Candil de la calle
En busca de apoyo y aplausos salió una vez más el presidente cubano. En esta ocasión fue, nada más y nada menos que hacia las Naciones Unidas, para presentar a los participantes en la Asamblea General un discurso diametralmente opuesto a la realidad que él mismo promueve en su país. Por fortuna, hoy las redes sociales desempeñan el rol que, por decreto superior, las fuentes oficiales de información son incapaces de cumplir. Cierto es que en Nueva York siempre hay diplomáticos nuevos, ingenuos o confundidos, y hay que admitir que el discurso de Miguel Díaz-Canel, escuchado fríamente y al margen de lo que ocurre en Cuba, suena muy bien.
«Cuenten siempre con Cuba para defender el multilateralismo», dijo el 19 de septiembre en la sede de la organización; sin embargo, uno de los países menos multilateralistas que existen en el mundo actual es precisamente Cuba, con su Partido omnipresente, omnipotente e incuestionable, a pesar de los sucesivos errores acumulados, sobre todo en los últimos tres años.
Pero no dejemos que hable la emoción, citemos las palabras del Director General para Estados Unidos de la cancillería cubana en entrevista concedida al periodista Tim Padgett el 29 de septiembre: «No estamos aspirando a que otros partidos vayan a elecciones». Tal declaración no hace más que garantizar la «unilateral» y eterna presencia en nuestras vidas de los adictos a la pifia.
El Partido Comunista no solo es dominante, sino que está detrás de cada medida desacertada tomada a partir de la pandemia sin que haya —ni pueda haberla— una organización de masas que impugne sus decisiones. «Ese no es el camino para Cuba», dictaminó el funcionario.
Asegura Díaz Canel que su país «defiende el dialogo y la cooperación como vías efectivas para la promoción y protección de los derechos humanos sin politización ni selectividad, sin la aplicación de dobles raseros, condicionamientos ni presiones». Pero en su país, disentir es punible, asociarse es condenable y crear otro partido es inconstitucional; en su país, oponerse a la política gubernamental es garantía segura de inscripción en los oscuros registros de la Seguridad del Estado, igualmente dependiente del Partido —o este de ella. ¡Ni qué decir de una protesta, por muy pacífica que nos parezca!
«Durante dos días sin descanso —aseveró el mandatario—, más de 100 representantes de 134 naciones levantaron sus voces en La Habana, para demandar cambios que ya no pueden posponerse más en el injusto, irracional y abusivo orden económico internacional que ha profundizado las enormes desigualdades entre una minoría de naciones muy desarrolladas y las en desarrollo». No concibo mejor definición para lo que sucede actualmente en la Isla: demandar cambios que ya no pueden posponerse más. No obstante, si esto último ocurriera, pobres de las 134 personas que intentaran levantar sus voces en contra del irracional y abusivo orden económico que nos rodea.
«Nos unió la necesidad de cambiar lo que no ha sido resuelto», aseguró el presidente henchido de orgullo. En la Cuba de hoy, esto fácilmente clasificaría como conspiración contra la seguridad del Estado, lo cual es condenable incluso con la pena de muerte.
Debimos escuchar además que le ofende que en pleno siglo XXI haya casi 800 millones de personas que padecen hambre en un planeta que produce lo suficiente para alimentar a todos; sin embargo, no le agravian los festines, celebraciones y alimentos botados en las instalaciones turísticas de su país, mientras las familias de los trabajadores carecen de alimentos básicos para la existencia. Tampoco parece ofenderle que las inversiones en la producción de alimentos sean ínfimas comparadas con las inversiones en desarrollo hotelero y turístico.
Añade el dignatario que «somos renovadas formas de dominación», refiriéndose de este modo al Tercer Mundo. Y en eso sí estoy totalmente de acuerdo. Hoy en Cuba, nadie puede pensar en desarrollo ni progreso, porque de una manera sutil han convertido la necesidad de alimentos en un arma para mantenernos alejados de lo que nos dignificaría como seres humanos. Es decir, estamos siendo dominados de una muy renovada y creativa forma, ya que la prioridad es pensar en la siguiente cola, en el arroz y el pollo; cosas en las que la población gasta buena parte de su capacidad neuronal.
«El grupo —prosiguió el señor refiriéndose al de los 77+China—, continuará demandando una transformación profunda de la actual arquitectura financiera internacional, porque es profundamente injusta, anacrónica y disfuncional». Demandas similares, enfocadas en el contexto cubano, las escuchamos el 27 de noviembre de 2020, el 11 de julio de 2021, y en otros momentos recientes.
Aún existen cientos de compatriotas presos por tal motivo; además de que, por esa misma causa, han emigrado más de 350 000 personas —cifra que quizá jamás se conozca exactamente— intentando escapar de la profundamente injusta, anacrónica y disfuncional forma en que han manejado la crisis los miembros de la única forma de organización permitida en la sociedad cubana, que poco a poco nos ha conducido a una situación caracterizada por la pobreza, la tristeza, la desesperanza y la aspiración de emigrar hacia cualquier «injusto» rincón del planeta.
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Este texto fue concebido tras la visita de la delegación cubana a la Organización de Naciones Unidas y no incluye análisis sobre los comentarios del Presidente en la reciente entrevista televisiva.
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Imagen principal: Estudios Revolución.