La necesaria epifanía de Cuba

«Y al entrar en la casa, vieron al niño (…)

Lo adoraron; y abriendo sus tesoros,

Le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra»

San Mateo 2:11

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Un poco de historia sobre el día de Reyes en Cuba

Epifanía, según el Diccionario de la Real Academia Española (RAE) tiene dos acepciones: manifestación, aparición o revelación; además, alusión a la festividad religiosa que conmemora la adoración de los Reyes Magos. Ambas interpretaciones guardan relación según el pasaje bíblico, pues la visita de los llamados Magos del Oriente vino a corroborar la venida de Dios al mundo en un cuerpo humano: el Cristo. La narración se recoge en el primer evangelio o San Mateo, que en su capítulo 2 refiere la visita de los reyes venidos al nacimiento del rey.

La fiesta del día de Reyes se integró en la cultura cubana y latinoamericana como resultado de la influencia española. Aunque asentada en creencias religiosas articuladas desde el catolicismo, como costumbre cultural tiene menor recorrido en el tiempo, pues la primera «Cabalgata de los Reyes Magos» —con la consiguiente fiesta y entrega de dulces a los niños—, data apenas del siglo XIX. Fue en 1866, en la comunidad valenciana de Alcoy, cuando se realizó por vez primera. De ahí se extendería por toda España y llegó a tener notable presencia en casi todos los países hispano-hablantes.

Desde el período colonial, el 6 de enero era fecha de celebración y jolgorio para todas las clases sociales; incluso, se permitía participar de las fiestas a las personas esclavizadas. Ello caló hondo en el imaginario social, de ahí que en el orden cultural se impusiera con relativa facilidad que era este un día de permisibilidad y alegría que sumaba a casi todos los estratos sociales. Durante la república la costumbre continuó ganando terreno en Cuba, fundamentalmente con la nueva influencia de la cultura anglo-sajona proveniente de Estados Unidos. Fue así que en los años cuarenta y cincuenta ya se había generalizado en todo el país.

Unos años antes de 1959 era evidente la participación entusiasta de los niños, que desde el 5 de enero cortaban hierba y ponían agua en el frente de las casas para los camellos de los reyes que vendrían a dejar los juguetes. Resultaba la culminación de un período entero llamado Navidades, que comenzaba el 24 de diciembre, con la Nochebuena, y concluía precisamente el 6 de enero con el día de Reyes.

Nuevos símbolos

La Revolución triunfante en 1959, supuestamente vino a poner fin a la inequidad y el sinsabor que significaba para las familias pobres dedicar a sus niños un día de regalos, consistentes en golosinas y juguetes, en medio de una economía familiar precaria, destinada solo a adquirir productos básicos. La foto de una hermosa niña, con cara sucia y tristísima, que abraza un pedazo de madera a modo de muñeca, tomada por Alberto Korda y publicada por vez primera el 2 de septiembre del propio año ’59 en el periódico Revolución, fue la imagen de una intensa campaña titulada «A esta niña no podemos olvidarla», y que bajo el lema: «Ni una niña sin muñeca», promovida por la entonces llamada Navidad de la Libertad, pretendía entregar juguetes a todos los niños pobres de Cuba.

(Foto: Alberto Korda)

Luego, y durante muchos años, la imagen sería retomada. En la contraportada de la revista Bohemia fue parte del testimonio gráfico «La Cuba de ayer». El propio Korda afirmó: «Esta niña que abrazaba un leño al que llamaba “mi nene”, me convenció que debía consagrar mi trabajo a una revolución que transformara esas desigualdades».

Tomando como base el constructo simbólico del día de Reyes, y sobre todo la intención de justicia social declarada por la Revolución, se implementó la deconstrucción paulatina de los antiguos símbolos navideños y míticos reconocidos culturalmente —incluso más allá de su sentido religioso— en el imaginario social.

Tarjeta navideña de 1961

Este proceso requirió de varios años. Ya desde la Sierra Maestra, el liderazgo revolucionario comenzó un contra-discurso que preparó el terreno para nuevos símbolos. Desde aquel momento se comenzó a construir un relato alternativo, que primero asignó a la revolución y sus líderes el rol de reyes magos; luego, al consolidarse la centralización post ‘59, evolucionó hacia un mesianismo atribuido eminentemente a Fidel Castro; cuestión reforzada cuando de manera fortuita, durante su discurso del 8 de enero de ese año en La Habana, unas palomas —símbolo del Espíritu Santo—, se posaron en sus hombros.

Fidel Castro el 8 de enero de 1959.

De manera progresiva se fueron erosionando símbolos culturales tradicionales, tanto los de la Epifanía como los de las Navidades en general. En 1959 se intentó sustituir a Santa Claus por un ícono nacional: el guajiro don Feliciano. A partir de esta imagen, camiones militares entregaron desde el día 24, «sin orden ni listado, (…) paquetes de alimentos navideños: carne de puerco, frijoles negros, arroz, turrones, golosinas».  

