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La masacre de Tian Anmen y los entresijos del poder en China

El 4 de junio de 1989, tanques del Ejército Popular de Liberación de China irrumpieron en la Plaza de Tian Anmen (Paz Celestial en mandarín), en la que desde el 15 de abril habían acudido, primero cientos y después miles de manifestantes —principalmente estudiantes— para honrar la memoria de Hu Yaobang, que fuera secretario general del Partido Comunista de China (PCCh) entre 1980 y 1987 y uno de los impulsores de las reformas económicas dirigidas por Deng Xiaoping, pero que, a diferencia de este, había decidido «cruzar el Rubicón», que significa plantearse reformas políticas en los sistemas totalitarios comunistas.

Mientras las manifestaciones tuvieron como fin honrar al fallecido dirigente no hubo reacciones contra ellas, más allá del resquemor que causa en este tipo de regímenes que la sociedad realice acciones políticas autónomas. No obstante, cuando las demandas incluyeron libertades democráticas y liberación de presos políticos, y cuando la cantidad de manifestantes ascendió a cientos de miles e incluso comenzó una huelga de hambre; las fuerzas más conservadoras del régimen chino empezaron a referirse a ellas como: «motín contrarrevolucionario», «intentos de restaurar el capitalismo», «intentos de derrocar al proletariado», «protestas antisocialistas», etc.

Esas fuerzas conservadoras, a su vez, utilizaron las protestas para atacar las reformas económicas que estaban dinamitando el sistema de administración centralizada y estatizada de la economía. Sin embargo, además de los reclamos de libertad y democracia, que resultan antípodas del tipo de socialismo heredado de la revolución bolchevique, no había entre los lemas de quienes protestaban llamamientos en contra del socialismo o a favor de instaurar el capitalismo.

Como es sabido, en el enfrentamiento de las protestas de Tian Anmen se impusieron los sectores conservadores, quienes torpedearon los intentos del entonces secretario general del PCCh Zhao Ziyan por lograr un acuerdo con los manifestantes para evitar un baño de sangre, que fue lo que efectivamente ocurrió cuando Deng Xiaoping, los veteranos y los conservadores del nuevo liderazgo, decidieron enviar al ejército a sofocar a sangre y fuego las protestas populares.

Zhao Ziyan

Aunque no se dispone de cifras certeras de muertos, porque las fuentes oficiales mencionaron cientos y otras hablaron de decenas de miles, la realidad es que cualquiera que haya sido la cifra exacta, constituyó una verdadera masacre si atendemos a las imágenes en YouTube, sobre todo porque los manifestantes estaban todos desarmados y contra ellos, el pueblo, se impuso la fuerza del ejército que, en teoría, tiene como misión defender al país de una agresión externa y no utilizar sus tanques para aplastar una protesta popular.

Los grupos de poder tras la muerte de Mao

Luego de la muerte de Mao, la defenestración de la llamada Banda de los Cuatro (1) acercó los intereses de diversas facciones dentro del liderazgo maoísta, que posteriormente tuvo varias fracturas.

El grupo de líderes que todavía hacía parte de la Vieja Guardia por haber participado desde los inicios del movimiento revolucionario —muchos de los cuales se formaron en academias comunistas con una interpretación dogmática del marxismo, inspirada en el estalinismo y la práctica soviética—, se dividía entre quienes pretendían restablecer el modelo soviético basado en la planificación centralizada y el mantenimiento de las formas estatal y colectiva de propiedad como únicas en la economía; y otro, más reducido pero pujante, favorable a introducir reformas profundas que incluían la apertura económica e inversión extranjera directa en industrias orientadas a las exportaciones, y la modificación de las relaciones de propiedad para el resurgimiento de la propiedad privada. Sin embargo todos ellos, conservadores y reformistas, estaban firmemente unidos en el mantenimiento del control político por parte del Partido Comunista, lo cual significaba no abrir espacio alguno a una democracia real.

Otro grupo, apartado del poder relativamente rápido, estaba formado por los últimos vestigios del maoísmo, quienes ascendieron a cargos de importancia durante la llamada Revolución Cultural, si bien habían apoyado a la Vieja Guardia en el derrocamiento de la Banda de los Cuatro. Su miembro más visible fue Hua Guofeng, que asumió los poderes de Mao a su muerte, cuya base política real era muy débil porque había sido una figura de compromiso entre las facciones en pugna pero carecía de apoyo real en ambos grupos.

