La verdad/ de la verdad/ no es solo una/ ni la mía/ ni la tuya/ ni la de él

Tener buena memoria representa lo mismo una bendición que un trago amargo. Recordar es mi única fuente de luz dentro del torbellino que ha sido vivir, tan sobrado de inocencia, este siglo en que todavía me inquieta la articulación del grupo de empleados corruptos del Ministerio de Cultura que censuró el documental «La Habana de Fito», demostrando con ello una descomunal falta de pericia política. Gente tan diversa como Fernando Rojas y Fernando Jacomino, quien había estropeado conscientemente la posibilidad de que Pablo Milanés y Silvio Rodríguez aparecieran juntos en la grabación de «Yo vengo a ofrecer mi corazón», de Fito Páez, por el solo hecho de ir en mi contra. Me pregunto, ¿para ganar qué?

Durante la pandemia, a Jacomino se le ocurrió grabar esa canción con un elenco que reunía a Omara Portuondo con cantantes de muchísima menor categoría. El embajador cubano en Argentina comenzó a localizar a Fito en Buenos Aires. Llamé a W y le pregunté si sabía por qué estaban localizando a Fito, y me respondió: «Les dije que te llamaran. Pero Jacomino dice que tú eres un inventado, ―¡mira tú el término que se le ocurrió!― por lo que prefería continuar intentándolo a través de la embajada».

Ese es uno de los grandes problemas de esta gente, impiden con rigor, pero son incapaces de responder cómo se estropeó definitivamente, en un sótano del Instituto Cubano de la Música, el importante archivo patrimonial de la música cubana que se conservaba en el Amadeo Roldán; o qué pasó con lo convenido entre la transnacional SONY Music y la EGREM; ¿cuál fue el provecho que sacó el país de esa relación comercial?

Como Fito no respondió la llamada, Jacomino no tuvo otro remedio que escribirme por WhatsApp para contarme su idea. Pensando en lo beneficioso que sería para la cultura cubana que una canción tan hermosa y significativa fuera interpretada por artistas de muy alto nivel, le propuse que mejor lo hicieran Pablo Milanés, Fito Páez, Omara Portuondo, Francisco Céspedes y Silvio Rodríguez. En aquel momento no estaba seguro de que Silvio aceptara, pero iba a intentar comunicarme con él sin intermediarios. Pablo no me preocupaba, ya habíamos trabajado juntos durante el documental, y conversado muy seriamente sobre lo sucedido entre ellos.

Jacomino respondió que ya tenían seleccionado el elenco y que mi papel en ese proyecto se restringía a localizar a Fito. Entonces le aconsejé que consultara a Silvio sobre la nueva propuesta, pero nunca me respondió. ¿Quiénes eran esas personas para impedir que los jóvenes se perdieran algo tan especial?

Al día siguiente, durante el atardecer, llamé a Fito desde el malecón, le enseñé la puesta de sol, y le propuse que arreglara el tema «Habana» para cantarlo junto a Pablo Milanés y Francisco Céspedes. No incluí a Silvio porque si Jacomino era capaz de decidir por él, no tenía sentido que hiciera la gestión. Esto lo conté en la Asamblea de Cineastas cubanos, delante de Inés María Chapman y del propio Jacomino.

Mientras Fito trabajaba en «Habana», me dediqué a filmar en algunos barrios de la ciudad. Empezaba amaneciendo en el Puerto y terminaba en el instante en que el sol desparece por detrás del túnel de 5ta Avenida. No quería hacer un video clip, sino contar el recorrido de la luz ―y de la sombra― a través de las calles vacías.

La primera versión de la canción que grabaron no me gustó, pienso que no hubiera atrapado a los jóvenes. Entonces Fito me propuso invitar a Cimafunk para que hiciera el arreglo. Cuando la canción estuvo lista, Pablo grabó desde Madrid, Fito desde Buenos Aires, Francisco Céspedes desde Cancún, y Cimafunk desde París. Antes de entregarme la mezcla final, Fito grabó nuevamente los teclados. Pasaron meses hasta que, buscando locaciones con el fotógrafo Raúl Prado para el documental «La Habana de Fito», me percaté de que la estructura del arreglo de Cimafunk se acomodaba a mi idea de mostrar el recorrido de la luz a través de una ciudad vacía.

