Dos historias, una actitud
Comprender no es condonar. Uno puede entender la lógica que subyace detrás del comportamiento autoritario, sin avalar los pretextos que este suele esgrimir para castigar a sus víctimas. Comprender es importante para anticipar las acciones de los represores, desmontar sus mentiras, y generar solidaridad con los perseguidos.
Mientras escribo (y usted lee) estas líneas, dos intelectuales, dos amigos, son perseguidos por los respectivos gobiernos de sus países. Alina Barbara López Hernández en Cuba, y Boris Kagarlitsky en Rusia. Ambos afrontan procesos penales espurios, desplegados en su contra en un ambiente punitivo donde se han vulnerado las garantías básicas previstas por la legalidad cubana, rusa e internacional. Alina espera su vista en libertad, Boris ha sido encarcelado. Los dos siguen, desde su situación, confrontando al poder que les amenaza. También a sus cómplices.
Ambos han develado la incoherencia ideológica y política del poder. La mentira vuelta (sin)razón de estado. Porque Alina es una intelectual socialista perseguida por un gobierno que se declara socialista al tiempo que produce un ajuste brutal sobre las espaldas de sus trabajadores. En tanto Boris es un antifascista castigado por un régimen que presenta como antifascista su invasión a un país vecino.
Ambos desmienten los fatalismos inculcados desde el poder. Provienen de generaciones formadas bajo la propaganda y educación que forjaban Hombres-Masa; pero han devenido ciudadanos y se comportan como tal. Han evitado confundir su rechazo al estalinismo con la denuncia de toda la tradición de izquierda. Ambos decidieron continuar pensando, educando, resistiendo… en la misma tierra desgobernada por sus represores.
Sus historias contrastan con las de los intelectuales cortesanos que, en La Habana o Moscú, han elegido callar, adular o divagar mientras sus naciones se ven aplastadas por gobiernos egoístas, explotadores, cínicos, abusivos. La mera existencia de Alina y Boris (y de las miles de Alinas y Boris que aprenden, ahora mismo, que otra forma de ser es posible), es causa de chismorreo y zapa para quienes han elegido poner sus saberes al servicio de poderes opresores.
Ambos hacen que recordemos las razones por las que el silencio, en casos como este, nos alcanza tarde o temprano a todos; por las que tiene tan poco sentido empujar a nadie al sacrificio —Alina y Boris jamás han exigido a otros inmolarse por ellos— como permanecer impasible ante la digna postura que ellos sostienen. Si Cuba y Rusia volvieran a ser alguna vez sitios dignos de una vida plena y feliz, se deberá a las Alinas y Boris que aún resisten.
Por eso no podemos dejarlos solos. Hay muchas formas de ser solidarios con sus «casos». Llevando sus mensajes a la prensa internacional; apoyando sus causas en la WEB (ahora mismo poner un like es muestra de valor cívico en Rusia y Cuba), o acompañándoles en los tribunales. Dándoles todo el apoyo necesario a sus seres queridos, dejando el mayor aviso posible a sus represores. Cada quien haga lo que, según elección y circunstancias, pueda, pero la parálisis no es una opción.
Hanna Arendt escribió alguna vez: «nobleza, dignidad, constancia y cierto risueño coraje. Todo lo que constituye la grandeza, sigue siendo esencialmente lo mismo a través de los siglos». Es justo eso, una lucha por la dignidad propia y ajena, encarnada en la frágil materia de dos seres humanos, de dos personas como nosotros, lo que se juega ahora. Decida usted.
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Imagen principal: El intelectual o Joven intelectual / Marcelo Pogolotti.