En ese contexto, Deng Xiaoping —rehabilitado durante la Tercera Sesión del XI Comité Central del PCCh en 1978—, emergió poco después como el principal líder de facto en el país, pero solo era «primus inter pares» y no el gobernante absoluto en que se convertiría después. Nunca aceptó los máximos cargos del Partido o el Estado, y solo durante una etapa asumió la posición de presidente de la Comisión Militar Central; aun así, la suya era la última palabra cuando se tomaban decisiones, y quienes desempeñaban los principales cargos del país le consultaban sistemáticamente, tal como cuenta Zhao Ziyang en su libro Prisionero del Estado: el diario clandestino de un primer ministro.

Deng formó un equipo de líderes más jóvenes, pero que habían participado en los años de la guerra civil e incluso en la lucha contra Japón, a quienes —según el sistema político chino— correspondería la responsabilidad de asegurar la transición generacional del liderazgo político. Entre ellos, los más destacados eran Hu Yaobang y Zhao Ziyang, responsables del trabajo del Partido y el gobierno, desde sus responsabilidades como secretario general y primer ministro, respectivamente. 

Reformas económicas y frustradas reformas políticas

A partir de 1978, pero con mucha fuerza durante la década de los ochenta del siglo XX, China acometió una de las más profundas reformas económicas dentro del sistema comunista. Sin embargo, a pesar de intentos por realizar reformas políticas —sobre todo por Hu y Zhao, aun con el estrecho margen que permitía la presencia de los conservadores líderes históricos aún vivos—, estas encontraron notable resistencia en el liderazgo, en su sentido más amplio, debido a la inercia de un sistema político autocrático y autoritario que no había transformado esencialmente el procedimiento de toma de decisiones heredado del milenario imperio feudal.

Las reformas económicas fueron graduales, y a veces zigzagueantes, ante las presiones del dogmatismo, pero lograron imponerse como línea estratégica de desarrollo. A grandes rasgos podrían mencionarse: 1) reemplazo de granjas colectivas, llamadas en China «comunas populares», por un sistema de «responsabilidad familiar», según el cual las familias campesinas usufructuaban las tierras de forma autónoma, cumplían contratos con el gobierno a precios de convenio y vendían sus excedentes a precios de mercado; 2) autonomía en la gestión de empresas estatales; 3) apertura a la inversión extranjera directa y al comercio internacional; 4) creación de Zonas Económicas Especiales (ZEE), con beneficios tributarios para dinamizar la inversión con orientación exportadora; 5) creación de un sistema bancario y financiero moderno; 6) traspaso de ciertas facultades a las autoridades territoriales en la gestión de sus recursos y en el desarrollo de su infraestructura; y 7) establecimiento de formas no estatales de propiedad empresarial.

La aparición de la propiedad privada fue un proceso paulatino que comenzó con la formación de empresas mixtas con capital extranjero, buena parte del cual provenía de Taiwán y Hong Kong; la apertura de micro, pequeñas y medianas empresas privadas, y finalmente grandes empresas privadas.

El impacto económico no se hizo esperar. De acuerdo con cifras del Centro de Datos de la UNCTAD el Producto Interior Bruto (PIB) creció a un ritmo de 9,1% promedio anual entre 1980 y 1989; el PIB per cápita, medido a precios constantes de 2015, pasó de 430 dólares (USD) a 871 USD en 1989 (en 2022 ya era 11.449 USD); las exportaciones de bienes pasaron de 18,1 mil millones de USD a 52,5 mil millones (en 2023 alcanzaron casi 3,4 billones de USD), mientras que las importaciones ascendieron de 19,9 mil millones de USD a 59,1 mil millones en ese período (en 2023 más de 2,5 billones de USD).

Como resultado de que el país iniciaba un evidente desarrollo económico, su balanza comercial fue deficitaria por muchos años, pero a partir de 1990 revertiría la tendencia y sería superavitaria hasta la actualidad, con la excepción de 1993 (en 2023 el superávit comercial fue de 823,2 mil millones de USD). Comenzaron el mejoramiento sistemático del nivel de vida, el descenso de la pobreza, el desarrollo de la infraestructura, y China fue convirtiéndose poco a poco en la «fábrica del mundo».

