«Sea por lo que sea, con quien sea, para lo que sea, huir siempre es una señal de libertad, de la posibilidad de buscar recuerdos o de dejarlos atrás; una señal que nos enviamos a nosotros mismos y a los demás para recordar que podemos desprendernos, que podemos movernos, así sea para luego decidir dejar de movernos».

«[…] huir es un acto de confrontación y no de cobardía».

Vladimir Caraballo Acuña

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Dicen que existen tres decisiones difíciles: mudar de trabajo, de pareja o de hogar. Esta trilogía incluye de alguna manera el acto de migrar. Con los seres humanos, migran sentimientos, esperanzas, pasado y futuro de los hombres. Cada dígito, esconde un drama, una aventura llena de incertidumbres. Y se puede cuantificar el número de personas que se desplazan voluntaria o forzosamente, pero resulta imposible someter a la tiranía de los números, el alma de uno solo de ellos.

Por razones diversas migraron hacia esta tierra los primeros hombres que la poblaron: empujados por grupos de mayor grado de civilización, arrojadas sus primitivas embarcaciones en cualquier costa por los frecuentes eventos climatológicos, imprevisibles entonces, o sencillamente lanzados a la aventura tras la captura, pesca o recolección de sus alimentos.

Huir, migrar, trasladarse o ser desplazado… Cuba es hija de esos procesos. Durante una etapa, más importante que extendida en el tiempo (1763 - 1837), cientos de miles de africanos fueron trasladados a la Isla grande del Caribe, en uno de los procesos de desplazamiento forzoso de mayor impacto para la nacionalidad surgente. Los pueblos al sur del Sahara, esclavizados antes por los del norte de África, resultaron sometidos a la esclavitud en función de Europa. Creció también la inmigración blanca que funcionó como muelle para contrarrestar la llegada de tan impresionantes contingentes humanos. A la postre, de aquella integración nació el cubano.

El flujo migratorio expresa con harta elocuencia el estado de una nación. Los conflictos bélicos, grandes desastres naturales, pobreza extrema e inestabilidad social, entre otros; provocan el efecto negativo. A la inversa, los períodos de prosperidad, tranquilidad ciudadana y bonanza económica, son propicios para el incremento demográfico, el cual se produce por crecimiento natural —diferencia entre muertes y nacimientos— o mediante procesos migratorios.

Barrio chino de La Habana en 1958. (Imagen: Archivo)

Es lo que ocurrió en el cambio de siglo XVIII-XIX, o en los inicios de la vigésima centuria, durante el proceso de recuperación-expansión económica que sobrevino luego de la Guerra de Independencia. Una mirada comparativa del crecimiento porcentual de la población entre 1800 y 1900, que incluye Gran Bretaña, Francia, Alemania, Portugal, España y Estados Unidos; ubica a Cuba en el segundo lugar, solo superado por Estados Unidos.

Sin grandes cataclismos sociopolíticos y naturales (excepto quizá durante el arribo de los circunstanciales movimientos de esclavos y las guerras de liberación del siglo XIX), Cuba tuvo un comportamiento demográfico bastante estable. Los censos de población realizados en la Isla (19 en total: ocho durante la Colonia, el primero en 1774 y el último en 1887; dos mientras era ocupada por Estados Unidos —1899 y 1907—; cinco en la República democrático-burguesa; y cuatro en la etapa iniciada con el fin de la guerra civil finalizada en 1958), reflejan crecimientos salvo en dos momentos: después de la Guerra de Independencia (1899), y el de 2012. El primer caso se explica por las pérdidas demográficas provocadas por el conflicto bélico Cuba-España y la política de «reconcentración» aplicada por las autoridades coloniales.

La Guerra Grande (1868-1878) no provocó pérdidas que comportaran decrecimiento de la población, amén de que muchos regresaron después, amparados por el Pacto del Zanjón. La contienda no fue nacional. Lo restringido del teatro de operaciones, limitado a Oriente y el Centro sin que Occidente sufriera las consecuencias del conflicto, debe ser tenido en cuenta a la hora de evaluar las reducidas afectaciones económicas y demográficas de aquella confrontación. Es conocido que durante la «década heroica» aumentó la producción azucarera, muestra del escaso impacto de las acciones mambisas sobre las grandes unidades productivas del Occidente. España pudo sufragar la guerra con la producción de esa región.

Pese a las dificultades que tropieza cualquier pesquisa acerca del efecto de la primera guerra (1868-1878) sobre la población de la Isla, algunos estimados apuntan a la pérdida de aproximadamente 100 000 habitantes como resultado de la emigración, incrementada a partir de que el capitán general decretara las Disposiciones relativas a bienes embargados e incautados a los infidentes en abril de 1869, y del Bando de Reconcentración decretado por el conde de Valmaseda poco después.

Durante la Guerra de Independencia, sin embargo, son más numerosos los estudios desarrollados dentro y fuera de Cuba. Algunos de ellos incluyen en sus estimados a los que dejaron de nacer como consecuencia de la guerra. Ese método de cálculo sobredimensiona la cantidad resultante. Los estimados ubican las pérdidas de población en un rango entre 180 y 228 mil personas debido a las operaciones militares, las enfermedades y la reconcentración.

Las pérdidas demográficas durante las revoluciones de liberación nacional (1868-1898) se ubican en un rango entre 280 mil y 328 mil personas. Si a ello se añaden los hasta ahora aceptados, aunque no confirmados, 20 mil muertos durante el conflicto civil cubano de 1956-1958; la suma total de las pérdidas durante las guerras está en un orden entre 300 y 348 mil fallecidos.

