«No me pongan en lo oscuro». Las mujeres cubanas en la Revolución del Treinta

El 2 de octubre de 1930, un mar de estudiantes y pueblo acompañó el cuerpo de Rafael Trejo desde el barrio de Atarés, donde fue velado, hasta la Necrópolis de Colón. El cadáver del primer mártir estudiantil de la Revolución del Treinta entró a su última morada en hombros de cuatro mujeres: Ofelia Domínguez, Ofelia Rodríguez, Flora Díaz Parrado y una antigua maestra de Trejo.

Dos meses después, el 3 de diciembre, una manifestación en homenaje suyo descendió la escalinata de la Universidad de La Habana. Al frente, sosteniendo una inmensa bandera cubana y entonando el Himno Nacional, iban las mujeres del Directorio Estudiantil Femenino. La policía las molió a palos y terminaron todas presas, incluida Flor Loynaz quien, según su padre, el general Loynaz del Castillo, «casualmente pasaba por ahí».

Si la tangana del 30 de septiembre había sido el bautismo de sangre del Directorio Estudiantil Universitario (DEU) del 30, la manifestación del 3 de diciembre marcó la entrada de las mujeres —cual fuerza arrolladora—, en la guerra contra la tiranía machadista. Nombres como Calixta Guiteras, Delia Echeverría, Sarah Méndez Capote, Clara (Lulú) Luz Durán, Inés (Nena) Segura Bustamante, Sarah del Llano, las tres hermanas Shelton, Sara Pascual, Silvia Martell, Loló de la Torriente, Zoila Mulet, entre otras, conforman una extensa lista de heroínas imposible de mencionar en este artículo.

Ellas, que sonreían retadoras a la cámara en la puerta de la prisión —y sin cuyas acciones la gesta del treinta, tal y como la conocemos, no habría sido igual—, serían borradas de la historia nacional.

En la cárcel de Nueva Gerona, Isla de Pinos, julio de 1932. De izquierda a derecha: Zoila Mulet, Silvia Shelton, Inés Segura Bustamante y Calixta Guiteras.

Todas las mujeres todas

El 2 de noviembre de 1930 imperaba aún la censura de prensa. No obstante, en la portada de ese mes de la revista Carteles, puede apreciarse a una mujer manejando un descapotable en dirección al pórtico de la necrópolis de Colón. El automóvil tiene los colores de la bandera y, en su parte trasera, una corona de flores. Esta creación, que burlaba la censura, rendía homenaje al cumplirse un mes del entierro de Trejo sin que nada de ello se hubiera podido reseñar.

Rescatar el rol femenino en la Revolución del Treinta es una deuda que la historiografía cubana arrastra desde antes de 1959. La casi totalidad de los análisis obvia el tema o le dedica pocas líneas. Solo Pablo de la Torriente Brau, y posteriormente Justo Carrillo, le consagraron importantes textos.

Luego de 1959 esta deuda no sería saldada. Las mujeres de aquella revolución corrieron similar suerte que el resto del proceso: fueron invisibilizadas. Las investigaciones y trabajos de la academia en este período nunca explicaron siquiera el por qué del vacío. Simplemente, saltaron de «las mambisas del siglo XIX a las combatientes del M-26-7», obviando casi todo el movimiento cívico, sufragista, reivindicativo y revolucionario de las mujeres cubanas durante el período republicano.

En «Mujeres de la Revolución», Pablo de la Torriente —cronista y actor del proceso de los años treinta—, dice que hacia fines de octubre de 1930 comenzaba a enfriarse en las calles el contexto de indignación que la muerte de Trejo produjera. Fue así que un grupo de mujeres se propuso crear el Comité Pro Homenaje al estudiante mártir con el fin de agitar nuevamente el ambiente popular. Ellas eran: Loló de la Torriente (que lo encabezaba), Ofelia Domínguez, Ofelia Rodríguez, Candita Gómez de Bandujo —nieta del Generalísimo—, Flora Díaz Parrado, Teté Casuso y Sarah Méndez Capote, hija del general y ex vicepresidente de la República Domingo Méndez Capote.

En paralelo, un grupo de muchachas estudiantes de la Universidad de La Habana —reunidas el 24 de octubre ante la tumba de Trejo, y en presencia de la familia de este—, decidió fundar el Directorio Estudiantil Femenino, lo que se concretó finalmente en los primeros días de noviembre.

