Rebelión en la Granja y la perversidad del poder en Cuba

Han pasado casi ocho décadas desde que George Orwell publicó Rebelión en la Granja, una fábula que expone con claridad devastadora cómo el poder absoluto corrompe y cómo las revoluciones pueden traicionar a quienes las hicieron posibles. La obra, concebida como una sátira del estalinismo, trascendió su contexto histórico para convertirse en un espejo universal de los regímenes totalitarios. Por esa causa, llegamos a la adultez primera sin poder acceder al libro a pesar de ser incentivados desde pequeños en Cuba a adquirir el hábito de a lectura.

Las metáforas en torno a una granja tomada por los animales, dirigida por cerdos glotones y déspotas; donde se producían muchas manzanas solo para consumo de la élite porcina, y donde la hermosa yegua Molly era relegada a labores de labranza, mientras recordaba con nostalgia las cintas y collares que luciera en el pasado; resultaban muy subversivas en opinión de los censores. Sin embargo, los intelectuales que salían al mundo real incluso en aquellos años, se encargaban de poner tamaña genialidad en manos de los más jóvenes. Así fue que llegó a mí la novela, a la edad de treinta y un años, en pleno proceso de formación profesional y convertida en un mar de inquietudes.

Hoy, más que una simple advertencia literaria, el mensaje de la obra sempiterna de George Orwell resuena de manera inquietante en la realidad política de Cuba. En aquella isla, «faro y guía de la libertad», las promesas revolucionarias se transformaron en un sistema que reproduce los mismos vicios que decía combatir, y quienes detentan el poder acaparan las manzanas, como los cerdos, en tanto el pueblo sobrevive al borde de la inanición.

El ciclo de la traición revolucionaria

En Rebelión en la Granja los animales, liderados por los cerdos, se rebelan contra el opresivo granjero Jones, pues anhelaban una sociedad justa e igualitaria. Su manifiesto: «Todos los animales son iguales», se convierte en el eje de su lucha. No obstante, a medida que un sector privilegiado asume el control, los ideales revolucionarios se desmoronan y la granja se convierte en un nuevo régimen de explotación. Napoleón, el líder supremo de los cerdos, manipula, reprime y perpetúa un sistema donde «algunos animales son más iguales que otros».

El paralelismo con la Revolución cubana es ineludible. En 1959, el movimiento que organizara Fidel Castro derrocó al régimen de Batista bajo la promesa de justicia social, soberanía y prosperidad para el pueblo. Pero, al igual que en la granja de Orwell, el sueño revolucionario se desvirtuó. La concentración del poder, el control absoluto del Estado y la represión sistemática de cualquier disidencia transformó a los líderes revolucionarios en una nueva élite, que gobierna desde la cumbre mientras el pueblo carga con el peso de las promesas incumplidas.

Propaganda y represión: las herramientas del poder

Orwell muestra en su obra cómo los líderes totalitarios utilizan la propaganda para consolidar su poder. En la granja, el cerdo Squealer reescribe continuamente la historia, distorsiona la realidad y convence a los animales de que los sacrificios impuestos por Napoleón son necesarios para el bienestar común.

En Cuba, por su parte, el aparato estatal ha mantenido durante décadas un discurso propagandístico que exalta los logros de la revolución mientras minimiza sus fracasos. La narrativa oficial justifica la pobreza, el desabastecimiento y la represión como consecuencias del embargo estadounidense, sin asumir la responsabilidad de un sistema que se resiste al cambio. La información independiente es censurada, y quienes alzan la voz enfrentan persecución, encarcelamiento, torturas de todo tipo, anulación académica o exilio.

La economía del sacrificio

Una de las críticas más potentes de Orwell gira en torno al hecho de que los regímenes totalitarios utilizan el «sacrificio» como excusa para perpetuar las desigualdades. Mientras los cerdos disfrutan de privilegios, el resto de los animales trabaja incansablemente sin recompensa.

En la Cuba actual, el pueblo sigue cargando con el peso de las crisis económicas, los apagones, la escasez de alimentos y los salarios insuficientes. Por el contrario, la élite política vive en condiciones que contrastan marcadamente con la realidad de la mayoría. Sandro Castro, nieto del líder supremo, se ha encargado de demostrarlo más de una vez, aunque es un hecho sabido que él constituye apenas un minúsculo ejemplo de la concentración de riqueza y opulencia entre quienes dirigen el país cual amo de finca en época de la esclavitud colonial.

La promesa de igualdad de la Revolución cubana cedió terreno a una sociedad estratificada, donde los privilegios son determinados por la cercanía al poder o por compadrazgos de naturaleza poco clara para el común de los mortales. Los tejedores de la corrupción actúan con total impunidad y sus redes se extienden sobre buena parte del globo terráqueo.

La disidencia como esperanza

En la obra de Orwell los animales terminan resignados, incapaces de rebelarse nuevamente. Una mirada superficial a lo que acontece en Cuba lleva a muchos a concluir que sucede igual en la isla. Y sí, el terror y la desesperanza engendraron inmovilismo por mucho tiempo, pero no hay que olvidar jamás las protestas masivas del 11 y 12 de julio de 2021, ni aquel sorprendente Nuevitazo del 18 de agosto de 2022.

La fuerza demostrada por el pueblo cubano tras más de medio siglo de atropellos ―y, sobre todo, la evidenciada por una juventud desafiante y aguerrida―, despertó a muchos desde entonces y a estas alturas nadie puede negar que el descontento popular sigue vivo.

La muerte en prisión de cuatro jóvenes de aquellos, que remecieron la conciencia ciudadana e hicieron tambalear a los déspotas, fertilizó aún más un suelo donde crece la determinación. Las noticias de la represión contra los más de mil apresados por las autoridades de manera arbitraria a partir de esas oleadas de protestas continúan abonando el terreno. La ceguera está desapareciendo a pesar de (y por) los cortes recurrentes de energía eléctrica.

Orwell lo advierte. Los sistemas opresores no caen por sí solos; es necesaria una ciudadanía consciente que rechace la manipulación y exija un cambio real. El caso de Cuba es emblemático: para romper el ciclo de opresión el pueblo necesita reconstruir espacios donde las voces críticas puedan expresarse sin temor y donde la verdad no sea objeto de manipulación. Pero el descontento popular es un motor de combustión y la protesta ciudadana el catalizador. De manera que la ciudadanía cubana puede sorprendernos de manera sustancial en cualquier momento.

Rebelión en la Granja: un espejo para el presente

Rebelión en la Granja no es únicamente una obra literaria, sino una radiografía de los mecanismos del poder. La perversidad del régimen cubano ―al igual que la dictadura del cerdo Napoleón―, radica en su capacidad para justificar la opresión en nombre de un ideal. Pero la obra deja asimismo una clara advertencia: mientras no se reconozcan el derecho a la libertad y la igualdad real, los ciclos de traición seguirán repitiéndose.

Ochenta años después, el mensaje de Orwell permanece vigente. En la Cuba actual, donde el pueblo lucha contra la opresión disfrazada de Revolución, la sátira política que es Rebelión en la Granja deviene recordatorio de que la libertad no se concede; se conquista. Es una llamada a cuestionar, a resistir y, sobre todo, a no aceptar nunca que «algunos sean más iguales que otros».

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Imagen principal: RealTeatro.

Isabel Soto Mayedo

Estratega de comunicación, periodista y catedrática universitaria.

https://www.facebook.com/isabelsotomayedo
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