Miradas confundidas: ciudadanía y política en Cuba
El pasado año en Cuba empezó mal y terminó peor. El 2024, que casi concluye su tercer mes, es aún mucho peor. Nuevas promesas se diluyen apenas hechas. Pasaron los tiempos en que los planes y estrategias se mantenían por mediano o largo plazos antes de ser abandonados por incumplidos.
Actualmente, antes de aplicarlos ya se pronostica en que fallarán y se analizan las posibles consecuencias. Las consignas y declaraciones gubernamentales envejecen en pocas horas. Es otra época y la clase política que dirige Cuba —o al menos que la controla—, está consciente de ello pero no se atreve a admitirlo. Hay muchos intereses en juego en esta historia. Están los de la dirigencia; pero también los nuestros, los de la ciudadanía.
Los de arriba
Aquella consigna, devenida artículo constitucional, que declara que el Partido es «la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado» resultó una verdadera falacia. El Partido en Cuba es hoy una organización ineficaz y desacreditada que no usa vías políticas y se apoya en evidentes mecanismos de coacción. La verdadera «fuerza superior» son ahora el aparato de Contrainteligencia y los órganos de Seguridad del Estado, convertidos en represores de la ciudadanía y violadores de la propia Constitución.
El gobierno —o en realidad las figuras seleccionadas para camuflar al grupo de poder tecnocrático/militar que verdaderamente toma las decisiones— ha pasado en los últimos cinco años por varias estaciones. Se ha transitado desde estrategias y programas supuestamente renovadores (Lineamientos, Zona de desarrollo del Mariel, las 63 medidas para revitalizar la agricultura, el rescate de la industria azucarera…), hasta una «Tarea Ordenamiento» fracasada que «distorsionó» la economía y la vida de las personas pues fue el colofón de errores y decisiones voluntaristas (económicas, políticas y sociales) que se arrastran desde inicios del proceso.
Desde declarar la confianza absoluta en la fidelidad de «nuestro heroico pueblo» a su Partido y su dirigencia, hasta hacer llamados al combate contra manifestantes pacíficos. Desde la apelación a la ideología marxista como fundamento del Estado, hasta la promoción de ideas mágico-religiosas como salida ilusorio-compensativa a una realidad cada día más hostil (el presidente de mano con la santera, el estribillo que llamaba a la «cuadrilla congo» a «vencer las dificultades»).
Desde el asistencialismo superficial y demagógico a casos elegidos en barrios y familias pobres (muy pronto abandonado), hasta nichos elitistas de exclusivas «cenas en blanco» promovidas por los ministerios de Turismo y Cultura y por empresarios de éxito cercanos al poder. Desde el intento infructuoso de hacer creer que todo está bien, que Cuba es un paraíso donde se celebran festivales culinarios y musicales, hasta la demagogia más burda y la mentira (nadie quedará desamparado, la situación electro-energética se irá solucionando poco a poco, los ríos congelados de Canadá...).
Desde un antimperialismo falso y un patriotismo manipulador, a poner precio a parte del suelo de la nación, tener como consejero del presidente Díaz Canel a un empresario conservador capitalista ruso y denominarle «operación militar especial» a una invasión.
Desde la convocatoria al sacrificio y la resistencia para nosotros, hasta una vida de aristócratas para ellos.
Ahora, en medio de un escenario dramático, comienzan los acomodos en las alturas. Inicia el pulseo entre corruptos — ¡que acababan de firmar su código de ética el 24 de febrero!— y el señalar a chivos expiatorios con fines dobles: marcar territorio entre ellos para controlar posibles traiciones grupales y mantener entretenida a la ciudadanía. Como si la corrupción fuera una noticia en este país.
Presenciamos el combate de la «corrupción 2.0» vs la «corrupción analógica». O lo que es igual, quienes mueven el dinero en cuentas a su nombre desde empresas situadas allende el mar vs los que todavía deben sacarlo escondido en maletas, a la vieja usanza. Todos corruptos. Los decisores sacrificando a sus peones: algún ministro y sobre todo a la burocracia provinciana, que vox populi sabe que actúa de forma mafiosa desde hace tiempo, pero que ahora es útil como señuelo distractor.
Han dejado muy claro que no les importa que el país muera cada día un poco más. Que se produzca un éxodo con la estampida de millones de compatriotas por todo el orbe. Ni peras ni olmos. Ya ese modelo político discriminatorio y excluyente no da más de sí. Y ese modelo no lo creó el bloqueo de los Estados Unidos.
El grupo de poder dejó de mirar hace tiempo hacia la ciudadanía. Por eso lo han "sorprendido" dos grandes estallidos sociales de los que no se siente culpable e intenta justificar a partir de factores externos.
