), y más tarde el estado judío fundado en 1948, lograron crear una nación judía en Israel. Esta fue forjada principalmente sobre la base de un idioma hebreo modernizado, que con alta prioridad se estableció y consolidó a través de Ulpan, Programa nacional de inmersión lingüística, para que los nuevos inmigrantes aprendieran el hebreo. Como parte de ese programa, el Yiddish (idioma predominante de los judíos del este de Europa), fue institucionalmente rechazado y hasta prohibido. Sería el idioma hebreo el que unió a los judíos provenientes de diversas partes del mundo, y funcionó también como instrumento para socializarlos en el contexto de los valores sionistas del nuevo estado.

Más allá de un idioma común, la participación casi universal de hombres y mujeres en las fuerzas militares israelíes, y el sentido de superioridad nacional resultante de los choques con las fuerzas armadas árabes, reforzaron la creación de la nueva nación judía. Dadas las enormes diferencias de poder entre judíos y palestinos y la subordinación forzosa de estos últimos, la nación judía se convirtió rápidamente en opresora de la nación palestina.

Los equipos de defensa civil palestinos llevan a cabo operaciones de búsqueda y rescate mientras continúan los ataques aéreos israelíes en el sexto día en Rafah, Gaza, 12 de octubre de 2023. (Foto: Daily Sabah / AA)

En contraste con esta nueva opresión nacional, es importante notar que muchos de los judíos que fueron parte de la única otra nación judía moderna —conformada por los judíos del este de Europa que hablaban Yiddish dentro del marco geográfico donde el zarismo los había segregado en una especie de apartheid a la rusa—, lucharon a través de partidos y organizaciones, como el Bund socialista, no solo contra el antisemitismo y las matanzas (pogroms), sino por la igualdad democrática de todas las naciones. Memorablemente, el Bund, que siempre se opuso al sionismo, advirtió que Palestina no estaba vacía y que el sionismo entraría en un gran conflicto con los palestinos que la habitaban.

El camino difícil hacia una solución democrática y progresista

Los políticos liberales y social demócratas en países capitalistas desarrollados, especialmente en Estados Unidos y Europa, como por ejemplo el presidente estadounidense Joseph Biden, insisten en que la solución del conflicto palestino-israelí reside en establecer dos estados, el ya existente estado israelí y otro estado palestino en Cisjordania y Gaza. Lo que no mencionan es que la constante expansión israelí y las expulsiones de palestinos dentro de Cisjordania han hecho inoperable la propuesta de los «dos estados».

El supuesto estado palestino tendría que establecerse en pequeñas zonas discontinuas de Cisjordania, aparte de que este pequeño estado palestino nunca ha sido propuesto como verdaderamente soberano, dado que no tendría sus propias fuerzas armadas y sus fuerzas policiacas serían supervisadas por Israel. También se ha dado por sentado que cualquier acuerdo con Israel para establecer un estado palestino no reconocería el derecho de los refugiados palestinos y sus descendientes a retornar, si así lo desearan, al territorio hoy constituido por Israel.

Los palestinos que viven en Cisjordania (casi dos millones de acuerdo con estimados recientes), están bajo control directo y total del gobierno israelita, excepto una minoría que reside en las llamadas Áreas A y B —administradas parcialmente por la Autoridad Palestina que encabeza la facción palestina Fatah, pero también controlada por los israelíes. La derecha política israelí ha agitado mucho para anexar Cisjordania a Israel, pero bajo el control exclusivo de los 430,000 colonos judíos que residen en esa zona (así como los 220 mil asentados en el este de Jerusalén y los 25 mil que residen en las alturas del Golán, fronterizo con Siria.)

Como muchas otras personas, considero que la única solución democrática y equitativa entre los palestinos e Israel es la creación de un solo estado, que incluya al presente Israel y a todas las zonas que este ha ocupado militarmente sin el menor respeto a los derechos democráticos de las personas que ahí residen. Un estado democrático en toda la zona significaría un estado secular y multinacional, en el que todos sus residentes —sean judíos, palestinos o miembros de otras minorías— tendrían iguales derechos y deberes.

Claramente, mientras que el gobierno israelí sea sionista, no puede concederle la igualdad ciudadana y derechos democráticos a los palestinos que habitan Cisjordania y Gaza. Tal concesión pondría en grave peligro la persistencia del sionismo como política oficial, dado que los judíos muy pronto dejarían de ser la mayoría de los habitantes (sino ha ocurrido ya) en un país que incluyera tanto a lo que es el presente Israel más Cisjordania y Gaza.

Es por eso que existe una poderosa contradicción entre el sionismo y la democracia. La democracia demandaría que todos los que nazcan y vivan permanentemente en ese territorio tengan iguales derechos civiles y políticos, más el establecimiento de un estado estrictamente laico, con separación de la religión y el consecuente establecimiento del matrimonio y divorcio civiles, así como la legalización del aborto.  Un estado democrático multinacional y laico en la zona tendría necesariamente que eliminar la ley de retorno, que otorga potencialmente más derechos a un cubano-judío que reside en Nueva York como el que escribe estas líneas, que a un refugiado palestino que reside en Cisjordania, y que ni siquiera puede mudarse a Israel aun si se casa con un ciudadano(a) palestino de dicho país.

Ese estado binacional también tendría que eliminar el rol de varias agencias e instituciones, como la Agencia Judía y el Departamento de Colonización de la Organización Mundial Sionista, entre otras. No tengo la menor ilusión de que este plan sea inmediatamente realizable, pero sí podría marcar la ruta para tomar conciencia de los cambios necesarios encaminados a que todas estas naciones puedan disfrutar sus respectivos derechos democráticos.  

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Imagen principal: Daily Sabah / AA.

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Este análisis incluye fragmentos originalmente aparecidos en el artículo «A Zionist State at Any Cost», publicado en la revista estadounidense Jacobin el 21 de abril de 2020.