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Las confesiones de Padilla y el permanente dilema del intelectual en Cuba

Por estos días pareciera que el fantasma del escritor cubano Heberto Padilla (1932-2000), nos rondara en la turbulenta Cuba del siglo XXI, en un contexto donde muchos jóvenes ni tan siquiera han escuchado hablar del autor del incendiario poemario Fuera de juego (1968), obra que recibió el premio Julián del Casal que otorga la UNEAC con una nota que lo consideraba contrario a los principios de la Revolución cubana. Tras varias décadas desde su publicación, generaciones de escritores y críticos literarios lo han leído sin encontrar elementos que avalen la absurda acusación, marcada por el dogmatismo imperante durante años tan oscuros y difíciles para la cultura insular.

La censura del documental PM, de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal, ocurrida en 1961, y el tratamiento al libro Fuera de juego eran el preludio de que lo peor estaba por llegar. El tema resulta complejo y posee múltiples aristas que han suscitado profundos debates, tanto en Cuba como en el extranjero, en espacios académicos y culturales, convocados en su mayoría por instituciones oficiales.

Su abordaje prácticamente había desaparecido del panorama cultural y académico de la Isla, hasta que el realizador cubano radicado en España Pavel Giroud (La edad de la peseta y El acompañante), nos sorprendiera con su documental El caso Padilla (2022).

Aunque censurado en Cuba, nada ha impedido que circulen copias clandestinas de este esperado documental, incluyendo la publicación de un volumen considerable de artículos en redes sociales y medios independientes. Tales análisis se acompañan, ocasionalmente, de especulaciones sobre las posibles vías que usó su realizador para acceder a los archivos, guardados durante más de tres décadas por la Seguridad del Estado.

El caso Padilla constituye una simbiosis entre la tradición del documental cubano y el periodismo de investigación, pero también deviene sagaz alerta sobre la continuidad de prácticas represivas y censoras en la política cultural cubana. En ese sentido, podemos interpretar El caso Padilla como un contundente mensaje cifrado a la comunidad internacional y al mundo académico de izquierda, confundido en muchos aspectos con el modelo cubano, para que puedan interpretar el filme no solo como una cuestión relativa al pasado, sino como un fenómeno persistente, cosa demostrada en los hechos del 27N y otros acontecimientos posteriores.  

Por cuestiones de espacio no realizaré un análisis de El caso Padilla con el rigor que requiere el tema, al menos intentaré abordar algunas ideas contextuales sobre lo sucedido durante la histórica noche del 27 de abril de 1971, cuando el poeta pronunció su célebre Autocritica en la sede de la UNEAC. Aunque el documental orientó su mirada sobre el aspecto más anecdótico del caso, que es la confesión de Padilla en la UNEAC, elude profundizar en algunos antecedentes contextuales relacionados con su autocrítica, lo que  dificulta la comprensión del tema desde sus múltiples entramados.

No olvidemos que, desde mediados de los sesenta, Padilla había desempeñado diferentes cargos oficiales para el gobierno revolucionario que lo llevaron a visitar el bloque de países entonces socialistas. Al regresar a la Isla, en 1966, comenzó a experimentar un proceso de decepción con la joven Revolución, discrepancias que solo se atrevía a ventilar en espacios privados.

El suceso que desencadenó su arresto por parte de la Seguridad del Estado el 20 de marzo de 1971 —junto a la poetisa Belkis Cuza Malé—, fue el recital de poesía, ofrecido en la sede de la UNEAC, de su poemario Provocaciones. Tras la falsa acusación de actividades subversivas, en un contexto tan sombrío podían  imputarte, como en la antigua URSS, de las cosas más inverosímiles, por lo cual permaneció un mes en la sede de Villa Marista.

El simulacro de Padilla durante la patética noche del 27 de abril, ha sido interpretado como evidente acto de simulación ejercido por un artista que actuaba bajo presión y tortura psicológica, al viejo estilo de los Procesos de Moscú (1936-1938) y de Praga de inicio de los cincuenta, fundamentalmente como  alegoría de este último, donde fuera ejecutado el líder comunista Rudolf Slánsky.  

Tal hecho fue magistralmente representado en el filme La confesión, del cineasta Costa Gavras, basado en el libro homónimo del novelista Arthur London. Asimismo, una obra como 1984, de George Orwell, había descrito  décadas antes, a través de los códigos de una distopía, la naturaleza del terror  estalinista.  

Aunque el pretexto para el arresto de Padilla fue su lectura del poemario Provocaciones, resulta evidente que las verdaderas causas se encuentran en sus vínculos culturales y académicos con prestigiosos intelectuales europeos, por absurdas sospechas de espionaje, aunque el referido poemario había sido atacado anteriormente a través de la revista El caimán barbudo por un autor que utilizaba el seudónimo de Leopoldo Ávila.

En aquella época todavía algunos intelectuales provenientes de la izquierda europea mantenían un apoyo abierto a la Revolución y visitaban la Isla por invitación de Fidel Castro con la finalidad de publicar libros apologéticos sobre el proceso revolucionario. Sin embargo, en la medida que entraron en contacto con la realidad cubana comenzaron a adoptar posiciones críticas, aunque todavía moderadas, respecto a determinados aspectos y problemáticas del modelo cubano, consideradas por ellos desviaciones estalinistas.

Entre los autores citados y cuestionados por Padilla en su autocrítica se encontraban el poeta alemán Hans Magnus Enzensberger; K. S. Karol, escritor polaco-francés autor del famoso libro Los guerreros en el poder y el agrónomo francés René Dumont.