Ambas estructuras, junto a la Liga Femenina dirigida por Ofelia Domínguez, serían las fuentes que lanzaron a las mujeres a las calles a lo largo y ancho del país. Como resultado, surgieron filiares del Directorio en las escuelas de todas las provincias: la Normal, la de Comercio, Kindergarten, Escuela del Hogar, etc.  

El día 13 de noviembre sucedió lo inesperado: las mujeres marcharon a Columbia. Conscientes de su fuerza, desarmadas y convencidas de que no necesitaban la defensa de los hombres, se encaminaron por la avenida 31 hasta las puertas de la fortaleza militar más importante del país. Una vez allí, un grupo gestor del Comité Pro Homenaje a Trejo, el Directorio Femenino Universitario y el Directorio de Mujeres Nominalistas exigió la presencia del coronel Castillo, jefe de la plaza.

Vestidas como si acudieran a un acto de sociedad y no a una probable cita con la represión, estaban nuevamente Loló de la Torriente, Ofelia Domínguez, Ofelia Rodríguez, Candita Gómez de Bandujo, Flora Díaz Parrado, Teté Casuso, Sarah del Llano, Ángela (Miniña) Rodríguez, Zoila Mulet, Clara (Lulú) Luz Durán, Caridad y Conchita Proenza y Marianita Conchado. Ante la no comparecencia del jefe de la plaza, Flora Díaz Parrado, molesta, increpó: «Dígale usted al coronel, que la nieta de Máximo Gómez y otras señoras, quieren decirle algo».

Ya en presencia de este, Candita le espetó:

«Nosotras venimos, señores oficiales, en nombre de las mujeres cubanas, hijas y nietas de aquellas valerosas matronas que en la ciudad y en la manigua, ayudaron a conquistar la independencia confirmando con esto, que ahora y siempre, la mujer, la mujer cubana, ha sabido defender los sagrados derechos ciudadanos, aun a trueque de su vida misma. (...) Es necesario, señores, que se le devuelvan al pueblo sus libertades; es necesario que esta independencia conquistada a fuerza de tanta sangre y de tan grandes heroísmos, sea una cosa efectiva y no un mito. Es necesario que se respeten los derechos del ciudadano libre y consciente».

A la salida de la improductiva entrevista, una acalorada Flora Díaz Parrado, al divisar a un nutrido grupo de oficiales y soldados reunidos afuera, los interpeló: «Militares: hemos venido aquí, hemos venido a Columbia para pedir protección al ejército, contra todos los desafueros que se cometen en la República! ¡Que el Ejército nos proteja! ¡Que el Ejército de Cuba no sea menos que los ejércitos de la América del Sur!».

La guerra

Puede que tras haber medido sus fuerzas como organización, naciese la idea de la portentosa tángana del 3 de diciembre. Una pertinaz llovizna invernal completó ese día la similitud con el 30 de septiembre. Desde horas de la mañana los estudiantes comenzaron a reunirse en el Patio de los Laureles de la Universidad de La Habana. Ángela Rodríguez y Carlos Prío dirigían las arengas. Se planteó no asistir a clases y continuar la lucha iniciada el 30 de septiembre. La lluvia arreció y se dirigieron al anfiteatro del hospital Calixto García. No cabían todos, muchos se quedaron en los pasillos y la entrada. Un cálculo del Diario de la Marina estimó a los presentes en dos mil. Silvia Shelton y Rubén de León hicieron uso de la palabra. Se pidió un juramento por la memoria de Mella y Trejo. La asamblea en pleno votó por el respaldo total al Directorio.

Se exaltaron los ánimos. En tropel se dirigieron al rectorado con el fin de exigir la renuncia del rector por ser cómplice del gobierno y proponer en su lugar al Dr. Ramón Grau San Martín —en cuya casa se habían reunido con representantes de la rectoría el 18 de noviembre. Llevaban una inmensa bandera cubana sostenida por muchos estudiantes, entre ellos, como se observa en la foto, una mujer: Ángela Rodríguez.

