A propósito del 9 de abril de 1958. Conversaciones con Lela Sánchez

Conocer a la socióloga Lela Sánchez Echeverría, aun a través de un chat de WhatsApp, es como acceder a una mina de conocimientos sobre historia viva, esa que no aparece en los libros de texto o en las páginas de los periódicos. No solo es la hija de Aureliano Sánchez Arango, ministro de Educación durante el gobierno de Prío en los años cuarenta del pasado siglo. Lela es mucho más. Su lucidez, ya pasados los ochenta, es envidiable. Sin mediaciones ideologizantes ni compromisos que no sean con la verdad, sus testimonios sobre hechos y figuras maltratados o tergiversados por la historia oficial, son impresionantes.

Con expresa autorización de su parte, compartimos este relato suyo.

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He despertado recordando una fecha que, aunque haya transcurrido tanto tiempo, me resulta particularmente dolorosa: el 9 de abril. Es un día cualquiera de un mes cualquiera, pero en este caso se trató de un año difícil, 1958, último de la dictadura batistiana. Pocos días antes, yo había cumplido veinte años.

A las 9:00 a.m., un grupo de personas estábamos citadas en un edificio del Vedado donde residía Piedad Ferrer ―compañera de la clandestinidad en cuya casa se guardaban uniformes y medicinas con destino a la Sierra; emigraría en los sesenta― con el fin de participar en la huelga revolucionaria que debía producirse. Mucho se ha hablado de dicha huelga antes; y casi nada ahora, cuando la historia pesa sobre los hombros de los que pretenden gobernarnos. Y tampoco yo voy a relatarla en este testimonio, que no resulta más que el momento justo para recordar a alguien que conocí precisamente en aquella ocasión.

Se trataba de un joven delgado, de mediana estatura, teñido de rubio, que respondía por el sobrenombre de «Benavides». Solo un tiempo después supe que se trataba de Pedro Luis Boitel. Junto a él, recogíamos en un auto a los compañeros que formaban parte del equipo de trabajo de la emisora CMQ y que fueron los encargados de sabotearla para dar inicio a la huelga. Los esperábamos en una esquina de M y Línea. Hasta allí fueron llegando por separado, aunque Boitel, preocupado porque demoraban, se acercó peligrosamente a CMQ, donde era bien conocido. No hubo dificultades para ninguno, pero no olvido a las perseguidoras que, como locas, tocaban las sirenas al transitar por la calle Línea.

Pedro Luis Boitel

Pedro Luis Boitel era un hombre de acción, pero sabía bien cuáles eran las razones de su lucha. Tenía ya una larga trayectoria, por lo que vivía en el clandestinaje desde hacía poco. Fueron varias las tareas en las que me tocó acompañarlo por esos pocos días, hasta que, ante el fracaso de la huelga, nos fuimos retirando poco a poco a diferentes lugares. Él se asiló en una embajada, desde la que me envió una carta con unas compañeras que fueron a visitarlo. Nunca pude leerla pues fue incautada por la policía.

Volví a encontrarlo en Caracas en los meses de junio, julio y agosto del 58. Junto al ingeniero Agustín Capó, habían instalado y operaban una planta de radio en un apartamento alquilado por el Movimiento 26 de Julio. A través de la misma, los exiliados se podrían comunicar con las guerrillas de la Sierra Maestra, importante factor que permitía recibir instrucciones y valorar las ayudas políticas y prácticas para la lucha insurreccional.

Dejé de verlo porque salí con mi esposo hacia EE.UU. Solo regresamos a Cuba en noviembre del propio 1958. Me encontré con él nuevamente a mediados o finales del 59 en la Universidad, estudiaba y hacía campaña para ser elegido presidente de la FEU. Las autoridades consideraron que sus ideas eran demasiado «de derecha» y apoyaron la candidatura de otro compañero, Rolando Cubela, que fue el elegido.

No sé en qué momento las ideas de Boitel lo condujeron a acciones contrarias a lo que el Gobierno consideraba «revolucionario». Tal vez el acercamiento abierto a la URSS de los dirigentes de entonces determinó lo ocurrido. Lo cierto es que sostener criterios diferentes a lo «políticamente correcto», le costó la cárcel.

Tuve noticias de su actitud como preso y de las múltiples huelgas de hambre a que se sometió. Pude verlo de lejos en una sola ocasión, mirándome, apoyado en una reja. Fue una noche del año 68 o 69, en ocasión de visitar a mi hermano, también preso, que estaba en un pabellón médico del Hospital Finlay. No lo reconocí. Mi hermano me aclaró que era Pedro Luis Boitel que se reponía de su penúltima huelga. En la siguiente falleció.

Un hombre así no merece la oscuridad. No debe caer en el agujero oscuro de la historia oficial. Tal vez algún día se pueda difundir más sobre su sacrificio de vida y muerte para compartirlo con jóvenes de otras generaciones que tanto ignoran sobre una buena parte de la historia y sus héroes. A mí me pesa mi vida, y solo salgo a recordarla como un homenaje a compañeros desconocidos o maltratados por la versión oficial, que dieron las suyas por derrocar a una tiranía. Cualquiera que fuera esta.

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