Paralelamente, emergieron problemas sociales. La pobreza era superada en general, pero en intensidad diferente para las ciudades y las áreas rurales; o para las zonas costeras en las que se concentraban las ZEE y las zonas del centro y occidente del país, tradicionalmente más pobres. La relativamente rápida prosperidad de los pequeños y medianos empresarios contrastaba con la vida modesta, y a menudo muy pobre, de los trabajadores estatales, y sobre todo de los jubilados. Por otra parte, muchos hijos y familiares cercanos a los más importantes dirigentes del país se enriquecían gracias a sus conexiones personales, al tiempo que en muchas ocasiones las relaciones entre los nacientes empresarios y las autoridades locales generaban vínculos corruptos, rechazados por la mayor parte de la población. Mientras tanto, la profundización de las desigualdades sociales constituía el principal caldo de cultivo para los constantes ataques de sectores conservadores del liderazgo al Programa de Reforma y Apertura, impulsado por Deng Xiaoping.

Junto a la corrupción y al incremento de las desigualdades, otro de los aspectos rechazados por la población fue el incremento de los precios de consumo. De acuerdo con cifras de la UNCTAD, entre 1981 y 1987, la inflación osciló entre 2,0% en 1982 y 1983 y 9,3% en 1985; en 1987 fue de 7,3%. Sin embargo —como resultado del abandono del sistema dual de precios y la instauración de precios de mercado a partir de 1987— para 1988 el índice de precios de consumo ascendió a 18,8%, y en 1989 se situaba en 18,0%.

Dicha situación generó notable descontento, evidente en las críticas provenientes de la sociedad en general, de medios académicos y científicos, y de los estudiantes. Las personas comenzaron a hacer públicos sus criterios, amparados en los derechos y supuestas libertades consagrados en la Constitución de 1982, que por cierto, mantiene su vigencia.

En el amplio capítulo de este cuerpo legal dedicado a los derechos y deberes de los ciudadanos, se refrendan las libertades de expresión, prensa, reunión, asociación, procesión y manifestación (Artículo 35), e incluso estos derechos no están matizados por lo que dispongan leyes complementarias. También se garantiza la libertad religiosa. El artículo 37 establece que la libertad de persona de los ciudadanos de la República Popular China es inviolable, y el 39 confiere igual condición al domicilio de los ciudadanos. El 41 otorga el derecho a «criticar y hacer sugerencias a cualquier órgano o funcionario del Estado». Sin embargo, entre el texto y su implementación real había —y todavía existe— un largo trecho.

En realidad, la posibilidad de realizar cambios políticos fundamentales estaba limitada por los «Cuatro Principios Cardinales» presentados por Deng Xiaoping en marzo de 1979, durante la etapa inicial del Programa de Reforma y Apertura, que consistían en: perseverancia en el camino socialista; perseverancia en la «dictadura democrática popular»; perseverancia en la dirección del Partido Comunista; y perseverancia del «marxismo-leninismo-pensamiento Mao Zedong».    

Estos serían los límites infranqueables de cualquier proceso de reforma, de ahí que los cambios políticos tendrían un carácter esencialmente cosmético, desde el sistema electoral basado en listas únicas propuestas por la Conferencia Política Consultiva del Pueblo Chino, controlada por el Partido Comunista; hasta la separación inicial de funciones de los cargos de jefes del Partido, el Estado y el Gobierno, ocupados por personas diferentes —aunque a partir de 1993, Jiang Zemin, Hu Jintao y Xi Jinping, ocuparían al mismo tiempo la secretaría general del Partido y la presidencia de la República—; pasando por la limitación a dos períodos de cinco años en el ejercicio de los principales cargos del país, también modificados recientemente, tanto en la Constitución como en los Estatutos del Partido para permitir que Xi continúe en funciones tras dos períodos, con lo cual se refuerza su poder autocrático.