Alcanzada la independencia, y antes, Cuba inició un proceso de recuperación y expansión económica y modernización de la vida cotidiana. Se convirtió en un país atractivo. Más de 600 mil antillanos y un millón de europeos, norteamericanos, suecos y británicos, entre otras nacionalidades, arribaron a sus costas. El aporte de la inmigración al incremento de población hasta 1925 está cifrado en números superiores al millón de habitantes. «Fuimos un país de inmigración al mismo nivel que Australia, Estados Unidos o las naciones del Plata».

Con altibajos, de acuerdo con la ocurrencia de procesos de crisis y conflictos internos, Cuba mantuvo un sostenido crecimiento de su población.

¿Cómo llegamos a la situación actual?

La ONU ha definido la migración como todo «movimiento de personas fuera de su lugar de residencia habitual», al tiempo que precisa que es internacional si el movimiento humano se produce a través de una frontera hacia otro país del que no son nacionales. Será irregular, cuando el movimiento de población entre naciones se produce «al margen de las leyes, las normas y acuerdos internacionales» que fijan «su entrada o salida del país de origen, de tránsito o de destino».

Emigrante es, según los organismos internacionales y desde el punto de vista de las naciones de salida, todo aquel que se mueva desde el país en que vive o tiene su nacionalidad hacia otro, y convierta a este último en su «residencia habitual».

De acuerdo con la Ley de Migración 1312 de 1976, modificada por el Decreto Ley 302 de 2012, se considera que «un ciudadano cubano ha emigrado, cuando viaja al exterior por asuntos particulares y permanece de forma ininterrumpida por un término superior a los 24 meses sin la autorización correspondiente, así como cuando se domicilia en el exterior sin cumplir las regulaciones vigentes». La dicotomía entre los conceptos asumidos por ambos sujetos parte de la consideración por el segundo, de fijar un tiempo que convierte desde la mirada oficial cubana al emigrante irregular, al margen de la Ley, en un expatriado legal después de dos años. Lo anterior, sin dejar de importar, es secundario para los fines de este trabajo.

Luego de 1959, las expectativas creadas por los cambios iniciales de las nuevas políticas públicas, provocaron transformaciones considerables en la dinámica demográfica y la estructura de la población. Las cohortes de población infantil y joven crecieron en flecha entre las décadas de los ’60 y ’80 del siglo XX.

Los años ’90 trajeron una crisis que, con repuntes positivos prácticamente imperceptibles, llega hasta hoy. El daño causado ha puesto en peligro la disponibilidad de fuerza de trabajo. El deterioro existencial de los nacionales impacta en la fecundidad y la natalidad, las familias se acortan… Y la gente escapa, cansada de arrastrar miserable condición, incertidumbre y desesperanza. La emigración alcanzó, hace ya mucho tiempo, cifras de seis dígitos.

En la actualidad, Cuba es la sombra de una nación que se debilita a la vista de todos, y hace temer por similares o peores riesgos. Y podría perderse de seguir los ritmos de decrecimiento demográfico, y la verdadera «estampida» que conduce a los cubanos a cualquier parte, lejos de las penalidades en que sufren más que viven. Y cuando eso ocurra, la población, reducida, habrá perdido sus rasgos característicos.

Para entonces no estarán disponibles los contingentes de antillanos, europeos de España, Gran Bretaña, Italia y Suecia; árabes del Líbano o Siria; norteamericanos llegados de Estados Unidos y Canadá, ni siquiera los mejicanos o los boers que se asentaron o gestionaron migrar hacia Cuba, entonces destino atractivo y promisorio.

¿A qué asirse cuando eso suceda, como puede suceder de mantenerse la estampida actual, reducirse los nacimientos y continuar el ritmo negativo del crecimiento demográfico?

Existen sectores productivos y territorios que literalmente no tienen población activa suficiente para cubrir las necesidades de mano de obra. ¿Quiénes migrarán hacia tierras con tan escasas perspectivas? ¿Vendrán los rusos del Daguestán? ¿O tal vez los chinos de Guizhou o Sichwan?

Desde 2021 llegaron a territorio estadounidense según la Oficina de Aduanas y Protección de Fronteras más de 500 mil cubanos. Durante los años fiscales 2021 y 2022 fueron casi 425 mil cubanos hacia EE.UU. Del 1 de enero al 5 de diciembre de 2023 llegaron, solamente a EE.UU, 128 000 emigrantes de la Isla, según cifras aportadas por la propia oficina.

Detrás de cada guarismo que se resta a la población, existe un drama personal, familiar y social. Esos dramas no se restañan fácilmente. Al daño material, le sucede un daño espiritual, sociológico, antropológico, que afecta al individuo y su entorno social.

En la medida en que las autoridades transparenten sus posiciones y se replanteen el diálogo con la sociedad, comenzando por reconocer las realidades complejas de la Cuba de hoy sin cortapisas, podrían recuperar al menos parte del capital político perdido. Rápido que se hace tarde. Habrá ofertas para profesionales de alto nivel, leo en un sitio de El Salvador; familias cubanas están llegando para repoblar lugares en Europa, dice un periódico de Burgos.

Pero todo eso sería nada comparado con los riesgos que entrañan para la nación, cuando se ha perdido parte del espíritu patriótico y, consiguientemente, disminuido el orgullo de ser cubano. La nación peligra. Ya hoy no están a mano los contingentes que enriquecieron la nacionalidad cubana hace más de cien años cuando se implementaron políticas encaminadas a atraer migrantes y Cuba era un destino atractivo. Hoy los términos condicionantes han cambiado y no valen los rejuegos retóricos. La narrativa oficial debe cambiar. Y no solo la narrativa.

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