Es imperdonable que no sea investigada toda la corrupción que se esconde detrás de decisiones arbitrarias, que tienen un alto costo espiritual para la sociedad. Esto me remite a un período en el que tuve el privilegio de analizar con lupa el vínculo de mi papá con «Mientras tanto», un programa de televisión conducido por Silvio que duró apenas siete meses, entre noviembre de 1967 y junio del 68.

Foto: Danay Nápoles. Gibara, 2019.

La idea se había originado poco antes de que el Comandante Jorge «Papito» Serguera y el filósofo y político Fernando Martínez Heredia se reunieran para constituir un grupo asesor vinculado al Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, que influyera cultural y filosóficamente en la nueva programación. Pero la muerte del Che Guevara afectó el equilibrio de poderes dentro de la dirección de la Revolución, alterando el vínculo de los servicios de inteligencia con el mundo académico y el sistema de la radio y la televisión. De ese grupo de asesores salieron las aventuras Los Mambises, El Rastro de los Libertadores, Los Comandos del Silencio; además, Sector 40, Móvil 8, Teatro ICR, Teatro Testimonio, etc.

Con el propósito de profundizar sobre esa época, conversé con varios intelectuales y políticos que jugaron un importante papel entre los años 1959 y 1976, algunos absolutamente desconocidos, sin embargo, imprescindibles para comprender una parte importante de lo que estaba ocurriendo en el poder, que se reflejaba, automáticamente, en la radio y la televisión. Me enfrenté a un escenario blindado, donde la información pasaba por numerosos filtros antes de publicarse.

Cada entrevista me inducía nuevas rutas de investigación. Una de las que más me aportó, por la claridad y agudeza de su testimonio, fue la del intelectual marxista Aurelio Alonso, de la que publico apenas un fragmento:

El ICRT es un mundo ideológicamente muy complicado, muy jodido, muy polémico, y muy susceptible a los movimientos que se dan en la esfera de la dirección política. Cuando el fracaso de la Zafra de los Diez Millones se convierte en el símbolo de que la economía cubana estaba en bancarrota, y de que esta Revolución se hundía, porque el gran giro de la educación cubana, y el gran giro de la medicina cubana se pudieron costear cuando Cuba aceptó enrolarse, sino se enrola al carro soviético, no se resuelve nada de eso. Pero entonces ¿que costó eso?: Congreso de Educación y Cultura, persecución a homosexuales, persecución a religiosos; Pavón, la jodedera esa, y todo eso agarra a Papito en el ICRT.

Papito, que no tiene nada que ver con el dogma, ni con el burocratismo, ni con ninguna vaina de esa, que se le puede acusar de súper liberal, queda enredado en ese dogma. Entonces, lo de Silvio es una muestra de esa situación. Silvio era muy amigo nuestro, nosotros lo sentíamos muy cercano al departamento de Filosofía. Sentíamos que estábamos entre sus descubridores porque era una generación más joven que nosotros, y lo habíamos descubierto recién salido del Servicio Militar. Yo, inclusive, estaba de director en la Biblioteca Nacional y le organicé una sesión con los trabajadores e invité a mucha gente, que nadie de afuera fue, porque pensaban que era un loquito peluito. Entonces Llanuza me llamó después para decirme: ―«Oye, te metieron a un tipo…». ―«Llanuza, a mí nadie me metió a nadie. Conocí a este muchacho en Oriente, y resulta que es buenísimo. Le organicé esto aquí porque me pareció que era bueno y por eso invité a todo el mundo, pero, lamentablemente, ninguno de los que podía hacer algo lo vio». Estoy hablándote del año 1967.

Entonces, cuando Silvio entra en el ICRT y en los años venideros, ya empieza la política restrictiva del Partido; desde arriba empiezan a imponer cosas, reglas de juego.

