Los intelectuales, el poder o la verdad

De ninguna organización que sustente sus bases sobre los principios del conflicto entre compatriotas, la defensa acrítica de un Gobierno y la exclusión a quien piense diferente del dogma oficial —los de dentro y los de fuera; los revolucionarios y los contrarrevolucionarios; los valientes y los cobardes— puede esperarse una respuesta digna y genuinamente apegada a la ética ante situaciones que la requieran.

Teniendo esto en cuenta, es fácil entender la actuación de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) al expulsar de sus filas a la intelectual Alina Bárbara López Hernández, hecho que, además de no sorprender, se inscribe en una larga lista de infamias protagonizadas por esa organización durante décadas.

El artículo 2 de los Estatutos de la UNEAC plantea la contradicción sobre la cual se sustenta su existencia, que es a su vez la que impide que el sistema político cubano sea siquiera mínimamente democrático: «La Uneac actúa de acuerdo a los preceptos de la Constitución de la República de Cuba y reconoce al Partido Comunista de Cuba como fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado».

¿Puede actuarse con apego a una Carta Magna que consagra los derechos a la libertad de expresión y de manifestación, al mismo tiempo que se reconoce la superioridad cuasi divina de una organización partidista minoritaria y carente de mecanismos democráticos incluso respecto a su propia membresía? La respuesta es no, puesto que ambas posturas son mutuamente excluyentes.

De hecho, en reciente declaración, publicada bajo el título «Los valientes y los cobardes» —la cual, en un acto de «evidente valor», ni siquiera fue firmada—, dejan claro que los derechos contenidos en los artículos 54 y 56 de la Constitución, referidos a los derechos a la libertad de pensamiento, conciencia y expresión y de reunión, manifestación y asociación respectivamente, son solo «supuestos». ¡Qué acto de sinceridad!

Asimismo, la organización asegura tener entre sus objetivos el de «rechazar y combatir toda actividad contraria a los principios de la Revolución». ¿A qué principios se refiere? ¿De qué Revolución habla?

¿La de los sesenta, que impulsó planes sociales —voluntaristas y sin base económica en su mayoría— para favorecer a los pobres mientras internaba en campos de trabajos forzados a intelectuales, homosexuales, religiosos, etc.? ¿La de los setenta, que dio al pueblo un cierto bienestar gracias a la entrada de Cuba a la órbita soviética al tiempo que cercenó la creación e impuso la censura en un Quinquenio Gris cuya oscuridad ha permanecido mucho más que cinco años?

¿Será entonces la de los ochenta, cuando en los mercados había «carne rusa» y huevos que se usaron para lanzar contra los que querían abandonar el país, devenidos «gusanos» —palabra bochornosamente infame?

¿Acaso hablará la UNEAC de la «Revolución» de hoy: la de los hoteles lujosos y vacíos que conviven con ciudades que se derrumban; la de los hospitales sin medicinas ni médicos y los niños con escuelas paupérrimas; la de los viejos abandonados y los mendigos por doquier; la de la emigración desangrante; la de los más de mil presos políticos; la de la represión absurda y permanente; la del hostigamiento a quienes piensan diferente y lo expresan; la de los dirigentes que viven en la opulencia de la corrupción y piden sacrificios a un pueblo en la indigencia?

La UNEAC simplemente defiende al poder, pues para eso fue creada. Por ello no alzó su voz para defender a José Lezama Lima, Virgilio Piñera, Heberto Padilla, Antón Arrufat, Carilda Oliver, Eduardo Heras León, Dulce María Loynaz y a tantísimos otros que fueron condenados de diversas formas durante los años de existencia de esa organización.

Lo que peligra hoy en Cuba, más que un proyecto social o ideológico, es la nación misma, debilitada en sus valores más esenciales. Nunca como ahora estuvo tan en riesgo la soberanía nacional, dado que nunca fue Cuba tan vulnerable en todos los sentidos. El deber de los intelectuales no es estar del lado del poder, sino del de la verdad y la justicia. La Historia los juzgará por ello, el pueblo ya lo está haciendo.

Junta Directiva

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