La libertad y la expresión en libertad
Una de las prácticas de los sistemas políticos totalitarios es el impedimento y penalización de la libre expresión de ideas. Pero, ¿es posible un ambiente de libertad sin libre expresión? ¿Qué es la libertad de expresión? Y ¿por qué se adopta tal actitud intransigente, incluso belicosa, ante ella?
La libertad de expresión es un elemento constitutivo de la libertad humana. Ella resulta la manifestación verbal legítima de una existencia libre. No se puede asumir que se vive en libertad cabal cuando no existe la posibilidad de opinar, ventilar y negociar asuntos pertinentes a la vida y su evolución a través de una comunicación franca y desembarazada. Por tanto, la libertad de expresión se alza como un derecho humano fundamental. Todo lo que propenda y beneficie el desempeño de la persona debe ser expresado con total franqueza.
El ser humano nace para cumplir su existencia, o sea, para realizarse espontánea y pródigamente según sus aptitudes y voluntad. Se sobrentiende entonces que no pueden ponerse restricciones a la más amplia potencialidad de vivir, lo que incluye pensar y opinar sobre ello.
Únicamente es admisible constreñir aquello que atente, desdiga o lacere la condición humana, ya que la libertad no significa permisividad incondicional o relativización de los valores cívicos humanos, los cuales son comportamientos contrarios al desarrollo de una existencia pacífica en colectividad; no es contraria al respeto y la empatía, antes bien, necesita de ellos.
Tampoco debe entenderse como una homogeneización de ideas y actitudes para toda la sociedad, sino como un igual margen de posibilidades para realizarse todos los individuos, que tiene mínimos límites: no transgredir las oportunidades de los otros.
El respeto a la libertad de expresión, como todo lo que concierne a la vida social, se relaciona con la armonización dialéctica entre lo individual y lo colectivo. Un individuo no es un átomo que se mueve según su albedrío, sin tener en cuenta a los otros que le rodean; como tampoco una colectividad es la mera suma de individuos que actúan egoísta e irresponsablemente.
Una sociedad funciona armónicamente cuando lo individual y lo colectivo se conciertan mediante la responsabilidad y la empatía para que la convivencia sea posible sin anular el desempeño individual. Existe libertad, y por tanto igualdad –que no igualitarismo en su desaforada intención reductiva– cuando todos los sujetos cuentan con idénticas oportunidades para realizar sus proyectos de vida. Entre estas oportunidades está la de exponer sus ideas, inquietudes, reproches y propuestas sin ningún grado de reprobación o castigo.
La existencia en general, en este caso la humana, se caracteriza por la presencia de la más amplia diversidad, así como por la constante mutación del ser y su expresión. Esta diversidad y mutabilidad necesitan ser reconocidas y respetadas para que la avenencia en colectividad sea viable y armoniosa. Luego, si hay una amplia diversidad de personas, cuyas vidas son únicas y distintas, es natural que también existan numerosas y variadas ideas.
La expresión sin libertad
Cuando algún aspecto o juicio se considera «tabú», o sea, cuando se objeta la posibilidad de su exposición, análisis y esclarecimiento público, automáticamente se limita el conocimiento de la realidad por las personas y, con ello, la evolución del pensamiento productivo. A la vez, se crean condiciones para el surgimiento de estados de opinión y divulgación de ideas sucedáneas: el rumor, la conjetura infundada, la inexactitud, la mentira, las «fake news» como diríamos hoy; lo cual en nada beneficia el desempeño intelectual y participativo de las personas en la sociedad.
Reprimir la expresión amplia y desembozada de nuestras opiniones y discernimientos, limita las posibilidades de realización auténtica del individuo y mengua la diversidad de pensamiento que enriquece el desarrollo intelectual de una sociedad, empobreciéndolo. Tal interdicción genera resquemor y odio pues, por determinación de otros, las personas no pueden mostrarse como genuinamente son. El rechazo a quienes lo impiden, deviene creciente actitud de disgusto, rencor y pugnacidad.
Penalizar la libre expresión pone en crisis la actuación consciente del individuo, que se halla perennemente en la dicotomía entre lo que en verdad desea ser y lo que en realidad puede hacer. Con el paso del tiempo, esto deteriora el comportamiento ético de la sociedad. Como lo que expresan las personas incide en que sean admitidas o reprobadas en su medio, ellas establecen una estrategia que les posibilite actuar sin impedimentos.
