ICAIC, 65 años hacia atrás

Cuando el 24 de marzo de 1959 se publicó en la Gaceta Oficial la creación del ICAIC, el país estaba en transición. Se había producido una revolución auténtica y popular que expulsaba del poder a un dictador corrupto. Se respiraba aún la euforia del cambio y los líderes guerrilleros, artífices principales del mismo, gozaban de amplio respaldo popular.

Cuba y Estados Unidos mantenían relaciones. En abril de ese año Fidel Castro viajaría a Nueva York y otras ciudades invitado por una asociación ligada a la prensa. Allí sostuvo encuentros, entre otros, con Richard Nixon, entonces vicepresidente. El presidente Eisenhower lo eludió y prefirió jugar golf. El líder cubano visitó Harvard, Cambridge y Columbia. En el Central Park de New York ofreció un discurso ante 35 mil personas.   

Fidel Castro con el entonces vicepresidente de Estados Unidos Richard Nixon.

Las relaciones con la URSS estaban rotas y tuvieron que esperar hasta mayo del siguiente año para ser recompuestas. Públicamente no se hablaba mucho del comunismo, tema que obsesionaba y preocupaba a los norteamericanos, envueltos en su Guerra Fría con los soviéticos.  

La propiedad, en su gran mayoría, continuaba siendo privada y los medios de prensa cubrían un amplio espectro. Se acercaba la Semana Santa, las tiendas cubanas hacían sus ofertas y, si no fuera por el color verde olivo, predominante en la vía pública, cualquiera diría que todo volvía a tomar su lugar tras la refriega.

Los diferentes actores o partidos políticos observaban con atención la nueva circunstancia y tejían también su madeja de intereses mientras se articulaban las estructuras del poder. En mayo, tras la primera Reforma Agraria, esa luna de miel se tornaría para algunos... de hiel.   

¡Ni comunista, ni antiamericano!

Para 1959 se contabilizaban en Cuba alrededor de 520 salas cinematográficas, en tanto unas veintisiete casas distribuidoras, mayormente norteamericanas o mexicanas, dominaban el mercado de películas. Ese primer año revolucionario, fueron estrenados más de 450 filmes. De Estados Unidos llegaron 250 de ellos.

Había varios proyectos en camino con productoras norteamericanas o europeas. Uno de ellos, bastante rocambolesco, alrededor de la propia figura de Fidel, que presumiblemente debía ser rodado por la Fox en la isla, con Marlon Brandon interpretando al comandante y Frank Sinatra a Raúl Castro.(1)  

La ley 169, que creó el ICAIC, fue firmada por Manuel Urrutia en calidad de Presidente de la República. Este realmente fue un acto formal, pues detrás de su concepción y escritura estaban Alfredo Guevara, Tomás G Alea, Julio G. Espinosa, Juan Humberto Ramos y el propio Fidel Castro —en ese momento primer ministro—, que desde luego firmó el documento. También lo subscribió Armando Hart, frente a la cartera de Educación, ya que hasta 1976 no sería fundado un Ministerio de Cultura.

Las oficinas del Instituto se ubicaron en el quinto piso del Atlantic, un edificio de la calle 23, esquina a 12. En aquellos primeros meses, los que caminaban por los pasillos eran literalmente «cuatro gatos», entre los que estaban, además de Alfredo, Tomás Gutiérrez Alea, Guillermo Cabrera Infante y Fausto Canel, los ingenieros Eugenio Vesa y Pablo Epstein, el abogado Juan Ramos Valdés y quizás alguien más. La única mujer fue Araceli Arita Herrero, coordinadora de la presidencia.

En ese instante el ICAIC no tenía presupuesto y estaba a la espera de unos créditos que debía entregarle el Ministerio de Hacienda para comprar equipamiento. Meses después obtuvieron algo de fondos, aportados por el INRA, el recién creado Instituto Nacional de Reforma Agraria. El otro apoyo era el de Fidel y ese, lo veríamos después, valía más que Hacienda, el INRA y todo el dinero juntos.

No eran los únicos ocupados en el cine. Debían coexistir con otras empresas, nacionales y extranjeras, con intereses e inversiones en el área. Ellas se repartían las salas, la tecnología, los contactos y los estudios. Por ejemplo, desde el propio entorno guerrillero existía la Dirección de Cultura del Ejército Rebelde, creada en el mismo enero por Camilo Cienfuegos. Fue allí que se iniciaron los primeros rodajes ligados al proceso de cambios y reformas que se venían operando, documentales que después terminaría el propio ICAIC.