Deng Xiaoping

La negativa experiencia del régimen de Mao Zedong, caracterizado por su radicalismo y su voluntarismo político, llevó a gravísimos errores de política económica que empobrecieron la vida de los chinos, así como al caos social y político creado por la llamada Revolución Cultural. En consecuencia, Deng, que tenía una edad avanzada al asumir el máximo liderazgo, trató de establecer un mecanismo de sucesión organizada, de forma que se evitara la perpetuación en el poder de cualquier dirigente. No obstante, al constituir un mecanismo decidido en el círculo más cerrado del poder, dependía solo de la voluntad y el acuerdo entre ellos y no aseguraba mecanismos verdaderamente democráticos de elección de los dirigentes.

Por otra parte, la Asamblea Nacional Popular, cuya composición era resultado de una candidatura única cerrada, carecía de la fuerza que otorga un verdadero mandato popular y, al igual en todos los casos de la experiencia del «socialismo realmente existente», se limitaba a aprobar unánimemente las propuestas del gobierno, antes confirmadas en el más alto nivel del Partido.

En su ya mencionado e interesantísimo libro, Zhao Ziyang hace referencia a los intentos liberalizadores previos de Hu Yaobang, y reconoce que en su caso, como primer ministro, él se había concentrado en el desempeño de la economía y no en las medidas para avanzar en la democratización de la sociedad. Confiesa que cuando se convirtió en secretario general, al sustituir a Hu, intentó plantear una reforma política en el XIII Congreso del Partido, a celebrarse entre el 25 de octubre y el 1 de noviembre de 1987. Sin embargo, cuando remitió a Deng los documentos del Informe Político del Comité Central para su aprobación, este rechazó la posibilidad de que existiera una «separación tripartita de poderes» porque «cada uno de ellos limita a los otros», lo cual es sin duda una de las grandes ventajas de los sistemas democráticos liberales, aunque para el líder chino «un sistema de ese estilo es ineficaz» (p. 318). Hu y Zhao eran partidarios de elecciones abiertas y libres para la Asamblea Nacional Popular, darle a esta mayor poder como cuerpo legislativo supremo del Estado, crear mecanismos eficaces contra la corrupción, aumentar la transparencia informativa, hacer efectivas las libertades consagradas en la constitución, y separar la labor de los órganos del Partido y el Estado. Pero en este intento no tuvo apoyo del máximo líder y sí la resistencia de los conservadores. 

Las manifestaciones estudiantiles y los entresijos del poder

Entre diciembre de 1986 y enero de 1987 estallaron protestas de estudiantes universitarios en la Universidad de Ciencia y Tecnología de Hefei, que luego se extendieron a ciudades como Beijing, Shanghai, Guangzhou, Nanjing, Hangzhou y Suzhou, entre otras. Cuando las autoridades de Shanghai, entonces encabezadas por Jiang Zemin —que emergería como secretario general del Partido tras las protestas de Tian Anmen— utilizó la fuerza para reprimir a los estudiantes, se multiplicaron las manifestaciones en diversas ciudades.

Las protestas se amparaban —como es lógico— en las libertades consagradas en la constitución; sin embargo, no retaban al poder político ni se cuestionaban la conveniencia de continuar en la senda del socialismo. Reclamaban, desde problemas relacionados con sus planes de estudio hasta críticas a la corrupción y al nepotismo. En algunos casos demandaban que los derechos consagrados en la constitución de 1982 se hicieran efectivos en la práctica cotidiana.

A pesar de esto, la dirigencia china, que había iniciado en 1978 la más profunda reforma económica jamás adoptada en régimen comunista alguno, no parecía dispuesta a aceptar cuestionamientos al funcionamiento del sistema político, más allá de los que aseguraran la transición generacional en el liderazgo bajo el principio de fortalecer la dirección colectiva reservada para la élite de la burocracia.

En cambio, Hu Yaobang, quien pretendía acelerar la velocidad y profundidad de las reformas, se mostró favorable a aceptar el espíritu de las protestas como contribución a la necesaria democratización de la sociedad, por lo que debió enfrentar la firme oposición del sector conservador del liderazgo a todos los niveles, e incluso la de Deng Xiaoping.

En consecuencia, Hu Yaobang, entonces considerado el más probable sucesor de Deng Xiaoping, fue criticado en el Buró Político por no adoptar una posición suficientemente crítica respecto a las protestas estudiantiles y fue apartado de su posición al frente del Partido, pero, a diferencia de otros tiempos, cuando una destitución podía implicar la cárcel o en el mejor de los casos el ostracismo, se le mantuvo en el Buró Político y en su Comité Permanente, aunque sin poder real.