Las ideas que no puede expresar, las mantiene para un entorno íntimo; mientras, expone en público aquellas que sabe son las convenidas y le confieren aceptación, pues lo eximen de problemas socio-políticos. Tal actitud se convierte en más lesiva cuando los individuos se percatan de que el enarbolar un discurso que no es propio, sino conveniente ―y en el que incluso ni creen―, les ayuda a escalar posiciones desde donde pueden medrar y llevar a una vida fácil y ventajosa. Es la raíz dañosa de la doble moral, tan común en sistemas prohibitivos, como el existente en Cuba.
En un ambiente de apropiada libertad de expresión, no hay que temer ideas erróneas y hasta infundadas. En primer lugar, porque el ciudadano se ha habituado a exteriorizar sus opiniones y se percata de que en un ámbito social amplio son muy diversas las ideas. En segundo lugar, como es posible la libre confrontación de ideas distintas, se supone que, al exponerse en el flujo de la opinión pública, ellas entrarán en argumentación y clarificación al contrastarse y debatirse junto a otras. Ello, además de fortalecer el desarrollo intelectual de las personas, estimula la participación ciudadana en la toma de decisiones para la solución de problemas y permite la consolidación de una genuina ética cívica.
La restricción a la libertad de los individuos, surge por la coerción o el detrimento a la autodeterminación que un grupo de poder quiere o logra imponer, so pretexto de realizar determinado proyecto social o de mantener un orden conveniente al sistema establecido.
Por lo general, los regímenes que ejercen la limitación a la libre expresión la fundamentan en dos argumentos básicos. Uno es la presunción de que la difusión de ciertas opiniones distintas o contrarias a las que se considera otorgan solidez y unidad a un sistema social, tienden a fragilizar la firmeza unitaria de la sociedad. El otro es que la exposición de criterios que exteriorizan debilidades y contrariedades del sistema, facilitan argumentos a sus adversarios.
Ambas afirmaciones son inconsistentes, cuando no falsas. Si la práctica social educa a un pueblo, no en la unanimidad convencional para ofrecer una imagen de estabilidad, sino en el disentimiento productivo como vía para alcanzar proyecciones eficaces y convenientes, bajo el concepto de que la unidad se consigue en la aceptación y desarrollo de las tendencias generales más eficientes para el bien de todos, aun cuando en aspectos accesorios haya personas en desacuerdo, con toda seguridad se alcanzará un clima consciente de unidad en la diversidad, no simplemente formal.
A la vez, y derivado de este ambiente de franca exposición de ideas contrapuestas y de aceptación de las más convenientes para la colectividad, las personas se identificarán a sí mismas como factores de trasformación para que el país pueda desenvolverse, sin necesidad de apostar sus esperanzas en aliados foráneos. Ocultar cualquier deficiencia o idea por no facilitar las cosas «al enemigo», solo lesiona a la verdad, encona el problema y facilita la disolución ética de la propia sociedad.
En nuestro país confrontamos restricciones al ejercicio cabal de la libertad de expresión. A pesar de que la más reciente Constitución otorga ese derecho ―pues el artículo 54 refrenda la libertad de pensamiento y expresión, el 55 faculta la libertad de prensa, mientras el 56 legitima la posibilidad de reunión, manifestación y asociación con fines pacíficos y lícitos―, en la práctica se han llevado a cabo acciones que contradicen tales derechos.
Numerosas personas han sido convocadas policialmente para ser «advertidas» por emitir criterios contrarios a los oficiales; a otras se les han hecho actos de repudio que incluyen trances ofensivos, y muchas fueron condenadas a largas penas de prisión por realizar acciones donde expresaron sus desacuerdos con distintos postulados o situaciones críticas que se sufren en Cuba. Este fue el caso de los manifestantes que se pronunciaron contra el estado de cosas el 11 y 12 de julio de 2022.
Que se cumpla efectivamente lo que dispone la Constitución es, no solo necesario, sino imprescindible para que se genere un clima de diálogo y participación favorables a una solución incruenta y eficaz a nuestros conflictos económicos y sociopolíticos.
La libertad de expresión viene a ser el componente más perceptible y distintivo de una verdadera libertad. Por todo lo que constituye en el desarrollo de una conciencia cívica efectiva y provechosa, por lo que coadyuva a una coexistencia armoniosa, por lo que genera en el respeto y en la conciliación entre perspectivas diversas, por lo que estimula en el desarrollo de una rica vida intelectual fruto de la fácil y posible circulación de múltiples y diversas ideas y por lo que consolida una conducta moral cierta y sólida.
Por todas esas razones, la libertad de expresión debe ser real, respetada y propiciada para lograr una convivencia social libre y armoniosa.
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Imagen principal: Sasha Durán / CXC.