Paz en la tierra y en el cielo gloria

Es solo una cuestión de actitud

atreverse a desplazarse en el tiempo

es solo una cuestión de actitud

entender lo que está escrito en el viento.

Fito Páez

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Cuando era niño, acompañaba a mi hermana Carmen María a casa de las jimaguas Bobes, en el barrio habanero del Vedado. Ellas tenían una grabadora alrededor de la cual se sentaba un grupo de amigas de la secundaria Carlos J. Finlay a escuchar música en inglés. Las primeras canciones de rock que me gustaron las oí en aquella casa; clásicos de una generación que nació durante la Segunda Guerra Mundial y explotó creativamente en la década del sesenta del siglo pasado.

Especialmente recuerdo «San Francisco», la conocida balada que Scott McKenzie compuso inspirado por el ambiente hippie de esta ciudad de la costa oeste de los Estados Unidos de América, en la que ahora duermo; exactamente en la parte pobre del histórico Distrito de la Mission, rodeado de pequeños mercaditos y puestecitos de comida mexicana.

En este barrio, el Movimiento de Arte Chicano de principios de los 70s, impulsó un renacimiento del arte público del que todavía quedan algunos grafitis que son huella de una cultura de la resistencia. Aquí creció el guitarrista Carlos Santana, una leyenda del rock latino y sin dudas el artista más conocido del movimiento. Es tanto el orgullo que los sanfranciscanos sienten por él, que lo pintan junto a luchadores por los derechos civiles de diferentes nacionalidades, como Gandhi, César Chávez, y Martin Luther King Jr.

Hace un mes, atravesé por primera vez el majestuso puente Golden Gate cantando «If you’re going to San Francisco/ Be sure to wear/ Some flowers in your hair/ If you’re going to San Francisco/ You’re gonna meet /Some gentle peoples there»; percibí que todavía los sanfranciscanos se visten de segunda mano para asistir a la Opera, bajé la ventanilla, pero el aire frío me cortó las mejillas y me entraron deseos de viajar sobre el riff de una guitarra rajando la noche, bebiendo Jack Daniel hasta el amanecer en el sofá de la actriz de la película HAIR. Pero de aquel San Francisco solamente queda la leyenda con olor a marihuana y un clima que cambia de la mañana a la noche con una diferencia de veinte grados.

Quien duerma en la calle, amanecerá con la cara desollada por el contacto incesante del viento helado en su piel. Es muy fuerte, cuando salgo del refugio, encontrar a una persona doblada en dos, como si un balazo le acabara de destrozar el abdomen, tocándose los pies con la punta de los dedos, la cabeza colgada rozándole las rodillas, la capucha y los dreadlocks grasientos de color fucsia y verde cubriéndole media cara, el cuerpo balanceándose durante horas con la cadencia del viento que atraviesa los edificios. Es una realidad normalizada que los transeúntes pasen a su lado, como si el homeless fuera una señal del tránsito que les impide caminar por la acera.

A pesar de esta normalización, los sanfranciscanos conservan su tradición de solidaridad y resistencia cultural frente a cualquier conservadurismo o imposición que modifique el estatus de defensa de sus derechos. Llevan más de cien años indocumentados, por eso se protegen y han desarrollado un sexto sentido que les impide divulgar cualquier detalle que involucre a otro.

También por ese motivo es complicado entenderse con ellos, porque no viven en el mundo de las palabras, sino de las intenciones. La gente de verdad está muy pendiente de los suyos, porque todos provienen de una matriz centenaria que cultiva otra clase de arraigo sobre su tierra. A diferencia de lo que ocurre en otros lugares, el natural de esa ciudad alerta continuamente al emigrante sobre cuáles son sus derechos, sus deberes, y lo que deben hacer cuando los contacta una autoridad migratoria.

En la Florida, en cambio, mis coterráneos están pendientes de quién tumba a quién ―o el exilio al gobierno cubano, o la indignación popular al gobierno cubano, o el gobierno cubano los sobrevive a los dos―; y son incapaces de comprender que ese es el pulso detrás de cualquier medida migratoria relacionada con su comunidad, y hacia donde se dirigen las políticas de información pública sobre el tema migratorio que tienen enloquecida a media cubanada.

Por primera vez en seis décadas, el gobierno de la Isla se ve enfrentado a cinco cubanos que influyen directamente en la política exterior estadounidense, conectados públicamente con la gente dentro de Cuba a través de las redes sociales, que constituyen la vía más efectiva para expandir las denuncias de la población y el mensaje de la creciente oposición interna.

El gobierno aumenta la represión porque sabe que ese combate lo tiene perdido, no solamente por falta de recursos, que es su argumento recurrente, sino porque su enfoque sobre los derechos ciudadanos no se adecúa a un mundo en el que desde hace más de medio siglo, el arte no representa un problema para el poder.

Dentro del panorama en que viven mis compatriotas exiliados, existen diversas razones que, mezcladas, representan una bomba mediática: el espionaje, las visitas a la isla, la ignorancia, la represión y la estimulación del dolor permanente en una herida abierta desde hace seis décadas y que ha condicionado nuestro destino. Las consecuencias de su posible impacto los ha puesto a reproducir modelos conductuales vergonzosos, que son el caldo de cultivo en que se cocina lo peor del ser humano.  

Los últimos diez años de enfrentamientos y acuerdos económicos entre el 1 % de la población de la Isla y el 1% de la población cubana de La Florida, debiera servirnos para comprender que, en política, lo que estimule la emoción, anula la razón, y por tanto nos deja ciegos, o por lo menos analizando el fenómeno como si se tratara del divorcio entre Shakira y Piqué.

Hay que salirse de este marco de agresividad inducida, aunque tengamos justificadas razones para ella. Si interrumpimos el entendimiento entre cubanos, estaremos replicando inevitablemente esa radiografía nuestra que develó José Martí, al que casi nunca tomamos en cuenta a la hora de proyectar un futuro democrático, libre e independiente, para nuestro país:

«Éramos una visión con el pecho de atleta/ las manos de petimetre y la frente de niño/ Éramos una máscara con los calzones de Inglaterra/ el chaleco parisién/ el chaquetón de Norteamérica y la montera de España».

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Imágenes: Juan Pin Vilar.

Juan Pin Vilar

Documentalista y director de televisión.

https://www.facebook.com/juan.vilar.3323
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