¿Podemos parecernos a alguien en este continente?

Me temo que hoy voy a incursionar en un tema difícil y con firmes opiniones contradictorias de tirios y troyanos, por tanto, conflictivo. Estoy a punto de  emprender un ejercicio interesante y, para mi conciencia, necesario.

Acabo de leer una excelente declaración sobre la represión gubernamental en el país escrita por la Junta Directiva de CubaxCuba - Laboratorio de Pensamiento Cívico. Y no se trata de que vaya a discrepar de lo fundamental de su contenido, sino de un concepto que me llama la atención y no me parece que responda a la realidad. Literalmente dice así: «un socialismo que es cada vez más parecido a lo peor del capitalismo latinoamericano».

Aunque lo primero sería analizar si esto es socialismo o no, lo considero innecesario porque los autores lo ponen entre comillas en el original. Es, por tanto, lo segundo lo que me gustaría examinar: ¿Parecido a qué? Quisiera ver en qué país latinoamericano encontramos las circunstancias que han existido en Cuba en estas últimas décadas. Muchas de ellas aparecen descritas en la declaración de marras, pero eso no me exime de ubicarlas de la manera en que considero resultan más justas.

Es cierto que en Cuba existe una dictadura militar-burocrática (y no al revés) y que el país está al borde de un colapso irremediable, porque abarca no solo la economía y sus estructuras en el aspecto más amplio, sino a su pueblo, en todo sentido: distribución etaria, nivel educacional real, salud, recursos salariales, capacidad económica no solo para sobrevivir, sino para hacerlo con dignidad, valores éticos generalizados, etc.

También es verdad que ha estado sujeto durante muchos años a un bloqueo impuesto por el gobierno norteamericano, que inició como manera de controlar, por razones militares, el desmantelamiento de las instalaciones soviéticas de misiles en la Isla, tan cercana a sus costas, que los soviéticos aspiraban a que les permitiera negociar la eliminación de las bases de la OTAN en Turquía para quedar en igualdad de condiciones.

El pueblo cubano estuvo sometido, inicialmente sin saberlo y nunca habiéndolo aprobado, a un peligro inmenso, como el resto del mundo, durante los famosos trece días que duró esa crisis. Que se resolvió, por cierto, entre las dos grandes potencias contendientes sin tomar en cuenta al gobierno de Cuba.

Desde entonces los sucesivos gobiernos norteamericanos lo han mantenido, y tomado nuevas medidas de carácter económico, que incluyen además interferencias contra naciones que pretenden relacionarse de alguna manera con Cuba, y que han dañado en cierta forma el desarrollo de esta sociedad: embarcaciones, compañías aéreas, bancos financieros, comercio, etc.

Muchos de los efectos nocivos del bloqueo pudieron paliarse gracias al apoyo de los soviéticos en los primeros treinta años. También gracias a eso, Cuba, sin una economía floreciente, pudo permitirse el lujo de iniciar, en los sesenta del siglo pasado, un programa de mejoras sociales que garantizó al gobierno el apoyo masivo de la población y la admiración de políticos y pueblos del Tercer Mundo.

Y no solo esto. También existían en la Isla instituciones que fueron expropiadas en los primeros años y que cambiaron su función privada para convertirse en instituciones de acceso público, o sea, estatales. Me refiero a escuelas, hospitales, viviendas de cubanos que habían abandonado el país y que, además de convertirse algunas —las más lujosas,  las de la burguesía—, en las casas de los nuevos dirigentes, sus familiares y amigos, o en residencias de embajadas y entidades extranjeras; otras —más modestas—, se convirtieron en escuelas, policlínicos y oficinas de servicios públicos. O sea, formaron parte de muchos establecimientos que no necesitaron de inversiones para ejercer las nuevas funciones que desempeñarían.

En la ciudad de La Habana creo que solo han construido como hospital «para el pueblo» al Ameijeiras, y algún otro, porque los demás existían. Solo les cambiaron su función de privada a estatal, y concluyeron la construcción del Nacional. En provincias sí se erigieron más para dar servicio a la población.