Para fines de 1960, en el mural titulado «Jesús del bohío», ubicado en la marquesina de la estación de radio CMQ, en La Habana, aparecen los Reyes Magos con los rostros de Fidel, Juan Almeida y Ernesto Che Guevara, barbudos y de uniforme. Sus regalos eran la industrialización, la alfabetización y la reforma agraria, que venían a sustituir al oro, el incienso y la mirra; otrora símbolos de estatus, adoración y resurrección, respectivamente. Los nuevos estandartes del desarrollo socioeconómico que sobrevendría con el proceso revolucionario, eran simbolizados desde las dádivas magnánimas de sus líderes, y ajenos a un real trayecto de transformaciones institucionales o debidas a la agencia de la sociedad civil.

Mural Jesús del bohío.

Ya en 1961 no se vendió carne de cerdo. En el artículo Navidades Revolucionarias, de María del Pilar Díaz Castañón, se hace referencia al cambio en la comida tradicional de cerdo asado por «pavos, pollos y el clásico guanajo». Por su parte, el libro Benjamín: Cuando morir es más sensato que esperar, de Carolina de la Torre, también recoge el dato: «Ese diciembre de 1961, a sugerencia del máximo líder, los cerdos no se sacrificaron “para preservar las crías”. En su lugar se vendieron aves, que se comieron acompañadas de diversos productos venidos de los nuevos amigos socialistas (…)».  En el ’62 no hubo arbolitos en las tiendas —solo se resolvían con particulares. Las tarjetas navideñas sufrieron desde el inicio drásticas transformaciones, y para 1964 no contenían los símbolos tradicionales, ni las tiendas sus habituales adornos.

Respecto a los juguetes relacionados con el día de Reyes, durante toda la década del ’60 esto se modificó. Se trató de dar tres juguetes a cada niño, pero el aumento de la crisis económica varió los mecanismos cada vez. No obstante, aún se recibieron juguetes, fundamentalmente chinos y españoles que, como es obvio, no suplieron las demandas.

En su discurso del 2 de enero de 1969, Fidel Castro esgrimió el pretexto de las movilizaciones masivas para la zafra de los diez millones y canceló todo el período navideño desde el 24 de diciembre hasta el día de Reyes de 1970. Fue el momento de la arremetida ideológica que transitaba por uno de sus puntos más álgidos, como preámbulo de la década del setenta: su clímax.

Por ello hubo de reinventarse todo el constructo simbólico que permitió implementar el modelo estalinista de socialismo y desestructurar los espacios que cohesionaban nuestra sociedad en lo cultural, ideológico y familiar. Nada podía colocarse por encima de los nuevos dictados totalitarios, ni siquiera el gusto por los turrones. Se implementó a la fuerza la austeridad máxima. Según una fuente que no desea revelar su identidad, pero que era trabajador de la marina mercante en aquella época, un barco que se encontraba en el puerto de La Habana cargado de turrones provenientes de España para ser comercializados, fue descargado y su mercancía destruida para que nos acostumbrásemos a que no habría más turrones.

Fue en esa misma alocución del 2 de enero donde se hizo coincidir forzadamente el mitema de todo ese período festivo con los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos M de Céspedes. Tal acción se erigía así como génesis de la revolución triunfante. Fidel Castro afirmó: «Entonces el próximo Año Nuevo será posiblemente el 1ro de julio, las próximas Navidades serán más o menos entre el 1ro y el 26 de julio. No es que nos propongamos cambiar las tradiciones, no es que renunciemos definitivamente a las épocas clásicas a las cuales se han habituado nuestros reflejos».

Este discurso, y la arremetida desde los ’70 contra cualquier vestigio del pasado, cambiaron definitivamente la fecha tradicional del día dedicado a los niños. El último clavo contra la epifanía fue puesto el 6 de julio de 1974, al decretarse el fin del día de Reyes en el calendario.

Ya desde 1970 se vendían los juguetes en julio, pero aún muchas familias insistían en mantener el 6 de enero con la usual celebración. En este discurso Fidel expresó: «antes, el Día de los niños era el 6 de enero, ¿lo recuerdan? (Ya ahorita nos habremos olvidado de eso, eran tradiciones viejas) (…) Entonces la Revolución tomó una decisión: Vamos a cambiar la fecha, vamos a ponerla en julio». 

En enero nadie más compraría juguetes, sencillamente porque no habría. Solo quedarían destinados a los días de julio previos al tercer domingo, y dados por turnos a través de la Libreta de abastecimientos o la Libreta de productos industriales. Más adelante, el ateísmo refrendado por la Constitución de 1976 como soporte ideológico de la nueva sociedad cubana, lapidó todas estas tradiciones colocándolas en un plano contrario al mundo que se pretendía edificar.