Además, el periódico Revolución —plataforma principal del Movimiento 26 de julio—, tenía un espacio en la televisión y su director Carlos Franqui, uno de los fundadores de Radio Rebelde, deseaba expandir su influencia hacia las áreas relacionadas con los medios y el cine. Un día antes de que se diera a conocer la noticia del ICAIC, se había creado el suplemento cultural Lunes de Revolución, dirigido por Guillermo Cabrera Infante. El conocido documental PM (Orlando J Leal, Sabá Cabrera Infante), que en 1961 provocara el primer cisma en el ámbito intelectual del país tras 1959, se gesta precisamente en ese entorno.

Las nacionalizaciones de empresas extranjeras y norteamericanas ligadas al cine no habían iniciado, de modo que el ICAIC lo único que podía ofrecer en aquellos momentos era una Ley, cuya primera línea —que no aparece en el original publicado en La Gaceta Oficial— certificaba que «el cine es un arte». Dos líneas después se afirmaba: «que puede contribuir a hacer más profundo y diáfano el espíritu revolucionario y sostener su aliento creador».

El cine había llegado a Cuba en la temprana fecha de 1897. Lo hizo en el equipaje del francés Gabriel Veyre, emisario de los hermanos Lumiere, que no solo fue el encargado de hacer las primeras proyecciones en zonas aledañas al teatro Tacón (hoy Alicia Alonso), sino que también filmaría el primer corto en la Isla.  

Aunque el impacto cultural y social del ICAIC resulta incontestable, el cine cubano no comenzó el 24 de marzo de 1959, narrativa que por varias décadas ha impuesto el discurso oficial. El propio Alfredo Guevara fue enfático cuando, en múltiples entrevistas y documentos, expresó total subestimación hacia las seis décadas de creación cinematográfica que precedieron al ICAIC.

En el primer número de la revista Cine Cubano (junio de 1960), Alfredo dejó claros los principios que acompañaban al instituto, al calificar de «mediocre» y «prehistórico» el cine anterior. A tenor con ello, consideraba que no se trataba de «convalidar una situación existente o entregar la industria a los cineastas», sino que se buscaba «crear desde el punto cero». Fue categórico al afirmar: «no encontramos situación alguna, pues tal cine no existe». Los realizadores fueron vistos como «mercaderes nativos que no eran culpables de las situaciones que los rodeaban».  

Alfredo Guevara fotografiado por la francesa Agnes Vardá para su documental Saludos Cubanos!

En diciembre de 1975, en su extenso informe al I Congreso del PCC, Fidel prácticamente replicó las ideas de Alfredo Guevara al expresar: «El cine no existía en Cuba, ni se disponía de una base material para su realización. El ICAIC significó arte nuevo, sin tradiciones, ni historia en nuestro país». Esta visión contrasta con la ofrecida por él mismo en febrero del 1959, antes de crearse el ICAIC, cuando afirmó en una comparecencia televisiva: «Tenemos el propósito de establecer una industria cinematográfica cubana, con leyes y medidas económicas. Hay personal, los estudios no hay más que ampliarlos algo y darles apoyo porque consideramos que existen todos los elementos necesarios para hacer desarrollar la industria cinematográfica cubana».(2) 

El entusiasmo es una cosa y la verdad es otra. El ICAIC, su gente, sus películas, sus éxitos y fracasos, su marcada proyección social, sus preocupaciones estéticas, su conexión con otras manifestaciones artísticas y su diálogo con la realidad; lo colocan sin duda entre los grandes y más logrados proyectos que en el campo de la cultura desarrolló la Revolución, pero jamás partió de cero, ni se erigió desde el vacío.  

Ahí están las investigaciones y publicaciones que se han editado en las últimas décadas sobre esa «prehistoria». Los textos de Luciano Castillo, Arturo Agramonte, Juan Antonio García Borrero, Mario Naito, María Eulalia Douglas, Iván Giroud y muchos otros desde la Cinemateca de Cuba que han sido de gran utilidad para este texto.

Vemos que, ni los Cineclubes fundados por Ricardo Vigón y Germán Puig en 1948, ni la experiencia del cine móvil practicada por el Partido Socialista Popular en los años cuarenta, ni el cine aficionado, fueron acciones originales del nuevo instituto. Tampoco los cursos universitarios sobre cine, pues estos existían desde la década del cuarenta gracias al profesor José Manuel Valdés Rodríguez, que precisamente contribuyó con ellos a la formación de varios de los fundadores del ICAIC. Si nos remontamos antes, puede constatarse que desde los años veinte circulaban revistas, anuarios y publicaciones sobre cine.