Han sido irresponsables al permitir que el hambre, las necesidades y las frustradas aspiraciones de libertad se acumularan para hacer casi ingobernable un escenario sumamente conflictivo.
Los análisis que varios intelectuales, de dentro y fuera de Cuba, hemos realizado (desde antes del 2021 por cierto) y que pedían al gobierno responsabilizarse con la gravedad de la situación e iniciar un Diálogo Nacional con participación democrática, han sido descartados por "alarmistas" y "mercenarios".
El Consejo de Ministros creyó que con su "Acuerdo Mordaza" 9151 podría evitar un nuevo estallido social. Vano intento. Los fiscales y los jueces, desde el Tribunal Supremo hasta las instancias municipales, se hicieron cómplices de esta artimaña anticonstitucional para evitar "reproches" a las decisiones y políticas gubernamentales. Todos son responsables de lo que ocurre.
La imagen de la gobernadora de Santiago de Cuba y otros dirigentes subidos en los techos intentando ser escuchados por una multitud indignada, es una imagen de la relación entre el poder y el pueblo excluído.
Al poder solo le interesa negociar y dialogar con otros gobiernos, ser aceptado como interlocutor por Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea... pero nunca por los cubanos. Su mirada, cual un gigantesco catalejo, se dirige hacia afuera de la Isla, sopesando oportunidades, calibrando gestos, generando lobbys, cortejando voluntades. Y ciegos a lo que pasa ante sus propios ojos.
Ellos no miran hacia abajo y nosotros hemos mirado demasiado e infructuosamente hacia arriba. Es hora ya de que volvamos nuestros ojos hacia el lado, de que empecemos a mirarnos entre nosotros.
Los de abajo
Lo peor de la crisis nacional no es el desastre económico sino el desastre ético y cívico entre los cubanos. Nos han dividido, nos hicieron creer que estamos solos, que debemos pensar en salvarnos aisladamente. Nos excluyeron de todo, hasta de nosotros mismos. Por eso el éxodo gigantesco o el silencio.
Constituimos hoy un enorme conglomerado humano con variadas ideologías y preferencias políticas, pero unidos en la carencia de derechos, ya no solo políticos y jurídicos, sino también sociales. Somos una hueste de seres despreciados, con categoría de "no ciudadanos".
Muchos creen que no actuamos por miedo. Y el miedo es real (sobre todo desde 2021, con muchos inocentes condenados a prisión en juicios ejemplarizantes, y la SE citando a profilaxis preventiva); pero el miedo por sí solo no explica la parálisis cívica nacional. Peor que el miedo es la indefensión aprendida
Nos convencieron poco a poco de que no podremos revertir jamás nuestra situación. De que nuestro destino lo trazan otros. De que la vida no es otra cosa que esta grisura inmovilista sin futuro, y ya incluso sin presente. "Esto no hay quien lo cambie pero tampoco quien lo tumbe", que es en el refrán lo que "somos continuidad" es a la consigna. Nos convencieron de que el enemigo acecha a 90 millas y que hay que ser virtuosos para "no darle armas contra la Revolución".
Secuestraron nuestras voces y desterraron nuestra esperanza. Impidieron que nos articuláramos para poder mantenernos aislados. Es hora de cambiar eso. Debemos implicarnos. Pero sin repetir los esquemas del poder.
Hay que empezar a escucharnos y respetarnos unos a otros, sin pretender que todos vamos a pensar igual o a compartir las mismas posturas ideopolíticas.
En Cuba actualmente el dilema fundamental no se dirime entre ideologías, sino entre una ciudadanía excluída y un Estado represivo. Es necesario cambiar eso en tanto programa mínimo cívico sin intentar imponer a otros los puntos de vista políticos que preferimos.
Ottoniel Vázquez Monnar, psicólogo cubano radicado en Canadá, en su artículo: "De la lógica totalitaria a la ética democrática" nos ofrece este consejo:
"Si no aprendemos la lección de que no son los sistemas los que garantizan libertad y cambio, sino nosotros, cada individuo, el sujeto democrático; los seres humanos seguiremos repitiendo estos esquemas nocivos. Somos nosotros, los humanos, quienes somos éticos; no las creencias, ni las ideologías. La justicia, la democracia, es un acto, no una opinión. Si creemos que un cambio político es posible sin compromiso ético individual con la democracia, seguiremos repitiendo dictaduras.
Debemos comenzar a percibir nuestras diferencias en lo político como un ejercicio democrático, no como una señal de ataque. Debemos reconocer que la diversidad de la oposición; la ausencia esta vez de caudillos; las diversas proposiciones de lucha, perspectiva y organización; no son el enemigo, son la fuerza que trae ya el germen de la participación".
Nuestra mirada debe ser hoy más aguda que nunca. Hemos perdido demasiado tiempo.