Así, la venta de juguetes en las tiendas se extendió por jornadas de tres días en los lugares menos poblados y de seis para los municipios habaneros, quedando como única posibilidad de obtener juguetes.

Si antes de la revolución no todos los infantes podían acceder a juguetes y esta problemática fue enarbolada como recurso propagandístico por el gobierno, la venta anual de juguetes fue un mecanismo pretendidamente igualador que no eliminó las desigualdades y generó disgusto y, sobre todo, mucha corrupción. Por otra parte, el derecho a comprar juguetes era solo hasta los doce años. Luego de esa edad, pareciera que había finalizado la necesidad de jugar.

Según testimonios que rememoran la cotidianidad cubana de aquellos años:

«(…) a través del MINCIN se estableció en “compensación”, un fallido sistema de distribución anual de juguetes racionados, estratificados en tres categorías: básico, no básico y dirigido. Los padres tenían que hacer largas colas o filas de espera por varias semanas (…). Fueron modificando el sistema cada vez para peor, que llegó a basarse en una rifa por bombo para obtener a sorteo un turno de entrada al establecimiento. (…) a quienes caían en los últimos lugares, le tocaban los pobres juguetes, ¡o ninguno!, porque no alcanzaban para todos. También se estableció un sistema de juguetes por teléfono que explotó las redes telefónicas de la ciudad (…)».

Las diferencias e inequidades crecieron y se generalizaron, no solo por los turnos asignados aleatoriamente para comprar, sino por las zonas de residencia. A los municipios periféricos del sur y el este habanero, por ejemplo, solo llegaba una bicicleta por tienda. La división en cuanto a las calidades de los juguetes en «básico», «no básico» y «dirigido», era a veces arbitraria y dejaba ver el fracaso de una política que, queriendo eliminar diferencias, las agrandaba.

La epifanía actual

La llegada del llamado «Período Especial» cambió nuevamente la dinámica de la compra de juguetes. La enorme crisis y el desabastecimiento afectaron a industrias menos favorecidas o consideradas menos necesarias. La cadena de tiendas Amistad —mercado paralelo que desde mediados de los 80 había empezado a vender juguetes de forma liberada— cerró. La fabricación de juguetes nacionales dejó casi de existir, moviéndose a los sectores emergentes e ilegales. La otrora fábrica de muñecas Lili, por citar un ejemplo —situada en Palatino, en el municipio habanero del Cerro—, que suplió las carencias sobre todo para las niñas, cerró completamente. Otras, como Batos, que producían juguetes y artículos deportivos, vieron reducidas al mínimo sus producciones.

La aprobación de la moneda conocida como CUC acentuó las inequidades. Si bien abrieron varias tiendas de juguetes, y en las grandes tiendas por departamentos siempre existió un espacio para la venta de estos artículos, sus altos precios eran prohibitivos para muchas familias. Un carrito mediano podía costar entre 5 y 6 CUC, equivalentes a 125 o 150 pesos cubanos, en un momento en que el salario mínimo era de 100 a 125 pesos. No obstante, en comparación con el momento actual, aquella fue una etapa mejor. Durante los quince primeros años de los 2000, las tiendas en la extinta moneda CUC proveyeron a los niños de algunos juguetes, no sin grandes sacrificios por parte de madres y padres.  

En la actualidad, el fracaso del experimento sociológico es evidente: ahora la mayoría de los niños no tiene acceso a juguetes. Uno de mediana calidad (un carro pequeño, un trencito –no eléctrico-, una muñeca mediana) puede costar más que un salario mensual promedio.

Un juguete es para un niño un artículo de primera necesidad, no solo por su valor intrínseco de entretenimiento; sino por todo lo que de habilidades, capacidades diversas y aspectos cognitivos le permite desarrollar. Una infancia sin juguetes es como una comida sin sal o un mundo sin música. La epifanía real ha de volver como el derecho de los niños y niñas a ser felices, a disfrutar de su niñez sin el susto de la miseria golpeándoles los talones.

El desmontaje de los viejos símbolos y sus tradiciones fue en vano. Ahora vuelven, pero lo hacen portando tanta o más carga de inequidad que antaño. Retorna el viejo abeto adornado con algodones y bolas brillantes, y eso está bien para quien quiera que desee asumirlo. Lo que no está bien es que quedemos como pueblo, culturalmente sumido en la influencia de costumbres ajenas a falta de no haber defendido las propias, carentes de los necesarios asideros identitarios. Tampoco es correcto que nuestros niños, en número cada vez menor debido a la crítica disminución de la natalidad, crezcan sin referentes autóctonos y sin esperanzas. Esa es absolutamente nuestra responsabilidad.

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