Tángana, 3 de diciembre de 1930

Al llegar al pie de la Alma Mater los esperaban los «Expertos», (policía política de Machado, vestidos de civil; salvando las épocas, los homólogos de la actual Seguridad del Estado) quienes junto a dos profesores abrieron fuego contra los estudiantes. No se dispersaron, tomaron el rectorado y decidieron salir a las calles a dar cuenta de su decisión a los periódicos. Se adelantaron las otras mujeres del Directorio Femenino, exigieron llevar la bandera e ir todas juntas. La sostuvieron, hasta donde sabemos: Ángela Rodríguez, Clara Luz Durán, Inés Segura Bustamante, María Teresa Rupio Álvarez, Silvia Shelton y Virginia Pego.

Escalinata abajo, la manifestación tomó por Neptuno. A la altura de la calle Escobar se desató el infierno. Las primeras en recibir golpes fueron las mujeres, armadas solo con las notas del Himno y con la bandera gigante. Al dispersarse ante la arremetida, los comerciantes de la zona salieron a refugiarlas, las escondieron en sus locales y bajaron los portones de metal de las entradas.

De allí las sacaron a empujones hacia la Quinta Estación, adonde acudió a defenderlas Ofelia Domínguez en calidad de abogada, pese a estar en pleno proceso de preparación de la ley del voto femenino, que se discutiría en el Congreso tres días después.

La siguiente foto las muestra sonrientes, para nada afligidas. Nadie diría que acababan de recibir sobre sus cuerpos la que tal vez fuera la primera gran represión a mujeres en la historia republicana.

3 de diciembre de 1930 en el Juzgado de Instrucción de la 5ta., situada en Prado 15. De izquierda a derecha: Flor Loynaz, Ángela (Miniña) Rodríguez, Inés Segura Bustamante, Virginia Pego, y Silvia Shelton. Detrás de las rejas puede verse a los demás estudiantes.

Respecto a ellas y a su actuación, desde el 30 de septiembre hasta los sucesos del 3 de diciembre, diría la revista Carteles en su número 50:

«La mujer ha ocupado puesto de vanguardia en la vida pública cubana, interesándose por los problemas políticos y participando con sus hermanos y compañeros, los hombres, en las protestas, donde quiera que éstas se desenvolvieren. En la plaza pública, nuestras muchachas universitarias han marchado a la cabeza de las manifestaciones, han hablado en los mítines y han peleado, también, con igual o mayor bravura que los jóvenes, a la hora de la tángana. Y han ido a las cárceles, y de ella no han querido salir, aun gozando de fianza, mientras a sus compañeros no se les pusiera fianza igualmente; y han sido heridas por las balas, palos y machetes de las fuerzas armadas; y han recriminado a los hombres que permanecían indiferentes o acobardados».

Días después el Diario de la Marina publicaba la infame «lista de Calvo», una relación de nombres que Miguel Calvo —teniente y jefe de los Expertos de Machado—, designara como objetivos de interés por pertenecer, colaborar o mostrar simpatías hacia el DEU. La misma mostraba trece categorías: Del claustro de la Universidad, Instructores universitarios y ayudantes graduados, Estudiantes universitarios, Graduados de la Universidad, Profesores del Instituto, Directorio Estudiantil del Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana, Profesores de la Escuela Normal de La Habana, Alumnos de la NormaI, Graduados de la Escuela Normal, Organizaciones obreras, Obreros, Otras Personalidades y Corporaciones, y De la Normal de Kindergarten.

La referida lista era el resultado de una semana de intensos disturbios estudiantiles en todo el país, desatados a partir de los sucesos del 3 de diciembre. La policía se acuarteló, los gobernadores de algunas provincias —como Matanzas—, llamaron a «responder a la guerra con la guerra», etc.

De los alrededor de mil nombres incluidos, más del diez por ciento eran mujeres, cifra nada desdeñable si tenemos en cuenta que todavía se luchaba por lograr el voto femenino y la igualdad. Muchos de los individuos que en ella aparecen morirían asesinados por la dictadura. Un número importante de las féminas sufriría exilio, prisiones y torturas. En los tres años siguientes, muchas compartieron además, con sus compañeros del DEU, los días tremendos de los «grupos de acción», cuando Pío Álvarez unió a la calle en guerra frontal contra la tiranía.

De haber podido eliminar a todos los mencionados en la lista, nuestra historia posterior, tanto política como cultural, hubiera sido otra. Y no solo para Cuba, pues en ella aparecían mujeres que tuvieron un importante desempeño en la cultura, la política, o la ciencia cubana y latinoamericana: desde una jovencita Esther Borja —quien por cierto estará entre las mujeres firmantes del primer Manifiesto del Ala Izquierda Estudiantil—, hasta Dulce María Borrero, Loló de la Torriente, Ofelia Domínguez, Hortensia Lamar, Ofelia Rodríguez, Calixta Guiteras, Inés Segura Bustamante, etc. 