No intento hacer un tratado al respecto, apenas pretendo ofrecer una idea del alcance del trabajo social de los primeros años del nuevo gobierno, su base  y perspectivas. El mercado de trabajo estaba en su mejor momento, pues se inflaron las nóminas de los ministerios y otras empresas estatales, y los salarios tenían el nivel necesario para que no existiera una familia con hambre de verdad y los niños asistieran con uniformes y calzado adecuado a las escuelas.

Luego, con la caída del campo socialista, vino el fin de la luna de miel, y entonces sí que el famoso bloqueo empezó a cobrar víctimas. Fue a raíz de aquellos hechos que comenzaron a conocerse públicamente las deudas millonarias que había contraído el gobierno cubano —no se sabe con qué objetivos específicos—, con países e instituciones que aún hoy representan una carga pesada, aunque se manejen subterfugios como el de decir que el Banco Nacional no es el Estado cubano. En fin…

Pero existen dos puntos de vista sobre el asunto. En EE.UU. denominan «embargo» a esa política. Aquí lo llaman «bloqueo». Pero no se trata en última instancia de una simple diferencia terminológica. Allá ha servido por mucho tiempo para manejar elementos de la política interna y de las diferencias de matices de los partidos políticos, de cara a las elecciones. Y no es, en mi opinión, que esta islita sea ya importante para los americanos, no; pero sí ha formado parte del juego político del enfrentamiento de demócratas y republicanos.

Representantes y senadores de aquel país tienen su origen en este, lo que les permite ganar votos entre los cubanos exiliados cuando exponen sus enfoques. Sus posiciones políticas se mueven alrededor del caso Cuba y así les ha ido muy bien. Y el bloqueo, que depende fundamentalmente del Congreso, se ubica en el centro del diferendo.

A ello se suma ahora el aporte de los influencers, que logran popularidad con historias, ciertas o inventadas, de lo que está ocurriendo en Cuba. Algunos son inteligentes y mejores, pero otros son individuos francamente vomitivos.

¿Y nosotros qué?

Podríamos citar a tres presidentes norteamericanos que pretendieron acercarse a Cuba y dar pasos para eliminar un bloqueo que consideraban inefectivo y caro. El primero fue James Carter, que logró establecer la Oficina de Intereses de los EE.UU. en La Habana para atender directamente las relaciones con el gobierno y la población.

El segundo fue William Clinton, que se había negado a firmar la Ley Helms-Burton pensando en un posible acercamiento con los cubanos. Pero aquí se dio la orden de derribar dos avionetas de los Hermanos al Rescate, acción en la que fallecieron sus ocupantes. Tales avionetas no estaban preparadas para combatir, lo que convirtió el hecho en indefendible. Resultado, Clinton firmó la ley que tanto protestamos con razón, pero con culpa, y dijo que cada vez que intentaba acercarse a Cuba, aquí se tomaban decisiones que lo hacían imposible. Esto último lo tengo claro porque estaba casualmente allá, y pude constatar el rechazo generalizado que provocó el derribo de las avionetas y la muerte de sus ocupantes.

El último fue Barack Obama, a quien conocimos por abrir de nuevo embajada en La Habana y visitar Cuba. El acercamiento ocurrió porque el gobierno cubano fue también receptivo; sin embargo, lejos de aprovechar el denominado «deshielo», respondió muy pronto ralentizando las reformas anunciadas desde 2007 y reprimiendo lo que dio en llamar «centrismo», que no era más que el sector que apoyaba las reformas económicas y solicitaba a su vez una mayor apertura política. Luego ganó la presidencia Donald Trump y ya sabemos lo que acaeció.

¿Actualmente a qué nos enfrentamos?