Hu había trabajado con un grupo de académicos e intelectuales —siguiendo las orientaciones de Deng— para abordar cuestiones relacionadas con la reforma política, partiendo de las dificultades que encontraba la reforma económica para avanzar, debido a la presión de los grupos conservadores. Deng había realizado un llamado a «liberar las mentes», pero, con posterioridad, el máximo dirigente desautorizó esta labor y lanzó una «Campaña contra la Liberalización Burguesa», que pretendía reforzar los principios conservadores ortodoxos en los que se han basado los regímenes comunistas en su existencia práctica. Tal campaña contradecía la convocatoria a «liberar las mentes», e incidió en el reforzamiento de la censura y el adoctrinamiento ideológicos en universidades y centros de estudio.

En el poco tiempo en que Zhao Ziyan tuvo a su cargo la conducción de los asuntos cotidianos del Partido, entre 1987 y 1989, intentó reconducir la labor política y de propaganda hacia una posición menos radical y conservadora. Para reemplazarlo como primer ministro, Deng aceptó un compromiso con los líderes veteranos más conservadores al designar a Li Peng. Este, junto a Yao Yilin y los veteranos conservadores, serían la principal barrera para una reforma política. Li Peng desempeñaría un papel decisivo en la represión violenta de las protestas en la Plaza de Tian Anmen.

Zhao Ziyan, sin embargo, fue destituido de todos sus cargos y vivió sus últimos dieciséis años en prisión domiciliaria, sin que se le sometiera a juicio y, por tanto, a condena alguna. Han existido intentos infructuosos de rehabilitarlo políticamente. Su libro fue escrito en secreto y publicado después de su muerte, en 2005. 

(Foto: AP)

Epílogo

La Masacre de Tian Anmen puso fin a cualquier esperanza de liberalización política y democratización de la sociedad china, que cada día es más capitalista en el orden económico, pero políticamente afirmó un sistema comunista autoritario, y ya nuevamente autocrático a partir de la entronización del culto a la personalidad de Xi Jinping.

El capitalismo autoritario chino está afectado por densas tramas de corrupción y nepotismo, por lo que a pesar de que es la economía con mayor dinamismo del mundo en el largo plazo, es un importante generador de nuevas tecnologías, el primer país exportador y segundo importador mundial de bienes y uno de los principales receptores de inversión e inversionista en el mundo; posee índices lamentables de calidad institucional que, unidos a los apetitos de reposicionamiento geopolítico y militar, pueden conducir a políticas proteccionistas de sus principales compradores de bienes y a una corriente inversa de inversión extranjera que debilitaría su posición económica.

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(1) La propaganda oficial china denominó Banda de los Cuatro al grupo liderado por la viuda de Mao, Jiang Qing, e integrada por Wang Hongwen, Zhang Chunqiao y Yao Wenyuan, todos provenientes del llamado Grupo de la «Gran Revolución Cultural Proletaria» que sostenía una visión de «comunismo cuartelario» y se caracterizó por su radicalismo ideológico sobre el desarrollo económico y el mejoramiento del bienestar de la sociedad. Durante la Revolución Cultural (1966-1976) habían sido los responsables de la persecución de líderes comunistas, militares de la vieja guardia, intelectuales, académicos y científicos.

(2) La llamada Vieja Guardia postmaoísta estaba formada —entre otros— por el mariscal Ye Jiangying, Deng Xiaoping, Chen Yun, Li Xiannian, Peng Zhen, Yang Shangkun, Bo Yibo, Wang Zhen, Wan Li y Xi Zhongxun (padre de Xi Jinping). Tras la derrota de la Banda de los Cuatro, ocuparían responsabilidades de primer nivel en diversas estructuras del poder político y luego pasarían paulatinamente a funciones asesoras, pero con gran influencia decisoria.

(3) UNCTAD: Siglas en inglés de la Conferencia de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo.

(4) Entre ellos, el escritor y periodista Liu Binyan, el astrofísico Fang Lizhi, el politólogo Su Shaozhi y los escritores Wang Ruowang y Ruan Ming.

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Imagen principal: AP.