Lo más interesante de las entrevistas fue cotejarlas y compartir mis dudas con K, que era como googlear a los entrevistados. ¿De dónde provenían? ¿Cómo llegaron a convertirse, lo mismo en directores de cine o televisión, que en grandes actores? Obviamente, el poder sabe que estoy haciendo esta investigación, conoce perfectamente mis límites, y los de K, de quién no dudo, haya comentado nuestras conversaciones con algún colega suyo, pero, sobre todo, el asombro que me produjeron, y la manera irreparable en que se me había roto el corazón.

Una tarde, me llamó el escritor Eliseo Alberto Diego, Lichi, para decirme que B nos invitaba a almorzar, junto con una amiga, porque quería que le revisaran su nueva novela. Entre el almuerzo y la lectura del texto nos agarró la noche y B me pidió que me quedara un rato más. Whisky mediante, me cuenta que están creando en el Ministerio de Cultura un grupo de «gente pensante» ―así se reconocían entre ellos―, para influir en lo que se transmitía por la televisión, y me pregunta qué yo creía de Magda González Grau. Era indudablemente una pregunta capciosa, pero fue la segunda la que me dejó perplejo: ¿Cómo era Raúl Castro?

Probablemente nuestra conversación esté grabada, porque ese tipo de pregunta se hace cuando un tercero necesita enterarse de lo que piensas, para saber de qué lado te vas a posicionar ante un posible nuevo escenario, como ocurrió inmediatamente después de que Fidel Castro no pudo regresar a sus funciones.

Este grupo de «gente pensante» aprobaba, desde la sombra, los proyectos de las redacciones Dramática y Musical, e inclusive, con la ayuda en algunos casos del Partido, y en otros de la Seguridad del Estado, ocuparon la dirección de la UNEAC, entraron en el ICAIC, se colocaron como profesores en la FAMCA, e intentaron por todos los medios a su alcance dejarme sin trabajo, a pesar de que ya tenía una hija pequeña. Para ello contaron con la colaboración de gente a la que mis padres les abrieron el corazón, y la casa, durante más de cincuenta años. Cuando se me hicieron evidentes sus ambiciones, publiqué una carta dirigida al presidente del ICRT.

***

 ----- Original Message -----

From: "Juan Pin Vilar" <juanpinv@yahoo.com>

To: <ensayo@cubarte.cult.cu>

Sent: Friday, September 21, 2007 9:02 PM

Subject: Carta a Ernesto López

Sr. Ernesto López.

Presidente del ICRT.

Mañana mi hija cumple seis años de edad, exactamente dos años más de los que yo tenía la primera vez que, de la mano de mi padre, visité el ICR (sin T). De aquella tarde recuerdo a Armando, el portero; y a Cristi Domínguez disfrazada de "Caritas" ensayando "en seco" en el Estudio 10.  Embrujado, me senté sobre la enorme base de hierro de una de las cámaras, bajo la mirada inquisidora del coordinador, y mientras el camarógrafo se desplazaba en vivo, de set en set, disfruté del ensayo. Desde ese palco único, irrepetible, privilegiado, conocí personas fabulosamente increíbles, o como se dice en buen cubano, "los grandes". Son viejos recuerdos de una institución a la que he pertenecido como una extensión geográfica de mi casa. Entonces el ICR funcionaba como un reloj, y sus creadores con la meticulosidad y la creatividad de un relojero. He deambulado por sus pasillos, trabajado en los estudios, bromeado en cualquiera de sus abundantes oficinas y estoy seguro de que lo he cuidado, defendido y querido más que todos sus presidentes, de los cuales, a cuatro, he visto salir como bala por tronera.