El embargo-bloqueo es más protagonista que nunca en el discurso político oficial de la Isla. Según dicha perspectiva, todo, o casi todo lo que estamos sufriendo, se lo debemos a él y no a la torpe y desvergonzada política que conducen los que dirigen los destinos de Cuba. Por eso me gustaría hacer una breve «listica» que no va a abarcarlo todo, pero sí lo fundamental. Según los gobernantes cubanos:

-No tenemos alimentos suficientes porque no hay el petróleo, los insumos y equipamientos que requiere la agricultura, porque no hay recursos… y existe el bloqueo.

-Las ciudades tienen montañas de desperdicios amontonados en las esquinas porque no hay dinero para comprar gomas y piezas para los equipos encargados de la higiene… y hay bloqueo.

-No existen hospitales adecuados para el pueblo (los de ellos no tienen dificultades mayores) porque no poseemos los recursos necesarios para mantenerlos con insumos y equipos… y tenemos bloqueo.

-No disponemos de los medicamentos elementales para el acceso de la población (entiéndase bien para quiénes sí hay), porque no tenemos recursos para comprar la materia prima o los ya confeccionados… y existe el bloqueo.

-Y ya agrupados, para no hacer esto demasiado largo: no tenemos petróleo o posibilidades de invertir en nuevas termoeléctricas para garantizar la disponibilidad energética a la población cubana en un tiempo relativamente corto, porque no hay recursos… y hay bloqueo; no es posible resolver las dificultades de las tremendamente dañadas viviendas del país, (las de ellos tienen de todo) porque no hay presupuesto… y hay bloqueo; no se arreglan las calles destrozadas de pueblos y ciudades porque carecemos de financiamiento y equipos… y existe el bloqueo.

Creo que, como muestra, es suficiente.

No obstante, hay que ver que un país como Cuba, con una población hambreada, comiendo algunos ya de los latones de basura, sin medicinas ni hospitales, y sobre todo sin esperanzas; repito, en este país, estamos celebrando frecuentemente congresos internacionales, reuniones internacionales de expertos, festivales internacionales de mayor o menor relevancia, como el de Ballet, costosísimo, o la Bienal de La Habana, o el del Nuevo Cine Latinoamericano; además de constantes marchas y desfiles. Sin olvidar las festividades gastronómicas que se han llevado a cabo a contrapelo del hambre y el desabastecimiento imperantes.

Todas esas actividades requieren inversiones en petróleo, gomas y piezas (con los que no contamos para sanear las ciudades), para la transportación de los invitados; alimentos de los que no podemos producir para alimentar a los invitados; iluminación de teatros y otros espacios para ensayos y presentación de los espectáculos, impresiones de programas para presentaciones de obras y exposiciones.  Y así sucesivamente.

Ante esto, ¿dónde quedan las explicaciones sobre las afectaciones del bloqueo y la falta de recursos? Parece que el gobierno prefiere desviar los pocos dineros y avituallamientos que se tienen para que luego los invitados extranjeros no digan que este país es un desastre. Que sufre la peor crisis de su historia. Que ellos son unos incapaces, insensibles y abusadores.

Al menos yo no me puedo dar el lujo de olvidar que el bloqueo tampoco existe para las «inefables» construcciones del conglomerado militar GAESA, que no ha cesado de construir hoteles gigantescos que solo conducen a pensar en lavado de dinero. No se debe ser tan mal pensado, pero es que no resulta racional estar construyéndolos con la inversión mayoritaria de recursos cubanos en un país que, desde la COVID, tiene vacías la inmensa mayoría de las habitaciones hoteleras. Y con la deplorable situación higiénico-sanitaria actual, parece que van a permanecer así bastante tiempo. ¿El bloqueo no impide que obtengan, con los recursos que ellos sí tienen, todos los materiales necesarios para la construcción y para el equipamiento más moderno de hoteles e infraestructuras turísticas?

Ningún otro país del tercer mundo o de este continente, democrático o no, se parece a nosotros en el grado de incongruencias que evidencia el gobierno a la hora de justificar el desastre en que nos han convertido. Es más, creo que ninguna otra nación, con cualquier sistema político existente o por existir, se asemeja a Cuba.  SOMOS ÚNICOS.

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Imagen principal: Martí Verifica.

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