Imagen y poder: Cuba ante el mundo
El poder revolucionario en Cuba ha empleado la imagen como base de su discurso político desde antes de enero de 1959. Mezclando recursos visuales y simbologías de índole diversa, se argumentaba a nivel subconsciente la justeza de la causa antibatistiana primero y la «leyenda épica» después.
Al equiparar visualmente fenómenos relacionados pero en esencia diferentes, se pretendía lograr una unidad discursiva que mentalmente funcionara como un todo —¿antecedente de la futura tesis de la «Revolución única»?— y actuara además como recurso auto acusatorio. Ejemplo: luego de ver las fotografías de José Luis Tassende, ultimado en el Moncada, o de los cientos de cuerpos ultrajados por las fuerzas militares al servicio de Fulgencio Batista, si no apoyabas el curso de la Revolución ¿significaba que querías volver al pasado? ¿Entonces, estabas de acuerdo con lo que esas imágenes revelaban?
Máxime, cuando la foto de Martí parecía amparar a Fidel Castro durante el juicio por los sucesos del cuartel Moncada, y validar así la tesis de que el Apóstol era el autor intelectual del asalto.
Posteriormente, el empleo de la visualidad de figuras como Camilo Cienfuegos, Hubert Matos y el Che Guevara los presentaban como modelos de los héroes venidos de la Sierra Maestra. Constituían la prueba de cómo dentro de la revolución que nacía podían coexistir la pluralidad y la unidad de los estratos populares, académicos y foráneos.
Las primeras imágenes de enero del 59 reforzaban tal idea, mostrando tribunas abarrotadas de oradores y de representantes de distintas fuerzas políticas. Mas, la iconografía revolucionaria fue mutando paulatinamente hacia la fortaleza de un hombre. El poder fue borrando de sus instantáneas —literalmente hablando— la diversidad política, hasta que en la tribuna revolucionaria solo quedó «el Comandante».
Poder e imagen o ¿cómo plantar un relato?
No sería hasta mi salida de Cuba que pude observar aquellas imágenes revolucionarias que fueron desapareciendo y que mis abuelos, con sus relatos, se habían encargado de alojar en mi inconsciente infantil. Junto a otras, como la boda de la aristócrata Vilma Espín Guillois y Raúl Castro en Rancho Cristal, las sesiones de golf y pesca de Fidel Castro o las imágenes de la captura y fusilamiento del Che Guevara en Bolivia.
Los libros de texto cubanos eran exiguos en imágenes de ciertos procesos históricos. Asumí que no existían fotografías de los mismos, o que Cuba siempre tuvo limitaciones técnicas por aquello de «una pequeña isla, monoproductora, bloqueada en medio del mar Caribe».
Estaba equivocado. A partir de cierto punto, la enseñanza doctrinal y la historia oficial cubana comenzaron a construir, a través del relato oral, el discurso hacia el que había ido derivando. El ejercicio de comparar y debatir que ofrecen las imágenes debía ser usado con cautela. ¿Cuántos estudiantes vimos fotos de la columna del Directorio Revolucionario en el Escambray? ¿Cuántos pueden identificar a Tavo Machín, a Machadito, o al propio Hubert Matos?
Al hombre nuevo se le sembró un relato único por todos los medios disponibles. En los años sesenta y setenta los cómics de superhéroes y las tiras humorísticas dejaron de ser complementos dentro de medios más serios, para convertirse por sí mismos en mecanismos de opinión e influencia. Un vistazo a las revistas infanto-juveniles de esas décadas como: Pionero, el semanario Mella, Pásalo, La Chicharra, etc. nos permiten constatar, entre otros muchísimos aspectos sociológicamente interesantes, cómo los conceptos fundamentales del discurso revolucionario aparecen transmitidos de manera jocosa y coloquial.
Temas como el rechazo y la mofa al homosexualismo y la burguesía, unidos a la fortaleza revolucionaria, capacidad ilimitada del líder, etc., son recurrentes. Sin embargo en todas ellas, de una u otra forma, la visión del imperialismo, cual espada de Damocles, ocupa un papel primordial.
La intervención militar norteamericana como recurso de presión fue imagen de uso constante en buena parte de la historia nacional. En la República, el «miedo a la intervención» y la latente «intervención preventiva», fueron empleados por distintos gobiernos para desestimular discordias domésticas. Recordemos la máxima de Eliseo Giberga: «Contra la injerencia extraña, la virtud doméstica». Al respecto Hugh Tomas, en su libro: Cuba la lucha por la libertad, asevera: «Un partido u otro juega siempre con la amenaza de provocar la intervención de Estados Unidos como un factor de importancia en el desarrollo de los acontecimientos.» En muchos casos bastaba la simple presencia de buques y marines en aguas cubanas para reforzar la idea.