Cuando todavía la pañoleta de pionero era blanca y azul como nuestra bandera, mis amigos inventaban fabulosos combates juntando al Corsario Negro y Nacho Verdecia, con Espartaco y Enrique de Lagardere, pero en el preciso momento en que me tocaba elegir un personaje, yo quería ser Carlos Gilí, Mario Limonta, Luis A. García, o Miguel Gutiérrez; y besar en los labios, con ardorosa pasión, a Cristina Obín. Sucedía que la representación del juego pasaba por un hecho irremediable: gracias al milagro del maquillaje, cada noche los veía transformarse de un ser real en otro imaginario, lo que fue componiendo la esencia fundamental de mi percepción sobre cualquier acontecimiento. Si los límites entre realidad y ficción se pierden, el tiempo demostrará que lo que se ve, normalmente se transforma.

Pienso que han sido ustedes, los funcionarios, quienes despreciaron al artista e invalidaron el diálogo, quiénes corrompieron al trabajador. Un solo argumento basta para sostener esta dolorosa verdad: ninguno de los creadores trascendentes de nuestra televisión ha militado en el Partido, es más, el Partido casi siempre los ha observado con desconfianza, y en algunos casos, me consta, los ha condenado al ostracismo y la calumnia.

Me voy del ICRT sin robar, sin haber sido comprado, seguro de que ninguno de ustedes ha aportado más ideas y horas de trabajo a la televisión, que un solo miembro de mi familia. En ese sentido les llevamos de ventaja quintales de moral, buenos recuerdos y algunos desgarramientos.

El aislamiento manifiesto en que viven ustedes, los convierte en la caricatura del niño que fueron: ni son jóvenes, ni se comportan como revolucionarios, más bien parecen personajes surgidos de la bufonería impopular, porque mientras ustedes piensan la televisión como instrumento de poder, nosotros intentamos imágenes que ofrezcan otra alternativa ética sobre la realidad.

Lo que usted y la actual dirección de la Redacción Dramática han intentado hacer con la figura de mi padre, demuestra cómo en un país que se identifica con la palabra revolución (en el sentido literal del término), los ignorantes y los oportunistas pueden convertir en arte de culto, a la mediocridad, el nepotismo, el oportunismo y la corrupción, a veces, lamentablemente, apoyados en loca comparsa de candidaturas, desde otras instituciones culturales.

Pobres de aquellos que se han prestado al juego, porque de ellos será el reino del subsuelo.

Pero no seré yo, como algunos piensan, quién abandone el barco. Al fin y al cabo, la revolución se hizo para que, bajo la herrumbre de sus muros, mis hijos reconstruyan, armoniosamente, lo mejor de nuestras tradiciones libertarias, mismas que procuran evitar, de un plumazo, que olvidemos el idioma de nuestros antepasados. Viéndolos crecer he aprendido que el éxito, el dinero, las representaciones públicas, las medallas y los privilegios, son meras vacuidades que en nada sustituyen el cariño de mis compañeros.

A usted lo podrán elevar hasta el cielo, pero allá, frente a esa cosmovisión diminuta que nos horroriza y encanta, que algunos llaman Dios, y a otros sencillamente nunca nos ha sido presentado; quien se va a sentar a tomar un trago de ron se llama, no le quepan dudas, Juan Vilar.

Porque cuando de la mayoría de ustedes no quede ni el recuerdo, habrá un actor que les contará a sus nietos cómo mi padre le dio la oportunidad de trabajar, por primera vez, en la pequeña pantalla.

***

El saldo que me ha dejado este siglo es terrible. Demasiados años observando pacientemente el comportamiento falto de ética, pero sobre todo mediocre, de este grupo de delincuentes que no tuvieron el valor de enfrentar a GAESA, y decidieron servirles en bandeja de plata a sus propios colegas a cambio de vivir mejor que el ciudadano común. Es la misma metodología que utilizó la Contrainteligencia para que algunos Premios Nacionales de Cine firmaran una carta que tergiversaba lo ocurrido en la Asamblea de Cineastas, momento que, por suerte, recoge genialmente la película de Miguel Coyula y Lynn Cruz.

***

Imagen principal: Girl With A Balloon / Banksy.

Juan Pin Vilar

Documentalista y director de televisión.

https://www.facebook.com/juan.vilar.3323
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