Dinamita, magnicidios y atentados

En artículos anteriores hemos explicado que el DEU del 30 era una organización de combate, surgida para sobrevivir una guerra. Estaba estructurada por dos directorios, uno público y otro secreto, y concebida para seguir existiendo a pesar de la feroz represión. Nunca tuvo más de treinta miembros, designados por los estudiantes como un núcleo, y carecían de una figura líder pues cada reunión era dirigida por un miembro distinto, mediante un sistema de rotación. Por eso, cuando el 3 de enero de 1931 casi toda la dirigencia del DEU cayó presa, la organización no se desarticuló. Su lugar fue ocupado por sustitutos, una buena parte de los cuales eran mujeres.

Entre finales de 1931 y agosto de 1933, la acción directa se desencadenó. En esa vorágine, un grupo selecto de féminas ocupó puestos de importancia. Firmaban los manifiestos, participaban en atentados, planes de magnicidio, vigilancia… Mas las cárceles y la represión irán menguando su número. Para cuando cayó la dictadura, solo quedaba en Cuba un pequeño grupo.

Identificar a las integrantes del Directorio Femenino Universitario propiamente dicho, y de sus filiales, es tarea complicada. La falta de literatura sobre el tema lleva a los investigadores a apoyarse en libros de memorias y en la prensa periódica, mucha de la cual no se encuentra disponible online. Otro factor que dificulta la identificación es el cierre de la Universidad y de otros centros de enseñanza a fines de 1930.

Por otra parte, la vida del Directorio Femenino Universitario fue corta, ya que después de los sucesos del 3 de enero las mujeres decidieron integrarse como miembros plenos del DEU del 30, dejando de ser —al menos en teoría— una organización independiente.

El primer manifiesto donde aparecieron sus firmas data del 18 de noviembre de 1930, bajo el nombre «Directorio Femenino Universitario» y ubicado justo después de las rúbricas de los miembros del DEU del 30. Este grupo inicial es considerado por Inés Segura Bustamante —una de las fuentes más autorizadas—, como núcleo fundacional de la referida organización femenina, constituida en los primeros días de noviembre en los altos de una casa sita en la calle Neptuno, entre Masón y Baratillo.

Ellas fueron: Por la Facultad de Medicina: Zoila Mulet, Virginia Pego y Delia Echeverría; por la Facultad de Derecho: Ángela Rodríguez y Sara del Llano; por la Facultad de Letras y Ciencias: Clara Luz Durán, Silvia Shelton, Silvia Martell, Inés Segura, Calixta Guiteras, y Emelia López.

Ya en el manifiesto del DEU del 3 de febrero de 1931, no se marca ninguna diferencia entre ambas organizaciones, sino que los nombres de las mujeres aparecen junto al de los hombres en los acápites de las facultades correspondientes. Sin embargo, no parece que en la práctica se hayan disuelto como organización, pues las estructuras surgidas en otros centros de enseñanzas sí mantuvieron su nombre, existencia y relaciones con las mujeres de la Universidad de La Habana.

Debido a estos factores, el siguiente listado considera miembros del DEU Femenino a todas las mujeres que firmaron manifiestos, participaron en acciones o declararon en entrevistas su pertenencia a la organización, con independencia de si pertenecieron o no a otras. Estos son algunos de los nombres más significativos: Albertina Maurisset, Ana (Nena) Quintana; Amelia y Sara Villoch; Ángela (Miniña) Rodríguez Llano; Caridad Delgadillo; Flora Díaz Parrado; Armonía Lípiz; Calixta Guiteras; Clara (Lulú) Luz Durán; Delia Echeverría; Emilia López; Evelia López; Georgina, Rita y Silvia Shelton Villalón; Inés (Nena) Segura Bustamante; Dulce María Borrero; Rosa Leclerc; Carmen (Neneina) Castro; Leonor Ferreira; Isolina Pérez Romero; Magdalena Frías; María Teresa (Teté) Casuso; Sarah Mendez-Capote; Sarah del Llano Clavijo; Sarah Pascual —representante del DEU del 23—; Silvia Martell y Bracho; Virginia Pego; Zoila Mulet Proenza; Loló de la Torriente; Ofelia Domínguez; Ofelia Rodríguez. En esta relación no aparece incluida Flor Loynaz, pues según Inés Segura, aunque colaboraba con ellas muy seguidamente nunca fue miembro oficial de ninguna rama del Directorio Femenino.