Luego de enero de 1959, la imagen de los Estados Unidos amenazando la independencia de Cuba continuó utilizándose con cada vez más frecuencia, hasta convertirse, probablemente, en el recurso más importante en el discurso del régimen. Sustentado en hechos reales, que iban desde la Guerra hispano-cubano-norteamericana hasta el Ataque a Playa Girón, fue un arma eficaz que permitió argumentar —además—, la idea del «proceso único». En el enfrentamiento al Norte descansaron por décadas importantes recursos de poder, como el machismo, el caudillismo, la excepcionalidad del líder, el partido único y el fantasma del pasado.
Tercer Milenio
La irrupción de las TIC —Tecnologías de la Información y las Comunicaciones—, cambiaron radicalmente los códigos del planeta. El mundo dejó de ser analógico, pausado y equidistante, para irrumpir en la aldea global, el metaverso y la inmediatez. Aparejado a ello, se produjo una transformación en los recursos comunicativos y en los patrones propagandísticos políticos. En Cuba, sin embargo, el régimen ha mantenido prácticamente inalterables sus tradicionales maneras de «hacer». El acceso tardío a Internet, curiosamente, les ha pasado más factura a ellos que a su oposición.
Apegados a un manual obsoleto, sus métodos continúan siendo los propios de la «era del aislamiento», donde la totalidad de la realidad consumida pasaba por el lente partidista. Política, presión y propaganda, todo ello era canalizado a través de imágenes escogidas para manipular a las masas, en una u otra dirección.
En ese domo artificial, la idea de las «apetencias imperialistas de intervenir en Cuba» funcionaba en casi todos los casos. No obstante, el recurso fue debilitándose paulatinamente en el inicio del nuevo milenio y prácticamente dejó de ser efectivo con los sucesos del 11J. Estados Unidos no intervino y la imagen dejó de ser eficaz.
Un estado policial solo tiene sentido como respuesta a una amenaza; si esta deja de ser creíble debe ser sustituida, pues la maquinaria entera del poder depende «del enemigo». Ante esta realidad se rescató la imagen de «fortaleza sitiada», derivación más prosaica de «país amenazado por el imperialismo». El combate dejó de descansar en el exterior para enfocarse en «la oposición pagada». En tal lógica, reprimir a los ciudadanos no es más que «el derecho de la Revolución a defenderse».
Sin embargo, la pérdida de legitimidad y el fallo sistémico de la estructura ideológica educativa, han dejado al poder al desnudo, mostrándolos como lo que muchos académicos califican de «estado mafioso postotalitario». Las imágenes, simbologías y demás herramientas de su concepción manipuladora, simplemente no funcionan más.
Los miembros de fila de los órganos de Inteligencia, Contrainteligencia y demás fuerzas represivas, formados durante décadas en la casi total impunidad hacia su actuar, no han querido entender que el país cambió. De hacerlo, tendrían que aceptar que ya no son los «héroes» que antaño salían en los cómics y la televisión, sino unos simples represores. ¿Puede que no estén preparados para ello?
No es posible recuperar el terreno ideológico perdido, cada época histórica cubana ha tenido parteaguas que han resultado catalizadores del fin de un período histórico. En algunos casos es posible darle fecha exacta, en otros no. Sin embargo, todas tienen un denominador común: la represión violenta. Sucedió con España; luego con la primera república, cuando el 30 de septiembre de 1930 los estudiantes fueron brutalmente apaleados; y con Batista a partir de 1956 —probablemente—, cuando se desató abierta y frontalmente la barbarie.
Ante la imposibilidad de recuperar la credibilidad y el respaldo con los que contó el régimen durante décadas; cuando ya las imágenes y símbolos que en el pasado nos condicionaron subconscientemente han dejado de ser útiles; cuando el discurso ya no es creíble… solamente le queda a una dictadura el uso de la fuerza, y la búsqueda de respaldo en actores externos de probado poder. En este marco de razonamiento es posible entonces explicar los buques rusos en la bahía de La Habana. Esta vez —como con el Maine o las intervenciones preventivas—, es la imagen reciente de una pequeña armada militar rusa la que transmite la misma idea que en tiempos de la URSS: «El gobierno cubano es nuestro protegido hasta que se demuestre lo contrario».
En el pasado, tales protecciones vinieron acompañadas de condiciones bastante onerosas, como el cambio en el discurso exterior cubano a mediados de los 70, cuando la Isla se vio obligada a dejar de «apoyar», públicamente al menos, a los movimientos guerrilleros de Latinoamérica, y a burocratizar aún más el sistema político doméstico, etc.
Hoy en día, la moneda de cambio del gobierno solo puede ser el país como ente físico-económico. Todo lo que ello signifique en materia de militarización, represión, adecuación de leyes, etc., el gobierno lo hará, pues llegados a este punto, para ellos únicamente es importante el poder. No importa ya la imagen: poder, poder y solo poder.
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* Este texto ha sido escrito por Aries M. Cañellas Cabrera y Ernesto M. Cañellas Hernández.