Desde el punto de vista de equipamiento y modernización, los años cincuenta fueron especialmente provechosos. Varias de nuestras salas disponían de aire acondicionado, lunetarios para cientos de espectadores, pantallas panorámicas y técnicas para exhibir filmes en 3D. Se habían construido unos grandes estudios —Reparto Biltmore, en Cubanacán— y varios estacionamientos habilitados con grandes pantallas para el fenómeno popular de aquellos años, los drive-in o autocines.   

En la década del cincuenta, desde el ámbito del cineclubismo se intentó encaminar una Cinemateca. Al efecto se establecieron contactos con entidades similares de Norteamérica y Francia que prestaron filmes.

Desde 1926 existía una Comisión de Estudios y Clasificación de Películas adjunta al Ministerio de Gobernación. Esta fue reconfigurada en 1959, bajo el nombre de Comisión de Estudios y Clasificación de Películas, al servicio del ICAIC.

Antes de la aparición del instituto, ya se habían filmado películas a color, algunas animaciones, materiales didácticos y un considerable número de noticieros o revistas de actualidad. Incluso, se había abierto un Departamento de cinematografía integrado a CMQTV, donde en 1954 se filmó la primera película para televisión, titulada La leyenda del bandido y dirigida por Gaspar Arias.  

Existían sindicatos de actores, gremios de varias especialidades artísticas o técnicas, empresas, cientos de locales para exhibir filmes en 16 y 35mm, ubicados por todo el país; además de fondos —generalmente insuficientes— y leyes consagradas al sector.

Anualmente se filmaban entre tres y cinco largometrajes, algunos coproducidos con México, cuya industria se nutrió de artistas y técnicos cubanos. El melodrama, el cine de «rumberas» y las comedias costumbristas fueron los géneros más filmados. Eran películas básicamente de carácter comercial, con relatos superficiales y sin mucho realce desde el punto de vista estético. Algunas obras tenían éxito y otras no, como en cualquier cinematografía del planeta.         

Varios fueron los intentos de estabilizar y organizar el sistema cinematográfico insular, muchas veces disperso y con ayudas insuficientes del estado, lo que provocó el quiebre de no pocas productoras.

Enrique Díaz Quesada, Ernesto Caparrós, Ramón Peón, Juan Orol y Manuel Alonso, fueron realizadores importantes que estaban a la par de cualquier cineasta de la región en su época. Hicieron decenas de filmes y dieron trabajo y sustento a miles de cubanos. Alonso, el empresario y realizador más significativo, creó en 1955 —gracias al decreto ley 2783—, el Instituto Nacional para el Fomento de la Industria Cinematográfica Cubana (INFICC). La idea era reunir bajo una sola entidad a empresarios, artistas, músicos, productores y sindicatos relacionados con la industria. Dos años antes Batista, en el intento de lavar su imagen tras el golpe conectando con la cultura y el arte, había creado una Comisión Ejecutiva para la Industria Cinematográfica.   

El primer largometraje filmado tras 1959 no fue, como suele decirse, Historias de la Revolución (Tomás G. Alea) sino La vida comienza ahora, dirigido por Antonio Vázquez Gallo y producido por la cooperativa RKO de Cuba. La película de Alea tampoco fue la primera terminada por el ICAIC, mérito que le corresponde a Cuba baila, de Julio G. Espinosa.

La historia es un rompecabezas y suele estar contada siempre según los intereses del grupo dominante. Una cosa son los hechos y otras las interpretaciones, las lecturas, los puntos de vista que cada espectador, investigador o figura política desee legitimar.

En 1959 ocurrió una revolución que transformó, en diferentes sentidos, no solo la vida del país sino, y sobre todo, a sus ciudadanos. Fueron inevitables los afectos, las sensaciones, el dolor, el entusiasmo y también el desencanto que tales eventos dejaron sobre millones de personas. Las instituciones por su parte han hecho su trabajo desarrollando o frenando las dinámicas y expectativas de la gente que las integra.

Los contextos, eventos e intereses políticos hacen pendular las lecturas de la historia. El ICAIC —como la Revolución—, llega a sus 65 años de fundado, pero el cine cubano no es el ICAIC, como hace poco escuchamos decir a un ministro de Cultura. Ni la Revolución es Cuba. No lo eran en el 59, mucho menos ahora.

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(1) Cifras aproximadas, tomadas de: La tienda negra. El cine en Cuba (1897-1990), de María Eulalia Douglas, Ediciones Cinemateca de Cuba, 1996.

(2) Iván Giroud: La historia en un sobre amarillo, Ediciones ICAIC y Ediciones Nuevo Cine Latinoamericano, 1021, p. 46.

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