Todos ellos pertenecían a un sector de la izquierda europea deslumbrada con el proceso cubano, lo que incluía a otros no aludidos por Padilla en su autocrítica, como Paul Huberman, Leo Sweezy y Maurice Zeitlin, quienes realizaron profundas críticas a la construcción del socialismo insular que «iban desde autocracia y la limitada participación del pueblo en la toma de decisiones, el endeble poder del PCC, la militarización de la sociedad, la irrelevancia de los sindicatos», etc. Dichos cuestionamientos fueron mal recibidos por la jerarquía cubana e interpretados como ejercicios académicos de agentes extranjeros al servicio de la CIA.

Según el ensayista Jorge Fornet: «Una de las ironías mayores que debió padecer el proceso revolucionario cubano es que al atarse política y económicamente al modelo soviético, entró sin saberlo, en la lógica occidental de la que pretendía huir».

Entre la diversidad de imágenes de archivo que contiene este magistral documental, hay muchas que son reveladoras y nos permiten comprender aún más el contexto y circunstancias en que ocurrió el caso Padilla, como las referidas al apoyo ofrecido por Fidel Castro a la URSS y al Pacto de Varsovia ante la brutal invasión a Checoslovaquia en 1968 con el objetivo de aplastar los anhelos reformistas de la denominada Primavera de Praga. Tal acción alertó a muchos intelectuales sobre el rumbo que había tomado el proceso en el plano político y cultural y, por ende, el arresto de Padilla confirmaba las consecuencias derivadas de ese camino.

El resto de la pléyade de intelectuales que alzó su voz a favor de la liberación del poeta y decidió romper con el proceso cubano se encuentra conformado por figuras como Julio Cortázar, Simone de Beauvoir, Carlos Fuentes, Juan Goytisolo y la estadounidense Susan Sontag, entre otros.  

Los mismos aparecen en el documental gracias al arqueológico proceso de búsqueda, selección y consulta de fuentes históricas que emprendió Pavel Giroud en su proceso de creación, lo que incluye una entrevista concedida tras su expulsión de Cuba por el ex diplomático Jorge Edwards, autor del libro Persona non grata, en la que analiza muy bien cómo el caso Padilla muestra el tránsito de la Revolución cubana hacia un totalitarismo de corte estalinista  obsesionado patológicamente por la vigilancia del ser humano, sobre todo del sector intelectual, aspecto que a mi juicio se ha mantenido invariable.

El intelectual peruano Mario Vargas Llosa siempre estuvo convencido de que la autocrítica de Padilla y las que siguieron esa misma noche por otros prestigiosos escritores como Cesar López, Pablo Armando Fernández, Norberto Fuentes y la propia esposa de Padilla, Belkis Cuza Malé —sometidos a una situación comprometedora—, respondían al guion prefabricado por Seguridad del Estado para denigrarlos e intentar proyectar la equívoca imagen de la adhesión del intelectual cubano a la Revolución y del arrepentimiento sincero de Padilla y sus colegas.

Según reconoció el propio Vargas Llosa en carta dirigida a Haydee Santamaría:

«Conozco a todos ellos lo suficiente como para saber que ese lastimoso espectáculo no ha sido espontáneo, sino prefabricado por los juicios estalinistas de los años treinta. Obligar a unos compañeros, con métodos que repugnan la dignidad humana, a acusarse de traiciones imaginarias y a firmar cartas donde hasta la misma sintaxis parece policía, es la negación de lo que me hizo abrazar la causa de la Revolución cubana. No  es este el ejemplo del socialismo que quiero para mi país».

En ese sentido, el aspecto más controversial y esclarecedor sobre algunos  detalles sombríos de la experiencia que vivió Padilla tras su detención, lo expone el intelectual cubano Guillermo Rodríguez Rivera gracias a una entrevista que pudo hacerle al poeta varias décadas después. Cuando Rivera le preguntó si había sido torturado respondió: «Me tenían en una sala donde la luz eléctrica estaba invariablemente encendida. No me permitían usar mi reloj y al cabo de un tiempo ya no sabía si era de noche o día ni cuantas semanas llevaba allí. Esa fue mi tortura».

Ni el mismo Fidel Castro alcanzó a percibir en aquella época que la arbitrariedad cometida contra Padilla y el tratamiento mediático del hecho se convertirían en una especie de caballo de Troya contra la misma Revolución. Sin darse cuenta habían contribuido, sin que fuera la voluntad ni la pretensión de Padilla, a fabricar el Solzhenitsin cubano (Memorando emitido por la CIA el 22 de marzo de 1971).

El principal aporte de Pavel Giroud con su documental ha sido brindar una fuente histórica imprescindible a cualquier historiador y espectador interesado en indagar, con el mayor rigor posible, el contexto en que sucedieron los referidos hechos.

Ha pasado mucho tiempo desde la histórica noche de la autocrítica de Padilla, filmada por Santiago Álvarez y sus colaboradores del ICAIC, para convencerme una vez más de lo expresado por Rafael Rojas en su libro Tumbas sin sosiego, Revolución,  disidencia y exilio del intelectual cubano: «Entre 1968 y 1971 Padilla protagonizó la subversión simbólica más eficaz que ningún intelectual haya logrado en la historia del socialismo cubano» (p. 266).

El documental concluye con las impactantes imágenes de los valientes artistas y escritores que el 27 de noviembre del 2020 protestaron frente al  Ministerio de Cultura. Al hacerlo, no solo reclamaban espacios de libertad que hasta ahora permanecen vetados por los censores, sino que expresaron simbólicamente una declaración de basta ya, intentando poner fin a un pasado de represión que no debería regresar jamás, aunque el poder totalitario se aferre en reeditarlo.