Delia Echeverría

De estas mujeres, las más perseguidas por su participación en los «grupos de acción», en atentados y planes de magnicidio, fueron: Inés Segura Bustamante, Clara Luz Durán, Silvia Martel, Sarah del Llano, Silvia Shelton, Calixta Guiteras y Zoila Mulet. Las cuatro primeras serán las únicas presentes en Cuba cuando el 12 de agosto de 1933 se produjo la caída de la dictadura. Algunas, como Inés, habían pagado el altísimo costo de ver a su madre también presa como manera de coacción.

De izquierda a derecha: el llamado «grupo de las cuatro»: Sarah de Llano, Clara Luz Durán, Inés Segura Bustamante y Silvia Martell Bracho.

La lucha por la igualdad de derechos que se desarrollaba en la Isla desde inicios de siglo, recibió un importante catalizador con el activo rol femenino en la Revolución del Treinta. La percepción discriminatoria sobre el «papel de la mujer» en la sociedad, muy fuerte en las generaciones precedentes, cambió con sus contemporáneos. No podía considerársele «sexo débil» cuando tuvieron a su cargo, como iguales, el peso de una organización anti-dictatorial.

La propuesta de reconocer los derechos de igualdad de la mujer sería llevada por la comisión cubana a la VII Conferencia Panamericana de Montevideo en diciembre de 1933, donde los representantes del gobierno cubano —Antonio Giraudy, Carlos Prío y Rubén de León—, dedicaron parte importante de sus intervenciones al tema. Poco después, el Dr. Ramón Grau San Martín, mediante el Decreto Presidencial n. 13, del 2 de enero de 1934, reconocía el derecho de la mujer cubana al voto, a elegir y ser elegida.

Nótese además que en casi ninguno de los nombres mencionados a lo largo de este artículo, aparece la preposición «de» y el apellido del esposo —como era usual en la época—, pese a que muchas de ellas estaban casadas legalmente. Esa generación fue la que rompió con tal subordinación simbólica.

La relevancia de las mujeres en la gesta antimachadista se revela asimismo en que fue la primera vez que se creó en Cuba un cuerpo paramilitar de mujeres para reprimir a las revolucionarias. La sola existencia de la «porra femenina» da la medida de la importancia que tuvieron en el proceso.

Muchas de ellas se habían unido a la lucha compartiendo la tesis del DEU: «tirar al tirano». Luego de conseguirlo, y una vez disuelta la organización, en noviembre de 1933, casi ninguna se interesó en hacer política. Simplemente no se habían unido para eso. Devuelta la normalidad constitucional, su actuación fue invisibilizada por una sociedad, que pese a todo, aún conservaba intactos sus pilares machistas y patriarcales.

¿Cómo se canalizan tres años de vivir al borde de la muerte? ¿Cómo lidias, una vez vuelta la normalidad, con la costumbre de asumir la violencia como parte de tu existencia? El destino ulterior de estas mujeres, que será tratado en un artículo aparte, mostrará que no fueron invisibilizadas solamente como sujetos fundamentales de la Revolución, sino también como profesionales de éxito y catedráticas importantes en Cuba, México y Estados Unidos.

Hoy muchos se asombran de que en los sucesos actuales de Cuba las mujeres desempeñen un rol protagónico. Hace casi cien años ellas también parieron una revolución y fueron silenciadas. Desde la época mambisa han sido relegadas a «compañeras de los héroes». Las revoluciones exitosas en este país, las que han subvertido el statu quo, tuvieron siempre a la mujer como catalizador. Ellas han salido a las calles, en tres siglos distintos, a reclamar el fin de las dictaduras. Ante su ejemplo, la «virilidad masculina» se ha visto retada, azuzada y obligada a sumarse, a romper la inercia y la apatía.

***

* Este texto ha sido escrito por Aries M. Cañellas Cabrera y Ernesto M. Cañellas Hernández.

Aries M. Cañellas Cabrera

Licenciado en Filosofía e Historia. Profesor e investigador.

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